Capitulo I : El comienzo
Las tragedias griegas hablaban del destino inexorable. De cómo los dioses jugaban con los mortales como si fueran títeres. Después de tanto tiempo se puede asegurar que la maldad de las personas no tiene límite.
Hace 4 años…
-'A muy poca gente conozco de verdad, y de muy pocos tengo un buen concepto. Cuanto más conozco el mundo, más me desagrada, y el tiempo me confirma mi creencia en la inconsistencia del carácter humano y en lo poco que se puede fiar de las apariencias de bondad o inteligencia' - Escribía Rachel Berry en su cuaderno como parte del curso de Literatura.
Rachel era una joven becada, recién llegada al liberal mundo de Los Ángeles; en el Internado Mckinley; había vivido parte de su actual vida en Ohio. Pero a raíz de la pérdida de su padre, su madre había optado por echarle parte de la culpa de ello a su pequeña hija. Con el pasar de los años ella había perdido total esperanza en que su talentosa madre se sintiera orgullosa de ella por ende decidió tomar esta beca como un escape.
No conocía a nadie ahí, pero eso no era lo peor según ella.
-Lo peor sin duda es ser becada en un mundo de niñas ricas – fue su última frase al final de su ensayo
Como primer día de su nueva vida, decidió olvidar el libro de su siguiente clase, teniendo que ir a buscarlo a su dormitorio para poder ingresar a la otra aula. Claro, con el único inconveniente que si la encontraban camino hacia allá le pondrían una amonestación, simple reglas, pero difíciles para alguien que es nuevo ahí.
-Nueva y sin amigos, ¿Qué podría ser peor? – pensó al momento que se dirigía rápidamente a la búsqueda de su libro.
Lo único que separa los dormitorios de los salones es un pequeño parque con una fuente en el miedo, quizás fue el nerviosismo o su torpeza quien desato una cadena de sucesos de nunca acabar.
Fue en ese momento que encontró al amor de su vida, ahí empapada en aquella fuente, ella la ayudo, esa chica con esos ojos como la noche, con esa sonrisa tan especial y esa imagen de chica rebelde, pero única entre todas, esa chica le robo el aliento y el corazón en tan solo 20 segundos.
No hay duda que la vida tiene sus caprichos.
Ahí realmente comenzó toda esta historia que nadie sabrá como terminara
-¿Estas bien? – se había quedado hipnotizada mirando a la chica de la fuente
-Sí, esta... estoy bien – no sabía dónde esconderse, esos ojos como la noche no dejaban de mirarla con tanta dulzura
Me alegro, disculpa que no me haya presentado soy Santana L… soy San – le sonrió, no quería mencionar su apellido, siempre que lo hacía, las chicas la trataban distinto y no quería que eso pasara con ese bello ángel de ojos color miel.
Mucho gusto San, soy Rachel– al igual que Santana. Para Rachel no era importante mencionar su apellido.
Eres nueva ¿no? jamás te había visto – dijo intentado recordar si la había visto antes - será mejor que te lleve a tu dormitorio o no te dejaran pasar así a tu clase – menciono al final
Cierto – mirándose – estoy hecha un desastre, pero no quiero robarte más tiempo seguro tienes que ir a tu salón.
La verdad no – rascándose la cabeza – recién acabo de llegar y solo fui a mi dormitorio a dejar mis cosas y salí a dar una vuelta la verdad no pensaba encontrar un pequeño ángel
Gracias – sonrojándose – vamos-dijo caminando delante de Santana para guiarla.
Ese efecto le había dado risa a Santana. No pensaba de mala manera sobre Rachel había quedado encantada con su forma de ser la sentía diferente al resto de chicas que asistía a ese sitio.
Mientras iban caminando con Rachel se quedó pensando por un momento en su familia. Realmente los extrañaba mucho, pero tenía que asistir cada año para poder lograr obtener un buen lugar en la vida real.
Todo el mundo decía que ella era muy parecida a su padre en la manera de ser, pero en lo físico no se parecía a ninguno. Su madre siempre le decía: Has sacado los rasgos latinos de la familia de tu padre lo cual era cierto. La relación con ellos era perfecta aunque no viera mucho a su padre por su trabajo, él lograba darle aunque sea un poco tiempo en sus vacaciones de verano. Con su madre no era diferente sin lugar a duda, ella era su adoración.
Eran prácticamente una familia modelo.
Cursaba su penúltimo año en la secundaria después de ellos decidiría si trabajaría con su papá en sus empresas o estudiara para orientarse mejor, aún no lo decidía. A pesar de tener 16 años había sido adelanta un grado. En su corta edad se preguntaba que era el amor y cuando llegaría esa persona que pusiera su mundo de cabeza, pero todavía no llegaba y tampoco aceleraba ese momento. Siempre decía que sería único.
Sus padres sabían de sus preferencias, la habían aceptado esperando que escogiera a alguien de la misma clase económica que ellos, pero la vida le estaba poniendo enfrente a alguien que le estaba prohibido.
Lo prohibido es mil veces mejor – termino de pensar antes de llegar a una puerta de color caoba igual que las demás, pero diferente por el número: Trecientos dieciocho. Era su habitación.
Miro a Rachel y se dio cuenta que ese año no sería igual a los demás.
-Después de todo, esta vez, solo esta vez ame al destino – pensaron lo mismo al mirarse y sonreírse como dos niñas pequeñas que habían conseguido lo que tanto querían.
