Los personajes de Yuri on Ice no me pertenece.
¡Hola! He decidido escribir este fic que surgió como una de las ideas preliminares para otro fic de un evento, pero terminó haciéndose tan grande en mi cabeza que decidí hacerlo por mi propia cuenta. No me gusta aún pensar en AU de Yuri on ICe, precisamente porque aún necesito más de ellos como patinadores, así que esta historia es como ver un vistazo a un futuro hipotetico. Seguramente estaré mencionando cosas de la serie a lo largo de este fic. Además tomaré el fic VictuuriWeek como antecedentes de la relación de Victor y Yuuri, así que pueden también leerlo. No es muy largo y es bastante puntual. Sé que Kubo seguramente no querrá meterle mucho drama a la segunda temporada, porque quiere que nos enfoquemos en el deporte, pero en mi cabeza muchas cosas dichas entre los personajes es potencial drama futuro.
Agradezco a todos los que se animen a leer esta historia.
Capítulo 1: Perdón, abuelo.
Golpeó la puerta con furia. Su mirada verde se encontraba empequeñecida, mientras miraba el puño marcado y sus manos temblando contra el metal. No sabía por qué razón había llegado allí, qué lo había impulsado a seguir ese camino. La final europea había tenido sede en Sochi y él, tras quedar en un quinto lugar, había retomado los pasos que seis años atrás había realizado persiguiendo a Yuuri Katsuki.
Allí estaba, frente al casillero donde había enfrentado al chico japonés cuando estaba abandonando la categoría Junior. Era ridículo ahora estar en aquellos zapatos, anhelando esconderse allí y echarse a llorar como un idiota. Era ridículo ahora querer encontrarse con él y tener el valor de abrazarle y decirle: ya entiendo.
Yuri Plisetsky, con la marca del programa corto, catalogado uno de los mejores del mundo, él más joven ganador de un Grand Prix Final, sintiendo que se estaba cayendo a pedazos.
Con solo 21 año de edad.
La cola que aguantaba su cabello dorado estaba a punto de caer, mientras apretaba sus muelas. Con los puños ahora a ambos lados de su cuerpo no estaba seguro de si debía sucumbir. Yakov no le había dicho nada, no había ningún regaño. El silencio más que apoyarlo lo sentía como si fuera sólo por lastima. Quería que lo regañara, que lo desafiara. Quería sentir que le escupían en la cara como el perdedor que se sentía.
No consideración, no indulgencia. Ahora entendía que no sabía perder.
―Yuri.
Escuchó la voz conocida, y apenas movió un poco el rostro para ver entre sus mechones rubios las botas de su amigo. Otabek estaba allí, con las manos metidas en el bolsillo. Había ido para apoyar a Mila con quien llevaba una relación de tres años, y a apoyarlo a él. Mila había conseguido obtener la victoria en la división femenina y ahora tenía una medalla más para Rusia. Él tenía las manos vacías.
Para cuando se percató, ya las lágrimas invadían sus mejillas. Apretaba sus labios con impotencia y sentía que, pese a haberlo intentado, estaba mostrándose débil. Otabek soltó un suspiró y se acercó a él, apoyando su mano sobre el hombro.
Yuri había aumentado de estatura y estaba a una palma por encima de él. Aun así, seguía siendo un muchacho muy joven, apenas cumplidos sus 21 años, y que había pasado por muchas cosas después de haber ganado su primera medalla del Grand Prix. Otabek también había crecido, pero no tanto como el ruso, y además había logrado incluir un par de medallas de oro desde su primer Grand Prix Final.
En un gesto de apoyo, Otabek le extendió su pañuelo. Yuri lo tomó con cuidado y se secó la cara intentando recuperar la compostura.
―Creo que ya no tengo ojos de soldados… ―dijo en son de broma, pretendiendo reírse de su propia miseria.
―Eres un soldado con orgullo.
Otabek no había perdido esa capacidad de calmarlo. De provocar que la basura que se sentía quedara en nada cuando estaba con él. Lograba tranquilizarlo, animarlo… a veces sentía envidia de Mila, aunque prefería no pensar en las razones para no hacerlo aún más doloroso.
Sintió su palmada fuerte en la espalda y él logró respirar. Miró por última vez aquella puerta de metal en donde Yuri Katsuki seis años atrás se había escondido para llorar. Como si al patearla de nuevo, pudiera volver a ver a esa figura llorosa intentando mostrar que nada había estado pasando dentro. Como si esa pared fuera lo suficiente gruesa para esconder el brillo de su talento desperdiciándose.
―Yuri. ―Escuchó de nuevo su llamado y sonrió con nostalgia―. ¿Pasa algo?
―No…
Volteó y miró a su mejor amigo, un poco más calmado. No valía la pena quedarse con la idea de que era el perdedor, sino encontrar las formas para ganar. Salió con él para ver finalmente la entrega de los premios. Otabek se quedó a su lado mientras veía a un español tomando el oro que le pertenecía, acompañado de Michele y un concursante suizo. Decían que esa sería la última temporada del italiano, era lo mismo que habían dicho de Víctor antes de que se fuera a Hasetsu. Ya él no creía en ninguno de ellos porque veía en Michele los deseos de seguir compitiendo.
Cuando salieron al pasillo, vieron a Mila acercándose a ellos, preocupada por no haberlos vistos en ningún lado. Reconoció de inmediato el estado de animo de Yuri al verlo cabizbajo sin ganas de devolverle la mirada. Así que ella decidió enfrascarse en él, y lo abrazó apenas lo tuvo a su alcance. Ya no era el niño de antes, ahora ella debía poner en puntillas para alcanzarle.
―No quiero que te pongas mal, ¿sí? Solo fue una mala temporada. ―Le sonrió y le tomó el rostro. Mila había cambiado también. Yuri pensaba que Otabek también le había hecho mucho bien a ella porque ahora tenía un aire materno que le recordaba a Yuko, aunque aún no hubiera sido madre―. Aún queda las nacionales y la World Champion.
―No sé si presentarme…
―¡Yuri! ―Mila exclamó sorprendida y Otabek lo miró fijamente. En el rostro de Yuri había una inmensa desolación, la sensación de estarse hundiendo. No creía que el resultado mejorara con apenas semanas de diferencias, y no quería volver a sentirse aplastado.
Ni darle alimento a la prensa que no había dejado de señalar sus fallas, comparándolo con lo que Victor había logrado.
―Si quiero que la próxima sea una mejor temporada, debo concentrarme… ―Replicó, apretando los puños―. Hablaré con Yakov de esto…
Mila intentó convencerlo de lo contrario, pero Otabek prefirió guardar silencio. Con la mirada fija en él, sintió una insondable sensación de impotencia al no saber de qué modo ayudarlo a recuperar su eje. Porque era evidente eso, Yuri había perdido su eje; desde el retiro de Yuuri Katsuki y la muerte de su abuelo, Yuri había perdido mucho más de lo que la gente era capaz de observar.
Decidieron continuar caminando, aunque no quisieron detenerse a conversar con la prensa. Yuri tomó su bolso y recogió todo, sin querer mirar al resto de competidores. Puso su morral en su espalda y volteó con aún su cabello recogido mientras miraba la pista de hielo vacía; quería volver a sentir esa adrenalina al patinar, ese deseo de comerse el mundo. Quería dejar de lado la sensación de que ya había perdido el valor de hacerlo, cuando su vida había sido dedicada enteramente en ello.
Esa noche igual tuvieron que celebrar, porque no podían pasar de largo la victoria de Mila. El equipo disfrutó en un restaurant su triunfo, conversaron amenamente y se quedaron hasta tarde. Yakov prefirió no quedarse demasiado tiempo, estaba cansado. Mila y Otabek siguieron a Yuri cuando decidió que también debía descansar.
Moscú lo llenaba de nostalgia. Dolía el respirar su aire y caminar por sus calles cubiertas de nieve. Dolía ver su cielo negro y recordar las veces que su abuelo lo llevaba de la mano a casa, después del entrenamiento. Su rostro forrado de orgullo y sus manos cansadas preparándole la cena y haciéndolo dormir. Dolía recordar las muchas veces que durmió hecho una bolita a su lado, las tantas que lo abrazó en las noches, todas en que lo llamó y se alegró de solo escucharlo.
―Yuri… ―El avance que pudo haber tenido la mujer, fue detenido por Otabek, quien le puso una mano en el hombro para que no se acercara.
Yuri se había detenido, allí en medio de un puente nevado, mirando la nada mientras sus mejillas volvían a llenarse de lágrimas. Moscú era como una estaca en su pecho que no dejaba de sangrar.
―Perdón, abuelo… de nuevo perdí.
...
Un mes después, la World Champion tuvo lugar en Shanghai. Tras conversarlo con Yakov después de la derrota en Moscu, Yuri decidió detener allí su temporada y enfocarse en resolver lo que estaba deteniéndolo de brillar como lo hacía antes. Su cuerpo había cambiado, ahora entendía las exigencias que tenía cuando ya la flexibilidad no era la principal aliada. No estaba logrando clavar todos sus saltos, y no lograba concentrarse lo suficiente en la presentación, lo que bajaba cuantiosamente la calidad de sus programas.
Georgi se había ofrecido a coreografiarle las nuevas rutinas, interesado en ayudarle a mejorar para la nueva temporada que estaba en puertas. Yuri no estaba seguro aún de aceptar, pero debía admitir que era de las mejores propuestas que tenía. Lilia también podría ayudarle, pero ella estaba fuera de Rusia desde hacía un par de años. Había recibido una apuesta muy jugosa para encabezar una de las mejores casas de ballet que no pudo despreciar.
Yuri a pesar de todo no había dejado de asistir a las prácticas y muchas veces se quedaba mirando al enano pelinegro de ojos verdes que se había convertido en la nueva sensación de Rusia. Una pulga de catorce años, con mucho talento y que venía de una conocida familia de patinadores artísticos. A veces se veía reflejado en él, pero no podía soportar la idea de que ya hubieran llegado relevos. Él debía seguir en la cima, seguir allí incluso antes de retirarse por completo, quizás a los 32 años.
―¡Yuri! ¡Ya empezó!
Una compañera le señaló con una mano el inicio del programa libre en la World Champion. Otabek estaba compitiendo allí, esperando llevarse la segunda medalla de oro a Kazajistan. Yuri se apresuró hasta ir al comedor, donde algunos más estaban esperando el inicio de la programación. Se sentó en la mesa pensando que Mila debía estará allá junto con Yakov disputando la medalla de oro para Rusia, ya que no había nadie de la división masculina para hacerlo.
Había muchos rostros conocidos en esa mundial. El español que había ganado en la Copa Europea era el gran favorito, Michele también se veía dispuesto para salir victorioso y Otabek estaba seguro que no se rendiría hasta lograr su objetivo. Por Asia, estaba Guang que estaba jugando para dejar la medalla en su casa, después de haber mejorado a través de los años para convertirse en uno de los más talentosos de China y estaba Minami, quien ya tenía su sexto año en la división senior y representaba a Japón.
Cada rutina mostró de lo que estaban hecho cada uno de ellos. Michele mostró de nuevo su gran secuencia de pasos y saltos que le daban altas puntuaciones, siguiendo con el patinaje pese a que su hermana había tenido que tomar un descanso por una caída. Guang ahora tenía estilo propio, y había logrado dejar de confiar en los que los entrenadores le decían debía ser su rutina, para crear las suyas propias. La suavidad y belleza artística de Guang ayudaban a maquillar la ausencia de saltos muy elaborados, dejándolo con una buena puntuación.
Otabek volvió a deslumbrar con su originalidad, ahora cada vez más valorada por los jueces. Su maravillosa presentación acompañada con Brahms se llevó las ovaciones del público y provocó que más de uno se levantara a aplaudirle. Pero Minami hizo prácticamente estremecer el escenario. Su estilo fresco y arriesgado, provocaba que los cientos de fans que le seguían gritaban enardecidas mientras ejecutaba sus saltos y piruetas. Yuri podía ver más de una cosa en él que le recordaba a Yuuri. Su forma de moverse, sus pasos entregados y desbordando talento. Podría respirar allí lo que le recordaba a Yuuri Katsuki y eso le enojó internamente.
Por supuesto, ya sabía quién era él. En su inicio de temporada pasada dijo a viva voz que quería llegar tan lejos como llegó Yuuri. Cuando quedó de sexto en el GPF, lejos de desanimarse, comentó que se sentía feliz por haber llegado allí, justo en donde llegó Yuuri en su primer GPF. Volvió a ganar las nacionales y quedó de quinto en los cuatro continentes. En esta nueva temporada, había llegado de segundo en el GPF (donde Yuri no clasificó), de tercero en los cuatro continentes, y ahora postulaba un puesto en el podio.
Su tema se había llamado gratitud, y su rutina gritaba eso en cada movimiento. Guang desbancó a Michelle del segundo puesto y Otabek escaló al primer lugar sin problema. Minami quedó de cuarto, a solo décimas para haber obtenido su medalla de bronce. Yuri apretó su puño.
Él debió estar allí. Debió estar luchando por el oro al lado de Otabek, debió estar allí para escupirle en la cara a ese tal Minami que jamás llegaría a brillar como lo había hecho Yuuri. Debió estar allí viviendo el hielo como siempre lo había hecho.
Frustrado, decidió no ver más del evento y volvió a su casa. Solo respondió un par de mensajes a Mila y a Otabek felicitándoles por su bronce y plata respectivamente. Miró el cielo, el mar que acariciaba la costa de San Petersburgo y las gaviotas que volaban en medio del atardecer. Apretó sus labios.
Entre tanto, en Shanghai, Otabek miraba a Guang acercarse a Minami y sonreírle contento. Se dieron la mano, en señal de compañerismo y luego dirigieron su mirada hacia él. Ambos se acercaron mientras él pensaba en cómo negarles una posible invitación.
―Siempre es muy divertido competir contigo, Otabek. ―Saludó Guang, con esa forma adorable que tenía. Leo tenía razón al decir que Guang era una de las personas más frágiles y dóciles en el mundo del patinaje.
―Gracias.
―Ahora mi familia hará un banquete de celebración, me gustaría que pudieras estar con nosotros.
―No. Ya tengo otro compromiso, pero agradezco la invitación.
―¡Minami! ―Ambos voltearon para ver a un reconocido periodista japonés acercarse al patinador de su país. Minami seguía usando el cabello rubio, como de costumbre, pero ahora tenía algunos mechones violetas―. Cuéntame, ¿qué planes tienes para la nueva temporada? ¡Todos en Japón te apoyamos y queremos que sigas dando lo mejor!
―¡Yo estoy pensando que mi próxima temporada será la mejor si logro conseguir que mi deseo se cumpla!
―¿Tu deseo? ¿Podemos saber de qué se trata su deseo?
―No, aún es una sorpresa. Pero estoy seguro que, si se da, ¡todos vamos a estar muy felices!
Otabek no perdió de vista la conversación, aunque no la encontraba relevante hasta que escuchó el suave suspiró de Guang. De nuevo estaba sonriendo de forma dulce, como si supiera de antemano sobre lo que Minami estaba hablando.
―Ojalá se pueda… ―Fue lo que murmuró el patinador chino, llamando la atención de Otabek. Su reacción natural a eso habría sido marcharse, pero no supo que lo empujó a preguntar.
―¿Qué? ―Guang lo miró, y luego le sonrió.
En San Petersburgo, otro televisor se apagó tras ver el final de la temporada. Las paredes estaban cubiertas de medallas, de premios, de logros que habían alcanzado tras 20 años de vida dedicada al hielo y en su librero había diversas fotografías de su compañero, aquel que no le abandonó hasta que el último suspiro brotó de sus pulmones. Al que no pudo suplantar.
En la mesa solo estaba un poco de sopa instantánea, él en pantuflas y la casa sola.
