… camine y camine hasta que me di cuenta de que inevitablemente, estaba perdida. Sin importarme mucho, ya que esto pasaba casi a diario por lo que estaba acostumbrada, camine sin prisas en la dirección que, creía, era la correcta. Pero, como era obvio, estaba equivocada. En vez de llegar a casa me encontré en el risco más alto que había visto jamás. Así que mire hacia el cielo y trate de ubicar al sol - lo había visto en un programa de supervivencia – pero el jodido sol estaba cubierto por espesas nubes de tormenta. Mire mi teléfono y no tenía señal así que comencé a sentir los primeros hilos de pánico arrastrarse por mi espina dorsal.
Con las rodillas y los codos doloridos raspados por las numerosas caídas que había sufrido en el camino hasta acá, contemple con horror como en poco tiempo todo estuvo oscuro, con la llegada del anochecer el cielo se despejo dejándome ver la luna y las estrellas, era una vista supremamente hermosa.
Teniendo un choque de sabiondez me senté lo más alejada de la orilla como pude sabiendo que con mi suerte si remanecía de pie terminaría cayendo. Con el pasar de los minutos termine recostándome y finalmente, en contra de mi voluntad, durmiéndome. Volví a la conciencia tiempo después al escuchar un ruido cerca de mí, peligrosa y terroríficamente cerca de mí. No abrí los ojos por miedo a lo que me acechaba, en vez de eso agudice mis oídos para escuchar mejor. Pasos… ruidos amortiguados por el césped que se dirigían directamente hacia mí. Abrí los ojos de golpe al sentirle justo a mi lado y me incorpore. Para mi total alivio no había nadie, deje salir lenta mente un aliento que no era consiente de haber estado conteniendo. Debe haber sido mi imaginación… Unos minutos más tarde volví a escuchar el mismo ruido sordo y me tense.
¡Hola, ¿hay alguien hay?! – grite - ¿Alguien? Estoy perdida… Por favor, alguien…
Las palabras se quedaron atascadas en mi garganta al ver a un lobo gigante salir de atrás de un árbol haciéndome retroceder lo suficiente para resbalar por el borde del acantilado, mientras caía no le quite los ojos de encima al lobo que en un parpadeo se convirtió en un hombre, un hombre guapísimo. Con cabellos largos y lacios que le llegaban a la mitad del muslo, una cara pecaminosamente hermosa y perfecta, ojos como los del lobo: rojos y de un azul verdoso oscuro que parecían resplandecer en la oscuridad de la noche, iba sin camisa así mostrando su espectacular pecho, hombros anchos, amplio pecho, brazos fuertes y musculosos, todo junto a unos abdominales que le quitaron el aliento ya que eran como mirar la más apetitosa barra de chocolate. Moviéndose como un mero borrón me agarro de la cintura y me subió con facilidad pegándome a su pecho y logrando que el calor subiera a mi rostro dejándolo rojo, unos segundos pasaron hasta que pude controlarme y comenzar a forcejear para que él me soltara pero era inútil. Por más que lo intentaba no parecía siquiera notar que me retorcía, él daba la impresión de estar en un trance, pero pronto me miro a los ojos y retrocedió hasta quedar lejos de la orilla hay me soltó y se alejó. Seguramente creyendo que con otro susto caería de nuevo. Me di cuenta, con horror, que un momento sus ojos rojo y azul-verdoso escalofriantes y al siguiente eran de un dorado profundo vacíos de cualquier emoción.
Me le quede mirando embelesada por la sublime perfección de su aspecto. Con una piel tan pálida que contrastaba aún más el color intenso se sus ojos. Pase mirándolo minutos enteros y al parecer el hacía igual con migo solo que su expresión no transmitía nada a diferencia de la mía que, estaba segura, mostraba todo el asombro que sentía.
Destilaba tanto poder y fuerza que me sorprendía el que me tocara con tal exquisita suavidad y delicadeza. Llevaba unos vaqueros negros y unas botas de combate así mismo negras, que le daban un aspecto peligroso pero muy sexi. Estaba como para comérselo entero y no dejar ni una migaja… en sus lujuriosos labios se dibujó una sonrisa cómplice como si pudiera escuchar mis pensamientos.
Soy Sessomaru, Sessomaru No Taisho. Y tú debes ser Kagome Higurashi ¿no? – la voz de él era profunda en lo que estiraba la mano derecha cortésmente y hacia una leve reverencia sin apartar sus ojos de los míos. –. Disculpa por asustarte, pasaba por aquí y te escuche pedir ayuda, así que decidí venir… justo a tiempo por lo que veo.
Era tan alto que tenía que inclinar la cabeza un poco para mirarlo a los ojos, por lo menos 1.98 metros de altura… fascinante. Yo medía 1.75 metros con los zapatos que calzaba habitualmente y por ende casi ningún chico podía alegar ser más alto que yo… era una lástima ya que no me gustaban los enanos. Por unos instantes no pude decir nada, su melodiosa voz me había dejado pasmada.
¿No dirás nada? – añadió el adonis frente a mí -. Está bien, pero puedo llevarla a su casa, señorita – ofreció educadamente.
Pe… perdón, estaba… pensando. Me llamo Kagome… pero creo que ya lo sabias, lo que no se es el ¿por qué? – respondí estrechando su mano.
Usted y su madre son la última noticia en la cuidad. Todos hablan de la hermosa señorita y su madre que se mudaron a la casa del bosque. – me respondió rápida-o nerviosa-mente.
Su voz era hipnótica podría pasarme todo el día escuchándola…
Esto… gracias por salvarme, supongo. Siempre eh sido un poco torpe, es como si todo se me atravesara, hasta mis propios pies. – asegure avergonzada.
No se preocupe, señorita, para mí es un placer poder ayudarla – tranquilizo con una sonrisa amable en el rostro -. Entonces, vámonos señori…
Por favor, no me llame "señorita" dígame Kagome – le ordene.
Muy bien "Kagome" la acompaño a su casa – y señalo con la mano la dirección correcta.
Sí, gracias. Llevo horas perdida.
Lo se…
