Supongo que la excusa más simple es: este es mi primer Scorbus. Mi idea original era tratar varios episodios y relaciones sobre la tercera generación (literalmente 15 personajes o más, una locura) pero, por arte de magia, se convirtió en lo que es, centralizado en estos dos personajes que he aprendido a amar poco a poco.

Está de más decir que el universo de Harry Potter y sus personajes no me pertenecen, sino a la maravillosa J.K Rowling.

¡Espero que lo disfruten!

-m.s.b


Tercer Año I

Hacía prácticamente media hora que Scorpius estaba sentado en la misma posición sobre el sofá, en silencio. A su lado Cordelia no paraba de hablar, luchando por mantener su larga cabellera castaña en algún tipo de peinado que pudiese durar más de cinco minutos; y a cada momento el chico se preguntaba cómo demonios ellos podían ser familia. Todo lo que ella decía le sonaba como murmullos indescifrables, tan solo asentía de vez en cuando, cada que ella tocaba su hombro – posiblemente preguntando si estaba siguiendo la historia.

– ¿Scorpius? – inquirió la castaña, sacándolo de su monólogo interno.

– ¿Ah? – espetó el chico, confundido, alzando la mirada para ver la expresión de su prima.

– Te pregunté qué opinabas. – sonrió ella.

– ¿Opinar de qué? – exigió, asumiendo que ella debió darse cuenta de que no la estaba oyendo.

– No estabas escuchándome. – afirmó ella. – ¿Alguna vez te interesa algo que no seas tú mismo? Sé sincero.

– Sinceramente no. – Scorpius esbozó una enorme sonrisa burlona y fijó sus ojos en los de la chica. – ¿Feliz? – Cordelia quedó en silencio, frunciendo el ceño al ver que la sonrisa no desaparecía. – Sabía que ibas a entenderlo. – le dio unas palmaditas en el hombro, guiñó un ojo y se marchó hacia su cuarto. Ni siquiera se molestó en intentar comprender las quejas y reclamos que hacía ella desde donde estaba sentada, caminó con la cabeza en alto, peinando torpemente su melena rubia.

Subió las escaleras sintiendo ese cosquilleo de satisfacción que venía cuando había dado una buena respuesta a una pregunta estúpida. Entró al cuarto, se sentó sobre la cama y, lentamente, se quitó los zapatos y la corbata, antes de recostarse.

Lo pensó. Quizás deshacerse de todas las personas que tuvo que soportar en primer y segundo año no podía ser tan malo después de todo, no tendría que lidiar con los asuntos insípidos de nadie, solo los propios; sin embargo sabía, en el fondo, que no había seguridad de que pudiera soportar los siguientes seis años en soledad ¿o sí? Aunque… suponía que debía haber alguien al menos mínimamente interesante entre tantos estudiantes que habitaban el colegio, algún día hallaría a alguien… o no.

Una figura entró al cuarto casi tan rápido que le causó un susto. Llegó hasta el otro lado del cuarto y abrió un enorme baúl que Scorpius no había notado al entrar. Era un chico, claro, tenía el cabello oscuro y estaba arrodillado pasando cosas de la caja a la cama mientras murmuraba entre dientes.

– Disculpa… tú no eres Dylan. – afirmó Scorpius, sentándose sobre la cama.

Él otro chico no se inmutó, continuó con lo que hacía, ahora maldiciendo en voz baja, sacando una por una diferentes cosas del baúl, como si buscara algo. El rubio se puso de pie y alzó la voz, pero no hubo respuesta, el muchacho simplemente estaba absorto en lo que hacía. Tuvo que acercarse, no podía soportarlo: caminó hacia él y colocó una mano en su hombro, haciéndolo saltar, casi de manera nerviosa.

– ¿Qué? – espetó secamente el chico justo antes de voltearse.

– ¿Potter?

Pareció una pregunta pero fue más una afirmación, no podía ser nadie más, el hijo de Harry Potter, con el cabello azabache y los ojos verdes, igual que esa fotografía que había en la oficina de McGonagall.

– ¿Necesitas algo o ya puedo continuar? – inquirió Albus monótonamente.

– ¿Qué haces aquí? Este no es tu cuarto. – respondió Scorpius.

– Pues ahora sí lo es, evidentemente. – señaló el chico. – ¿Algo más?

Scorpius negó con un gesto, mirando al vacío, y de inmediato vio al azabache sumergirse en el baúl nuevamente.

Debió estar más de veinte minutos así, quitando cosas y apilándolas junto a la cama. Él lo observó desde el otro lado, mientras fingía ordenar sus corbatas y calcetines. Siempre supo que había algo raro en ese chico, todo el mundo lo decía desde primer año porque no hablaba con nadie que no fuera su hermana, jamás se unía a grupos de estudio, y cuando debía realizar tareas con alguien más decidía hacerlo por su cuenta y dividir el crédito; siempre que lo veía caminar por los pasillos iba cabizbajo y murmurando para sí mismo, lo cual no ayudaba a esa imagen casi fantasmagórica que todos se habían formado de él. Sin duda a Scorpius eso le causaba curiosidad, se preguntaba si se habría caído de la cama de pequeño, o si al gran niño que vivió se le había escapado alguno de los tornillos de su hijo de en medio; deseaba saber qué era lo que tanto hablaba consigo mismo.

Finalmente Albus se puso de pie en silencio y metió algo a su bolsillo antes de salir de la habitación prácticamente corriendo. El rubio lo siguió con la mirada asomando la cabeza fuera del umbral de la puerta. Esperó algunos segundos y se dirigió directamente a la pila de objetos que había dejado desordenados por el suelo alrededor del baúl; allí había todo tipo de cosas, como mapas encantados del Reino Unido, tazas de té con temperatura, un millón de suéteres con la letra A bordada en ellos, infinitas botellas minúsculas llenas de quién sabe qué, y unos cuantos objetos metálicos como sortijas, abrecartas y monedas de distintos países. Se preguntaba ¿quién llevaría todo eso al colegio? En realidad ¿con qué propósito? Ni siquiera estaba seguro de querer saberlo.

Para cuando Scorpius decidió alejarse de la ostentosa pila de curiosidades ya había estado un largo rato. Se volvió hacia su cama y se recostó mirando el techo. Se preguntaba qué habría sigo lo que Potter estaba buscando con tanta desesperación, seguramente otra de esas cosas extrañas e innecesarias… pero ¿qué cosa extraña e innecesaria?

-0-

Scorpius atravesaba a paso seguro la longitud del Gran Comedor, sin poder todavía distinguir si estaba satisfecho o si había comido demasiado y no podría dormir; Dylan veía solo pocos pasos detrás de él conversando con unas chicas de segundo.

– ¡Malfoy! – el chico detuvo a Scorpius apoyando una mano sobre su hombro. – ¿Sabes algo sobre el baúl que apareció en nuestro cuarto?

– Ahora lo preguntas. – bufó el rubio, casi con ironía. – Es de Albus Potter.

– ¿Potter? ¿Él no estaba con Hodge y Perkins? – preguntó una chica rubia detrás de él.

– Pues ya no. – respondió Scorpius volteándose nuevamente para seguir caminando.

Dylan aceleró el paso para alcanzarlo, mientras que las chicas se quedaron atrás. Caminaron uno al lado del otro un largo rato en silencio, y eso tranquilizó bastante a Scorpius; si ya la mayoría de las personas le parecían un fastidio con verlas una vez al día, convivir con alguien no le agradaba para nada, y no es que Dylan fuese particularmente ruidoso, o molesto, pero sencillamente no tenía interés en ser su amigo.

– ¿De verdad pusieron a Potter con nosotros? – inquirió el otro chico, mientras bajaban las escaleras.

– ¿Alguna vez, en los pasados tres años, he hecho bromas o he dicho mentiras? – replicó el rubio, casi ofendido.

– Buen punto. – confirmó Dylan. – ¿No se supone que es un completo fenómeno? Esto va a estar rarísimo…

– Ve y descúbrelo. – espetó Scorpius cuando la entrada de la Sala Común los dejó pasar.

La Sala de Slytherin siempre tenía ese tinte lúgubre que hacía que se sintiera en casa; de hecho, se parecía mucho a la parte superior de su casa: libreros y muebles de caoba oscura, cortinas y tapizados de terciopelo verde y negro, unas cuantas mesas de ajedrez y un juego de sofás con una pequeña mesa donde se servía el té.

Los dos muchachos cruzaron directo hacia las escaleras y avanzaron en silencio hasta la habitación. Albus Potter se encontraba sentado sobre la cama al final del cuarto, mirando un punto ciego en la pared en silencio; Scorpius y Dylan se dedicaron mutuamente una mirada confundida, pero no prestaron demasiada atención. Ni bien el rubio se sentó sobre su cama y comenzó a quitarse los zapatos notó que Albus se caminaba hacia él, levanto la vista para mirarlo, el otro se quedó parado unos segundos sin decir nada.

– ¿Necesitas algo, Potter? – inquirió Scorpius.

Pareció que el azabache lo dudó unos segundos antes de hablar, movía los labios como si ensayara lo que estaba a punto de decir.

– Estuviste tocando mis cosas. – afirmó finalmente. – ¿Por qué?

– Yo no estuve tocando tus cosas. – mintió el rubio.

– Claro que sí. – contestó Albus. – No había nadie más aquí.

– Dylan vive aquí…

Ambos miraron hacia la cama de en medio, Dylan se quedó en silencio unos segundos.

– Yo no he estado aquí en todo el día, amigo. – replicó mirando al rubio.

– ¿Por qué tocaría tus cosas? No es como si me interesara. – intervino Scorpius, nervioso.

– Vamos a pretender que dices la verdad. – respondió el otro. – Solo no lo hagas de nuevo.

Y sin siquiera haber pronunciado la última palabra regreso a su cama, lo cual a Scorpius le dio la impresión de algo casi automático, inhumano, sin duda le causó un buen susto. Intentó no pensar en ello y se recostó, todavía con la ropa puesta, por alguna razón sentía algo de miedo de ponerse de pie y vestirse. Había algo en ese chico que le daba un tinte frío a la habitación, incluso más de lo que Scorpius podía tolerar.

Las horas pasaron y él seguía despierto, ni siquiera había sido capaz de cerrar los ojos e intentar dormir, se sentía perturbado, cohibido, no entendía por qué. Recordaba la primera vez que vio a su abuelo al salir de Azkaban, Scorpius tenía solo ocho años pero en cuanto Lucius Malfoy entró a su cuarto pudo sentirlo, una presencia fría, incluso al abrazarlo le dio la sensación de que ese cuerpo no emanaba calor como el suyo o el de su padre. Su madre le había dicho que todo eso estaba en su cabeza, pero él sabía que no era así, podía sentir a las personas – de vez en cuando – y era completamente extraño y morboso, por lo cual no volvió a hablar al respecto. Había pasado mucho desde la última vez que se había sentido así de perturbado, por lo general no existían muchas cosas que lograran corromper su actitud despreocupada, y eso era lo que más le preocupaba: ¿Qué tenía el chico Potter que hacía que todo el cuarto pareciera un mausoleo?

En un momento – en el que el rubio no pudo siquiera revisar la hora en el reloj detrás de él – Albus se levantó de su cama, sin hacer ni el más mínimo sonido, y salió de la habitación tan rápido como pudo. Inevitablemente, Scorpius lo siguió. Se quedó en la parte más alta de la escalera, pudiendo verlo a penas parado en medio de la Sala Común.

Al, ¿qué sucede? – preguntó una voz femenina, cuya portadora no pudo ver.

Scorpius intentó bajar algunos escalones para verla. Cabello rojizo, pequeña de estatura, enormes ojos azules. Claro: era su hermana… ¿cómo era su nombre? No podía recordar pero recordaba haberla visto en el periódico por el aniversario de la Segunda Guerra Mágica.

Otra vez no puedes dormir, ¿cierto? – comentó la chica, sin siquiera esperar que el azabache respondiera. Ambos se sentaron en uno de los sofás de la Sala.

James se lo llevó. – susurró Albus. – ¿Por qué lo hace? ¿Quién cree que es él?

Él solo intenta ayudarte, Al… ya sabes como es. – la pelirroja acariciaba suavemente el hombro de su hermano, mientras que con la otra mano sostenía su rostro, como si necesitara asegurarse de que él la miraba.

Un idiota. – respondió el azabache.

Scorpius no pudo evitar reírse, y quizás lo hizo demasiado fuerte. Los dos hermanos se voltearon hacia la escalera donde él se encontraba, incluso pudo sentir los ojos de Albus sobre él, obligándolo a regresar a la habitación. Ni bien se puso de pie y comenzó a subir escuchó pasos acercándose, pero no se detuvo.

Fue evidente que Albus entró a la habitación solo segundos después de que Scorpius pudiera recostarse sobre la cama nuevamente. Pero el azabache no pasó de largo como él había supuesto, sino que se quedó parado al borde de su cama.

– Simplemente no. – fue todo lo que dijo.

El rubio intentó parecer dormido, se quedó en silencio con los ojos cerrados, dejando su cuerpo tan suelto como pudo, pero el otro muchacho no se movió: se acercó a la cabecera de su cama y en cuanto Scorpius abrió los ojos lo vio justo en frente de él.

– ¿Parezco estúpido? – preguntó Albus.

– La verdad es que sí. – respondió Scorpius rápidamente.

El de cabello oscuro alzó una ceja, pero su rostro no mostraba sorpresa o confusión o siquiera incredulidad, solo se quedó así y luego regresó a la expresión monótona de antes.

– ¿Algo más? – preguntó el rubio.

Albus ni siquiera respondió, lo miró unos segundos y regreso a su cama en silencio. Scorpius sintió el frío regresar a la habitación, abrumándolo por completo. Supo entonces que solo le quedaba esperar a que amaneciera y premiar su desvelo con una buena taza de café en la mañana.

-0-

Pasaban las semanas y la sensación gélida que rodeaba la presencia de Albus Potter abrumaba más y más a Scorpius. Se sentía perturbado incluso dentro de enormes salones de clases donde un montón de otros estudiantes lo separaba de Potter. Le había costado muchísimo lograr distraer su atención de aquello que parecía ser incluso más fuerte que su voluntad de mantenerse en calma; resolvió entonces observar a otras personas, pues había quedado claro que si se acercaba demasiado, Albus pronto se daba cuenta, y lo último que quería era que pensara que era tan raro como él, o peor aún que le importaba lo que hiciera.

Comenzó observando a un muchacho de cuarto, Bernard Avery; no tardó demasiado en develar cada aspecto de él, y ni siquiera tuvo que seguirlo a todas partes, las pistas estaban allí frente a su nariz. Más adelante, cuando el pobre Bernard se volvió completamente aburrido, se fijó en un chico alto y moreno de Ravenclaw; lo veía siempre en la biblioteca, aunque jamás leía: usaba las secciones aburridas – como la de Aritmancia – para ocultar sus asquerosas sesiones de besuqueo, arrastrando consigo a cualquier chica que estuviese dispuesta. Tardó un poco en descifrar su nombre, pero finalmente consiguió suponer, correctamente, que su nombre era Adam. Luego llamó su atención otro compañero de Casa, Duncan Shafiq, alto y fornido, de tez olivácea y enormes ojos azules, lo había visto antes: su padre había sido noticia unos años atrás al hacer polémicas declaraciones sobre la pureza de sangre de los Potter, lo cual le había costado caro, aunque no lo suficiente para que su hijo no fuese aceptado en Hogwarts. Duncan era temperamental y sarcástico, a Scorpius no le cabía duda de por qué había acabado en Slytherin, era una serpiente de pies a cabeza; tenía a su alrededor una especie de séquito, conformado por sus compañeros de sexto y algunas chicas de quinto que parecían caer ante él por su fachada de – lo que Scorpius llamaba – chico peligroso. Lo cierto era que lo único peligroso de este chico era su horrendo carácter de niño caprichoso, sin embargo mantuvo el interés del joven Malfoy al menos un mes completo.

El problema era que cada día debía volver a la habitación y toparse con esa suerte de invasión que significaba tener cerca a Albus. Sin importar qué tan interesante fuese su nuevo objetivo, ninguno le causaba a Scorpius una sensación tan rotunda como la que le causaba su compañero de cuarto. Aun cuando estaba ese muchacho de séptimo año, Cooper Bertrand, – que había sido el fenómeno antes de la llegaba de Potter – quien era extremadamente raro y misterioso, no podía emanar la misma frialdad, a pesar de que le causaba al rubio varios escalofríos.

-0-

Las vacaciones de Navidad estaban a solo unos pocos días y Scorpius sentía cierta calma en eso. No podía esperar para estar en casa con sus padres, poder dormir tranquilo y sin sentirse constantemente al borde de una tumba; ansiaba la sencilla cena que tenían todos los años con su tía Daphne, incluso si debía soportar a Cordelia.

En Hogwarts no era la última semana antes de Navidad sin que el profesor Longbottom realizara su tediosa y aburrida clase de reflexión, en la cual se tomaba la libertad de obligar a los estudiantes a pretender que existía algún tipo de armonía entre ellos, más aún entre las diferentes Casas a las que pertenecían. Scorpius sin duda detestaba este tipo de cosas más intensamente que sus compañeros de Slytherin. No es que él sintiera alguna clase de rivalidad u odio por las demás Casas – como era común en la época de su padre – pero realmente no sentía que hubiese ninguna clase de amistad tampoco, más bien sentía un desinterés y desprecio por las personas en general, incluso dentro de Slytherin. Sin embargo apreciaba la actitud del profesor, sentía que era el único adulto con una preocupación genuina por los estudiantes, más aún: se preocupaba genuinamente por Scorpius; cada año, el día antes de que tomara el tren a casa, lo invitaba a su oficina por una taza de té, y aunque él había aceptado solo una vez, el profesor Longbottom no dejaba de invitarlo.

Aquel día en particular, lo había interceptado justo antes de que saliera del salón, sin embargo Scorpius declinó en seguida; por mucho que sintiera que el profesor Longbottom era un buen hombre, no estaba en condiciones de hablar con ninguna persona: cada día estaba más nervioso y era incapaz de tener una conversación sin parecer un demente. El hombre aceptó su rechazo sin problemas, deseándole una feliz Navidad, y expresando sus deseos de saber qué escribiría en la tarea de resoluciones para el año nuevo.

Si lo pensaba con cuidado la única resolución que podía pensar era que Albus Potter dejara de existir por arte de magia, o que fuese enviado lejos de él por el bien de su salud mental. Quizás sería mejor no escribir eso dado que Potter era muy cercano al profesor, y eso seguramente alarmaría a más de unos cuantos adultos, y ni hablar de su madre. Podría escribir que deseaba un año próspero, buenas calificaciones, mantenerse lejos de los problemas y – tal vez – una nueva escoba; eso era lo que la mayoría de sus compañeros escribirían, nadie se atrevería a revelar si anhelaba perder su virginidad, o si sentía deseos de que algún otro estudiante desapareciera.

Probablemente escoger escribir sus "resoluciones" en la Sala Común había sido una pésima idea: habían sido alrededor de ocho o nueve de sus compañeros quienes se acercaron a preguntar, ¿cómo sabían lo que estaba haciendo? ¿Y qué les importaba de todos modos? Patético. Scorpius estaba sumamente molesto para cuando Albus Potter se sentó al otro lado de la mesa de ajedrez con su cuaderno. Al principio pensó incluso que era él quien lo estaba acosando, luego consideró que era la única mesa con un lugar libre en toda la Sala.

El azabache parecía particularmente absorto en lo que escribía, más que la mayor parte del tiempo. Scorpius intentó ignorarlo, ocuparse de sus propios asuntos, pero no era nada fácil. Pudo jurar incluso que estaba temblando de frío ¿era eso posible? Claro que no, estaba sentado junto al fuego de la chimenea, no había manera de que pasara frío.

De vez en cuando Albus alzaba la mirada hacia Scorpius, y él fingía no darse cuenta. Y para el momento en que quiso retomar lo que estaba haciendo ya había olvidado por completo qué demonios iba a escribir; en su lugar realizó dos listas:

Cosas que sabemos sobre Albus Severus Potter:
- Es
extraño aterrador.
- Posiblemente se cayó de la cuna de pequeño.
- Tiene serios problemas.
- Jamás habla con nadie que no sea su hermana.
-
Podría ser un vampiro.
- Tiene buenas calificaciones pero jamás habla en clase.
- Todos los profesores parecen perturbados por él.
- Recibe cartas de su madre cada semana
y jamás responde.
- Pasa todo su tiempo libre encerrado en la habitación.
- Casi nunca hace contacto físico con nadie (salvo sus hermanos).

Cosas que NO sabemos sobre Albus Severus Potter:
- ¿Qué demonios piensa?
- ¿Creerá que soy raro?
- ¿Sabe que su sola presencia congelaría el mismísimo infierno?
- ¿Tendrá algún tipo de relación perturbadora con su hermana?
- ¿Fue abusado de niño?
- ¿Está loco de veras?
Posiblemente.
- En serio ¿es vampiro? ¿Un muerto en vida, tal vez?
-
¿Algún día dejará de ignorar mi existencia?

-0-

Scorpius había oído a su padre decir que, antes de casarse, jamás había disfrutado realmente la Navidad. Y él lo entendía perfectamente: Astoria Malfoy hacía de las fiestas un placer sencillo, un momento de deleite, con una calma poco característica en la familia Malfoy. Cada año ella preparaba una mesa pequeña donde tan solo entraban ella, su esposo, su hijo, y la familia de su hermana – la tía Daphne, junto al tío Theodore y Cordelia. Hacía años que habían dejado de asistir a las opulentas cenas de los abuelos Malfoy debido al inmenso odio que su abuela Narcisa sentía hacia su madre, y eso en parte tranquilizaba a Scorpius enormemente.

Su padre le había prometido finalmente darle esa clase sobre vinos que tanto había estado esperando, muy a pesar de los regaños de su madre. Por su parte, su tío se había tomado unos días extra fuera de su trabajo para llevarlo a ver el último partido de los Falmouth Falcons de toda la temporada. Incluso Cordelia se estaba portando excepcionalmente bien ese año, parecía que todo lo que ella necesitaba era ser puesta en su lugar... de haber sabido antes, pensó Scorpius.

Aquella Nochebuena se encontraban todos sentados en la sala, protegidos por el calor de la chimenea, con una suave melodía de fondo y una enorme taza de chocolate caliente, ¿qué más iba a pedir? Ni siquiera había pensado en Potter en toda la semana.

Su padre y su tío charlaban en un costado, de pie junto a la ventana; incluso después de saber que habían sido amigos en su juventud, a él siempre le daba la sensación de que algo nunca estaría bien entre ellos y no podía evitar preguntarse por qué. Alguna vez su madre le había dicho que después de la guerra hubo tensiones que jamás serían disueltas, pero se disculpó por no poder ser más específica que eso. Aun así ellos actuaban de manera civilizada entre sí, incluso pasaban mucho tiempo conversando sobre el trabajo de Theodore en el Ministerio – al cual debió pagar la enorme deuda dejada por los crímenes de su desaparecido padre – y el pasatiempo de Draco en restauración de objetos mágicos inusuales; otras veces conversaban acerca de las noticias en el periódico, como esa noche, y ese era el tema favorito de Scorpius: se sentó en el sofá muy cerca de ellos, mientras debatían acerca de la nueva sesión aprobada en favor de los derechos de los hombres lobo.

– La redacción del documento era impecable. – comentó el tío Theodore. – Casi me convencen del todo.

– ¿Casi? – inquirió Draco, extrañado.

– Todo tiene sus límites. – respondió el otro hombre. – Las posiciones en el Ministerio no debieron escapársenos de las manos, jamás.

– Quizás. Pero si algo debiste aprender, Nott, es que no puedes detener el progreso.

– ¿Progreso? Yo lo llamaría barbarie.

Scorpius hizo un gesto hacia su padre, como si pidiera permiso para hablar.

– ¿No fue Remus Lupin un profesor decente, aun siendo hombre lobo? – preguntó el muchacho.

– ¿Decente? – bufó Nott. – Más bien desastroso.

Scorpius pudo notar cómo su padre rodaba los ojos en silencio, luego tomó una gran bocanada de aire y le dio a su viejo amigo una palmadita en el hombro.

– Yo creo que sin importar lo que digamos, la ley es la ley. – afirmó Draco, dando por finalizada la conversación.

Ambos hombres quedaron en silencio unos segundos.

– ¿Alguno de ustedes podría ir por los bizcochos de almendra? – intervino la señora Malfoy, acercándose a acariciar el cabello de su hijo.

– Cordelia lo hará con gusto. – comentó Theodore.

La chica castaña le dedicó a su padre una mirada disconforme, pero se puso de pie de inmediato, aunque no sin antes jalar a Scorpius con ella. Debido a su buen comportamiento, él no se opuso.

Los dos entraron en la cocina en silencio. La castaña cerró la puerta detrás de ellos y miró a Scorpius unos segundos en silencio, con una extraña expresión en el rostro, como si estuviese luchando por contener una fuerza incontenible.

– ¿Te estás muriendo o algo? – preguntó el rubio.

– ¿Escuchaste los rumores? – inquirió la chica, mientras abría la enorme alacena.

– Sé más específica, Delia. – espetó Scorpius.

– Al parecer tu compañero de cuarto causó un maravilloso escándalo anoche, durante el baile de Navidad del Ministerio. – respondió Cordelia, en voz baja.

– ¿Albus? – preguntó él.

– ¡Obviamente! – señaló ella alcanzándole el frasco con biscochos. – Tuvo un colapso nervioso o algo así, ¡fue un escándalo!

– ¿Por qué no me sorprende? – se dijo a sí mismo, aunque quizás no debió hacerlo.

– ¿Por qué lo dices? – intervino ella, bloqueando la salida de la cocina.

– Porque Potter es sumamente extraño. – afirmó el rubio.

– Sí, pero eso no quiere decir que esté loco. – comentó ella.

– Pues lo está.

– Entonces quizás termine encerrado en un hospital de por vida. – comentó Cordelia, sin moverse de donde estaba.

– ¿Por qué estamos teniendo esta conversación? Déjame salir. – espetó él.

– Podría jurar que sabes algo. – contestó ella. – Has convivido con él, ¿de veras esperas que crea que no sabes algo?

– ¿Qué podría saber yo? No me interesa en absoluto. – mintió el muchacho.

– Vamos, Scorpius, ¡escúpelo!

– ¿De veras Cordelia? Eres patética.

– Soy una persona curiosa, nada más. – respondió ella.

– La pregunta es ¿por qué te importa tanto? ¿Tu vida es tan insípida que solo puedes vivir de las desgracias ajenas?

La chica se quedó unos segundos en silencio antes de moverse a un lado para dejarlo pasar.

Justo cuando pensó que podría descansar su mente… ¿por qué ella sabía eso? Más bien ¿por qué se lo había dicho? Además del hecho de que si Cordelia pasaba demasiado tiempo sin hablar seguramente explotaría. Entonces Scorpius ya no podía evitar pensar en cuánto tiempo había estado anticipando este suceso, o quizás no ese en particular pero… sí esperaba que algún día rompiera con esa silenciosa fachada suya.

El resto de sus vacaciones fueron, sin duda, un asco. De algún modo acabó gastando más energía intentando no pensar en Albus, que haciendo cosas reales; la paranoia volvía a consumir la mayor parte de su mente, ahora no solo estaba lleno de preguntas, sino que comenzaba a sentir genuino interés, ¿era eso posible? No era preocupación, ni nada, pero de verdad la urgencia por responder a tantos interrogantes se hacía cada vez más intensa…