DISCLAIMER: Los personajes de Hey Arnold! no me pertenecen, solo son utilizados para llenar mi mente loca.
El sol entró por la ventana cayendo sobre el rostro de la chica, un movimiento hacia el costado hizo que la sabana que la cubría cayera al piso. Gruño mientras se sobaba los ojos con su mano. Era temprano, posiblemente las 7 am, el sol comenzaba a salir con todo su esplendor y ella no tenía la más mínima intención de levantarse aún. Abrió sus ojos azules lentamente, mirando el techo del cuarto, sobre su cama había una frase de William Shakespeare "No temáis a la grandeza; algunos nacen grandes, algunos logran grandeza, a algunos la grandeza les es impuesta y a otros la grandeza les queda grande." La chica sonrió, esa frase la hacía seguir día a día, le daba la inspiración que a veces le faltaba para levantarse de la cama.
De un salto se sentó en la cama, la pereza todavía no dejaba su cuerpo, buscó a tientas su cepillo y lo pasó delicadamente por su cabello rubio. Su cabeza ya estaba pensando en lo que haría ese día y en como disfrutaría mucho su día. Se dirigió al baño que se encontraba frente a su cuarto, era sábado y todos estaban probablemente durmiendo, era de las pocas personas locas que elegía despertar temprano un sábado.
El agua fría retiró lo que quedaba de sueño en su cuerpo mientras recorría sus curvas. Había dejado atrás a la niña escuálida que solía ser para dar paso a una mujer delgada pero curvilínea, era cierto que cada vez que intentaba ganar algo más de músculo su cuerpo parecía no conseguirlo, pero su cuerpo tampoco era plano, la pubertad le había hecho bien.
Salió de la ducha con alegría, hoy sería un buen día, el sol estaba brillante, aún no era otoño y ella se sentía con fuerzas. Salió del baño con paso firme, en su cuarto se vistió con un short holgado que le llegaba medio muslo y una camiseta sin mangas negra sobre la cual colocó un polo dos tallas más grande, peinó su cabello y lo dejó suelto. Sonrió ante su reflejo, quizás su vida no era perfecta, pero era mucho mejor que su niñez. Se colocó sus zapatillas rosas y metió algunas cosas en un maletín antes de salir.
-Buenos días, Joana d'Arc, contra quien batallamos hoy día?
La saludó una mujer mayor mientras entraba a la cocina, la rubia sonrió mientras se acomodaba a la mesa.
-Buenos días, Pookie, hoy tengo el primer entrenamiento del año, vamos a exprimir el jugo de esas naranjas. Gracias.
Pookie le sirvió panqueques con arándanos y tocino junto a una gran taza de avena.
-Entonces hoy debes de comer, las batallas pueden durar mucho tiempo.
Ella sonrió, Pookie era como familia para ella, desde antes si quiera que ella decidiera mudarse allí, la señora siempre se había comportado muy amable con ella, era como si tuviera un sexto sentido para las cosas que le sucedían. Y no sólo Pookie, su esposo Phill también la había apoyado mucho, fueron ellos los de la idea de que se mudara allí y siempre estuvieron con ella cuando los necesitó. Era bonito saber que cuando sus barreras fallaban, ellos estaban allí para apoyarla.
Terminó su comida y se despidió con un beso de la anciana.
-Te veo en la tarde, Pookie, hoy es día de tacos.
Un chico rubio bajaba del avión con una sonrisa en el rostro, eran las 10 am y acaba de terminar un vuelo de más de 10 horas pero se sentía feliz.
-¿Cómo te encuentras cariño? ¿Emocionado?
Una mujer de cabello marrón le palmeó el hombro, lo miraba con una gran sonrisa en los labios.
-Sí, mamá, es bueno volver.
