Los personajes no me pertenecen, son propiedad intelectual de Rumiko Takahashi.
Negación.
La lluvia caía con fuerza sobre su cabeza, oscuras nubes cubrían en su totalidad el cielo, y la gente pasaba a su lado corriendo o aferrándose a sus paraguas en un inútil intento por no empaparse. Algunas personas se detenían a observar con una mezcla de temor y curiosidad al enorme panda que caminaba delante de él con una mochila al hombro.
Todo le recordaba a aquel día, ese en el cual su vida cambió para siempre, el día en que fue obligado a comprometerse con una extraña, y a cambiar la vida de viajero errante a la que estaba acostumbrado, por una de hogar con sus reglas y normas de comportamiento. En esos momentos solo deseaba curarse de su maldición, no tenía tiempo para una relación amorosa, mucho menos un matrimonio, él era un artista marcial, toda su vida se había preparado para ello y hasta el momento nunca se le había pasado por la cabeza convertirse en un esposo, eso era algo que le sucedía a otra gente no a él. ¿Por qué? Muy simple, eso se suponía que era algo bueno, y a él sólo le pasaban cosas malas…
Y lo peor vino cuando llegó a esa casa, la recepción fue todo menos cortés, no era que los culpara, cualquiera habría reaccionado negativamente al ver entrar en su sala un panda cargando una pelirroja, cuando esperaban un par de hombres, aún así en esos momentos de frustración algo lo hizo sonreír… ella. No solía sonreír muy a menudo, sólo cuando lograba dominar una nueva técnica, o conseguía comer una ración considerable de alimento sin que le fuera arrebatada, pero ella con unas palabras y un gesto tan dulce y cálido como sólo podía ser una sonrisa suya, iluminó su mundo en un instante. Pero luego de un rato, la ilusión se desvaneció, y conoció a la verdadera Akane… su prometida.
Esa chica torpe, violenta, agresiva, que jamás confiaba en él, y lo consideraba el peor de los pervertidos y mujeriegos, esa era justamente la chica con la que se casaría, entonces el matrimonio después de todo si era algo malo, así que todo volvía a su normal configuración en el mundo, y el matrimonio acabaría tocándole a él inevitablemente. Luchó, gritó, pataleó, incluso en una ocasión mordió, por evitarlo, pero muy dentro suyo sabía que sólo estaba aplazando lo inevitable, debía casarse, y lo haría con la horrenda y detestable chica que sólo sabía golpearlo. Porque era su destino, porque no podía cambiarlo, porque provocaría a esa chica hasta que lo golpeara, y la insultaría hasta que sus palabras se volvieran realidad… sólo para que ese destino no cambiara.
Una risa femenina se escapó de sus labios ante tal pensamiento, sólo era un niño en esa época, uno que creía poder engañar al destino con una actuación tan deprimente, el mismo que creía que la virilidad se medía en centímetros de busto. Pero ahora había madurado, al menos lo suficiente para que en un escenario idéntico al de dos años atrás, la escena fuera totalmente diferente, él no sólo no se preocupaba por el cuerpo de chica que en estos momentos lucía, ni se resistía a acercarse a la residencia Tendo, sino que estaba absolutamente ansioso e ilusionado por hacerlo.
Faltaban escasas cuadras para llegar a esa casa donde estaba ella, sólo pensar en eso hacía que todo su alarde de madurez se volviera ridículo, y comenzara a temblar como una hoja seca. Introdujo su mano al bolsillo y apretó la cajita que guardaba celosamente allí, no lo ayudó a calmarse, pero le recordó algo muy importante… Akane lo esperaba y lo extrañaba tanto como él a ella. Maldijo internamente a su padre, dos meses de entrenamiento había sido demasiado, antes de conocerla incluso entrenaba durante medio año, pero ahora era diferente, ahora tenía un lugar al que regresar, y ese lugar no precisamente era una casa, ese lugar era ella. Aún así debía ser justo, ese entrenamiento en el templo budista, esos dos meses de absoluto silencio, y sin contacto con nadie más que su padre y unos pocos monjes del lugar, le habían ayudado a reordenar las ideas. Pero aquella noche tres semanas atrás, cuando desesperado escapó del templo entre las sombras, y corrió cientos de kilómetros hasta encontrar un pueblo, y lo más importante; un teléfono, esa noche lo marcó para siempre. Luego del quinto intento, cuando al fin logró controlar sus nervios y marcar el número correcto, al escuchar su voz casi se le escaparon las lágrimas, talvez era algo normal en alguien que no había escuchado voces en más de un mes, pero con la gente que habló minutos antes en ese pueblo no le había sucedido nada parecido, sólo con ella.
Como si lo esperara fue ella quien atendió el teléfono luego del primer timbre, eran las tres de la mañana y aún así estaba a un lado del teléfono, sin embargo eso no lo dedujo hasta mucho después.
-¿Ranma?- preguntó ella llena de ilusión.
En ese momento, todo atisbo de racionalidad que hubiera cultivado durante su silencioso entrenamiento se esfumó, y como un náufrago sediento frente a cuenco con cristalina agua, comenzó a hablar rápidamente, como si quisiera expresar en un instante con palabras, todo lo que había pensado durante tanto tiempo.
-¡Akane, perdóname no quería decirte todo eso, soy un idiota y lo sabes, los insultos no eran enserio, tú no eres fea, ni peor que las demás, no me creas si vuelvo a decírtelo, no sólo eso, golpéame lo más fuerte que puedas, sé que ya lo haces, pero… te conseguiré un mazo más grande y duro, así podrás golpearme hasta que deje de ser tan idiota, y… escúchame, necesito que seas feliz y si no es conmigo lo entiendo, dímelo y me alejaré lo prometo, pero… yo… no quiero…!- el nudo en su garganta no le dejó continuar.
-Yo también te extraño Ranma…- comenzó a decir sollozando -¡No me importan los insultos, las demás prometidas, los locos que aparecen aquí cada tres días buscándote para retarte… no me importa nada sólo regresa, prométeme que volverás, me siento sola, hace mucho que no lo sentía… me duele sentirlo…!- balbuceó algo después de eso, pero los sollozos eran tan fuertes que él nunca lo escuchó.
-En menos de un mes estaré allí, lo juro… por favor espérame…- suplicó roncamente, en un esfuerzo por que ella no notara su voz quebrada.
Esa noche al colgar el teléfono su rostro estaba bañado en lágrimas, le tomó el resto de la noche regresar al templo por lo que no pudo dormir, pero nada importaba, había escuchado su voz, ella estaba bien, y ahora su misión era más clara que nunca; regresaría lo antes posible para no volver a alejarse nunca más.
La retrospectiva acabó cuando chocó de frente con la peluda espalda de su padre, iba tan ensimismado en sus recuerdos que no notó que ya se encontraban frente a al portón de los Tendo. Avanzó detrás de su padre hacía el interior de la casa, concentrándose en percibir el aura de Akane, ella lo esperaba y de alguna forma sabía que no habría salido justo ese día. No se anunció al ingresar al interior de la casa, si Akane no salía a recibirlo, él iría a darle la sorpresa. En ese momento como era de esperarse Kasumi apareció a recibirlos.
-¿Ya regresaron?- preguntó la joven al ver a los recién llegados.
Ese no era el recibimiento que hubiera esperado, la voz de Kasumi se escuchaba rara, así que desvió la mirada de la escalera por la cual esperaba ver bajar a Akane para posarla sobre ella. El inmaculado cabello café estaba algo desalineado e incluso podían verse algunos hilos blancos mezclados en él, sus ojos estaban rojos, su rostro estaba compungido, como si intentara contener las lágrimas. Algo definitivamente no estaba bien, y la intensa puntada en su pecho lo confirmaba.
-¡¿Qué sucedió Kasumi, donde está Akane?!- preguntó aterrado, al borde de la arritmia cardiaca.
-A… Akane… ella está…- no pudo contener más el llanto, con las manos en su rostro perdió las fuerzas y cayó desmayada, por fortuna el panda logró atraparla antes de que se golpeara con el suelo.
Pero él no le prestó atención a nada de eso, la palabra que Kasumi no había dicho se repetía una y otra vez en su mente, pero no podía ser, tenía que haber un error. No supo en que momento subió las escaleras, o llegó hasta allí, pero en un instante se encontraba dentro de la habitación de su prometida, todo estaba limpio y ordenado como siempre, pero ella no estaba allí. Recorrió toda la casa en su busca, gritando su nombre una y otra vez, pero ella no estaba. No lo aceptaba, eso no estaba pasando, eso simplemente no podía suceder.
-¡Ella está muerta!- le gritó Nabiki exasperada por los incansables gritos del chico.
-¡No, eso no es cierto, ella no está…!- se detuvo a mitad de la frase, no podía decir la odiosa palabra, y mucho menos aceptarlo, una parte irracional de su cerebro le decía que si lo aceptaba sería el fin, perdería las esperanzas, la perdería, y… ¿Para qué vivir sin ella?
-¡Si lo está, uno de los locos que te persiguen la atacó y por su culpa cayó al río!- volvió a gritar mirándolo fijamente, sus ojos también estaban hinchados y rojos, pero se veía más molesta que acongojada -¡Murió ahogada y tú no estabas allí para salvarla!
Sabía que había recibido golpes duros en su vida, algunos que casi lo habían matado, pero en estos momentos no recordaba ninguno que le hubiera dolido una milésima parte de lo que dolieron esas palabras. Sin decir palabra se alejó de allí, sus piernas volvieron a llevarlo a la habitación de ella, se dejó caer en el suelo sin voluntad.
-No…- se repetía a si mismo una y otra vez con la mirada perdida en algún punto.
Sacó la cajita negra de su bolsillo, la observó mientras la imagen se difuminaba por las lágrimas que se acumulaban en sus ojos. Si hubiera estado allí, si no se hubiera alejado de ella, si no hubiera aceptado ese estúpido entrenamiento, si nunca hubiera llegado a su vida… si él no hubiera existido...
-¡NOOO!- el grito retumbó en la casa, al tiempo que su puño se estrellaba contra el suelo, atravesando la madera hasta llegar a los cimientos.
Sólo entonces le permitió a las lágrimas correr libremente, se dejó caer totalmente y hecho un ovillo en el suelo lloró como nunca lo había hecho en su vida, lloró de impotencia, rabia, culpa, tristeza, pero sobre todo de dolor. Ya nada importaba, sin ella todo era insignificante, de hecho nunca notó en que momento había regresado a ser un hombre, pero eso poco le importaba, solamente quería desaparecer del mundo en ese instante, partir con ella para siempre y no alejarse jamás. Abrió sus ojos y pudo ver el contenido de la caja que en algún momento había dejado caer, allí frente a sus ojos estaba el sencillo pero hermoso anillo que, a escondidas de su padre, había comprado con sus magros ahorros.
-Te amo…- musitó.
Esas palabras que nunca se atrevió a decirle salieron como un susurro del alma, una cosa más por la que sentirse culpable, si sólo se lo hubiera dicho talvez… ya no tenía sentido el talvez, ella no estaba allí… nada tenía sentido ya. Tomó el anillo, recordando cuanto deseaba dárselo, colocarlo en su dedo anular mientras le pedía que fuera su esposa, mientras le decía que la amaba.
-Talvez aún pueda…- murmuró incorporándose.
Ese anillo era de ella, y él se lo daría, la buscaría y lo haría, así que salió de la casa y se dirigió hacía el cementerio. Corrió con todas sus fuerzas, una pequeña llama de esperanza se encendió en su interior al llegar al lugar, si no encontraba su tumba, entonces significaría que ella continuaba con vida y sólo había sido una broma de mal gusto.
El recinto era gigantesco, aún así supo exactamente hacia donde encaminarse, se detuvo frente a la temida lápida, allí, escrito en grandes y claros kanjis estaba el nombre de su prometida, sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas, pero aún había una última esperanza, podría no haber nada enterrado. Tomó aire dándose valor y comenzó a excavar la tierra con sus manos, sabía que profanar el lugar donde descansaba un muerto estaba mal, y lo último que quería era perturbar a Akane de alguna forma, pero lo necesitaba. Si ella no estaba allí la buscaría bajo cielo y tierra hasta encontrarla, y si estaba… le colocaría el anillo y acabaría con su miserable existencia en ese preciso lugar.
Sus manos sangraban debido a las pequeñas piedras que estaban mezcladas con la tierra, cuando palpó la dura madera del cajón.
-Puede estar vacío- intentó convencerse, apartando los restos de tierra del mismo.
Miró el cajón fúnebre ya limpio de tierra, tragó en seco y temeroso por lo que encontraría dentro comenzó a forzar la cubierta, levantándola mientras lo clavos que la afirmaban se desprendían poco a poco.
-¡Ahora o nunca!- exclamó mientras tiraba con todas sus fuerzas de la tapa con los ojos cerrados.
La cubierta cayó a unos metros del cajón, mientras él permanecía de pie frente al mismo sin atreverse a abrir sus ojos.
-Tranquilo… Akane no estará allí dentro, ella no se dejaría vencer tan fácil, prometió esperarme, mi marimacho jamás rompe sus promesas- se dijo a sí mismo, y con renovados ánimos abrió sus ojos, deseando encontrar el cajón vacío.
Lo primero que vio fueron sus ojos marrones abiertos, sin vida, su cabello tenía la consistencia de la paja seca, el azul había perdido su brillo por completo, su piel no era más que una delgada capa grisácea a través de la cual se veía claramente su cráneo, las manos sobre su regazo apenas conservaban un poco de piel…
Continuará…
Hola a todos, este fic es el resultado de un descanso que hice de mis estudios, tardaré un poco en terminar el vendedor debido a que estoy muy complicada.
Se lo dedico a todos los que me llaman cruel… para que vean que se equivocan ^^.
Por último quiero agradecer a Noe por ayudarme la causa de la muerte de Akane, y a Elisa Ackles por el título.
Nos vemos en el siguiente capítulo.
Saludos.
