Ser prefecto simbolizaba tener poder. Muchos añoraban ser nombrados prefectos de sus casas llegado el momento para poder disfrutar de ese poder, desafortunadamente a veces la elección no era bien recibida por los elegidos. A Remus John Lupin jamás le gustó ser prefecto.
Él pensaba que era horrible, pero después de dos años comenzaba acostumbrarse un poco a lo bueno y a lo malo que su deber implicaba. La experiencia, en general, no era precisamente placentera y siempre se tenía que lidiar con lo mismo: los berrinches y las majaderías de los alumnos más jóvenes; los duelos espontáneos en los pasillos, sobre todo de los Gryffindor y los Slytherin; la venganzas de los alumnos castigados y, lo peor de todo, sancionar a sus amigos cuando realmente se pasaban de la raya.
Aunque, claro, pese a todo ello sí había algo que le gustaba mucho de ser prefecto: las rondas por la noche. Le fascinaba caminar por el enorme castillo con absoluta tranquilidad, sin ser arrollado por los que tenían prisa ni ser repentinamente hechizado con un levicorpus y quedarse suspendido en el aire por varios minutos. Además de eso, le gustaba el silencio al que se sumía el colegio a esas altas horas de la noche; le encantaba deshacerse de los gritos y el jaleo que provocaban los alumnos, aunque la mayoría de las veces eran los merodeadores, incluido él claro está, quienes lo hacían.
Pero si tenía que elegir algo que le gustaba más que nada de aquellas rondas, él tenía muy claro qué era lo que elegiría sin vacilar un sólo instante: encontrarse de cuando menos lo esperaba, con la alta figura de Sirius Black en alguno de los pasillos. Encontrarlo a él siempre con aquel halo de humo que rodea su cabeza y con un cigarrillo en su boca; encontrarse con aquellos labios con sabor a tabaco, alcohol y Sirius, con la esencia de los Black impregnada en ellos.
Y ahí, justo cuando pensaba en él, su figura surge como magia, en ese desierto pasillo. Alto, gamberro, con el cigarro en la boca y el humo rodeándole… Sirius.
—No deberías estar aquí a estas horas, Black— dice Remus con naturalidad, como siempre, bromeando.
—Nunca te quejas de que este fuera de la cama a estas horas durante tus rondas, Lupin— responde Sirius burlón, siguiendo el juego.
—Esto merecería un castigo, ¿lo sabías, Padfoot?— Remus sonríe. Lo mejor es lo previo, divertirse ante todo, disfrutarlo.
—Castígame, entonces, Moony— dice Sirius sonriendo con una ceja levantada de forma sugerente—. No me importa. Si es lo que imagino, castígame.
Remus es consciente de lo que sucederá. Sabe que el silencio que tanto disfrutaba se llenará con ruidos aún más excitantes y ello… Ello, pese a que no es necesario, le confirma que esa es su parte favorita de ser un prefecto.
