Summary: Alice quiere que Edward lleve a Isabella al baile. Bella es muy tímida; y Edward asegura que no sabe bailar, entonces Alice se propone enseñarle. Ella no entiende cómo su hermano no puede moverse al song, si es capaz de sacarle semejantes melodías al piano. Así que prepara una estrategia para tener a su mejor amiga y a su hermano entrelazando sus vidas paso a paso.
PASO a PASO
-¿Qué quieres decir con paso a paso? -Pierdo el tono de la voz en el instante que veo a la duendecilla que, exasperada, toma esa postura tan suya, esa de llevarse las manos a la cintura como diciendo: alto ahí; fuertemente gira los ojos y tensa los músculos de la mandíbula.
¿Alguna vez se han preguntado cómo es eso posible? Ya saben, ¿la cosa esa de que mientras mantienes los párpados abiertos, poner los ojos en blanco? Yo desde luego que sí. ¿Cómo no hacerlo con ella tan cerca de todo en mi vida, todo el día, todos los días? Les aseguro que es sorprendente verlo en Alice, me pregunto si lo ensayará ante el espejo. La piel de mis brazos se eriza, lo mismo que en el cuello; y a la vez, el ardor de enojo en las mejillas… No se hagan. ¡Como si fuera solo yo quien se fija en ese tipo de cosas! No me trago la posibilidad que ustedes no lo hagan, sé que saben lo que trato de decir.
-No quiero que te eches atrás, Edward. -Ahora soy yo quien hace eso de rodar los ojos, no tan cercano a como ella lo hace, desde luego. Levanta las manos en ese gesto universal que me gusta tan poco, las sostiene en alto unos segundos y las deja caer con violencia, en lo que se gira, dándome la espalda y alejándose muy al estilo Alice Cullen, Brandon Cullen o Cullen Brandon, como prefieran-. Esto no termina aquí. Como que me llamo… -Escucho cómo se pierde rápidamente la voz de su rabieta. ¡Lo que tiene que aguantar un hermano!, o lo que tengo que aguantar como su hermano. Tampoco es que quiero generalizar, por ahí han de existir unos hermanos geniales que entienden a sus hermanas de manera genial.
¿Cómo es eso de paso a paso? ¿Qué se supone que quiere decirme? Ahora soy quien eleva las manos. No la entiendo. De verdad que cada vez la entiendo menos.
Cuando alguien hace una pregunta sencilla, es de esperar obtener una respuesta sencilla, ¿no? Pues al parecer la norma no se puede aplicar a Alice. Al parecer ella se puede clasificar como «la excepción a la regla», prefiero decir que a casi todas las reglas. No quiero perder la esperanza de ser yo la excepción de alguna buena regla de alguien. No me juzguen, solo soy yo. Les reto a intentar ser el hermano o la hermana de mi hermana por cinco años. O tres. O uno y medio, seis meses que fuera.
Puede que las mujeres entre mujeres se entiendan mejor de lo que hacemos o podríamos hacer nosotros. Entiéndase por nosotros, a esos seres con la testosterona por las nubes. También los reto, o mejor dicho: las reto, a intentar vivir con la testosterona por las nubes, a ver qué tan bien lo podrían hacer. Conste que tampoco estoy insinuando que no podrían, sé que suelen ser muy capaces para un montón de cosas, que yo no me atrevería a intentar o a imaginar. Y conste que no quiero decir que los hombres estén por sobre las mujeres, o las mujeres por sobre los hombres; entiéndase que hablo también de inteligencia y todo eso. Sé que me entienden, aunque yo mismo estoy hecho un lío ya mismo. No quiero, ni tengo tiempo para darle más vueltas a ello. No me malinterpreten, sé que es un tema importante y sensible, pero necesito un minuto o dos. También nosotros ocupamos echar mano a la intimidad y tranquilidad de la soledad.
Llego a la estancia, y siento la atracción magnética antes de ver el piano de cola, que dejé atrás hace rato para ir con Alice. Me distraigo ligeramente, gesticulo con la cabeza en negación, y me olvido de todo para sumergirme en las teclas y los sonidos. El tiempo transcurre llevándose la tensión de los músculos y disgusto. ¿Cómo harán los hombres que no descubren cómo ahuyentar los demonios? Conste que no quiero decir que Alice sea un demonio, aunque podría ser. No le digan que lo he pensado.
Escucho que llaman a la puerta, mi hermana corre cargando la estancia con sus propios tonos musicales, esos que produce al ritmo de la carrerilla de sus pequeños pasitos, todo por ser la que llegue de primero a la puerta y abrir. ¿Cómo le aguantan las agujas de los zapatos? O mejor dicho, ¿cómo no se parte un hueso al obligarse a subirse y mantenerse sobre tales zapatos?
Veo a Isabella que entra a la estancia, tímida, como de costumbre. El cabello no le cuelga hoy sobre el rostro, lo ha atado y puedo disfrutar de su rubor y lo suave de sus facciones. Es hermosa. Cada día es como si fuera más hermosa. Y esto no creo que se pueda comparar con eso que hacen las madres, cuando miran y se expresan de sus recién nacidos -y no tan recién nacidos-; vamos, que la madre es madre desde que da a luz y por toda su vida o la vida de su hijo, niño o niña, sin importar la edad. Tampoco me digan que solo yo se pregunta, cómo es que ven tan hermosos a esos pequeños seres, que no se ven tan hermosos. O porqué estos escalofríos nos azotan cada que algo parece que nos desconcierta o realmente no nos gusta del todo.
Regresando a lo que me apetece lo más importante. Isabella. Mi hermana la arrastra a su habitación, supongo; y desde mi ángulo, detallo el pantalón de mezclilla y la camiseta de algodón rosa chillón que parece abrazarla. Sin duda eso es obra de Alice.
Regreso a lo mío, como si no deseara que Isabella Swan fuera mi asunto.
Dejo que mis dedos retomen a placer las teclas blancas y negras que hay delante de mí; no lo pienso, solo dejo que fluyan por donde quieran. Y así me pierdo de nuevo, sin contemplación del tiempo.
Algunas ideas quieren renegarse de tomar su lugar, el lugar que quiero darles en mi mente; casi todas han dejado de perturbarme y esperan el momento en que me dedique a ellas. Pero Isabella Swan, la propuesta de mi hermana de enseñarme a bailar y que yo acepte decirle a Isabella que me acompañe; como si no deseara ser yo y solo yo quien la invite a todo en la vida. No sé qué sería de mí si ella decidiera ir con alguien más al baile, o a lo que fuera que fuera. Pensar en ello no es una opción, así que sigo tratando de controlar el flujo de ideas sobre ella, del cúmulo que me invade. Lo bueno, las nuevas melodías que han fluido y visto la luz durante la intensa lucha interna. También sé que saben de lo que hablo.
Sé que sucumbiré del todo a los deseos de mi hermana, como de costumbre. Ambos sabemos el poco esfuerzo que le ha costado convencerme para llegar a este punto; y de aquí a que hable con Isabella, le costará mucho menos. Lo no tan bueno, es pasar por la tortura de aprender a bailar, como le llama Alice a eso que intenta hacer conmigo. No se imaginan lo que es lidiar todos los días -mañana y tarde, varias horas cada vez-, con las prácticas que nos ha impuesto; porque ella también ha tomado de su tiempo, esfuerzo y más. Pese a eso, es una tortura, sin importar que ella disfrute infinitamente. Vamos, estamos hablando de todos los días. To-dos los días, horas y horas de su: un, dos, tres; un, dos, tres; un, dos, tres, cuatro…
No, no, no. Sé que por más que trate de poner en palabras la situación, me quedaría muy corto y aún sin poder expresarme; así que no lo haré. Me limito a decir que todo empezó hace poco más de dos semanas, una semana antes que se hiciera el anuncio oficial. Sé que algunos han estado interesados e intentando que diga que sí, e Isabella sigue sin aceptar ir al baile. Le doy todos los méritos a Isabella, pero desde fuera, el que mi hermana tenga a Isabella de mejor amiga, es intimidante también. Gracias, Alice.
Escucho murmullos ininteligibles que deben de provenir del cuarto de mi hermana, paro la oreja cuando escucho la voz o las risas de Isabella, intentando seguir en lo mío. Y les recuerdo que tengo el pleno interés de que ella sea formalmente mi interés. Lo que quiere decir, es que yo aprenda a bailar, y ella diga que sí. Que diga que sí a todas las preguntas formales que sueño en hacerle. No piensen mal, todas ellas son preguntas honorables.
Antes nunca tuve una motivación real. Sí que he visto a mi familia, a las tres parejas, haciendo lo suyo con el baile; aunque no creí posible el que yo también me sumara, y desde luego no me refiero a hacerlo solo, me refiero a ser cuatro parejas, y a que sea con ella. Isabella Swan. Y conociendo a mi hermana como la conozco, así como se está metiendo de lleno en enseñarme, ha de estar haciendo lo suyo con ella; pobre Isabella. Una serie de escalofríos me recorren intensamente ante qué torturas estará afrontando. ¿Ven lo que les digo sobre los escalofríos?
Dos días y varias horas más de ese mareante, un, dos, tres; un, dos, tres; un, dos, tres, cuatro… Por fin escucho las palabras que ponen punto final a esta parte de la tortura, y lo digo porque mi hermana nunca dejará de ser mi hermana, por más que podría intentarlo.
-¡Perfecto! ¡Ves que sí! Ya estás listo, hermano. –Alice salta y aplaude a medida que dice cada palabra, cargada de energía, y en lo que regresa de bajar el volumen a la música. Me quedo casi en blanco, porque no lo puedo creer, no puedo creer que ahora pueda bailar, que la misión de mi hermana, y la mía también, esté marchando a paso firme. Tiemblo ante el siguiente punto en la lista: pedirle a Isabella que vaya al baile conmigo. Y las palmaditas de Alice en mi espalda me regresa al presente-. Vamos, vamos.
-¿Vamos? -pregunto un tanto temeroso ante las posibilidades y el rostro inyectado, de la que ha sido mi «instructora de baile», y se está transformando en verdugo.
-Sí, sí. Vamos, hermano. Lo más difícil era que descubrieras que puedes bailar, ahora viene lo más sencillo: ve y pregúntale. Y yo quiero estar cerca, para darle ánimo a ambos. -Sí, claro-. Sé que ella también quiere que lo hagas, no es que me lo haya dicho o lo haya dejado ver, pero lo sé. Recuerda, Edward, nunca apuestes contra mí -dice lo último con un guiño de ojo, y sigue tratando de moverme hacia la puerta, o hacia la casa Swan. Y vuelven a recorrerme los escalofríos.
¿Ven lo que les quiero decir con que no necesita rogarme mucho? Estoy conduciendo tras el volante del Volvo, en dirección a Forks; no estoy muy lejos. Y digo estoy, porque no permití que mi hermana se saliera del todo con las suyas. Me costó que se bajara del Volvo, y agradezco que al final accediera, créanme que no fue fácil, pero sí lo mejor. Esto es algo de lo mucho que se debe hacer solo en la vida.
…
Si quieren que les cuente cómo fue, hay cosas que quiero reservar para Isabella y para mí. No les contaré todo paso a paso, o los detalles más íntimos -y no hablo de aspectos sexosos, porque de esos no hay en esta historia; al menos no de manera pública o en este momento-, no. Aunque sí de lo normal, en lo sexual sea dicho, esos vinieron después de pasar por un altar. Vamos, no me vean así, ya sabían que soy achapado a la antigua, si no que lo diga Stephenie; sí, esa misma. Si quieren de esos otros, pueden cerciorarse de que he desarrollado, sin proponérmelo, una gran cantidad de álteres; que le pregunten a Grey, o a papi, por ejemplo; sin embargo, yo prefiero que busquen a Kopján, aunque este último podría ser más el de Momoa que de mí mismo, y no tan sexoso como los dos primeros, pero bueno, es uno de mis favoritos.
Como no soy una persona tan tremendamente egoísta como muchos me han pintado, les diré que aceptó y me obsequió la más hermosa de las sonrisas. Sin importar que estaba un tanto sudoroso, y pálido a raíz del esfuerzo que me requirió dar la entonación y seguridad correcta a las palabras, esas que serían el vórtice de mi vida, una vida con Isabella o sin ella. Entiendo, es lógico que a algunos nos cuesta más que a otros, y no es que me esté justificando, no; lo importante es echar para adelante. Y me entienden quienes han sufrido en carne propia los temblores en las piernas, o las incómodas mariposas en el estómago y el que no encuentra la voz; o tras planear detalladamente qué dirá, cuando es el momento, se queda en blanco. No estamos aquí para hablar de eso, ¿verdad? Me refiero a lo que me refiero; desde luego que no entraré en ese tipo de detalles.
Lo bueno, que dijo que sí, esa y a prácticamente todo lo que vino con el tiempo.
Si se preguntan cómo estuvo el baile, ella estaba hermosa, radiante. Bailamos cada canción que ella quiso; y ahora que lo pienso, en ningún momento me acordé de Alice o sus lecciones de baile. Otro escalofrío.
Lo interesante, es que todavía al día siguiente, me dolía el rostro de tanto sonreír; me dolía incluso después que la regresé a su casa. Y les aseguro que sonreía incluso mientras dormía. Porque también sé que saben lo que digo, porque si me dicen honestamente que no lo han experimentado alguna vez, vamos que te falta mucho por vivir. Luego me cuentan.
El tiempo pasa sin darte cuenta cuando se la pasa bien, y yo la paso más que bien aprendiendo a compartir mi día a día a su lado. No todos los días son color de rosa, no, desde luego que no; pero la tengo a ella, y ella me tiene a mí; juntos nos apoyamos, decidimos y avanzamos. Ese es uno de los mayores placeres de la vida, compartirte todo con la persona apropiada, la única; compartirte en cuerpo, alma y todo eso; tus cosas buenas y las no tan buenas, dando y recibiendo, pidiendo y cediendo. Suena complicado, mas cuando estás con quien debes estar, es como respirar. No lo piensas, solo lo haces, y lo haces de corazón, con gusto y ya. Vamos, que esto no es una utopía, sé que muchos saben que sí es posible vivir así.
Para no hacer la historia más larga, luego del baile y que acabara la secundaria, de que aceptara ser mi novia y luego nos casáramos; planeamos ir a la universidad y fuimos, trabajamos duro y lo cumplimos, nos graduamos; y en medio de todo esto, pusimos en marcha el negocio familiar que deseábamos, y fuimos avanzando paso a paso. Ya les había comentado que no iría describiendo detalles, ¿recuerdan?
Queríamos estar el uno cerca del otro, y poder estar ahí juntos cuando vinieran los hijos. Porque esperábamos sí poderlos tener. Ambos concordamos desde el inicio que, no siempre querer es suficiente, cuando se refiere a los niños, y dejamos que fuera lo que tuviera que ser. Mientras estábamos en la universidad, estaba bien; cuando empezábamos con el negocio, estaba bien. Los años han pasado desde las lecciones de baile de mi hermana y todo aquello, y ha estado bien. Los niños no han querido llegar todavía, y no está mal, ahí afuera hay gran cantidad de niños que desean la seguridad, el respeto y la estabilidad que Isabella y yo sabemos que somos capaces de dar; y cuando sea el momento decidiremos, de momento disfrutamos de estar así, de tener las noches y fines de semana enteramente para nosotros dos solos, y de tanto en tanto con nuestras familias.
En la última semana, Isabella no ha estado tan bien de salud como quisiera, y me asusta un poquito, la verdad. Cuando quieres como la quiero, no piensas en que algo malo le pueda pasar o te pueda pasar. Sin más, el peor de los temores que ha venido a rondarme con su delicada salud, ha sido la posibilidad que eso me pase a mí, y dejarla sola a cargo de todo o de mí mismo; aunque me esfuerzo por ser el fuerte, al menos ante lo que está por venir.
Isabella no mejora, y nos estamos dirigiendo al médico que ha atendido a mi familia por años. Tenemos cita, así que al llegar, somos atendidos sin demora. El médico pronto nos ofrece un diagnóstico, uno que nos sorprende tanto a ella como a mí, nos pone esas sonrisas bobaliconas en los labios, y me hace olvidar lo que no debí haber estado pensando, y replantearme todo de nuevo, llenándonos de ilusión, alegría y una pizca un tanto irregular de temor.
Isabella y yo estamos embarazados. No me miren de nuevo así, el que sea un hombre achapado a la antigua no me quita que pueda sentirme parte de ese embarazo, que igual tendré mucho trabajo por delante: que los antojos, que mimar a mi esposa y su vientre en crecimiento, que apoyarla y cuidarla más todavía… Ven como sí. Además, muchos hombres experimentan los achaques o náuseas, como quieran llamarlos.
Esa misma noche, mientras nos acomodamos para ir a descansar, tomo a Isabella de la cintura y la atraigo a mí para sentirla entre los brazos, y mirarla a los ojos. Respiro profundo y rompo el silencio.
-Sé que hemos conversado mucho sobre esto de los niños, y ahora que estamos aquí, me estoy planteando cómo haremos -digo, con un sinfín de inseguridades y temores queriendo poseerme.
-Paso a paso, amor. Paso a paso.
Una risita surge de los recuerdos de un pasado no muy lejano, un pasado tortuoso, previo a las muchas preguntas que he puesto voz y de las cuales he tenido solo sí de parte de la más hermosa de las mujeres, de la mujer que hoy es mi esposa. Ahora caigo en cuenta que todo depende de quién y cómo te lo digan, ahí está el detalle importante que he aprendido junto a ella. Y estoy completamente dispuesto a vivir la vida paso a paso, a su lado. Y sobre lo de las adopciones, es un tema que no está cerrado, todo lo contrario. En cuanto nos acomodemos, sé que nuestra familia crecerá aún más. Tampoco importa la edad, el sexo o la cantidad. Sabemos que no queremos una familia pequeña, por lo que lo demás lo veremos cuando llegue el momento.
-Paso a paso, solo contigo, amor -susurro contra sus labios
-Siempre -agrega depositando su mano en mi mejilla, y acercando su boca a la mía.
-Siempre -repito, cerrando el espacio para encontrar su boca.
