Los tenues rayos de sol se colaban por el gran ventanal de su habitación, algo habitual y que solía molestar a Félix dada su aversión natural a cualquier tipo de luz. Además de que el gato dentro de él ansiaba quedarse dentro de la comodidad de sus sábanas y almohadas un rato más a pesar de que su alarma ya llevaba un tiempo sonando; era hora de levantarse.

Sin embargo, ese día sentía menos aversión contra la luminosidad que parecía acariciar las facciones de su rostro, sintiéndose más descansado de lo que recordaba haberse sentido en mucho tiempo, ¿quizá había tenido un buen sueño? No lo sabía y poco le importaba, se sentía bien.

Con esa resolución decidió levantarse y dirigirse a su baño privado, decidido a lavarse los dientes y el rostro para luego empezar a arreglar su cabello en aquel prolijo peinado al que estaba tan acostumbrado.

Empezó a pasar el peine un par de veces sobre su cabeza antes de sentir un apestoso olor a Camembert inundar el lugar, no era necesario ver el reflejo del pequeño ser flotante para saber quién había entrado al lugar para hacerle compañía.

Se podía considerar como su rutina, el rubio se 'acicalaba', como solía decir Plagg, mientras el kwami terminaba de despertar antes de empezar a comer todo el queso que se encontrara al alcance de sus patitas. Después restregaría su tan preciado manjar en la cara del adolescente, esperando que entrara en razón y entendiera lo maravilloso de aquel alimento, aunque Félix sabía que solo lo hacía para molestarlo.

Lo que el de ojos azules no esperaba esa mañana era que el pequeño ser de la mala suerte volara directo a él, observando el reflejo de su rostro mientras jalaba el cuello de su camisa con urgencia y decía su nombre una y otra vez, sin descanso.

—¡Plagg! ¿Qué diablos te pasa? —respondió molesto, el gato negro solía actuar extraño, pero eso era nuevo.

—¡¿Qué es eso que tienes en la cara?! —gritó el kwami, alarmando de inmediato al rubio que empalideció.

Ni siquiera lo pensó, empezó a restregar su rostro con fuerza hasta que recordó que tenía un espejo frente a él, comenzó a inspeccionarse detenidamente, moviendo la cabeza en distintas posiciones, esperando encontrar aquello que había puesto a Plagg en ese extraño estado de alerta, sin éxito.

—Pero, ¿qué...? ¡Plagg! No me asustes así, yo no veo nada mal —concluyó inflando su ego de paso, pensando que era solo una jugarreta más de su querido kwami.

—¡Te digo que estaba ahí! —replicó testarudo mientras volvía a tomar un mordisco de su queso, sin preocuparse porque estuviera hablando con la boca llena y que eso solía molestar al rubio de sobremanera —Era algo que no te había visto, ¡jamás! —dramatizó el pequeño con grandes y preocupados ojos —Justo en esta área —puso una de sus patitas en la comisura de su boca —Hizo que tus labios se curvaran, así —dijo para levantar la comisura de los labios del chico, formando una media sonrisa.

Félix, quien había estado atento a cada una de las palabras y acciones de Plagg, sintió cómo un tic se empezaba a formar en su ojo izquierdo al por fin comprender lo que estaba pasando, molesto dio una palmada, mandando a volar al místico ser al otro lado del baño antes de volver a su tarea y terminar así de arreglarse antes de salir.

—Se llama sonrisa, Plagg –dijo entre dientes y con un claro tono molesto en su voz.

—¿Así es como tú sonríes? ¡Era aterrador! ¿Cómo rayos puedes ser modelo? —respondió el kwami para luego salir volando a toda prisa fuera del baño, riendo jovial mientras dejaba atrás a un Félix furioso.

Cuando finalmente estuvo listo, el rubio se dirigió hacia su escritorio y tomó sus pertenencias, comió su desayuno y subió al auto que lo llevaría a recibir sus clases del día.

En el camino no pudo evitar perderse un poco en la imagen cambiante que su ventana le regalaba; la gente caminaba por las aceras, los autos de colores parecían dar mayor vida a aquella ciudad tan hermosa, el cielo azul y despejado le brindaba una inesperada paz y los sonidos que usualmente le parecían irritantes, hoy tenían cierto tono nostálgico que le sacaban una media sonrisa; cómo cuando se enteraba de una buena noticia en su niñez, o cuando encontraba un libro nuevo en la biblioteca que le ofrecía una lectura limpia, refrescante y diferente a cualquier cosa que hubiera leído antes.

Se sentía tan...

Ya había llegado al instituto antes de que pudiera darle nombre a ese extraño sentimiento o para siquiera intentar analizar la razón de esa emoción.

Se bajó del auto, agradeció a su chofer y subió las escaleras que lo llevaban a la entrada y finalmente a su salón de clases.

Recibió algunos saludos, los cuales devolvió con cortesía ante la mirada sorprendida de sus compañeros; se sentó en su lugar asignado y se mantuvo atento a las diferentes lecciones de esa mañana. Sin embargo, se encontró con una nueva sorpresa, las clases no fueron muy diferentes al resto, pero tampoco se habían sentido tediosas como en otros días.

Se le hizo bastante normal y monótona; claro, hasta que salió para el descanso y se encontró a la causa usual de su mal humor vigilando la puerta seguramente esperándolo, con su gran sonrisa y los ojos brillantes que la caracterizaban.

—¡Buenos días, Félix! —saludó animada mientras seguía los pasos del contrario que se encaminaba por los pasillos sin poner demasiada atención a su cercanía —No te vi en la entrada hoy, vine algo tarde, pero quería igual desearte un muy buen día.

No pudo evitar suspirar con desgano, estos solían se los momentos en los que Bridgette se tomaba el tiempo de hablarle y contarle todo tipo de trivialidades que solía ignorar mientras caminaban juntos por el instituto o ella lo acompañaba a comer algo en las bancas del patio; no era algo que considerara como su parte favorita del día, pero tampoco buscaba alguna forma para evitar que pasara.

Supuso que sería otro día como los anteriores, pero cuando sintió a la azabache desacelerar el paso a su lado, él también lo hizo, de forma inconsciente. Volteó a verla para asegurarse de que siguiera ahí, encontrándose con sus orbes azules; parecía sorprendida por algo, pero él no entendió por qué, quiso preguntarle, pero ella solo le sonrió como siempre antes de volver a caminar, esta vez, seguida por él.

El día siguió su curso con nuevos sucesos extraños, pues las nuevas clases habían traído consigo algunos trabajos grupales en los que, para variar y para su propia sorpresa, se entendió de maravilla con sus compañeros de equipo.

Realmente estaba teniendo un muy buen día y aunque el cielo sabía que eso era más que bienvenido en una vida como la suya, no podía evitar preguntarse si todo aquello estaba vincula al sentimiento que había tenido en la mañana.

Intento restarle importancia cuando la última campanada sonó, el día escolar había concluido; recogió sus cosas con calma para después salir a los pasillos, volteando por inercia a los alrededores, cómo si algo le faltara o quizás...

—¿Buscando a tu novia? —interrumpió la línea de sus pensamientos el pequeño kwami, que se asomaba desde el interior de su chaleco.

—No sé de qué hablas —respondió casi de inmediato, acelerando sus pasos hasta la biblioteca.

—Ah, ¿no? Por un momento pensé que buscabas a esa niña ruidosa y de linda sonrisa que siempre te espera afuera del salón para acompañarte a la entrada —comentó el gato con sorna —Si me lo preguntas, podría bien quitarle el trabajo a tu guardaespaldas en cualquier momento.

—Silencio, Plagg —murmuró Félix sin querer darle pie a más conversación.

Cuando por fin llegó a su destino dejó sus cosas en una de las mesas y comenzó a pasar por los estantes para buscar algo interesante que leer.

Luego de unos minutos se encontró indeciso entre dos novelas de terror clásicas, fue entonces cuando escuchó un fuerte sonido en el fondo de la biblioteca; alerta y preparado por si habría necesidad de transformarse en Chat Noir, caminó sigiloso hasta donde creyó haber escuchado el estruendo, colocándose detrás de un estante y observando desde ahí lo que sucedía.

Abrió los ojos de golpe cuando la vio, Bridgette estaba en cuclillas, recolectando y apilando varios libros gruesos que le recordaban a los que solían utilizar en Física el año anterior, probablemente tendría algo que ver con los exámenes de la semana siguiente.

Dio un último vistazo a la chica para asegurarse de que se encontraba bien antes de irse, dando un suspiro de alivio, que no le pareció más que un reflejo involuntario por la adrenalina que circulaba su cuerpo al pensar que era un riesgo real y no un incidente menor.

Tomó sus cosas, olvidando su encrucijada con los libros a favor de retirarse. La sensación de vacío en su interior regresó, quizás por el cambio radical que sus planes habían tenido para esa tarde.

Logró escuchar un tenue murmullo de Plagg, algo parecido a "vaya tsundere", pero la sola idea de que el kwami haya pronunciado algo como eso, era ridícula. Alejó la idea de su mente, probablemente el gato negro no había dicho nada y solo había sido uno de sus extraños ronquidos.

Ya en su habitación, no le quedó más que repasar para las evaluaciones que estaban a la vuelta de la esquina, no es que lo necesitara demasiado, pero tampoco tenía algo más que hacer. Se mantuvo así un par de horas hasta que decidió que una siesta le haría bien, por alguna razón la idea de dormir le parecía más tentadora que nunca.

Cómo si se tratara de esa rutinaria acción la razón de todo.

El resto de la semana fue bastante parecida a ese día, se levantaba de un mejor humor, se llevaba bien con sus compañeros y ni los trabajos más absurdos podían ponerlo de mal humor como solía suceder. Aunque, si era sincero consigo mismo, había cierta sensación de soledad que lo acompañaba también, no sabía a qué atribuírselo o por qué debería importarle si había pasado la mayor parte de su vida solo.

Pero cada vez que salía del salón, caminaba por los pasillos, se sentaba en una banca en los descansos o hacía cualquier cosa, percatándose de que no había nadie ahí, sentía una incomodidad en su pecho que lo hacía volver al humor normal que lo hacían Félix.

El fin de semana fue aún peor, como si no estar en el Colegio de alguna forma lo hiciera más consciente de lo solo que se encontraba en su habitación, sin el agitado ambiente escolar, sin ruidos molestos, sin una compañía que le sonriera, sin nada.

Como si fuera una nueva especie de soledad.

Pasó por alto aquella extraña sensación, manteniéndose lo más ocupado que le era posible con esperanzas de que el asunto fuera más llevadero. No lo fue.

Finalmente el lunes llegó, uno que comenzó de la peor forma tras una discusión con su padre acerca de su rendimiento académico (el cual era perfecto, pero "podía ser mejor"), para luego tener que tolerar a sus compañeros que ese día parecían más molestos que nunca. Tal parecía que la suerte se había esfumado.

Las clases de la mañana pasaron de forma tan lenta que en un par de ocasiones estuvo a punto de salir por la puerta sin decir nada y no regresar, no podía concentrarse y esa punzada en su pecho solo lograba intensificarse con el paso de las horas, el fin de semana le había afectado mucho.

No fue hasta que la campana que anunciaba la hora de almuerzo sonó que se sintió más aliviado de lo que se había sentido en días, tomó sus cosas y salió rumbo a la cafetería cerca del colegio; no le apetecía comer en casa ese día y por alguna razón se le antojaba una tarta dulce, de esas coloridas llenas de fruta que usualmente no se molestaría en comer, pero que entonces parecía algo que no solo su cuerpo necesitaba probar, sino que todo su ser anhelaba tener.

Hizo su orden en cuanto llegó, pidiendo su postre e ignorando las burlas de Plagg al respecto, acompañándolo con un café amargo para que, a su parecer, todo se equilibrara mejor.

Algo dulce y algo amargo, complementándose a la perfección, casi como...

La campanilla de la entrada sonó, llamando su atención hacia la puerta para darse cuenta de que una persona a la que sentía que no había visto en mucho tiempo entró.

Bridgette cargaba en sus manos varios libros que parecían pesados, tropezando con sus propios pies en su apuro por entrar al mismo tiempo que detenía la puerta para sí misma y una señora mayor que iba detrás; logró mantener el equilibrio a último momento, soltando un suspiro de alivio y sonriendo de la forma como solo ella solía hacerlo, ubicándose en una de las mesas cercanas y empezando a acomodar todas sus cosas en la superficie sin notar la obvia cara de desagrado de la mesera cuando lo único que pidió fue un batido de fresa a cambio de todo el espacio que ocupó.

Eso le sacó una sonrisa involuntaria, que trató de ocultar tomando un sorbo de su café en cuánto se dio cuenta de la forma como Plagg lo miraba.

—¿Divertido, muchacho? —Quiso saber el gato negro.

—Ahora no, Plagg —Félix tomó una de las fresas que decoraban su pastel y la introdujo en la boca del gato negro que masculló entre dientes después de tragar la fruta roja.

Las clases siguientes fueron igual o peor que las de la mañana, haciéndole perder su temperamento en más de una ocasión cuando alguien le pedía pasar algún papel o le pedía prestado algo en el salón. No quería ser rudo, pero realmente no estaba de humor para nada.

Al llegar a casa no pudo evitar bufar ligeramente molesto, consciente de que la tarde se evaporaría en un segundo cuando se sentara en el escritorio de su habitación; debía realizar un ensayo de 10 páginas que les encomendó la profesora de Historia, la misma que había agendado el examen parcial para el día siguiente.

No es que le preocupara la materia, era perfectamente consciente de sus capacidades; el problema radicaba en que pocas cosas le molestaban más que esas inútiles tareas que solo buscaban reafirmar sus conocimientos, ya que él no las necesitaba. Después de todo, Nathalie era una excelente profesora particular. Pero claro, la mala suerte lo seguía y como muestra de ello había terminado como un alumno en ese extraño Colegio.

Necesitas aprender a interactuar con los demás, o al menos, a controlar sus instintos lo suficiente para mantener la cordialidad sin que su temperamento le ganara la jugada cada vez. Recordaba a la perfección cómo había recriminado a su padre cuando le dio la noticia de su ingreso en el Françoise Dupont, donde una de sus obligaciones era entregar cualquier trabajo que le pidieran, por más estúpido que fuera a favor de sus evaluaciones. Había sido una broma del destino en su contra en ese entonces, aunque ahora se sentía algo diferente, no dejaba de tener desventajas que no se encontraría de haber continuado con su educación privada en los confines de su casa.

Revisó su agenda, notando los cálculos y el reporte de la práctica de Física que de igual manera debía entregar al día siguiente, trabajo práctico con un gran porcentaje en su nota final.

No estaba seguro de si los profesores eran crueles o solo despistados. Aunque no podía negar que parte de la culpa era suya, que había dejado que las tareas se acumularán en el escritorio desde la semana anterior. Quizás él también era un poco despistado.

Ese último pensamiento lo hizo sonreír, pues a su mente llegó la silueta de aquella chica que parecía la representación perfecta de la desorientación.

Por alguna razón imaginaba a Bridgette en su misma situación, sentada en el escritorio de su habitación -seguramente rosa-, con el ceño ligeramente fruncido mientras repasaba para algún examen tardío y con algo de música de fondo. Quizás escuchando Padam Padam o alguna otra canción de Edtih Piaf que sabía de primera mano que le gustaba a la azabache. Era difícil no ponerle atención cuando tarareaba en los pasillos del Colegio, pensando que nadie la escuchaba.

La imagen era tan nítida en su cerebro, que estaba seguro de que podría ser parte de ella con tan solo cerrar los ojos. La sonrisa en su rostro se agrandó ante aquella posibilidad, provocando que Félix se volviera consciente del hilo de sus pensamientos y que en un segundo su cuerpo se tensara, mientras que una corriente eléctrica recorría su columna.

Su cuerpo se tensó en un segundo, abrió los ojos de manera exagerada y sintió una corriente eléctrica recorriendo su columna.

Eso no estaba pasando.

Agitó la cabeza de un lado a otro, intentando desechar aquella idea tan absurda.

¡Era ilógico! Él no podía estar... ¿o sí? ¡Por supuesto que no!

Restregó su mano contra su rostro, esperando que con ello desaparecieran aquellas ideas absurdas, porque era eso lo que era, una idea absurda que no tenía pies ni cabeza como para tomarla en serio. Seguro era presa de los últimos acontecimientos, porque lo más extraño que podría pasarle era justamente eso.

Tomó el podómetro del escritorio, giró la rueda que permitiría activar su mecanismo y empezó a escribir aquel tonto trabajo de Historia, después haría el trabajo de la práctica y daría un repaso general para el examen. Le resultaba cansino tener que repasar algo que sabía perfectamente, pero cualquier cosa era mejor que dar paso a esas ideas raras que ahora rondaban en su cabeza.

Al día siguiente la magia se evaporaría; la luz volvería a hacer que retumbara su cabeza, la imagen en movimiento que le brindaba la ventana de auto dejaría de ser hermosa, asentiría con la cabeza el saludo de sus compañeros y el dulce aperitivo quedaría de lado, todo con el fin de ir a la biblioteca y caminar al estante de literatura clásica donde tomaría el libro de Dante. Un recorrido por los siete círculos del infierno debería bastar para olvidar lo ilógico del asunto.

Sin embargo, las cosas no salieron como Félix esperaba, el podómetro dejó de sonar y él seguía ahí, frente al documento en blanco y con la cabeza hecha un lío; pensando en el pelo negro, la tez blanca, los labios rosados y sus bellos ojos.

Una nueva sonrisa apareció en su rostro, provocando que las ganas de gritar se acumularan en su cabeza. Podía aceptar que Bridgette era una chica linda, pero de eso a pensar en algo más... era una completa tontería.

—¿En qué piensas? —Preguntó burlón el gato negro, provocando que el rostro de Félix se calentara.

—En nada importante —Se apresuró a decir, incómodo.

—¿En serio? – replicó el contrario, viéndolo de forma que le hacía sentir como si lo estuviera analizando- Yo no estaría tan seguro. Te quedaste ahí sin hacer nada durante mucho tiempo, yo diría que en definitiva pensabas en algo importante... o quizás en alguien.

—Pla...

—Sí, primero tenías esa mirada enojada que siempre pones cuando estudias algo nuevo —Continuó parloteando, ignorando lo que el chico tenía que decir —Después te pusiste blanco, ¡como el papel! —Explicó flotando alrededor de las hojas de papel que descansaban sobre el escritorio —¿En qué pensabas? —insistió —Cuéntale a tu amigo Plagg.

—Yo... —Félix tuvo que tragar duro antes de continuar, sin saber cómo evadir el tema dado al shock inicial —Estaba pensando en Bridgette.

—Oh, claro, la niña de sonrisa encantadora. ¿Sabes? Por un momento pensé que irías a ayudarla cuando se le cayeron los libros encima. Ahora te arrepientes, ¿no? Te arrepientes de no ayudarla a levantarse.

—N-no, no es eso.

—Ah, entonces pensabas en lo agradable que es. A mí me parece admirable, mira que soportarte a la hora del almuerzo cuando no tiene necesidad. Yo estoy obligado a hacerlo, pero ella...

—No pensaba en eso —atinó a decir, tan ofuscado estaba que ni siquiera notó la burla del gato que se limitaba a flotar a su alrededor, estudiándolo con mayor detenimiento esta vez.

—¿En lo atenta qué es? —preguntó nuevamente —¿No te molestó que la señora no le agradeciera en la cafetería? ¡Esta juventud ya no sabe de modales!

—No, eso no.

—¿Quieres iluminarme? ¿Qué te tiene tan extraño?

—Creo —Replicó, como si fuera una teoría demasiado osada para ser real —Creo que me gusta Bridgette.

El flash proveniente del teléfono celular chocó contra el rostro del adolescente, que se giró para ver al gato negro que ahora le mostraba la pantalla del aparato electrónico.

—El momento de la revelación —apuntó antes de echarse a reír a carcajada suelta —Por todos los kwamis, pensé que nunca ibas a darte cuenta.

—¿Qué? – preguntó perplejo- Tú... ¿lo sabias?

—¡Por supuesto que sí! ¿O a qué le atribuías tu buen humor? Si te pasas las noches balbuceando su nombre. ¡Sin dejarme dormir!

—¡Debo hacer mi tarea! —Reprochó tomando de nueva cuenta el podómetro entre sus manos para activarlo y empezar a escribir. Intentando concentrarse en el tic-tac del mecanismo y no en la risa del gato que continuaba observando la fotografía que había tomado.

La noche llegó y Félix no podía evitar girar de un lado a otro de la cama hasta que por fin se durmió, observando lo que no pensó imaginar jamás dentro de sus sueños.

Podía verla en una de las áreas verdes del colegio, rodeada de algunos de sus compañeros que escuchaban atentamente algo que no llegaba a los oídos del adolescente, pero no importaba, todo lo que necesitaba era verla ahí, ligeramente nerviosa mientras procuraba hablar en un tono de voz lo suficientemente alto y claro para que nadie se perdiera a la mitad de su explicación.

Tan gentil, tan inocente, tan hermosa.

Bridgette.

Abrió los ojos, con el corazón latiendo acelerado, la boca ligeramente seca y el rostro acalorado. Todo cobró sentido, pero eso no significaba que estuviera dispuesto a aceptarlo.

Se levantó de un tirón de la cama, lavó su rostro con rudeza y se preparó para iniciar su rutina. No fue hasta que se encontraba impecablemente vestido que la alarma sonó, permitiendo que el rubio se diera cuenta de lo temprano que se había levantado.

—¿Impaciente por ver a tu chica? —Bromeó el kwami a pesar de la mirada de pocos amigos que Félix tenía en esos momentos.

—Limitada tu dotación de queso por un mes —se limitó a decir antes de salir de la habitación en busca de su desayuno.

—¿Qué? ¡No puedes hacer eso! – replicó indignado el contrario, sin llegar a los oídos de Félix su reproche.

Ese día en el Colegio fue toda una odisea, apenas bajó del automóvil notó la presencia de Bridgette en la entrada del Colegio, esperándolo.

—¡Buenos días Félix! —Saludó emocionada —Quería desearte suerte en el último examen de este período.

—Con permiso Bridgette —Contestó con poca delicadeza, pasando a un lado de la chica mientras que se apresuraba a llegar a su salón donde de nueva cuenta ignoró a sus compañeros de clase, intentando hacer oídos sordos sobre los comentarios dirigidos a sus abruptos cambios de humor.

Como si alguno de ellos entendiera lo desesperante que era su situación, que parecía incapaz de desaparecer de su mente.

¿Cómo debería sentirse sabiendo que se había enamorado de su acosadora? Provocando que algo en su estómago se agitara y una sonrisa involuntaria apareciera cada vez que bajaba la guardia. No podía tener peor suerte.

A la hora del receso no pudo evitar tensarse ante la cercanía de la chica, que ese día había decidido no decir ni una palabra como solía hacer. En su lugar, estaba sentada frente a él, analizándolo de arriba abajo con sus bellos ojos azules que tenían un deje de preocupación.

—¿Te sientes bien Félix? Creo que tienes fiebre —dijo la fémina por fin, intentando tocar el rostro masculino para asegurarse de su estado.

—¡Estoy bien! —gritó al tiempo que se hacía para atrás, dispuesto a no ser tocado por la chica.

—¿Hay algún problema? —quiso saber la chica que se encontraba confundida.

—Es que me gus... —empezó a decir el rubio, que abrió los ojos de sobremanera al caer en cuenta de lo que estaba a punto de decir —...taría que te alejaras —Tomó sus cosas y se levantó sin darle tiempo a contestar.

Aquello hizo que la segunda ronda de clases fuera peor que la anterior.

Porque ahora no solo estaba de mal humor, también se sentía culpable por haber actuado de aquella manera con Bridgette, quien solo quería mostrarle que estaba preocupada por él, como siempre.

¿Qué había hecho para merecer la atención de aquella chica? No lo sabía, pero muy dentro de él estaba feliz de que así fuera, razón por la cual, luego de darle vueltas en su cabeza, tomó una decisión, a pesar de aún no ser capaz de aceptar sus sentimientos.

Después de todo, no podía ser tan malo dejarse llevar.

—Bridgette —la llamó cuando la vio caminando a la salida, cabizbaja.

La chica se giró hasta quedar frente a él, inclinando la cabeza ligeramente ante la intriga de su llamado. Aquel gesto fue suficiente para que Félix sintiera su rostro sonrojarse de nueva cuenta.

—Hoy pensaba ir al cine —alzó la invitación sin saber muy bien cómo proceder, perdiéndose en la forma en que la azabache entrecerraba los ojos, como si algo no cuadrara en su mente ante lo que él dijo.

—No deberías de salir si te sientes enfermo, sería mejor que te quedes en casa y descanses —Félix se puso tenso, buscando otro modo de expresarse para que no hubiera más malentendidos.

—No estoy enfermo Bridgette —le aseguró, a pesar de la mirada inquisitiva que la chica le ofrecía —Están por quitar de cartelera una película que de verdad quiero ver.

—Oh, ¿crees que tu guardaespaldas también quiera verla? Sería una catástrofe que de sientas mal en el cine.

—¿Cuántas veces debo decirlo? – bufó exasperado de la situación, realmente le estaba costando decirlo y ella no se lo hacía más fácil- ¡Quiero que vayas conmigo al cine, tonta!

Un balde de agua fría cayó sobre el adolescente al analizar sus propias palabras, dejó de respirar por unos segundos, esperando el reclamo de la chica frente a él, plenamente consciente de que había cometido un error y que Bridgette no desearía verlo ni en pintura.

Su padre tenía razón, ¡no sabía tratar con los demás! ¿Cómo se le ocurría llamar tonta a la chica a quien le estaba pidiendo una cita? Era un idiota, lo había echado a perder.

Idiota y mil veces idiota...

—¿A qué hora deberíamos vernos? – la voz de la chica interrumpió su reclamo mental, sorprendiéndolo en el acto.

—¿Qué?

—Para la película, Félix —la azabache lo observó, sonrojada.

No lo podía creer, ¿había escuchado bien? Pero pensó que...

—Te recogeré a las siete —atinó a decir, antes de salir corriendo al vehículo que ya lo esperaba en la entrada principal.

—¿Sabes? Vas a tener que dejar de huir si quieres salir con ella – dijo su kwami en cuanto se encontraron a solas.

—No sé qué acabo de hacer Plagg.

—Bueno, nunca sabes lo que haces.

El gato negro se escondió nuevamente, dejando a Félix solo con sus pensamientos.

Volteó hacia su ventana, donde la vista del cielo le brindaba una enorme paz, los autos avivaban la hermosa París, junto a las personas que caminaban por la acera y él no podía evitar cuestionarse lo bella que podía volverse la rutinaria escena ahora que era consciente de sus sentimientos.

gracias por leer, votar y comentar.

Este trabajo fue escrito en conjunto con ArkeielRake.

Un regalo de cumpleaños de parte del lado más rosa de nuestro corazón (bueno, el mío y supongo que algún lugar recóndito entre las sombras de Rake) paraLadyDoptera en wattpad, esperamos que te guste mucho.

¡Muchas felicidades hermosa! Que todos tus sueños se hagan realidad y te doten de mucho PV mientras ;)