Te amo con la fuerza de los siete mares.

CAPÍTULO PILOTO.

Cientos de años atrás, cuando el hombre apenas empezaba la aventura de descubrir los misterios del mar, una joven pareja se debió de separar, él de nombre Mikos y ella de nombre Ata, como era costumbre en esas épocas, fueron comprometidos desde su nacimiento por sus padres con el fin de mantener o asegurar el bien familiar, ella, Ata, lo amaba con el alma, pero él solo la veía como una hermana a pesar de su crianza.

Mikos era marinero, lo seducía el mar y los misterios que en su interior guardaba y al igual que él, Ata amaba esa gran bóveda de agua salada, cuando niños solían hablar por horas imaginando las grandes aventuras que tendrían cuando crecieran y se embarcaran; ella era una mujer de alma pura y sentimientos nobles, fiel a los dioses y a sus valores, caritativa y bondadosa, pero también era fuerte e impetuosa, lo cual hacia que Mikos le guardara un gran cariño, para él, ella era como el mar, anhelaban formar parte él, y que a su vez este fuera parte de ellos; ese era uno de los motivos por los cuales se llevaban tan bien.

Sin embargo al ir creciendo, sus responsabilidades cambiaron, él debía trabajar en el mar para proveer al pueblo en que vivían, ya sea pescando o trayendo productos de los poblados cercanos que se encontraban en las islas de alrededor, era su trabajo ideal, salía a altamar y pasaban días antes de volver, por lo que tenía oportunidad de conocer leyendas e historias que este poseía, y por otro lado ella debía responsabilizarse de los deberes del hogar como toda buena mujer de casa… no se quejaba y en sus tiempos libres caminaba por la costa, jugaba con las olas y contemplaba la inmensidad del ente azul; En uno de sus tantos viajes, Mikos y la embarcación en la que iba naufragó durante una tormenta, muchos en ella murieron, pero él fue a parar a un poblado lejano donde conoció a una mujer de la que quedó prendado; Mikos apreciaba a Ata mas no la amaba, y cuando por fin entendió lo que era el amor y con quien y donde quería pasar sus días, decidió que seguiría a su corazón, cuando volvió a su lugar de origen, le confeso a Ata que había otra mujer a la cual amaba y que por eso se marchaba.

Ata le suplicaba que no la abandonara, pero él le explicaba que lo que sentía por Kela era mucho más grande, incluso más que su amor por el mar le rogó que comprendiera que su destino no era con ella, y con un gran dolor por abandonar de esa forma a su querida amiga esa que por mucho tiempo fue su prometida, partió, se fue a seguir a Kela, a aquella a la que consideraba su tierra, su hogar.

Ata lo comprendió, si su amor por ella era aún mayor que el que tenía por el mar, entonces debía dejarlo partir aunque eso significara un gran dolor para ella, con el corazón destrozado corrió hacia la sima de un monte, un monte muy conocido en su población y al cual nadie se acercaba ya que muchas vidas habían terminado en el, pero Ata jamás le temió a dicho lugar, lo consideraba un lugar místico, de paz y meditación, y siempre que se sentía desesperada corría hasta ahí, contemplaba el océano y expulsaba de su sistema todo aquello que la hacía sentir miserable, el monte terminaba con la formación de un peñasco bordeado por las aguas turbulentas que chocaban contra las rocas, perra ella es como si esas aguas bravías arrancaran todo lo malo del mundo… pero ese día, esa tarde se había vuelto obscura, el viento rugía, las olas golpeaban con furia las rocas en el fondo presagiaban la peor tormenta.

Sin embargo ella quería sacar de su alma todo ese dolor, gritaba, lloraba y suplicaba por su amor, ella lo dejo ir, y comprendía el porqué, deseaba que fuera feliz, pero eso no significaba que ella no sufriera, sabía que Mikos no volvería, se acercó a la orilla observando que en la base de este filosas y grandes formaciones rocosas se encontraban; había empezado a llover y la tierra donde estaba parada se hacía cada vez más inestable, pero ella solo pensaba en que el mar solo sufría con ella.

Con el alma partida veía a esa gran bóveda marina acompañarla en su sentir; la tierra bajo sus pies era cada vez más frágil y hubo un momento en que esta no pudo resistir más el peso, el pedazo de tierra se deslavó y cayó al vacío junto con ella, su cuerpo se estrelló con violencia contra las duras rocas, sus huesos estaban rotos y no podía moverse, sentía que era aplastada por el peso de la tierra y como las olas chocaban contra ella, tenía frío pero ella no moría, se sentía desolada y aun así no temía morir, no le importaba, en ese momento solo pensaba en Mikos, en que fuera feliz, que viviera una larga y prospera vida a lado de esa a la que tanto amaba y que siempre fuera correspondido; pensaba también que morir en el mar que amaba tanto era una bendición y hacerlo en esas condiciones la harían sentir realmente que formaba parte de algo grande imponente y maravilloso; si había algo que siempre la había caracterizado además de su amor por el océano, era su amor por la música, por lo que, con lo que pensó seria su último aliento entonó una melodía dirigida a esas aguas que la acompañaban en sus últimos momentos; una vieja canción que su abuela solía cantarle cuando niña, una que hablaba de nueva vida, nuevas oportunidades y nuevas aventuras en ese océano tan azul y misterioso todos amaban.

Los dioses la observaban, se conmovieron por ese corazón tan puro que aun en su dolor deseaba que la mayor felicidad a aquel que la abandonó y que además amaba con el alma a la que sería su tumba, por lo que tomando en cuenta esos sentimientos tan buenos, la nobleza de su alma y su fé en las obscuras aguas, decidieron acogerla en su manto, mediante la luna le hablaron y explicaron que su corazón la había salvado, además de que de ahora en adelante tendría la misión de cuidar y proteger a todas esas creaturas del mar junto a Tritón, quien sería su compañero en la eternidad, le otorgaron una nueva vida con la fuerza de los siete mares, convirtiéndose así en la primera sirena.

Esa noche, cuando la metamorfosis hubo concluido y el dolor de su cuerpo desvanecido, juró ante la luna que le concedería ese don a todo aquel que llegara al mar con el corazón partido a causa del desamor, que los amaría como a sus hijos y que si el amor para ellos no estaría en la tierra, lo estaría bajo el mar, y viceversa.

En la actualidad…

Era una noche fresca, la brisa marina hacia volar el cabello rubio de una hermosa chica que observaba el mar con sus vibrantes y fieros ojos azules que se asemejaban a este, parecía que se encontraba en total paz y tranquilidad, pues su irada era serena… pero en realidad su interior se encontraba en total caos, se sentía atrapada, rodeada, observada por las ahora obscuras aguas que se mantenían imperturbables, hasta parecía que se burlaban de ella.

Era media noche y la zona estaba despejada de cualquier otra miserable alma que la pudiera observar, por lo que se atrevía a salir ataviada con unos shorts cortos morados y una blusa ligera de tirantes color lila, Helga G. Pataki se encontraba sentada en la baranda de lateral del barco en el que viajaba, aunque para ella era más bien la pecera flotante que la llevaría a su ya previamente anunciado destino.

Ahora con 16 años, la chica era una envidiable profecía, sus facciones se habían definido, ya nada quedaba de la chiquilla salvaje de toscas facciones, la uniceja se había trasformado en dos perfectas cejas pobladas bien delineadas, el cabello rubio en dos coletas que la caracterizan paso a ser un largo y sedoso cabello hasta la cintura que desde la altura de los hombre y hasta las puntas se degradaba en rosa dorado un poco tenue pero que uno se percataba rápidamente el rosado color en ella, su cabello era normalmente recogido en un medio moño mal hecho o en ocasiones una trenza desordenada que dejaba mechones libres de su cabello que simulaban una media cola de lado lo cual le que le daban un aspecto salvaje y dulce.

Su cuerpo también había cambiado, la naturaleza la había bendecido por más que ella intentara ocultarlo en ropas holgadas frente a aquellos que consideraba le perderían el respeto, poseía un cuello largo y delicado el cual colgaba un relicario de plata redondo de aspecto antiguo y con un zafiro al centro, hombros finos pero siempre en correcta postura que la hacían lucir imponente, generosos y abundantes pechos, siempre ocultos bajo una holgada playera al igual que la cintura de avispa, un trasero que sería la envidia de muchas y el delirio de otros tantos si no fuera porque se encontraba escondido en pantalones grandes y pans deportivos, largas, torneadas y fuertes piernas producto de los constantes deportes y las clases de danza en las cuales se daba el lujo de ser ella misma, sin ataduras ni prejuicios… toda una vida haciéndose a la idea de que su único parecido con su familia lo heredo de Big Bob, su cabello rubio, la terquedad, el cinismo, el genio de los mil demonios y la guinda del pastel… la uniceja, pero resulta que la naturaleza le tenía algo más preparado, pasaría de ser una Big Helga a una digna nieta de Torrance Lynch, así es, todo en ella, bajo es capa de Big Bob estaba una perfecta herencia de su abuela y que ahora emergía a la superficie de forma devastadora, ella era consiente… pero realmente ¿importaba?

En realidad ahora no… con una mirada resignada observaba las aguas, siempre se le había dado bien el drama y la tragedia… bueno algo de parentesco tenía que tener con ese rayito de sol de su hermana… pero, estaba segura que en tragedias y negras suertes ella era la emperatriz; recitaba poesía en murmullos a su eterno y despistado amor, él era el único capaz de llevarla al cielo con la misma fuerza con la que la arrastraba al infierno al no ser correspondida, la buscar migajas de atención de las cuales hace un tiempo desistió, ¿era mejor vivir solo por vivir? Pues hasta ahora le funcionaba, sus emociones poco a poco se iban apagando y lo aceptaba, aceptaba su destino y se preparaba para cumplirlo.

La ingobernable chica detuvo su soliloquio rio amargamente ella debió haber sido la inspiración de Shakespeare en una vida pasada… con un suspiro se encaminó a la piscina con la que contaba el barco, sin miramientos ni protocolos, para después lanzarse a las cristalinas, dulces y refrescantes aguas que reflejaban la luz de la luna y ante esa misma, una luz azulada y burbujas la rodearon, las piernas dejaron de ser piernas y pasaron a ser una larga y fina cola de sirena en tonos azules, la playera desapareció y ahora lo que la cubrían de las miras indiscretas eran las hebras doradas y rosadas de su cabella, los cuales llegaban hasta su cintura.

Cuando la metamorfosis hubo concluido la ahora sirena emergió del agua y se recostó flotando de espaldas en el agua viendo a la luna la cual perecía que retaba. Ella no era consciente de que unos avariciosos e hipnotizados ojos verdes la observaban desde las sobras, sorprendido y embobado Arnold P. Shortman observaba el espectáculo.