Latin Hetalia y sus personajes no me pertenecen.
Continuación de un fic de Juptercreek: "Próxima estación: Olvido"
Personajes: Martín Hernández (Argentina) & MiguelAlejandro Prado (mención de argpe)
Próxima estación: Esperanza
Dicen que la esperanza es lo último que se pierde. Martín no estaba muy seguro, pero a veces, en madrugadas no tan lúcidas y de copas solitarias, se atrevía a contemplar la posibilidad de que en el fondo lo extrañaba y que aún más al fondo, tenía eso: esperanza. Debía admitir que llevaba todavía una vida bastante acelerada, pero con el tiempo se fue imponiendo a sí mismo orden. Le gustaban las fiestas y las locuras, pero también su trabajo como profesor de música en un colegio de renombre. No era que le agradasen todos los niños engreídos y adolescentes pretenciosos a los que daba clases, pero era uno de los profes más queridos y no todos los alumnos eran chiquillos arrogantes.
No, la vida no era tan mala, era bella, pero aún así Martín a veces no podía evitar recordar a Miguel. Era normal, habían sido amigos íntimos, realmente íntimos, y aunque nunca quisieron asumir responsabilidad o compromiso alguno, no quitaba el que aquella última vez hubiera sido especial. Tal vez ninguno de los dos se lo habría podido explicarlo bien, dado que a ambos los había agarrado desprevenidos y no supieron como reaccionar.
-Oe… Mañana me voy…
Miguel se estiró y Martín lo observaba apenas en la penumbra, delineando su contorno. Negro, no podía distinguir sus ojos y de pronto sentía tantas ganas de verlos.
-Quisiera irme con vos… -dijo apenas y por un segundo quiso patearse por soltar algo tan fuera de lugar.
Al menos había sonado a broma y Miguel negó. Que no dijera cosas que no iba a cumplir. Tal vez en su lugar debió aceptar, animarlo a que empaque, en vez de luego esperarlo en vano. Porque Martín fue, pero no se atrevió a salir de su escondite tras el pilar, viendo a Miguel esperarlo. Qué idiota fue…
-Profe… -Martín salió de sus ensoñaciones y parpadeó-. Fírmeme la ausencia.
Nunca le había gustado el tono imponente de esa chiquilla, mas no dijo nada y firmó su excusa que debía traer por la última clase que había faltado. Ni la miró tan bien, sólo garabateó su nombre y la despidió. La niña, de doce años, una criatura seria para su edad, se volvió y se fue a guardar sus cosas. Por ahí escuchó como sus amigas le preguntaban si caminaría con ellas a casa, pero la chica negó. Que el tío la recogería e irían a ver a la abuela al hospital. No era que le interesase mucho la vida privada de sus alumnos, sólo eran cosas que llegaban a sus oídos. Su mirada estaba en la ventana, vio a su alumna salir corriendo a la salida de la escuela...
…grande fue su sorpresa cuando la persona que la esperaba, era el objeto de su etérea esperanza.
