Robinrocks: Es casi Halloween otra vez y pensé que podría empezar antes este año, dado que este fic tendrá algunos capítulos y comenzará en noviembre/diciembre. Ah, bueno, son meses oscuros y de invierno, así que no importa.

Como el fic del año pasado, To new Mutiny, este está ligeramente basado en los diseños de Himaruya del 2010 de Halloween, aunque tomé algo de libertad con Alfred. Otra vez. (Y también con Antonio y Lovino, que creo que no tenían diseño…?)

En otras noticias, iba a escribir algo intelectual y espeluznante este año… pero entonces, en vez de eso, escribí esto. XD

Disclaimer: La historia es de Robinrocks, ella me dio permiso para traducirla. Hetalia es de Himaruya, duh. La portada de la historia la dibujé sho, I tried.

The Waning (El declive)

Parte I

"¿No es hermoso?"

Arthur Kirkland, quien (Siendo un vampiro) era algo así como un experto en este tipo de cosas, dijo afectuosamente al joven que yacía dentro del ataúd, sus blancas manos entrelazadas sobre su pecho.

"Mira," Continuó Arthur con su punto, "Incluso me preocupé de vestirlo bien para la ocasión."

Francis miró el traje azul pastel con disgusto.

"Mon ami," suspiró, mirando a Arthur inclinándose sobre el ataúd para hacer unos últimos arreglos al cuerpo, "¿Cómo digo esto?" Se aclaró la garganta. "Apesta a desesperación."

"Oh, déjame," Espetó Arthur, levantándole el dedo medio. "Quería que fuera perfecto. ¿Qué, si pudieras decirme, está mal con eso?"

Francis, flotando a un metro y algo del piso – Un habito irritante de él – miró hacia el ataúd. Parecía asqueado – Lo que Arthur pensó que era grosero, dado que los tres presentes ya estaban bien muertos.

"No puedo negar que tiene una linda cara," dijo, "y que tus elecciones fueron… impecables, pero… ¿Es esta de verdad tu idea de la perfección?"

Arthur lo miró con vigor, sus ojos verdes afilados.

"Sabes perfectamente bien que esto es para cumplir un propósito." Meneó su mano relajadamente hacia el ataúd. "Además, ¿Qué son un par de cicatrices aquí y allá?"

"¿No estás preocupado de que… se desarme?"

"¿Esa es una ofensa a mis habilidades de costura?" Arthur bufó. "No temáis."

"Oh, no temo nada. Tu eres quien volverá de su luna de miel con su marido dentro de una caja."

"Estará bien," Espetó Arthur. "Además, no habrá luna de miel. Como dije, todo esto tiene un propósito."

"Eso espero. Puede que seas feo, mon ami, pero estoy seguro de que incluso tú puedes ser capaz de encontrar a alguien que no requiera reparaciones en ningún lado."

"Tú crees." Arthur sonrió, sus afilados dientes dando un destello blanco entre la curvatura de sus labios. "Desafortunadamente, tengo un mal hábito de devorar a mis amantes." Señaló al cuerpo. "Esta es la única solución. Él ya está muerto. No tiene sangre. Es un hombre – o, bueno, varias partes de hombres." Asintió satisfecho. "Como sea, nada de él me tienta."

"Eso parece ser injusto para él," Murmuró Francis. "Y con una cara tan linda. Me pregunto dónde conseguiste su cabeza."

"Oh, uno que maté yo mismo. Me gustó como luce, más que nada de lo que vi mientras husmeaba en las morgues." Arthur hizo otro movimiento con su mano. "El resto de él son trozos de criminales y cadáveres."

Miró su reloj de oro de bolsillo, después a Francis.

"Ya es casi medianoche, fantasma inútil," dijo fríamente. "¿Vas a casarnos o qué?"

Francis negó con la cabeza hacia el cuerpo parchado que yacía dichosamente inconsciente en el ataúd.

"Me siento apenado por ti," dijo con simpatía. "No tenías mucho más que esperar."

"Oh, ya para," Arthur suspiró con impaciencia. "¡Despertará de malas conmigo y nunca obtendré lo que quiero!"

"No hay necesidad de dar rodeos conmigo," dijo Francis. "Sé qué planeas. Esta es tu oportunidad de escapar del Declive."

Arthur levantó su quijada, desafiante.

"¿Por qué no?" Preguntó amargamente. "Tengo quinientos años – lo suficientemente viejo como para ser admitido en la Corte de los Huesos, el único paraíso seguro. No es fácil para nosotros los vampiros – somos asesinados por cientos durante el Día de todos los Santos. No podemos escondernos tan fácil como ustedes los fantasmas; y los humanos creen que somos un deporte, además." Dio una sonrisa. "No tienen los golpes, crujidos y salpicaduras con un fantasma. De alguna forma se mantienen impenetrable a los bates de beisbol y los rifles de asalto. Los vampiros y los hombres lobos y las brujas son más divertidos."

"Has sobrevivido hasta ahora," Señaló Francis; aunque siniestro, callado.

"Regularmente a las expensas de otros." Arthur negó con la cabeza. "Si hay un escape, me parece tonto no tomarlo."

Francis miró detenidamente hacia el ataúd.

"A sus expensas, querrás decir"

"¿Y qué?" Arthur dio un bufido impaciente. "No le debo nada. ¡Ni siquiera está vivo!"

"No aún."

"Sí, bueno, yendo a eso…" Arthur hurgó en su bolsillo, sacando dos anillos distintos; robados, seguramente, de los rígidos dedos de sus víctimas. "Cuando termines de hacerme perder el tiempo. No he comido en tres días."

Francis rodó los ojos.

"Estoy seguro de que tengo alguna clase de dilema moral respecto a esto," murmuró. "Bueno, entonces, mon cher… ¿Listo para casarte?"

"Bastante listo." Arthur tomó un momento para esponjar su corbata y enderezar su pesada capa de terciopelo antes de acercarse al ataúd y entrelazar su mano con la de su creación parchada (y sólo Dios sabía de quién era la mano realmente.) "Continua entonces, ¡No tengo toda la noche!"

Francis sonrió secamente.

"Un placer, Arthur, como siempre."

Y así, con la luna, grande y redonda en el cielo, y bajo las manchas de los esqueletos de los arboles, Francis casó a Arthur con su excéntrico plan y les deseó lo mejor a ambos; dado que Arthur estaba teniendo problemas metiendo el anillo en el dedo de su marido cadáver.

"Seguramente está hinchado," Dijo Francis tratando de ayudar. "Los cuerpos tienden a hacer eso."

"¡Lo sé!" Dijo Arthur de mal humor, moviendo el anillo hacia adelante y hacia atrás sobre el nudillo. "¡Deja de distraerme!"

"Corta el dedo, pon el anillo de esa forma y luego lo coses."

"Por un demonio, ¡¿Dejarías de inclinarte entre mi maldito hombro?!"

"Sólo estoy tratando de ayudar."

"Bueno, no necesito tu ayuda," dijo Arthur de mal humor, logrando meter el anillo con un último golpe hacia los nudillos y abajo. Suspiró aliviado, mirando el cuerpo que comenzaba a moverse. "… Sólo necesito su ayuda."

El joven del ataúd convulsionó una o dos veces; entonces sus costillas temblaron y respiró, tosiendo, rápidamente. Arthur sonrió (Casi con cariño, pensó Francis) mientras se inclinaba hacia él, tocando su cara; y el cuerpo revivido abrió sus ojos. Eran muy azules, notó Francis, y supuso que esa había sido la razón por la que Arthur tomó su cabeza, dado que era un amante de las joyas brillantes y cosas que tuvieran sus colores.

"Buenas noches, Alfred," dijo Arthur agradablemente; el nombre elegido con gran cuidado, aunque a Francis no le importaba escuchar las razones. "…Perdóname, no sé si es apropiado decir "Bienvenido de vuelta"."

Alfred le estaba mirando fijamente con desconcierto. Se veía terriblemente desorientado, lo que no era para nada sorprendente, y Francis se encontró preguntándose si alguna vez comprendería lo que Arthur decía. Retrocedió, pareciendo asustado, cuando Arthur trató de tocar su mejilla por segunda vez.

"Está bien," aseguró Arthur, quizás muy confiado; sostuvo su mano arriba para mostrarle su anillo. "Estamos casados. Eres mi marido."

"Arthur, me temo que sólo lo vas a asustar."

"No veo por qué deberíamos andar con rodeos." Arthur miró irritado a Francis. "Deberías irte, ¿No? Ya cumpliste tu propósito."

Francis sonrió secamente.

"Como siempre, me desechas con rapidez. Los vampiros siempre son tan egoístas." Se inclinó "Muy bien, horrible creatura, te dejaré con tu juguete - pero volveré en las vísperas de todos los Santos y querré mi paga."

"Tienes mi palabra," Dijo Arthur "Tendré un cuerpo para ti."

"Eso espero." Francis asintió con la cabeza y se desvaneció con un sonido como el de una campana hueca.

Una vez satisfecho de haberse deshecho de él, Arthur se volteó hacia Alfred – quien estaba tensado por el miedo como si estuviera atornillado.

"Ahora," dijo Arthur enérgicamente, como si fuesen negocios, "No nos hará bien el quedarnos aquí afuera con los árboles toda la noche, querido." Tomó la mano de Alfred y le dio una palmadita. "¿Vamos a casa?"

Alfred lo miró con los ojos bien abiertos, su boca un poco abierta.

"Tengo una casa, por supuesto," Continuó Arthur, "y creo que vas a estar cómodo ahí. Vendrás, espero." Emitió una risa pequeña. "Bueno, supongo que no tienes otro lugar a donde ir – excepto al cementerio."

Tomándolo con firmeza de la muñeca, levantó a Alfred hasta que quedó en pie, ayudándolo a salir del ataúd; Alfred le siguió sin mucha queja, aunque miró a Arthur con cautela todo el tiempo. Tampoco era muy estable de pie, lo que Arthur descubrió cuando, con su un metro ochenta de estatura, tropezó torpemente hacia su hombro.

"Ahí, ahora." Arthur se enderezó. "Está bien, era de esperarse. ¡Quién sabe desde hace cuánto que esas piernas tuyas han estado muertas!"

Alfred aún no dijo nada, sólo mirándolo un poco ido, y Arthur sintió que su paciencia comenzaba a agotarse.

"Bueno," dijo acompañado de una tos, "debemos ir a casa. Necesito salir a cazar y la puerta sólo está abierta hasta las tres en punto. Te dejaré instalado primero, por supuesto." Tomó a Alfred firmemente de la mano, jalándolo. "Ven conmigo."

Alfred le siguió trastabillando, callado, mientras pasaban entre los árboles con sus grandes troncos y sobre el murmullo de las hojas muertas; la luna brillaba con luz plateada, el aire con aroma a madera y humedad.

"Sé que es nuestra noche de bodas," dijo Arthur, más para sí mismo (ya que ya no esperaba una respuesta de Alfred), "pero no he comido desde hace unas noches, verás, y estaré irritable si sigo así y eso no sería un muy buen comienzo para nuestra vida de casados, ¿No es así?"

Alfred se detuvo. Arthur paró con una sacudida, aún sosteniendo sus manos con él; y se volteó perplejo. Alfred miraba fijamente hacia sus manos – al frío brillo de sus anillos disparejos.

"¿Qué pasa?" Preguntó inquieto Arthur; y si, por supuesto que había oído las advertencias sobre crear un golem y cosas parecidas (Como sea que fuesen llamados esto días – no como si Alfred fuera realmente un golem, dado que Arthur se había dado la labor de coserlo el mismo) dado que tendían a ir contra sus creadores, pero Arthur pensaba que todo había salido de maravillas hasta ahora.

Alfred miró hacia arriba, uniendo sus miradas.

"Oye," dijo, perfectamente claro, "¿Cómo te llamas?"

"Mi… ¿Mi nombre?" Arthur suspiró con alivio. "Me llamo Arthur. Arthur Kirkland." Se acercó un poco, tomando la mano de Alfred. "Puedes ser Alfred Kirkland si quieres."

Alfred frunció el ceño.

"No, yo… no ese no… es mi nombre, yo no…"

"¿Te gusta el nombre Alfred?"A Arthur no le importaba mucho de todas formas, dado que Alfred estaba "amarrado" a él, ya que los votos del matrimonio habían sido dichos con ese nombre, atándolos.

Alfred se encogió de hombros.

"Supongo que sí." Le miró, parecía que con cada segundo se volvía más atento de sí mismo, como si sus sentidos recién renovados estuviesen fluyendo por su cuerpo parchado. "¿Dónde estoy?"

"La Tierra de los Expulsados," dijo Arthur. "Este es tu hogar ahora."

"¿Y dónde estaba antes?" Alfred frunció el ceño otra vez. "Yo… no recuerdo nada, y-"

"El otro mundo." Arthur lo dijo rápido, amargamente."No importa, ven." Le dio a Alfred un tirón firme, adentrándolos en lo más profundo de la noche. "Vamos a casa."

Hogar, para Arthur Kirkland, era una linda casa estilo colonial en el borde del pueblo; era color crema y tenía pilares, un pórtico y una puerta frontal con lindos paneles de vidrio pintados con rosas. Estaba bien cuidada, ya que Arthur había pasado sus días limpiándola, aunque raramente usaba la cocina más que para hacerse té, y ambas habitaciones estaban casi desamobladas. La habitación de Arthur tenía una cama, pero la había dejado vacía y la había volteado hacia un lado contra la pared, ya que – como muchos vampiros – estaba acostumbrado a dormir en su ataúd. Era inglés, medieval, con el roma que él amaba. El resto de la habitación era usado por su colección de baratijas y libros y ropa amontonada durante siglos, mucha de las cosas suvenires del Otro Lado antes de que –

El mundo de los vivos y los muertos no siempre había estad separado, y la noche del Declive era inimaginable. Arthur, personalmente, culpaba a los victorianos. Ellos habían sido muy pragmáticos y astutos al temerles a los monstruos.

"Bueno, aquí estamos." Arthur le mostró a Alfred la sala de estar, todo muy preciso con cuidadoso desencaje, una silla de la era Georgiana aquí, un escritorio de la era Tudor allá. "Siéntete como en casa. Confío en que puedes entretenerte por ti mismo por una hora o más."

Miró s reloj; una y cuarto. No dijo nada más a Alfred, sólo asintió con vigor y salió de la habitación, pensando esta vez más en su estómago que en su cama matrimonial (aunque no había mucho que pensar sobre ello, la verdad – sólo había espacio para él en su ataúd).

"¡Espera!" Alfred le siguió, agarrando su capa. "¡No me dejes solo!"

"No tardaré," dijo Arthur, irritado, tratando de liberarse. "A lo máximo una hora."

"¿Puedo ir contigo?"

"¡Claro que no!" Arthur jaló su capa de las manos de Alfred. "Harás que nos maten."

"Pero yo-"

"Buenas noches, Alfred." Arthur no estaba de humor para seguir discutiendo y dejó a Alfred de pie en el salón, golpeando la puerta en su nariz.

Estaba hambriento y necesitaba llegar a la puerta, alimentarse, y volver antes de que se cerrara. No le convenía quedarse atrapado en el otro lado, no tan cerca de la víspera de Todos los Santos. Sin duda le usarían como blanco de práctica.

Así que lo hizo rápido y en silencio, encontró a un par de hermanas durmiendo al atravesar una habitación abierta de una habitación, y tomó cerca de un cuarto de litro de cada una sin despertarlas. Matar era temerario y hacía ruido y escándalo, así que era evitado como la plaga si se podía. Arthur por supuesto que podía matar, y era bueno en ello – pero también era bueno al ser silencioso y delicado, con la más pequeña punción, y estaba dentro y fuera en diez minutos con ambas chicas apenas moviéndose. Hoy en día sólo los vampiros estúpidos o los desesperadamente hambrientos mataban a sus víctimas – y Arthur estaba orgulloso de no ser ninguno de ellos.

Alfred estaba sentado en el sofá con una manta alrededor de él cuando Arthur regresó.

"Hice la cama," dijo, sujetando la manta. "Encontré esta arriba."

"¿La cama?" Arthur frunció el ceño. "¿De dónde sacaste una idea como esa?"

"Tu… dijiste que estamos casados." Alfred parecía perplejo.

"Hm." Arthur simplemente levantó sus cejas hacia él. "Sabes demasiado para alguien que ha estado vivo por casi dos horas." Se detuvo; entonces añadió fríamente, "…No como si vivo fuese la palabra correcta."

Salió de la habitación, comenzando a subir las escaleras; Alfred le siguió de nuevo con persistencia, arrastrando la manta tras él.

"Ahora escucha," dijo Arthur, irritándose más, "Duermo en un ataúd, ¿Entendido? Es el ataúd en el que fui enterrado y sólo tiene espacio para mí-"

" eres quien se casó conmigo," señaló Alfred. "No es como si yo hubiese aparecido en tu puerta. Tú me hiciste, yo-"

"Precisamente." Arthur se detuvo en el marco de la puerta, volviéndose hacia Alfred. "Así que haremos esto a mi manera."

"Esto no es justo," se quejó Alfred, apretando la manta. "¡Desperté en medio del bosque con un anillo en mi dedo, un vampiro diciendo que estamos casado y sin memoria de nada más! No he tenido más opción que confiar en ti, Arthur-"

"Oh, no sabía que yo había hecho eso," Arthur suspiró, volteándose. Jaló el picaporte de la habitación, abriéndola. "Buenas n-"

Se detuvo en seco en el umbral. Alfred no había estado bromeando sobre la cama, habiéndola corrido desde la pared y posicionándola en el medio de la habitación. Tenía almohadas y sábanas, desordenada pero tentadora. No obstante, Arthur buscó su ataúd, encontrándolo apoyado en un rincón.

"¿Te di permiso para re-ordenar mi casa?" preguntó malhumorado a Alfred.

"Bueno, ¿Dónde se supone que iba a dormir yo?"

"El sofá, el maldito piso, ¡No lo sé! …"Arthur lanzó su capa y pisoteó hacia el rincón para sacar su ataúd, arrastrándolo. Ya no había mucho espacio para él – y se encontró poniéndolo junto al pesado somier.

"¿Qué es lo que quieres conmigo?" preguntó Alfred, su voz súbitamente dura. "¿Qué es lo que soy para ti, Arthur?"

Una forma de escapar.

Arthur lo no dijo, por supuesto, en vez de ello haciendo un espectáculo de ira al ir hacia la abandonada capa de terciopelo sobre el sofá del rincón; siendo puesta frente al tocador, reluciendo con la colección de animales disecados. El espejo estaba cubierto con un chal de encaje negro – naturalmente él no tenía reflejo, y no veía el punto en gastar su tiempo con ello. Se hundió en el sillón, doblando sus piernas arriba contra él, y comenzó a desordenarse, su alfiler de corbata de rubí y sus gemelos de plata tintineando contra la horda de otros tesoros.

No dijo nada.

"Oye," dijo Alfred, bajo, enojado. "¿Vas a responderme?"

"Bueno," Arthur suspiró, "¿Qué quieres que te diga?, ¿Que quería un marido con el cual compartir la casa?, ¿Qué te vi en un sueño y te hice a su imagen?" bufó con burla. "¿Qué quería ser feliz?"

"… ¿No quieres?"

"Oh, sí," dijo Arthur, dándole una mirada. "Pero no contigo."

Alfred parecía herido.

"¿Por qué estás actuando así?" preguntó silencioso. "Tu… fuiste amable antes, cuando acababa de despertar, y ahora-"

"Me temo que estos son mis verdaderos colores," le interrumpió fríamente. "He comido, como ves; eso saca lo peor de nosotros - pero mi naturaleza además es desagradable. Siento que hayas visto todo ese sin sentido antes. Trataré de no llamarte "querido" de nuevo."

"No lo harás." Alfred agarró el anillo de su dedo y comenzó a moverlo salvajemente. "No me quedaré contigo. No me importa si me hiciste, ¡No me quedaré aquí por otro minuto!"

"Yo no haría eso si fuese tú," dijo Arthur, volteándose hacia él.

"¡Cállate!, ¡No eres mi dueño, no eres mi esposo, sólo eres un vampiro malcriado y te puedes ir al infierno!" Alfred logró sacarse el anillo, tirándoselo a Arthur en la cabeza-

"Oh, cariño, te lo dije," Arthur dijo con calma mientras la luz dejaba los azules ojos de Alfred y su cuerpo cosido se desplomaba. Golpeó la alfombra en una pila, sin vida.

Arthur sintió que no tenía tiempo para esto. Se acercó a levantar el anillo y se levantó con gracia, se arrodilló junto al cuerpo de Alfred y giró el anillo de vuelta en el cuarto dedo. Alfred se estremeció y dio un jadeo, despertando para mirar a Arthur con expresión desorientada en su cara.

"No voy a volver a decirlo," Dijo Arthur tensamente, sosteniendo su propio anillo. "Déjame ponerlo simple. Tomé los votos por ti: Hasta que la muerte nos separe. Eres una colección de cuerpos – ya estás muerto. Soy un vampiro- ya estoy muerto… ¿Ves el problema?"

Alfred no dijo anda, sólo mirando su propia mano, aprisionada por una banda plateada.

"No hay cláusula de término si estamos ambos muertos," continuó Arthur con paciencia. "Estás atado a mí por los votos; ellos son los que dictan tu sentencia, si no, vida. Si te sacas el anillo, vuelvas a ser un atractivo montón de partes de cuerpos." Se encogió de hombros. "La decisión es tuya, por supuesto."

Alfred se mantuvo callado, tocando su anillo. Se veía miserable, sus hombros encorvados.

"Bueno, déjame saber si quieres que te devuelva al cementerio," dijo Arthur secamente, palmoteando la rodilla de Alfred. Se puso de pie y pasó de él.

"Aún puedes irte al infierno," murmuró Alfred.

"Oh, Dios," dijo Arthur cansado, "Ya estoy aquí, Ambos estamos aquí"

Le sonrió ácidamente.

"Bienvenido."


La tontería del sol convirtiendo a los vampiros a cenizas era sólo eso: una tontería. Aún así, Arthur no era un fanático de la luz solar, ya que le daba dolor de cabeza y le hacía excesivamente irritable – Así que no estaba para nada contento cuando Alfred abrió groseramente la tapa de su ataúd, haciéndole recibir una bofetada de luz de sol. Se volteó con un bufido profundo desde el fondo de su garganta, escondiendo su cara en su sábana.

"¡¿Qué rayos crees que estás haciendo?!" se quejó desde abajo.

"¡Levántate y brilla!" dijo Alfred, tan alegre que Arthur sospechó de sarcasmo. "¡Hora de levantarse!"

"Soy un vampiro," dijo Arthur intensamente, levantando la sábana sólo un poco para mirarle feo. "Soy nocturno."

"Bueno, yo no lo soy," dijo decidido Alfred. "Y quiero desayuno - ¡Así que levántate!"

Agarró el lado del ataúd y lo levantó; Arthur se cayó en la alfombra en una pila de extremidades y sábanas.

"¡Por un demonio, no me lances!" chilló Arthur, enderezándose; aún estaba agarrando la sábana, cubriéndose el delgado pijama.

"Oye, es tu maldita culpa," dijo Alfred, encogiéndose de hombros. "¡Si no fueses un quejica y hubiésemos tenido una noche de bodas como es debido hubiésemos despertado abrazados, juntos, y no hubiese tenido que sacudirte fuera de tu caja como a un novio terco!"

"¡Los vampiros duermen en sus ataúdes!" Arthur le miró con ira. "¡Y no voy a compartir una cama contigo o con cosas como tú!"

"Debiste pensar eso antes de casarte conmigo." Alfred le empujó con su pie. "Ahora levántate, ¡Tengo hambre!"

"¡¿Por qué debo hacer algo para ti?!"

"No debes – pero no hay comida en tus muebles. Ya busqué." Alfred hizo una mueca. "Sólo veinte cajas de té y una botella de sangre en el congelador."

Arthur gruñó, poniendo su sábana sobre su cabeza. Había olvidado que Alfred no sobreviviría con la dieta de un vampiro y los suplementos de té – aunque admitía que no había pensado mucho sobre lo que comían los cuerpos reanimados.

"Supongo que no pensaste que llegarías tan lejos, ¿Um?" Murmuró Alfred.

"¡Cállate!" Arthur tiró a sábana de mal humor y se puso de pie, pisoteando hasta llegar al librero. Sacó el pesado volumen forrado en cuero rojo, llevándolo hasta el tocador; entonces se sentó en el sofá en su pijama negro de seda con el libro en su regazo, buscando en él por el particular hechizo que había seguido.

Novia o novio reanimado

-Tantas partes de cuerpo como uno desee (o encuentre, si ese es el caso). Las diferentes partes de muchas personas equiparán a tu cónyuge con las habilidades particulares que cada uno poseyó en vida; además, la formación por costuras evitará que tu nuevo prometido/a recupere las memorias experimentadas por la cabeza/cerebro en su vida pasada.

-Coser las partes con simples puntadas usando el hijo que se desee.

-Para volver a la vida recite los votos matrimoniales bajo la luz de la luna llena en media noche. Atando al ya difunto a la cláusula de "hasta que la muerte nos separe" le garantizará una vida condicionada; al remover el anillo de bodas se revertirán los efectos.

Arthur ya sabía esas cosas; volteó la hoja en busca de mayor información, estúpidas cosas como qué era lo que las novias y novios reanimados comían, pero no había nada.

Bueno… ¿Quizás esas cosas entraban en algún tipo de zombi?

"¿Comes cerebros?" preguntó Arthur cautelosamente, mirando a Alfred sobre su libro.

Alfred hizo una mueca de disgusto.

"Iugh, ¡No!" negó con su cabeza tan vigorosamente que por un momento Arthur tuvo miedo de que pudiese separar las puntadas que la mantenían en su lugar. "Y antes de que lo preguntes, no, ¡Tampoco bebo sangre!"

"¿Cómo lo sabes?"

"Yo… n… no lo sé, ¡Sólo lo sé!" Alfred movió sus manos exasperado. "Mira, sólo quiero algo normal para comer, ¿ok?, ¡¿Qué tal una tostada o tocino o cereal de desayuno o algo?!"

Arthur le miró en blanco.

"¿Cereal de desayuno?"

"¡Sí!, ¿Sabes qué es, verdad? ¿Las pequeñas cositas crujientes de maíz cubiertas con azúcar?"

Arthur se encogió de hombros.

"No tengo idea de qué estás hablando," dijo con cautela, "pero suena asqueroso."

"Cómo… ¿Cómo puedes no saber lo que es el cereal de desayuno?" Alfred parecía desconcertado. "¿Has estado viviendo bajo una roca?"

"No, he estado viviendo en esta casa," dijo Arthur fríamente. "Pero la última vez que estuve vivo fue en el 1452, cuando puedo asegurarte que no existían cosas como "cereal de desayuno"."

"Si, pero has estado viviendo como muerto-vivo desde entonces, ¿No?, ¡Seguro has comido!"

"No muy seguido. Prácticamente vivo de sangre y té. He casi perdido mi apetito por otras cosas."

"B… ¡Bueno!" Alfred cruzó sus brazos, indignado. "P- pero anoche dijiste… que esta es la Tierra de los Expulsados. Y-y estaba ese otro tipo contigo-"

"Francis, sí." Arthur sintió, cerrando el libro y dejándolo de lado. Podía sentir el cálido rayo solar que llegaba a su nuca. Que irritante. "Si intentas preguntarme si hay otros… si, naturalmente los hay. Tenemos nuestro propio mundo."

"Entendido. ¿Y no todos son vampiros, cierto?"

"No, por supuesto que no. Hay hombres lobos, brujas, demonios, fantas-"

"¡A eso me refiero!, ¿Qué comen ellos, eh?"

"Oh." Arthur se detuvo a pensar. "Bueno, sí, supongo que si hay locales – y el mercado, como pude olvidarlo." Negó con su cabeza. "Los vampiros somos los menos humanos – aparte de los fantasmas - así que supongo que olvido estas cosas. No tiendo a salir durante el día."

"Así que, espera… ¿Me estás diciendo que hay… restaurantes y tiendas y esas cosas?" Alfred juntó sus manos, sus puntadas brillando. "¿Atendidas por fantasmas y hombres lobos y lo que sea – para fantasmas, hombres lobo y lo que sea?"

"Ah, sí, supongo que es-"

"Agh, ¡Por qué no lo dijiste!" Alfred agarró las ordenadas ropas de Arthur de la noche anterior y se las tiró a través de la habitación. "¡Vístete, Drácula!, ¡Estoy famélico!"

Y así, a pesar de sus protestas - y para su inmensa molestia – Arthur Kirkland, despiadado y pragmático vampiro desde finales del siglo quince, se encontró caminando penosamente por la calle a las nueve y media de la maldita mañana, vestido por completo de negro y con un humor que combinaba. Alfred le guiaba a la cabeza, zigzagueando a través de la calle, mirando emocionado por cada brillante ventana.

La plaza principal del pueblo de las Marchas de Medianoche era linda y bien cuidada; tradicional en su apariencia y ambiente, con adoquines y edificios con umbrales de madera, como la mayoría de sus habitantes era algo viejo y cómodo a su manera. La vieja torre del reloj, celosamente unida con hiedras, disparando las horas con la confianza de un reloj; adyacente estaba la biblioteca y el municipio con rojos ladrillos desteñidos, aunque las tiendas eran de todos los colores y formas. El transporte era un excéntrica colección de vehículos, desde carruajes hasta el modelo T de Ford y todo lo que quedara en medio de ambos diseños.

"¡Esto es tan raro!" Exclamó Alfred, su cara presionada contra al vidrio de una pastelería, mirando las filas de panes, tortas y pasteles. "¡Es como un pueblo cualquiera!"

"Más o menos," concordó Arthur, distraído, mirando hacia el lado contrario, en dirección a una tienda chueca con candelabros en cada uno de sus lados, y una gran jaula de murciélagos durmiendo en la ventana. "… ¿Puedes recordar cómo es una ciudad normal?"

"Algo así." Alfred frunció el ceño. "Es difícil de describir, recuerdo lo que son las cosas, ya sabes… pero no recuerdo quién era yo."

"Nosotros," Corrigió Arthur. "Eres por lo menos unas siete personas."

"Pero este tipo debería tener las memorias, ¿Verdad?" Alfred se señaló la cabeza. "Uh, supongo que debo haber vivido en un lugar como este."

Arthur se encogió de hombros, desinteresado.

"Quizás." Comenzó a andar. "Pensé que estabas hambriento."

"¡Lo estoy!" Alfred trastabilló detrás de él.

"Entonces salgamos de este maldito sol."

Terminaron en un pequeño y luminoso café que Arthur conocía, pero que no frecuentaba mucho, siendo más una persona nocturna. Se llamaba El Olivo Sangriento y era atendido por hombres lobos; los hermanos Feliciano y Lovino Vargas, que eran chefs, el camarero, Antonio Carriedo, y el manager, Ludwig Beilschmidt, quien parecía intentas y atender el lugar con mano dura, pero no logrando mucho.

Ellos eran casi los únicos clientes, aparte de un pequeño grupo de hechiceros en un rincón lejano. Arthur tomó sólo una taza de té, el vapor ayudándole a desvanecer un poco su palpitante dolor de cabeza, mientras que Alfred ordenó casi todo lo del menú y lo devoró. Feliciano y Antonio saltaban felices hacia dentro y fuera de la cocina, pareciendo disfrutar del desafío, mientras que Lovino gruñía ruidosamente en español en la parte de atrás.

"¿Y qué fue lo que te dio para casarte después de todos estos años?" Preguntó Antonio, alegre, poniéndose al lado de Arthur. "Pensé que los de tu tipo preferían estar solos."

"Me siento solo a veces," respondió Arthur rígidamente. No lo miró.

Antonio no parecía muy convencido; pero Feliciano pareció creerle, dejando un plato de huevos florentinos ante Alfred (que los atacó como un animal salvaje)

"Es sabido que incluso los vampiros pueden establecerse, Toni," dijo. "…en algún momento." Sonrió a Arthur. "¿Fue una gran ceremonia?"

"No, sólo nosotros tres fuera en el bosque." Arthur rodó los ojos. "No tengo paciencia para esas cosas."

"¿Tres?"

"Francis hizo el ritual. Parece que es lo único en lo que son buenos los fantasmas."

Feliciano asintió.

"Le pediré que nos case a Ludwig y a mí," dijo esperanzado.

"El día en que convenza a Lovino," dijo Antonio, "iremos hacia el Otro Mundo y nos casaremos como se debe. Sé que no le gustaría casarse conmigo por un fantasma."

"¡Ni siquiera quiero casarme contigo, bastardo!" gritó Lovino, enojado, desde la cocina.

"Basta de gritos," dijo Ludwig ásperamente, acercándose a la mesa. "Ustedes dos, vuelvan a la cocina. Tenemos más clientes."

Feliciano se alejó corriendo, Antonio le siguió flojamente. Arthur capturó la mirada de Ludwig por un momento antes de volver a su té, vertiéndose té distraídamente en la taza.

"No pones tanto de tu parte como para hacerme feliz," dijo Alfred animado, su boca llena. "Parece que todos creen que es muy raro que de la nada hayas decidido casarte – y debo decir que concuerdo con ellos. ¡No pareces el tipo!"

"No sabía que había un tipo," dijo Arthur con frialdad.

"Bueno, no pareces para nada interesado en mi." Alfred se encogió de hombros. "No sé, supongo que tu historia de "me siento solo" sea cierta."

"Eso es completamente a t-"

"Eso, y…" Alfred masticó pensativo por un momento. "Bueno, ¿Para qué me hiciste?, ¿De verdad no pudiste encontrar a nadie en ningún lugar que quisiera casarse contigo?, has estado vivo por cientos de años, ¿no? Digo, tu personalidad necesita cambiar, pero no eres tan feo, supongo."

"Bueno, gracias," dijo Arthur entre dientes. "Y en realidad son quinientos años."

Alfred se encogió de hombros, tomando otra cucharada de huevos y salsa holandesa.

"Se me hace raro, eso es todo."

Cuando Alfred terminó de comer en el Olivo Sangriento, Arthur le envió hacia afuera y fue a pagarle a Ludwig.

"Supongo que te irás pronto," Observó Ludwig con astucia, tomando los billetes y contando el cambio. "Ya tienes quinientos años, ¿no?"

"Si, desde Abril." Arthur sonrió. "Eres justo como Francis. Siempre viendo a través de mi."

Ludwig miró a través del café; hacia la ventana y a Alfred, quien estaba pateando un cráneo por la calle con sus manos en los bolsillos.

"Bueno," dijo el hombre lobo, "esperemos que él no vea a través de ti."

Arthur bufó con burla.

"¿Cómo podría?, ni si quiera sabe sobre el Declive, ni sobre el Baile de las Almas ni sobre la Corte de los Huesos." Miró sus uñas. "Estoy seguro de que notas que al parecer no estoy tan loco como parezco."

"Tendrás que por lo menos decirle sobre el Declive," dijo calmadamente Ludwig, pasándole las monedas.

"Lo haré. No serviría que lo maten, ¿no es así?" sonrió Arthur. "…por lo menos no antes de usarlo."


"Oye." Alfred se asomó en la sala de estar. "Arthur."

"¿Qué?"Preguntó Arthur, ausente; estaba enrollado en su sillón frente al fuego, capturado por un libro.

"Yo, uh… tengo un pequeño problema."

"¿Y qué sería?"

"Mi mano se cayó." Alfred la sostuvo, entrando en la habitación. "¿Puedes… um, coserla de vuelta por mi?"

Arthur bajó su libro.

"¿Qué demonios estabas haciendo?" preguntó.

"Trataba de abrir una ventana."

"¿Por qué?" continuó Arthur secamente; se levantó para agarrar su set de costura que estaba sobre el armario. "No me digas que intentabas escapar."

"No escapar. Iba a volver." Alfred se encogió de hombros, acercándose a la alfombra frente al fuego y sentándose sobre ella. "Sólo quería salir por un rato. Me aburro aquí."

"Hay una puerta frontal."

"No quería que me escucharas. Pareces ser un enojón."

Arthur simplemente rodó sus ojos, arrodillándose en la alfombra con la pequeña caja de madera abierta a su lado. Enhebró una aguja y tomó la mano de Alfred, alineándola con su muñeca.

"Tienes que ser más cuidadoso," Le regañó. "Tienes suerte de que era la mano derecha y no la izquierda. Recuerda lo que te de sobre el anillo-"

"Lo sabía. Eres un enojón."

"¡Lo digo en serio!" Arthur lo pinchó con la aguja, haciéndolo gritar. "Hubieses estado tirado ahí por horas."

"¿Por qué?, ¿Planeas quedarte aquí toda la noche?" Alfred parecía sorprendido.

"Te lo dije, soy nocturno." Arthur le hizo una mueca mientras cosía. "Bueno, me gustaría mucho serlo. Ciertamente te has esmerado en hacérmelo difícil."

"Oye, te dejé tomar la siesta, ¿no?"

"Oh, que generoso de tu parte, seguro."

"¿Irás a cazar esta noche?"

"No, no tengo hambre. Me aseguré de comer bien anoche." Arthur dio un pequeño suspiro. "Ya son pasado los días de lujos, comiendo todas las noches. No he matado a una víctima en un largo tiempo."

"¿Por qué?" Alfred parecía genuinamente curioso.

"Sentido común. Es peligroso ser un vampiro en esta época y año." Arthur se detuvo. "Bueno, no sólo un vampiro, a decir verdad. Cualquier cosa que no sea humana."

"¿Por qué?"

"Por el Ejercito de Todos los Santos. Después de que terminó la guerra en 1945, ya sabes, pensaron que deberían dirigir su atención hacia… bueno, otros males, poniéndolo así." Arthur bufó. "Es divertido. ¿No es así? Dudo mucho, en los quinientos años que he sido un vampiro, haber matado tanto como cualquier bomba lanzada en la guerra."

"Pero has matado."

"Por supuesto."

Arthur le miró; Alfred le miraba intensamente, su expresión difícil de leer.

"¿Mataste a alguna parte de mi?" preguntó.

"No." Arthur volvió a su labor de coser. "Eres casi puros cadáveres de medicina, con algunos criminales ejecutados por ahí."

"Uh."

"¿Estás decepcionado?"

"En realidad no. Pensé que quizás sabías quién era yo." Alfred frunció el ceño. "O, por lo menos, quién era alguna parte de mi"

"Me temo que no." Arthur jugueteaba con sus dedos. "…lindas manos, ¿no? Las escogí porque me gustaron."

"He." Alfred sonrió. "Así que si estoy diseñado para tus gustos."

"Algo así," dijo Arthur maliciosamente. "Aunque te agradecería el no hacer asunciones ridículas sobre la naturaleza de nuestra relación."

"Bueno, por lo menos no soy un esclavo sexual." Alfred se detuvo, sus ojos moviéndose tras sus lentes. "… ¿No lo soy, verdad? Aún no me has hecho-"

"No eres un esclavo sexual, Alfred." Dijo Arthur cortante, impaciente, y sin añadir nada más.

El fuego crispió. Alfred se movió.

"Y, uh… ¿Me dirás algunas vez por qué me creaste?" preguntó.

"Todo quedará claro en Halloween," Arthur suspiró, "o conocido como la noche del Declive."

Alfred dio un bufido impaciente.

"Halloween está a años," se quejó. "¿Y qué-"

"En realidad, sólo queda poco más de una semana desde hoy," dijo Arthur, tirando el hilo y cortándolo con una rápida mordida de sus afilados dientes.

Miró a Alfred cautamente.

"…confío en que puedes esperar hasta entonces."


Espero que a todos les haya gustado hasta ahora. ¡El próximo capítulo será subido en halloween!

¡Nos vemos en una semana!

Uhuru aquí, otra traducción, Robinrocks es lejos mi favorita, seguro la conocerán por Rockets (ella escribió la trama del doujinshi) y si no la conocen, ¿Qué esperan?, ¡Vayan a leer todos sus fics!

Ya saben, favoritos y reviews a la historia original si es posible.

Subiré el próximo capitulo la semana que viene, esto se pone cada vez mejor *w*

Bye!