Muy buenas a todos, nuevamente \(*_*)/ Les traigo otro pequeño fic, el cual no tengo planeado hacerlo más largo de unos 10 u 11 capítulos. Forma parte de una serie de fics "relativamente cortos" que tienen todos una temática adulta, lemon y otras incoherencias en común, que empezó con el título "Delante y detrás de cámara", un two-shot ya finalizado que todo el mundo está invitado a leer. ACLARO: no tienen nada que ver entre ellos, sólo forman parte de un conjunto de fic pequeños (de menos de 10 capítulos cada uno), que, para que se adecúen a la idea, tengo pensado titular "Lemon-multi-proyect", pero aun no me decido bien, ya que es posible que no en todos estos mini fics uno se encuentre con lemon. Por consiguiente, sigo pensándome un título más abarcativo.

Bien, pero ¿de qué va ESTE exactamente? Si el summary no les dice mucho, y no me extrañaría si así fuera, apenas en el 2º capítulo lo cazarían de inmediato. Seguro.

Advertencias: contendrá varios puntos de vista a la hora de narrar, no sólo seguirá las andanzas de un solo personaje. El fic es del género bizarro/absurdo; no confundir con comedia; si usted se ríe, es de pura casualidad. Escenas raras, incómodas y "restringidas" (el raited no dice la verdad xD).

Por el resto, ojalá lo disfruten mucho.

Loa saluda, YUI o/


"Algo anda mal. Esto no tiene lógica. Si todo cambia tan de repente… Algo debe significar..."

5 ilusiones son necesarias


Realidad aburrida. Principio.

Mikasa volvió de entrenar. Ya era de tarde, pero el sol aún no daba tregua. Luego de pasar horas dándole patadas a las gomaespumas de los troncos, sentadillas, flexiones y varias sesiones de abdominales, sus energías estaban por el piso.

Entró a los cuarteles muy decidida a encarar las duchas para un merecido momento de relajación, y lo hubiera conseguido de no haber sido por el imprevisto que se cruzó en el pasillo y caminó hacia ella con rapidez. Nifa; del escuadrón de la teniente Hanji, si mal lo recordaba.

—Recluta Ackerman.

Mikasa detuvo la marcha y saludó con el puño en el pecho a pesar de su decadente y cansada fachada.

—Señora.

—¿A dónde se dirigía?

—A las duchas, señora. Vengo de entrenar.

—Ah, ya veo. Dado que, ya no tiene actividades para el resto de su día.

—En realidad, no, señora— "¿Esa es una forma de preguntar si estoy ocupada?"

—Bien, entonces… ¿le importaría hacerme un favor?

Suspiró para sus adentros.

—En cuanto me haya aseado, no veo el problema. ¿Qué necesita, señora?

—Emm, "señorita", y… se supone que debía salir al pueblo a traer insumos indispensables a corto plazo. Quiero decir… cosas que se nos han acabado. Solo para no tener que esperar a las carretas de provisiones de la semana que viene.

—Comprendo.

—Pero, la teniente Zoe me necesita urgente. Así que, ¿le molestaría ir en mi lugar?

Mikasa se lo pensó un momento, realmente sí le molestaba, pero debía ser cortés, y la amabilidad con la que esa chica se lo había pedido era demasiada.

Mikasa Ackerman, una vez más, rindiéndose ante los favores.

—Está bien. Sólo deme la lista de lo que el cuartel necesita, y el dinero…

—Ah, claro, cuando esté lista salga afuera donde me espera… bueno, donde ahora la espera el sargento. Él me iba a acompañar— declaró y prosiguió su ruta pasando junto a la oriental.

—¿Sargento? ¿Qué sargento? —su rostro de descompuso en un segundo.

Nifa se volteó.

—El sargento Levi, desde luego. Muchas gracias recluta Ackerman, le prometo que le devolveré el favor— y dicho esto se alejó por el pasillo.

Estática en el lugar, Mikasa maldijo su maldita amabilidad y su consideración. Tal vez no le habría molestado ir sola, u acompañada por cualquier recluta que desconociera, pero el enano insufrible era otra historia; los ratos que pasaba con él intercambiando ideas eran sin duda, repetitivos, pesados, hostiles y lúgubres, toda una atmósfera que delataba lo mal que se llevaban. Cuando sus diálogos ponían punto final, siempre se sentía cansada, sin aire y con dolor de cabeza. Un espanto.


Termino de bañarse a velocidad record y se vistió con ropa holgada, la insoportable temperatura lo ameritaba. Al diablo con su momento de relajación; al enano insufrible le irritaba tener que esperar, y no quería sumar otro dolor de cabeza escuchándolo regañarla todo el camino.

Al salir por la puerta principal del cuartel, su pie chocó con algo, o alguien, sentado en la escalinata de la entrada. Inmediatamente perdió el equilibrio y cayó sobre lo que sea que fuese ese algo.

—¿Pero qué mierda te pasa, Mikasa? ¿No tienes ojos en la cara? —bramó el sargento mientras se removía bajo el peso de la chica.

Mikasa, consciente de ser culpable del tropezón, se movió rápidamente para pararse.

—Lo siento, sargento. ¿Lo lastimé? —preguntó consideradamente, gesto que no se notó en su desabrida cara de indiferencia.

—No. No importa ya— con las manos sobre el cemento de los escalones se incorporó frotándose la quijada y otros zonas golpeadas—, ¿has visto a la cabo Nifa? Ya me cansé de esperarla y nos tenemos que ir.

—¿No le avisó?

—¿Qué cosa?

—La líder de escuadrón la necesitaba, así que yo tomaré su lugar. Me lo pidió.

—¿Tú? —preguntó sonando muy despectivo.

— enfatizó Mikasa.

—¿Tienes ganas de cargar cosas?

Ella alzó ambos hombros, en señal de "qué más da, ya le dije que sí".

—De acuerdo, vamos, no perdamos más tiempo.


Para llegar a la proveeduría de las divisiones de exploración y guarniciones, debían atravesar el marcado ordinario de los pueblerinos civiles, que a esas horas yacía atestado y multitudinario.

La gente avanzaba, frenaba y se arremolinaba con el movimiento entre los diversos puestos de comida y otras mercaderías. Los toldos estaban un poco bajos y algunos debía agacharse, los que no se percataban tarde y se los daban directo en la frente. Otros constaban de cajas de madera apiladas y mantas echadas sobre los pisos, donde descansaban accesorios de acero inoxidable, como cubiertos, cadenas, hebillas, y otras tantas cosas de funciones indistinguibles. Debido a su posición y con el incontrolable gentío que circulaba, era inevitable que alguno que otro los pisara sin fijarse. Algunos vendedores se paraban sobre cajas o banquitos de madera a anunciar sus últimas ofertas de la tarde a los gritos y retumbos de sus campanas de mano.

Levi y Mikasa esquivaban a duras penas las masas de gente que transitaba. Molestos a más no poder y con tremendas caras de mala leche.

—Me imagino que tomaremos otra ruta para volver ¿o no? Sargento.

—Con todas las cosas que traeremos, mal vale. Por aquí no se puede ni caminar.

En un momento, una avalancha de mujeres de voluminosas dimensiones avanzó hacia ellos en manada. Levi logró colarse entre ellas y seguir con su ritmo, pero Mikasa fue irremediablemente arrastrada hacia la marea de gente.

—¿Mikasa? —el sargento se volteó para ver dónde venía, y la divisó luchando por pasan entre una vieja con caderas colosales y un tipo enorme y peludo que tenía pinta de hacer los trabajos pesados del campo. —¡Mikasa! —se alarmó y comenzó a retroceder esquivando personas para ir por ella.

La chica, logro pasar la cabeza y un brazo por entre la pared de cuerpos, y fue sujetada de la mano por el sargento, del otro lado, quien tiró de ella con fuerza para destrabarla, lamentablemente tanta, que del envió terminó abalanzándose sobre él. Sus brazos fueron a enredarse directamente a su cuello con el fin de no caer, y cuando pudo darse cuenta, lo estaba mirando a los ojos a poco menos de tres centímetros de distancia.

—Gracias— susurró muy por lo bajo. A pesar del volumen, la corta distancia que separaba sus rostros pudo ayudarlo a oír.

Incómoda y avergonzada, se retiró, pero Levi no soltó su mano; en cambio, la aferró con más firmeza y tiró de ella cuando se volteó para seguir su camino.

Mikasa ya no logró ver su cara, mientras era guiada de la mano por el mercado, pero antes de que se girara, aunque podría haber sido su imaginación, pudo haber distinguido el tono carmesí en el rostro del sargento.


Ya se encontraban en los portones de la proveeduría, con las enromes bolsas de lienzo madera llenas de lo que necesitaban, listos para volver. Mikasa tomó la iniciativa y agarró más de la mitad para cargarlas en sus hombros enredándolas en su cuello.

Fue entonces cuando Levi rompió su largo silencio para volver a hablarle.

—Estás cargando muchas, no podrás con tantas. Pásame algunas, yo llevare la mayor parte— le ordenó con tono autoritario.

Mikasa frunció el ceño y se apartó de él cuando intentó arrebatárselas.

—No es necesario, puedo con ellas, y más. No soy para nada débil, señor.

—Se te caerán— previno, molesto.

—No. He llevado cosas mucho más pesadas que esto. Déjeme terminar con mi tarea, sino, no habrá servido de nada que yo venga— declaró y se precipitó hacia la salida.

Levi tomó sus bolsas y la siguió de cerca, más enojado por la actitud de su subordinada.

—Precisaba ayuda, pensé que serían más. Pero viendo que somos dos los que vinimos, no sería justo que tú las llevaras todas, ni tampoco yo, pero repartiéndolas en dos mitades iguales, no le veo el problema.

—¿Lo hace porque soy mujer? —Mikasa se frenó de golpe y giró para verlo, haciéndolo parar a él también—. ¿Cree que por ser mujer soy más débil que usted? ¿Qué necesito que me ayuden?

—Yo jamás dije eso— Levi lucía consternado.

—Bien, vamos entonces— dijo y siguió caminando.

—Por ahí no, vamos por otro sendero, sale al bosque; es más largo pero no está transitado; será más cómodo ir por ahí.

Mikasa entornó los ojos y bufó con notable aclamación de cansancio.

—Que va…

—Si te ibas a quejar por todo, no hubieras venido— le reprochó Levi guiándola.

—Acababa de terminar de entrenar, estaba hecha añicos, ni que tuviera ganas de venir, pero un favor es un favor.

—¿Entonces porque carajos no me dejas llevar más bolsas? ¿Qué intentas probarme?—preguntó irritado.

—¿Por qué siempre cuestionas todo lo que digo y hago? —se tomó la libertad de tutearlo, molesta.

—Porque tus acciones y tus palabras rara vez coinciden. Pero casi que no me extraña de una chiquilla de tu edad.

—Sí, porque conoces a muchas chiquillas de mi edad, ¿verdad?

—¿Qué tratas de insinuar?

—Nada. Por eso no me gusta estar contigo. Todo siempre termina así.

¿Así cómo?

—¡No lo sé! ¡Sólo sé que me harta discutir contigo!

—¡Y vuelvo a preguntar! ¡¿Para qué mierda viniste entonces?!

Mikasa dejó caer las bolsas al suelo con cólera, en parte arrojadas por ella misma, y se puso justo enfrente de Levi para tomarlo por las solapas de la camisa.

—¡¿Si tanto te molesto por qué no te fuiste solo?! ¿Querías diversión por el camino? ¿Te divierte hacerme enojar, enano?

El sargento se la quedó mirando catatónico. Estático con las bolsas en las manos aún, y sin poder comprender si le causaba más rabia que la mocosa de mierda haya tirado los provisiones el piso, que lo haya tomado de la camisa, que lo haya llamado enano, o por el contenido en sí de su pregunta.

—Tú nunca me molestas. Me gusta estar contigo, y no porque me guste pelear— habló él increíblemente calmado—. Lo que me molesta es tu continua obsesión conmigo, tu instinto de pelea y confrontación, tus inminentes ganas de llevarme la contraria.

Mikasa lo miró furiosa pero muy quieta desde su lugar, sin soltarlo.

Se quedó analizando lo que acababa de decirle.

¿Te gusta estar… conmigo?— murmuró mientras su voz moría palabra a palabra.

—Pero sin irnos de tema…—habló encima de ella— omitiré el hecho de que hayas arrojado las cosas y me hayas faltado el respeto de esta forma, si me sueltas ahora mismo.

El puño de Mikasa se abrió, y soltó la tela de la camisa de Levi, que solo la rodeó y siguió caminando por el mismo sendero tranquilo y silencioso por el que venían.

Ella se quedó patitiesa, con su mano abierta aún alzada. Un poco shockeada.

Al rato, optó por no quemarse la cabeza, y volvió a por sus bolsas, para seguir el camino.

Durante el resto del trayecto, no pensaría en otro cosa que en esas palabras del sargento, que por absurdo que parezca, provocaron contracciones nerviosas en su estómago.


Transcurrió alrededor de una hora de caminata por aquel aparentemente infinito sendero. Ninguno se dirigía la palabra, más el ambienta no era incómodo; tan solo cada quien prefería amainar su propio rabia en soledad y silencio.

Al rato, Mikasa empezó a sentir el peso de las bolsas que colgaban de su cuello, multiplicado al dolor de sus piernas, consecuencia del entrenamiento, y sumado al dolor de cabeza. El resultado: caminar a casa segundo más lento.

Levi ya le había sacado por lo menos diez metros de distancia, y ni se molestaba en voltear a ver si lo seguía.

—¿Podrías esperarme un poco, verdad?

—No es mi problema. Tenemos que llegar antes de que anochezca. ¿No eras tú la que tenía piernas más largas?

—No es una cuestión de altura, ni de tiempo. vas muy rápido. ¿Acaso es una carrera?

—Si no puedes seguirme, te espero en el cuartel cuando anochezca, calculo que a esa hora podrás llegar— dijo con ironía.

—Cállate y mira para delante— gruñó ella caminando a casa segunda más encorvada con el peso de las bolsas en su espalda.

—¿Me viste mirar hacia algún otro lugar acaso?

Un tramo más adelante, el sendero doblaba y se metía en una espesura. Al ingresar en él, Mikasa divisó una pequeña toldería a un costado del camino, de donde se escapaba un poco denso humo gris, con decoraciones aparentemente nativas, colores lúgubres, y amuletos colgados por doquier hechos con hilos de colores, plumas y, aparentemente, bichos muertos. El aspecto de esa pseudo carpa no era muy agradable, pero por alguna razón, la muchacha se sintió inminentemente atraída hacia ella.

—No la mires y sigue caminando— advirtió Levi.

—¿Por qué? ¿Qué es?

—Por el aspecto nada más, puedo asegurar que algún loco que le gusta vivir entre la mugre al aire libre.

Mikasa fulminó, su nuca, que era lo único de Levi que podría divisar, y frenó el paso a metros de la choza. El hombre siguió caminando, a saber si consciente de que su subordinada ya no lo seguía, y se alejó cada vez más y más hasta salir de la espesura y perderse de la vista de Mikasa. Ésta, examinó la toldería con cuidado, y se aproximó dando pasos lentos y precavidos hasta la serie de cortinas de cuero que suponía ser la puerta.

—Estoy aquí. Entra, por favor. Que no te de pena— una voz de mujer avejentada se escuchó provenir desde adentro, sorprendiendo a Mikasa.

—¿Puedo?

—Por supuesto querida.

Pese a ser completamente desconocida, la voz no inspiraba temor ni inseguridad en la muchacha. Finalmente optó para agacharse y entrar al decadente recinto.

Dentro, no se veía tan mal; había mantas, almohadones y bolsas llenas de cosas indescifrables por doquier, y una mesita de madera pulida con adornos, en el centro. El olor era lo desagradable. Al otro extremo, una simpática anciana fumaba de una curiosa pipa larga que humeaba como una chimenea. Vestía ropas algo exageradas para el gusto de Mikasa: algo parecido aun tapado purpura intenso con detalles bordados en dorado, y un manto rojo sobre la cabeza que ocultaba su cabello canoso que escapaba hacia la frente.

—Buenas tardes Mikasa. Suponía que pasarías por aquí más temprano, pero me alegra verte de todas formas. ¿Cómo estás?

La chica se pasmó de inmediato al escuchar a la señora.

—¿Nos conocemos?

—Nosotras dos no. Pero el universo conoce a todo el mundo— le respondió tranquilamente.

—¿Eh? —Mikasa miró en todas direcciones, aun sin comprender—. Perdone, lo que quise decir es, ¿Cómo sabe mi nombre?

—Hay muchas formas de averiguar nombres, querida. Eso no es lo que importa. Lo importante es por qué has venido a mí. Qué se te ofrece.

—¿Qué se me ofrece? Pues no sé, sólo entré porque usted me invitó.

—Pero tu novio te dijo que no lo hicieras. Debió haber habido algún motivo para contradecirlo y venir hacia mí.

—¿Mi novio? ¿Quién? —Mikasa sonrió, tratando de no reír por lo absurdo de la situación.

—El muchacho con el que caminabas recién. Levi.

Ahora más bien se mostró entre shockeada y confundida, pero rápidamente calló en la conclusión de que la pobre señora había sacado conclusiones erróneas.

—Él no es mi novio— le aclaró sonriendo con nerviosismo.

La señora juntó sus manos sobre una tabla de dibujos que tenía sobre su mesita, de la que Mikasa se percató sólo en ese momento. La anfitriona miró algo que reveló al mover sus manos de ese lugar, y volvió a ver a los ojos a su invitada.

—¿No? ¿Ya se casaron entonces? Vaya… —volvió a mirar a su tabla con líneas, puntos y figuras extrañas dibujadas. —Debo estar perdiendo la maña para leer esto.

—¡No, no! No me entiende. No es mi novio ni esposo ni nada. ¡Sólo es mi líder de escuadrón! Y no me llevo muy bien con él, para variar.

La mujer miró a Mikasa sin expresión alguna, hasta revisar una vez más lo que su colorinche tabla, aparentemente decía, y volver a hablar con toda decisión.

—Sí, si lo es.

—¡NO, NO LO ES! —Rugió ahora molesta— ¿Quien se cree usted para decirme quien o que es o no es mío? ¡Ni si quiera me conoce!

La mujer ahora rió, con expresión picarona.

—Me disculpo, querida. Mi nombre en Sheena, astróloga y vidente. Y te aclaro, que no soy yo quien lo dice, son los astros. Yo nada más te transmito lo que dicen los astros.

—¿Eres una bruja? —comentó Mikasa con ironía, y algo parecido a la burla.

—Los ignorantes nos llaman así.

Mikasa soltó una carcajada como muy rara vez lo hacía.

—No eres la primera ni la última seguramente, que se ría de las cosas que dicen los astros. Y te aseguro, que tampoco eres la primera ni la última que se rectifica al final, cuando comprenden el verdadero significado del destino.

Sin parar de reír y con una expresión de boba incrédula, la chica continuó.

—¿Entonces? ¿Adivina el futuro? ¿Su tablita mágica le dice que me casaré con… —de repente cambió su cara a una más tímida antes de pronunciar el nombre, el que optó por omitir— con mi sargento?

—¿Cómo crees que sé tu nombre o el de Levi?

La chica abrió un poco más lo ojos de lo normal. Tenía un buen punto, pero se rehusaba a creer que esa vieja bruja de verdad pudiera ver cosas al estilo la bola de cristal de los libros de cuentos de Armin. Tenía que ser una broma o algo así.

—No sé, como usted dijo, hay muchas formas de averiguar nombres. Lo que le quiero dejar claro es que no tengo ninguna relación ni unión sentimental hacia ese pitufo sin bronceado, y nunca la tendré— le aclaró con exagerada convicción en sus palabras.

La dueña de la tiendo la miró fijamente por varios minutos y finalmente suspiró, llegando a una conclusión.

—Comprendo. Ahora sé por qué has venido.

—¿Cómo dice?

—Mikasa, querida, ¿tienes idea de a qué me dedico?

—¿Hace brujerías? —mencionó como burla.

—No— contestó seria. —Hago encantamientos.

—¿Puede trasformar la tierra en chocolate? No pruebo uno desde que tenía seis años.

La señora suspiró cansada.

—Veo que eres bastante escéptica con respecto a estas cuestiones.

Realista, ¿no le parece mejor?

—Mis encantamientos son reales, querida. Pero mis servicios requieren una paga. Si no tienes nada, puedes pagarme cuando haya cumplido con mi tarea.

—¿Perdón? ¿Qué tarea? ¿Qué servicio esta insinuando que debo contratar?

La claridad en tus ojos. La capacidad de ver más allá de las cosas superficiales que te rodean. El despojo de las nubes de incertidumbre que nublan tu visión. Sólo así lograrás dejar atrás tu ceguera voluntaria, y dejarte guiar por tu destino. Y yo puedo ayudarte.

—¿Ayudarme a qué? ¿Qué destino? ¿Casarme con Levi acaso? —comentó con sarcasmo.

La vidente asintió con toda seguridad, y Mikasa rodó los ojos.

—Sé exactamente lo que puedo hacer contigo, no será difícil.

Mikasa la miró enarcando una ceja, a la expectativa de algún comentario cuerdo que sabía que nunca llegaría.

—Para lograr que abras tus ojos y tu alma, cinco ilusiones son necesarias. Con ellas, verás el mismo mundo de todos los días, desde otras perspectivas, y comprenderás mejor el lugar donde te encuentras .

—Aham… ¿y usted espera que yo le pague por hacerme gualicho? —preguntó aún con sarcasmo.

—Cuando veas el resultado, ni si quiera hará falta que yo te reclame la paga. Tú te sentirás en la necesidad de dármela.

—WOW… Okey… Ya entendí. Suficientes locuras por hoy— Mikasa afirmó sus bolsas de nuevo a la espalda y se dio la vuelta para salir de la tienda.

—Vuelve cuando quieras si tienes más consultas, querida.

—Sí, sí, seguro, señora. Gracias por todo— saludó con un atisbo entre irónico y cortés.

Afuera, Levi esperaba parado en medio de sendero por el que minutos antes lo había visto alejarse, con una tremenda cara de pocos amigos.

—¿De divertiste?

—Dijiste que me esperarías en el cuartel— le respondió seria.

—¿No sabes diferenciar la verdad del sarcasmo?

—¿Eso crees?

—Vámonos, ya se está haciendo de noche. Más te vale que no tenga que volver a buscarte una vez más.

—Nadie te lo pidió.


Cuando la noche calló por completo en el cuartel, cada recluta ya estaba en su lugar del comedor, compartiendo la cena con sus amigos y compañeros. El bullicio era monstruoso, pero no era difícilmente acallado, sobre todo para un soldado como Erwin, comandante de intimidante presencia, cuya voz en alto crispaba a cualquier cadete.

—¡Escúchenme todos! En menos de una semana la policía militar estará aquí para realizar su inspección pactada. Su misión: encontrar pruebas suficientes de que le Legión es inútil e innecesaria, y presentar cargos contra nosotros para disolverla. Nuestra misión: impedir que eso ocurra. ¿Soy claro? Yo y mis colegas haremos todo lo que esté a la mano para salir victoriosos de este conflicto interno, pero espero de cada uno de ustedes que también dé lo mejor de sí. ¿Tengo su palabra?

—¡Sí señor! —gritaron todos al unísono, de pie en sus lugares y con los puños en los pechos.

—Pueden continuar con su comida, que les sea de provecho, y buena suerte a todos.

Mikasa se sentó nuevamente tras el saludo formal. Continuó entonces con lo que venía haciendo desde que puso su plato de sopa frente a ella: revolverla sin siquiera probarla. La miraba girar junto con sus pedacitos de zanahoria ensimismada.

—¿Qué pasa Mikasa? ¿No tienes hambre? ¿Puedo tomar tu sopa? Si no la quieres… —se apresuró Sasha como de costumbre.

—Adelante— la chica le empujó su plata hasta dejárselo bajo su cara expectante.

—¿No vas a comer nada? —le cuestionó Eren.

Ella negó. Su cabeza estaba demasiado abarrotada con pensamientos incoherentes que no la llevaban a ningún lado, como para tener hambre.

Se levantó de su lugar.

Si me disculpan, me iré a dormir, he tenido un día pesado.

—Ah, claro.

—Que descanses, Mikasa— la saludó Armin.


Caminó por los silenciosos y solitarios pasillos del cuartel hasta las habitaciones de las reclutas, convenciéndose a sí misma de que ningún sentido tenía desperdiciar valiosa capacidad mental en locuras como la brujería o las maldiciones.

¿Había usado esa palabra? La vieja astróloga…

No, no. Era otra. Había usado otro nombre. También dudaba de que la astrología tuviera algo que ver con la brujería. Pero no era la más instruida en el tema como para comparar. Francamente, no sabía nada de nada.

Se dio cuenta, recién con su liviano pijama de verano y envuelta en sus cómodas sabanas, que no podía seguir dándole vueltas a asunto, o de lo contrario no se podría dormir.

El asunto era simple: no volvería jamás a ver a esa vieja loca. Tan simple como eso: si no estaba de acuerdo en consumar el trato, ella no podría hacerle ninguna macumba. Pretender que lo vivido horas antes, era solo producto de un delirio colectivo.

Tranquilidad…

Lo mejor que Mikasa experimentó concibiendo el sueño. Su mente ahora podía estar relajada. Su cuerpo en paz.

El merecido sueño que necesitaba luego de ese largo día.