Seducción

Ninguno sabe exactamente cómo llegaron a ese punto. Sus manos en las caderas de ella, imitando a sus manos en las caderas de él. Ojos mirándose fijamente entre sí, con la certeza y la duda de esa energía que parece flotar entre sus cuerpos y que siempre habían preferido ignorar.

Las respiraciones se vuelven pesadas, lentas, acompasadas. El frío de las noches de invierno de la ciudad de Nueva York los impulsa a buscar refugio entre los brazos del otro. Nada especial, no es como si nunca lo hubiesen hecho antes.

Excepto que jamás se habían sentido así.

Pueden ser muchas cosas, trata de razonar él en su cabeza. Puede ser el poco vino que tomaron en la cena, la falta de compañía o la manera que siempre se han comprendido sin necesidad de decir muchas palabras. Pueden ser tantas, pero tantas cosas, piensa ella. Puede ser la soledad en la que vive, lo reconfortantes que sus manos siempre le han resultado, o la emoción de desconocer lo conocido.

Entonces se buscan así, a tientas, porque la luz de la Luna no es suficiente para encontrarse con el otro que busca y no busca lo mismo. Se buscan entre una marea de desconcierto y excitación que desaparecerá con los primeros rayos del alba. Y él cree que tal vez sus labios son demasiado puros, demasiado cristalinos para que la marca de la lujuria se pose sobre ellos, pero sus argumentos se quedan ahogados entre esa lengua juguetona que lo anhela y que quiere poseerlo por completo. A él. No a Joey, no a Ross. A él.

A ella le conmueve ese recelo, esa inseguridad que lo vuelve tan torpe y a la vez tan tierno. Y no, no es que esté enamorada, pero hay algo entre ellos que va más allá de la amistad pero que tampoco es amor. Suspira, y le sonríe tratando de darle confianza. Acerca su cuerpo hasta el de él y se besan. Es un beso que quiere decir muchas cosas, pero sobre todo, es un beso de aquí estoy y de no me iré mientras no quieras que me vaya.

Y es un beso en el que los dos se pierden durante toda la noche. Y en su cuello y su cintura y sus pechos. Y en sus hombros y sus piernas y sus caderas. Hipnotizados ante la presencia del otro responden a sus instintos más animales.

De pronto, ella quiere huir. Porque él es solo su amigo, y jamás había pensado en él de esta manera y todo va tan pero tan deprisa que le da miedo que estén mandando todo al diablo por unas horas que no van a significar nada. Pero él la tranquiliza y le susurra palabras al oído, palabras que ambos olvidaran, pero que por esta noche bastan. Y aunque ella quiere que se marche, él está dentro, muy muy dentro de ella. Y aunque no lo quiere admitir le gustaría que se quedase ahí por siempre.

O hasta mañana, al menos, cuando vuelvan a pretender que la presencia del otro no los está consumiendo enteramente por dentro.

Sonríe y ahoga un gemido en sus labios.

Sí, hasta mañana.

Todo esto se les está escapando de las manos.