Y le mire. Le mire como siempre. Con la mirada cargada de anhelo y la sonrisa llena de esperanza. Escuche cada una de sus palabras, almacenándolas como tesoro en lo profundo de mi memoria, junto con tantas otras a la espera de la noche, donde revivía cada momento.

De sus labios salió el nombre de ella. Rápidamente oculte el dolor que me causaba el escucharlo, el saber que todos esos hermosos sentimientos se dirigían a esa mujer que ocupaba el lugar que yo deseaba en su corazón.

Y sonreí, porque desde el momento en que vi por primera vez sus ojos supe que era mi otra mitad, a la vez que sabía que no importaba que tanto lo deseara mi destino era únicamente permanecer a su lado como un amigo o un hermano.

Mantuve mi mascara hasta su partida, pues lo esperaban en la sala del trono y a mí una habitación llena de quehaceres. Con mil ideas flotando alrededor y las tareas del día distrayendo cualquier pensamiento relacionado con el, permanecí en aquella cámara.

Solo la visión de mi rey con aquella que tanto amaba me regreso a la realidad. Esa realidad donde él, el ser más hermoso que había conocido, había entregado su corazón a esa doncella. Esa realidad donde mi lugar era a su lado, un poco por detrás pues yo era un sirviente. Jamás su igual, jamás mas allá. Un simple espectador o tal vez una sombra, esa que sabes que está ahí, que confías que no te dejara solo, pero que jamás será más importante que lo que tienes enfrente.

Aun con el corazón partiéndose y una lágrima escapando por mi mejilla, le mire.