Disclaimer: Saint Seiya y sus personajes son propiedad de M. Kurumada. Yo solo me divierto con ellos.
"La cometa se eleva más alto en contra del viento, no a su favor".- Winston Churchill
PREFACIO
Los rayos del sol atravesaron las ramas del viejo árbol de olivo que le servía de refugio, calentando su piel, contrastando con la fresca caricia del viento que provenía del océano. El trinar de las aves que se posaban en los arboles cercanos al recinto lo había arrullado como si fuera un bebe, relajando todos los músculos de su cuerpo adolorido.
Sin embargo, sus sentidos estaban atentos a cada movimiento, a cada sonido, a cada presencia alrededor. Por eso, cuando el viento soplo en su dirección llevando consigo aquel aroma tan conocido, se incorporó de un salto.
- ¿Durmiendo en horas de servicio, caballero? - reprocho en tono divertido la recién llegada, mientras el hacia una reverencia nerviosa, sin mirarla.
- No estaba durmiendo... - replicó avergonzado y agregó con tono divertido – Solo sigo las sabias recomendaciones de Shaka, pero la meditación me relajó tanto que...
- ...te quedaste dormido - lo acuso risueña.
Sus ojos dejaron de contemplar el suelo y se posaron sobre Saori. Brillaron con alegría al contemplarla luchar contra la traviesa corriente de aire que despeinaba sus cabellos y amenazaba con levantar el vuelo de su vestido. No le pasó desapercibido el dilema interno que libraba entre atender una cosa y otra.
Seiya agradecía aquello.
Era verano y el calor del Mediterráneo la había obligado a cambiar su acostumbrada vestimenta por una más ligera y cómoda. Resultaba interesante la forma en que aquel sencillo vestido de verano la envolvía y le permitía apreciar la piel nívea de los esbeltos tobillos de su joven diosa. Apartó sus ojos de ella, tratando de apaciguar entre otras dudas, que tan suave era la piel de Saori.
Desde el principio no le había sido ajena su belleza y con el paso del tiempo, haciendo a un lado sus prejuicios y los recuerdos amargos de su niñez, comenzó a mirar más allá de la apariencia física y descubrió lo que ella tan celosamente protegía, con aquella actitud fría y distante.
Dejando de lado toda la parafernalia, la heredera del poderoso Mitsumasa Kido tenía un corazón noble, valiente y tan necesitado de afecto como el suyo. Sin darse cuenta, del rencor había pasado a la sorpresa, de la sorpresa a la admiración y de esa admiración, había surgido un afecto tan fuerta y extraño para él, que sintió miedo.
Entonces, cuando había empezado a apreciar a la mujer escondida detrás de aquel temple de hielo, Tatsumi les reveló el origen divino de Saori y la presencia de Atenea solo complicó las cosas a un nivel inimaginable. Tras un enemigo, aparecieron muchos más. Las batallas libradas, no dejaron solo triunfos, amigos, superación y nuevas oportunidades, sino también sinsabores y pérdidas difíciles de asimilar. El caballero de Pegaso resolvió que no había tiempo para pensar en ese extraño sentimiento, así que prefirió ignorarlo y centrarse en la batalla.
Sólo hasta que las tribulaciones cesaron, en ese breve tiempo de paz, descubrió para su mala suerte que aquella inquietante sensación tan fieramente ignorada seguía ahí, latiendo fuerte como una semilla lista para germinar a la mínima provocación.
Así que hizo lo único que un caballero inteligente y en su posición se permitiría hacer: concentró toda su atención en el entrenamiento de los aprendices recién llegados al Santuario y el poco tiempo libre se lo daba en exclusividad a su hermana, "para recuperar el tiempo perdido", aunque en realidad trataba de agotar toda posibilidad de hacer contacto directo con el objeto de sus problemas existenciales.
De nueva cuenta trató de ignorarla y evitarla cuanto quisiera, pero en su corazón sabía que se estaba engañano a si mismo. Como caballero y aún más como hombre siempre necesitaría de ella. Necesitaba verla aunque fuera de lejos.
Pese a que lo sabía incorrecto, se las ingenió para contemplarla a distancia y sin que ella se diera cuenta, cuando salía por las tardes a trabajar en el jardín de la casa de Piscis o en sus visitas a la Palestra, durante los entrenamientos de los aspirantes a caballeros, en los que curiosamente el nunca coincidia con ella.
Su mano viajo inconscientemente a su nuca, en aquel gesto nervioso que le era tan propio y sonrió con pesar.
Vaya lío en el que se había metido.
- ¿Cómo has estado, Seiya? - cuestionó con preocupación al notar la tristeza en los ojos castaños de su santo.
- ¡Muy bien! ¡Ya sabes… pasando tiempo con mi hermana y los aprendices, y todo eso…! - contestó inmediatamente. Tenía que distraer su atención hacia otro tema - ¿Cómo te ha ido a ti? ¿Ya te adaptaste a la vida en el santuario?
Esta vez ella fue quien suspiró pesadamente, mientras se sentaba a la sombra de un olivo y abrazando sus piernas, descansando su rostro en sus rodillas.
- No quiero sonar desagradecida - confesó - pero extraño tanto ser ignorada... la palabra intimidad no existe en este sitio. Tener a Tatsumi en su versión dorada, multiplicada por doce... puede ser agobiante, en verdad.
Su queja había salido tan sincera, tan genuina, que Seiya no pudo evitar soltar una risilla de comprensión, mientras se sentaba a su lado y rodeaba sus hombros con su brazo, tan fresco como si estuviera a lado de Miho. Apenas lo hizo, reparó en su error. ¿Dónde demonios tenía la cabeza? ¿Acaso su subconsciente le había jugado una broma? Con todo su corazón, deseo que algún enemigo con oscuros propósitos apareciera, para darse a la graciosa huida.
Desde luego, la respuesta de ella ante su acción no lo ayudaba en absoluto, pues Saori se había recargado en su hombro y entrelazado su mano a la suya, tan cómoda, como si ese gesto no le resultase desconocido y ese hubiera sido su lugar siempre.
Ninguno dijo nada, se quedaron así en silencio por largo tiempo, contemplando como el sol se ocultaba en el horizonte del Mediterráneo y empezaban a brillar las primeras estrellas en el cielo.
Era curioso como ese sencillo gesto, le daba una sensación de paz y plenitud que no era equiparable a nada, excepto tal vez, al reencuentro con su hermana.
Todo parecía estar bien, hasta que ella susurro con la mirada fija en algun punto del horizonte.
- Extraño tanto Japón y a nuestros amigos... ¿Crees que se encuentren bien?
Seiya afianzó su agarre junto, comprendiendo desde el fondo de su corazón.
- Saori. Recuerda que ante todo ellos son tus Caballeros, así que estarán bien. Shun es pacífico, Hyoga es muy inteligente y Shiryu tan prudente como una anciana - ambos rieron - Evitarán meterse en problemas innecesarios... en cuanto a Ikki, bueno... será mejor que el mundo no se meta con el..
Ambos rieron de buena gana, ante el peculiar recuerdo de Ikki.
-Te he extrañado mucho... - dijo la joven deidad con los ojos sinceros y una sonrisa en el rostro que lo desarmó por completo. El caballero retiró su brazó y lo guardó para si mismo,
-Mu debe estar vuelto loco buscandote... ¿quieres que te acompañe de regreso?
Aquella salida tangente no pasó desapercibida. Saori se giró hacia él, para mirarlo de frente.
-Seiya... ¿por qué has estado evitándome? - preguntó directamente, con un fruncimiento en el ceño.
Trató de disimular la tensión en su cuerpo. ¡Qué estúpido había sido! Claro que se había dado cuenta… Repentinamente, empezó a sudar frío.
-No intentes negarlo… - abordó antes de que siquiera pudiera formular una respuesta -… tú me evitas…. lo que no logró entender, es ¿por qué? – Calló un momento para luego agregar - Se supone que ya dejamos atrás las rencillas de cuando éramos niños. Somos amigos ahora… deberíamos tenernos confianza y apoyarnos… ¿Qué es lo que sucede?
Seiya bajó la mirada, tratando de idear una respuesta lógica y creíble. No obstante, su voluntad se quebró cuando contempló aquellos ojos azules que le transmitían una súplica silenciosa
-No deberíamos vernos más… – dijo el joven con severidad, totalmente convencido de que hacía lo correcto.
-Ya sabía que dirías eso, pero no estás respondiendo a mi pregunta ¿Por qué estás evitándome? ¿Hice algo que te ofendiera? o es que acaso…tu… ¿ya no quieres pertenecer a la orden de caballeros?
-No es eso…- contestó de inmediato
-¿Entonces? – insistió nuevamente, colocando su mano sobre la mano de Seiya, que apretaba fuertemente ambos puños, tratando de controlar su frustración.
¿Dónde estaban las fuerzas del mal cuando se les necesitaba?
-Yo no… no debería…. no puedo estar junto a ti, Saori… - dijo atropelladamente y agregó -… es decir, Diosa Atena… lo siento.
-¿Por qué no? – insistió nuevamente la joven deidad, con un dejo de necedad en la voz.
- ¡Por qué si! ¿Acaso no tienes ya a todo mundo girando a tu alrededor? ¿Por qué vienes a fastidiarme a mí? – contestó toscamente, luchando contra su temperamento.
Los ojos de la joven brillaron, con comprensión ante la reacción del caballero.
-Estás molesto… - aseguró y luego sus labios se tensaron en una línea – Entonces, ¿hice algo para molestarte? – increpó curiosa, mientras trataba de rememorar los instantes previos a ese encuentro. Un rápido escaneo a su memoria y no lograba atinar a haber dicho o hecho algo que pudiera representar alguna ofensa.
-No hiciste nada… soy yo… - dijo avergonzado por la forma en que le había contestado - es que yo… yo simplemente… solo soy yo. Punto final. No te debo ninguna explicación.
Saori achicó su mirada ante sus palabras.
-"No eres tú, soy yo…" – contestó esta vez exasperada, levantándose de su lugar, caminó unos cuantos paso frente a él y se devolvió retándolo – Vamos! Puedes hacerlo mucho mejor…
Seiya se debatió una última vez, antes de fijar sus ojos en ella de nueva cuenta. Como si se tratara de un complot divinamente orquestado, la corriente de aire coqueteó nuevamente con su vestido de verano con la promesa implícita de una broma, mientras hacía flotar sus cabellos lavanda dándole un aspecto salvaje. Y también estaba su aroma, aquel perfume de rosas que se hallaba impregnado en el ambiente y que tenía tan grabado en su memoria. Se puso de pie en un salto, mientras su buen entendimiento lo abandonaba.
Se había negado tanto a sí mismo sus sentimientos, que ya se había convencido de lo contrario. Pero el tenerla tan cerca, hermosa, sublime y combativa lo había tomado por sorpresa.
Estaba perdido ante lo inevitable.
-¡¿Quieres la verdad?! –Exclamo Pegaso, con la sinceridad reflejándose en su rostro – Soy peligroso para ti, Saori.
La chica solo frunció el ceño, mientras la consternación se reflejaba en sus ojos...
-No te entiendo… eres mi caballero más leal… aquel destinado por las estrellas, el que ha reencarnado conmigo una era tras otra… ¿Cómo podrías tú ser peligroso para mí?
Seiya soltó una carcajada plagada de desesperación, mientras caminaba en dirección a ella, tratando de encontrar las palabras indicadas para explicarse. Podía sentir el golpeteo de su corazón y estaba seguro de que incluso, a esa distancia, ella lo sentía. Suspiró profundamente y por un momento, le pareció que el tiempo se detenía, mientras ella lo miraba con ojos claros y llenos de confianza.
Una confianza que el ya no tenía en sí mismo.
- Quiero tocarte… - admitió más para sí mismo - … no como caballero o como tu amigo… - acunó su rostro entre ambas manos y agregó casi en un susurro doloroso - sino como un amante…
