Era una fría pero agradable tarde de otoño en la Comarca, que ya había visto pasar los últimos días de Octubre con los árboles desnudos en su mayoría y el suelo tapizado de amarillo y marrón, y las siembras dando ya las tan esperadas cosechas que estaban siendo almacenadas para enfrentar el invierno.

Bilbo tomaba la cuarta merienda del día después de una abundante cena junto al fuego de la chimenea, sentado sobre una antiquísima silla de madera que le perteneció a su bisabuelo Balbo Bolsón, que aunque vieja, estaba perfectamente conservada con sus lazos de mimbre originales, jamás retocada, ni siquiera un solo clavo de los que habían mantenido sus partes unidas durante tantos años, cosa que a Bilbo le generaba un gran orgullo y apego por el susodicho mueble, tan codiciado por Lobelia Sacovilla-Bolsón por cierto, como todo lo demás que Bilbo poseía y que estaba empeñado de corazón por mantener lejos de sus envidiosas manos tanto como hiciera falta. Una manta de algodón y un agradable manual intermedio-avanzado de croché descansaban sobre su regazo, mientras bebía una taza de té acompañada por unos bizcochos salados rellenos de queso y albahaca.

Se recostó sobre el respaldo de la silla complacido. El año había sido bueno. Nada nuevo ocurrió en Bolsón Cerrado ni sus alrededores, al menos nada que inquietara los oídos de Bilbo; aunque sí se llevaron a cabo muchas fiestas de cumpleaños, bodas, compromisos, aniversarios, nacimientos y demás cosas que merecieran de celebración a lo largo de las buenas estaciones del año con abundancia y diversión, a las que por supuesto, había sido cordialmente invitado a cada una de ellas. También se alegraba por las excelentes cosechas, su alacena estaba abarrotada y todavía quedaban unas cuantas semanas más para recoger lo último que el año tenía para dar que, como había resultado ser hasta ahora, no era una nimiedad. La paz y la tranquilidad se respiraban en el hermoso paisaje de la Comarca que no cambiaba nunca: las tabernas, la oficina de correos, la casa del alcalde, las propiedades de los mismos apellidos que se heredaban de generación en generación, todo en el mismo lugar desde que Balbo Bolsón pusiera un pie en Bolsón Cerrado por primera vez. Era como un paraíso capturado en un lienzo por el más diestro de los pintores, le gustaba pensar, cuando fumaba hierba a las afueras de su casa.

Pasaron las horas y el té sin terminar se fue enfriando sobre la mesita y la fogata comenzó a disminuir su intensidad mientras Bilbo se entregaba lentamente a los brazos de la inconsciencia con la noche ya bien avanzada allá afuera y azotada por un viento frío casi ciclónico amenazante con traer de una vez por todas al invierno que ya tocaba las puertas de la Comarca.

Pero entonces, tan repentinamente que arrancó a Bilbo de un profundo sueño en una sola y violenta sacudida, un grito se escuchó incluso por encima del mismo viento. Era uno lleno de dolor, grave, desde lo más profundo de la garganta del que lo emitió, y que seguramente fue escuchado por todos en la villa, asustando a los niños y sacándolos de la cama para correr a los brazos de sus alertados padres; aunque nadie tendría el suficiente coraje para aventurarse a investigar, al menos no hasta que no hubiera luz del Sol.

Bilbo se incorporó con el corazón desenfrenado golpeando su pecho, asustado y aturdido por su repentino cambio de estado. Se quedó junto a la chimenea en silencio, escuchando, casi sin respirar. El sonido del viento fue lo único que se dejó oír por un largo rato, pero de súbito otro grito tan intenso como el anterior inundó el ambiente y casi hizo que Bilbo se desvaneciera hacia atrás si no fuera porque logró sostenerse de la silla antes de tocar el suelo.

Definitivamente había alguien allá afuera, reparó, y estaba sufriendo. Mucho.

Sintió temor de que le estuvieran haciendo daño, ahí mismo en la villa, cosa que nunca había sucedido antes. ¿Y si el maleante que estaba ultrajando a la víctima no terminaba ahí sino que continuaba paseándose por la Comarca buscando nuevos blancos? Peor aún, ¿qué si él o los que estaban allá afueran eran extranjeros? ¿Quizás gente alta venida de Bree que había encontrado el camino hasta ahí y estaban causando problemas a mitad de la noche? Cualquier cosa que fuera, Bilbo supo que daría muchísimo de que hablar cuando la mañana llegara.

Apagó lo que quedaba de la chimenea para evitar que el resplandor se hiciera notar a través de los cristales, y solo dejó la tenue luz de los candelabros encendida después de asegurarse de que todas las cortinas estuvieran corridas. "No hay nada más que hacer", pensó nervioso dirigiéndose a sus aposentos con prisa para encerrarse ahí mientras amanecía, no tenía nada que hacer husmeando en las ventanas ni intentando averiguar lo que sucedía antes de que alguien viniera con la noticia, pues seguramente nada de eso era bueno.

Sin embargo, justo cuando estuvo a punto de recostarse en su lecho, tres golpes fuertes en la puerta principal le hicieron saltar del susto y caer sentado en el colchón con el corazón en la garganta.

Tragó saliva y se quedó donde estaba, paralizado. Entonces otros tres volvieron a escucharse, y Bilbo se incorporó de un salto. No había duda, estaban tocando la puerta de su casa, de SU CASA, esos, quienes fueran los que estuvieran allá afuera, seguramente haciendo fechorías. "Yo soy el siguiente", pensó aterrado, cuando más golpes sacudieron la puerta principal.

Bilbo se acercó caminando de puntillas, sin estar seguro de qué hacer, pero deseando con todas sus fuerzas que se detuvieran y se marcharan lejos. Comenzó a temer por su vida pues los golpes no cesaban, y eran tan intensos que estuvo seguro que eran perfectamente capaces de derribar la puerta si así lo desearan.

"¡POR LOS DIOSES BILBO BOLSÓN ABRE LA PUERTA AHORA MISMO!"

Bilbo se detuvo en seco. Conocía esa voz, aún mezclada con el viento y la furia. La conocía. Pero aún así, se sintió temeroso, sus pies no se movieron, no hasta que la voz volvió a hablar.

"¡BILBO! ¡SÉ QUE ESTÁS AHÍ, ABRE!"

Entonces el hobbit reaccionó y corrió con atropello hasta la puerta para abrirla.

"¡G-Gandalf!" – balbuceó cuando vio al viejo mago con el cabello y la capa revueltas por el viento, sosteniendo a alguien más bajo su brazo. Bilbo no pudo verle el rostro, pues su cabeza estaba echada hacia abajo y su largo cabello negro la cubría por completo.

Sin esperar permiso, Gandalf entró a la casa de prisa, haciendo a un lado a Bilbo con el váculo, quien se apresuró a cerrar la puerta, para evitar que alguien viera lo que había sucedido.

El mago arrojó al desconocido sobre la alfombra de la sala de estar, y Bilbo vio que no respiraba y yacía ahí con las manos encrespadas, sin moverse. El Hobbit se acercó con cautela, notando que su rostro estaba como congelado, con los ojos celestes desorbitados y la boca abierta.

- Está muerto. – soltó sin pretenderlo, aterrado como nunca lo hubiera estado en toda su vida. – Gandalf, está muerto. – repitió, con la voz quedándose a medio camino de su garganta.

- Tráeme una manta. – exclamó el mago sosteniendo al desconocido de las muñecas. - ¡muévete! – le gritó al notar que Bilbo continuaba ahí mirándole paralizado.

Entonces corrió hasta la cocina y le llevó una de las toallas que usaba para sostener los trastos calientes que sacaba del horno y se la entregó. Gandalf la enrolló y la sostuvo entre los dientes del hombre. – Hazte a un lado. – le advirtió y Bilbo se apresuró a obedecer.

En una violenta sacudida, el desconocido empezó a convulsionar y a emitir gritos desgarradores mientras Gandalf luchaba por mantenerle dominado. Bilbo vio como bajo la piel del hombre corrió una especie de honda de luz roja, tan roja como un atardecer de verano. O mejor dicho, como las brazas del fuego, se corrigió el hobbit atónito. Entonces de su boca salió un hilo de humo negro que hizo que Bilbo cayera hacia atrás de la impresión. El hombre volvió a callar, regresando a su estado petrificado inicial.

Ninguno de los dos dijo nada durante los siguientes minutos, hasta que Gandalf soltó la toalla, que Bilbo notó que se había quemado ahí donde había tocado la boca del desconocido.

- ¿Pero qué…? – murmuró ofuscado, sin lograr articular del todo la pregunta.

- Lamento muchísimo esta intromisión, mi buen amigo Bilbo. – dijo Gandalf con la fatiga y la preocupación en su rostro – Pero no encontré más lugar a donde ir.

Bilbo sacudió la cabeza intentando despejarse del aturdimiento. - ¿Qué está pasando, Gandalf? ¿Qué ha sido todo esto? ¿Quién es esta persona? – soltó desesperado.

- Su nombre es Alatar, uno de los dos magos azules. – respondió poniendo una maleta sucia de viaje bajo la cabeza del hombre. – Y está envuelto en un gran problema, me temo. – continuó.

- ¿A qué te refieres? – inquirió el hobbit.

- Asesinó a Pallando hace no más de siete noches. – dijo y Bilbo notó como hablaba más para sí mismo, sin pretender hacerse entender con su oyente. – Lo buscan. Yo he de ir a Rivendell ahora mismo, debo advertirle a Lord Elrond, esto no es su culpa, Alatar no es ningún asesino, - murmuraba mientras se incorporaba. Comenzó a caminar apresurado hacia la salida, con Bilbo siguiendo sus pasos. - es cosa de la maldición, de la sangre de fuego, debo informarle, no puedo perder más tiempo…

- ¿Pero de qué hablas, Gandalf?! ¡¿A dónde vas?! – gritó Bilbo sin estribos.

- Lo lamento Bilbo, mi amigo, pero tendrás que hacer esto por mí. – exclamó volteándose y tomándole del hombro – Alatar debe quedarse aquí, es el único lugar donde jamás se les ocurriría buscar. No temas de él, pues no representará ningún peligro para ti cuando vuelva a la conciencia. No te preocupes por él tampoco, que sabrá cómo cuidarse solo mientras yo regreso, solo asegúrate de no comentarlo con nadie.

- ¡Pero me has dicho que ha asesinado a alguien! – respondió asustado - ¡No lo quiero en mi casa! ¡No me metas en esto! – rogó, pero Gandalf se incorporó para seguir con su camino.

- El ciclo ha terminado, no gritará más. – le aseguró – Y no te hará daño, te doy mi palabra. Ahora debo irme, he de resolver esto cuanto antes.

Y con esto se marchó, ignorando las palabras de Bilbo que lo siguieron hasta que cerró la puerta tras de sí y se perdió en la oscuridad de la noche.

Entonces el hobbit se quedó de pie frente a la puerta, atónito. ¿Cómo era posible que las cosas cambiaran tanto en cuestión de minutos? Sintió que no hacía mucho había estado sentado frente a la chimenea relajándose y dormitando, cuando de repente apareció de pie ahí con la certeza de que había un peligro yaciendo inconsciente sobre la alfombra de su sala de estar.

Se obligó a volver por donde había venido y su corazón se estremeció al ver a la larga figura negra y pálida tendida en el suelo, estaba vez en una posición mucho más relajada que la anterior, como si estuviera durmiendo.

Bilbo recordó las palabras de Gandalf, que lo llamó, uno de los dos magos azules. Bilbo jamás había escuchado semejante cosa, pero no fue difícil hacer la conexión, pues sabía que Gandalf era conocido como el mago gris, así que asumió que ese que estaba ahí era de su misma "especie", por así decirlo. Sin embargo, no pudo evitar reparar que este mago no era viejo como Gandalf, sino que parecía estar en la plenitud de su madurez, sin arrugas de edad marcando su afilado rostro y con el cabello tan negro como el cielo sin luna ni estrellas.

- ¿Cómo es que acabé en esta situación? – se preguntó desesperado, mirando al hombre inconsciente. - ¿Cómo puedo estar seguro que no me hará daño? Parece suficientemente peligroso para mí.

Eso y además se torturaba con la idea de que alguien les hubiera visto entrar a su casa. Lo menos que quería era un escándalo de semejantes magnitudes, que sin dudas no sabría cómo manejar. ¿Pero qué más opción tenía? Esa era su casa, y definitivamente no se marcharía para dejársela a un extraño. Fue así como vencido por el hecho de que el mago azul ya estaba en su alfombra y no había manera de quitarlo de ahí, Bilbo decidió que lo mejor era resguardarse en sus aposentos lo que faltaba de la noche y así lo hizo, aunque no sin antes arrojar con cautela un grueso cobertor sobre el mago, que aunque le cubrió menos de la mitad del cuerpo, era algo que Bilbo no podía evitar hacer, aún en semejante situación, en nombre de la bien apreciada cortesía.