Fuck it. Estoy pasando un momento de mierda en la vida y no se me ocurrió una mejor idea que plasmar la frustración con un fic dramático, y esta pareja es la ideal para hacerlo. Pero conociéndome, al menos voy a tratar de que sea lo más pasable posible, con el romance siempre presente, obvio. No soy muy buena haciendo relatos solo inmersos de dolor.

Creo que va a ser un three-shot o algo así. Todavía no estoy segura.

Solo me queda decir que: estos majestuosos personajes no me pertenecen.

¡Ahora sí! ¡A sufrir! digo, ¡a leer se ha dicho!


El camino

Culpa

Eres toda una guerrera, Gabrielle, y me siento tanto orgullosa como responsable y culpable de eso. A pesar de que pasas tu vida transitando el camino que gracias a ti yo pude empezar, el brillo en tus ojos ha desaparecido. Estos ahora son fríos; oscuros, calculadores... Están nublados por la indiferencia.

Varias cicatrices marcan tu cuerpo, y éstas te hacen recordar todo el tiempo el sendero que decidiste tomar.

Tus músculos ahora no tienen nada que envidiarle a los míos, ya que se encuentran más firmes y fuertes que nunca. Tus habilidades... Ja, si pudiera tener un enfrentamiento contigo, me derrotarías en menos de un minuto. Aprendes extremadamente rápido, tanto... que asusta.

Has perfeccionado el chakram de maneras que yo nunca hubiese sido capaz. Desarrollaste tu propio estilo. Sin embargo, éste ahora se encuentra repleto de sangre, mucho más de lo que yo misma lo manché en el pasado. Y aunque luches por el bien no puedes mentirte a ti misma. En estos tres años que pasaron luego de mi muerte te has convertido en una asesina. En un antihéroe que lucha contra la maldad, que juzga y hace de verdugo al mismo tiempo.

Te arrepientes cada día, puedo leer lo que piensas, pero aún así decides seguir por ese sendero... Por ese sangriento sendero que elegiste.

Es todo lo que tienes.

Dejaste de escribir. Los pergaminos quedaron olvidados en mi tumba, en Amphipolis, al igual que tu corazón y tu brillante luz.

Ya no lloras. Parece una buena noticia, pero no lo es..., porque tus sentimientos se endurecieron tanto que has perdido la compasión.

"Vete si no quieres morir."

Es todo lo que te escucho decir día tras día antes de sacar tus sais y clavarlos cruelmente en el enemigo, que hizo caso omiso a tu amenaza.

No soy quién para juzgarte, antes era yo la fuerza bruta y tú mi sabiduría. El problema aquí es que los roles han cambiado y no hay quién te brinde esa sabiduría que yo tanto necesite y pude encontrar en ti. Nadie te ayuda a reflexionar sobre tus actos... Nadie. Rechazas a cada persona que se acerca para seguirte, tal como tú me seguiste a mí.

Lo único que no ha cambiado son tus sentimientos por mí. Los escucho y siento cada día. Percibo tu anhelo de verme aunque sea en una forma espiritual, y eso me desarma poco a poco con una agridulce sensación de fondo, convirtiéndome en un mar de lamento.

Me extrañas tanto como yo te extraño a ti.

Pero con coraje, levantas la cabeza y sigues adelante casi de forma automática. Acción que si el caso hubiese sido inverso y yo me encontrara viva y tú muerta, jamás podría hacer.

Eres fuerte, demasiado, y esa misma fortaleza te está sobrepasando; agotando, destruyendo.

No sabes cuánto me gustaría estar a tu lado. Cuidarte, protegerte, quererte... Quererte de la forma que nunca me animé a hacer. Hoy lo sé, ya que estoy muerta, y ahora veo la verdad con claridad.

Tú me amas de la misma manera que yo te amo a ti.

Pensar que perdimos tanto tiempo sin decírnoslo me provoca una congoja inexplicable. Para ser un mero espíritu me resulta extraño aún sentir estas emociones que me agobian. Pensé que todo se esfumaría al morir, pero veo que mi tortura no ha logrado escapar siquiera de la muerte misma.

Desvío un poco la vista y ahí estás de nuevo en una ardua batalla. Todo lo utilizas a tu favor, como bien te enseñé. Escuchas cada sonido en el aire, anticipándote al enemigo. Clavas tu espada en él, observas con una fría expresión como cae lentamente, y luego la sacudes para quitar de tu arma aquel pecado que la va oxidando poco a poco.

Quieres llorar pero no puedes. Las lágrimas se secaron en tu interior hace tiempo. En consecuencia, das media vuelta, subes a tu caballo y continúas el camino como si nada hubiera pasado.

Al menos la villa que protegiste te está agradecida.

¿Pero qué hay de ti? ¿Qué hay de tu hermosa alma que se va marchitando cada día más por tus acciones?

Gabrielle..., si hubiera sabido que nuestra separación terminaría en convertirte en lo que menos deseabas ser, jamás me hubiese ido. Jamás me hubiera dejado llevar por los pecados que cargaba. Nunca pensé que te ocurriría esto... De verdad que no. Creo... que te puse en un pedestal olvidando por completo que solo eras una persona y no una diosa, y tal como yo, pecabas, pecaste y sigues pecando. Estaba tan empecinada en saciar mi culpa, en redimirme, que te dejé en segundo lugar. Y debe ser por esa misma razón que sigo en un limbo interminable.

No estoy ni en el paraíso ni en el infierno. Me encuentro en un indescifrable lugar que se siente peor que el infierno, ya que me permite detallar día tras día el peor error que cometí en mi vida: dejarte.

Los que se marchan están en paz... los que se quedan son los que sufren.

Me dijiste eso una vez, y aunque me costó creerlo al principio, ahora puedo ver con claridad que tenías razón. Porque comparada contigo yo gozo de un cierto alivio en mi alma que nunca sentí estando viva en su totalidad, excepto... cuando me encontraba a tu lado.

Debí haber notado eso. Debí haber atesorado más eso.

Estás sufriendo, pero no muestras indicios de ello. Tu seria expresión no muta. Con cada estocada de la espada desahogas el dolor, imprimiendo en la piel de tu adversario los gritos agonizantes que no puedes sonorizar.

Temo por tu camino y egoístamente por tu reencarnación. Ambas ya teníamos el destino marcado. Se supone que vamos a encontrarnos en un futuro..., esa era mi esperanza. Pero si sigues así no creo que renazcas como alguien honorable, a pesar de tus buenas acciones. Estas demasiado perdida.

Es probable que nuestros destinos se separen... y no quiero eso. Lo que siempre he deseado es estar a tu lado, no quiero perderte. Ya te perdí en una vida, no puedo permitirme el perderte en otra.

Debes despertar, Gabrielle..., y no sé qué hacer para hacértelo entender. Poco puedo hacer realmente. Estoy muerta... Estoy del otro lado de la vida, solo puedo contemplarte y rezar por ti..., solo eso.

Cierras los ojos con pesadumbre. Otro día que se acaba, otra noche que llega, pero nada de eso tiene significado para ti. La vida ha dejado de tenerlo... para ti.

Porque tú quieres estar...

—Muerta.

Terminas mi pensamiento con tus labios, lo cual solo provoca que mis reprimidas lágrimas emanen.

Has perdido la capacidad de sonreír, de disfrutar de la vida. De agradecer cada pequeña existencia y molécula en ella como antes hacías; como bien me enseñaste. En serio, ¿cuándo fue la última vez que sonreíste? Y no me refiero a esa sonrisa maliciosa (muy parecida a la mía) que dibujas a veces cuando un enemigo avanza hacia ti.

Te revuelves incómoda sobre la manta. Algo definitivamente perturba a tus sueños, y eso sí es algo que no puedo saber. Pero intuyo que, como me pasó a mí, la culpa te invade dentro de estos, transformando tu descanso en una pesadilla eterna.

Me genera tanto dolor verte así. Eres lo que más me importa en el mundo... Eres lo mejor que me pasó en la vida, solo quiero que seas feliz. No obstante, la felicidad que deseo para ti parece evitarte.

De repente, abres los ojos de golpe y te incorporas, desenfundando tus sais en el acto, apuntándolos hacia adelante. El sudor se resbala por tu frente. Estás agitada, como si hubieses tenido una larga batalla con Morfeo. De a poco recuperas el aliento, y observo, como todas las noches, la misma rutina que te agobia. Tiras las armas al suelo, impotente, y te cubres el rostro con la mano, ahogando un grito.

Un grito que internamente puedo oír.

Como si te pesara el cuerpo, con una importante lentitud te levantas y diriges los pasos hacia un lago cercano. Desde lo alto contemplas tu reflejo en él unos segundos, encontrándote con unos fríos ojos que te miran sin emoción; inexpresivos, sin sentimiento alguno.

Eres el idéntico reflejo de mi pasado. La única diferencia es que el mal aún no te ha poseído, ya que no eres egoísta como lo fui yo.

Negando con la cabeza, mojas tu cara y te la refriegas con impaciencia, como si esa acción pudiera devolverte a la normalidad. No puedes flaquear, piensas, tienes un deber... Un pesado deber que yo sin darme cuenta dejé en tus manos.

Vuelves a tu campamento y te sientas frente a la fogata. Hoy tampoco podrás dormir.

Mis ojos descienden desconsolados al notar como del suelo agarras esa katana que todos los días te recuerda mi despedida. Me pregunto si quisiste conservarla solo para sentirme cerca, sabiendo que eso únicamente incrementaría tu dolor.

Con ambas manos la pones frente a ti y la desenfundas por la mitad; puedes ver de nuevo tu reflejo en su filo. Un reflejo que no dice nada, que no cuenta para nada esas mágicas historias que llevas dentro de tu corazón.

Frunciendo el ceño, la devuelves a su funda. Pero un minúsculo y no bienvenido sonido, que obviamente llegaste a escuchar, provoca que te aferres a ella con más fuerza. Conservas la calma y no te das vuelta. Sabes que el enemigo podría aprovecharse de ello. Sí, por supuesto que es un enemigo, porque ya no tienes a nadie a quién llamar amigo. Quién sabe porqué quieren matarte. Eso... ya no te interesa.

Cualquier persona que se cruce en mi camino y no sea pacifista debe morir.

Eso leí en tu mente. Lo pensaste de una forma tan fría, tan despiadada..., que solo me recordó a mi antiguo yo. Y con eso en mi cabeza, no puedo dejar de pensar en que he destruido tu vida, a tu inocente corazón. Nunca debí permitirte que me acompañaras en el camino de mi redención. Si hubiese sabido que te ibas a convertir en mi fiel sombra, nunca te hubiera llevado conmigo.

Escuchas los leves sonidos que hacen sus desconocidos pies sobre la tierra, apacible.

Otra vez...

Piensas, entrecerrando los ojos con resignación.

Sí, otra vez tratan de matarte. Parece que te ganaste una importante reputación mi querida amiga.

El casi insonoro ruido de una rama quebrada llega a tus oídos. Y esa fue pauta suficiente para que tus pupilas se ampliaran, desenfundes tu espada velozmente y gires el cuerpo, decidida a cortar la cabeza de esa persona sin siquiera haberla visto antes.

Duda un poco, por favor... ¡Duda un poco antes de matarlo!

Escucho a lo lejos tu alarido de gloria, mientras para tu asombro, visualizas como el hombre logra esquivar la estocada. Algo sorprendida, una complaciente sonrisa se empieza a dibujar en tus labios. Por fin has encontrado un verdadero enfrentamiento que te hará canalizar toda tu tristeza e ira contenida.

—¿Quién eres? —preguntas con una voz más grave de lo que recordaba.

—Alguien que está por morir no necesita saber mi nombre. —Colocó la espada en su hombro, confiado—. Solo puedo decirte que tu cabeza vale mucho, por ende, la tomaré.

Una máscara cubría su semblante, imposibilitándote verlo, lo cual era esencial para ti, ya que habías aprendido a leer las emociones del contrincante y tal cosa jugaba a tu favor. Pero no parecías preocupada por ello, es más..., te divertía la idea de que fuera difícil encargarte de él.

Con una tenue malicia adornándote sonríes de lado, volviendo a enfundar la espada ágilmente. Te estabas preparando para destrozarlo de un solo golpe. Y lamentablemente sé que disfrutabas de aquel peligroso escenario.

—Me alegra que mi popularidad se haya expandido tanto... —Te burlas a pesar de tal situación.

Mi alma se hunde ante el miedo de que puedas fallar. Ese fue mi gran error siempre, no tener fe en ti. Y veo que no he aprendido de él. Tengo miedo de que mueras.

Eres la mejor guerrera que conocí. Aprendes rápido, posees todas las condiciones para ganarle, pero también tienes un pequeño defecto que puede ser fatal, y ese es... el descontrol de tus emociones. Te has mantenido tan firme y tan fría este último tiempo que eso solo conllevó a que una cólera gigantesca creciese en ti. Si no la controlas te matarán.

Un guerrero no debe demostrar sentimiento alguno al pelear, ni siquiera el odio. Esa es la clave de una victoria segura, incluso cuando te encuentras en desventaja. Eres consciente de ello, lo puedo leer en tu mente, pero no te importa. De alguna forma..., te da igual si ese misterioso criminal te derrota. Solo quieres canalizar aquella pesada energía que te consume.

La lucha se ha convertido en tu droga, tal como fue la mía en el pasado.

Mis lágrimas ya no pueden más y vuelven a resbalarse por mis mejillas con una intensidad desmedida. Cubro mis labios, como si de esa manera pudiese evitar el potente sollozo que desea escapar. No consigo mucho. Por mi culpa te has convertido en lo que menos deseaba para ti... Es todo mi maldita culpa.

Tus pasos desprendiéndose del suelo con rapidez generan que mi vista se centre de nuevo en ti.

El joven esquiva esa patada giratoria que le regalaste con habilidad, saltando hacia atrás en una ágil acrobacia. Tu serio semblante no se inmuta a pesar de esa gran muestra de poder. Lo sigues cual halcón con la visión mientras comienzas a desenfundar lentamente la espada, dejándola por la mitad. Tu mente calcula de una inteligente forma lo que sería su próximo movimiento y acierta. En eso debo admitir que me superaste por completo. Tu inteligencia no tiene fin, tus estrategias no podrían ser más precisas.

Él rebota con los pies sobre el tronco de un árbol y ahora lo tienes sobre tu cabeza, amenazándote con su filo. Con solo esa imagen sabes que la victoria será tuya. Apresuradamente cambias de dirección el ataque, aún dejando medio desnuda tu arma. Escucho como tu katana empieza a deslizarse deseando ser liberada.

Flexionas las rodillas, sujetando con fuerza la vaina, y levantas la cabeza directo a él, para luego pegar un increíble salto y desenvainar la espada con toda la energía contenida en ti. La deslizas como si de una danza se tratase, como si fuera parte de tu cuerpo. El enmascarado hombre te imita y dirige el arma contra ti de la misma forma mientras cae en picada a causa de la gravedad.

—Muy lento... —murmuras, abriendo los ojos de una manera que hasta a mi me asustó.

El filo de ambas chocan y luego de unos críticos segundos en los que la fricción fue protagonista, destruyes la suya en el acto, cortándola por la mitad. Pudiste haberte detenido en ese mismo instante si la misericordia todavía fuera parte de ti, pero no lo hiciste, continuaste el recorrido impulsándola y acompañándola con un alarido que escondía lamento, hasta cortar en dos a ese guerrero.

Pude sentir como tú percibías su piel despedazarse con lentitud. Pude sentir como disfrutabas de ello, como tu mente se nublaba y ahora solo ese momento importaba.

Aterrizaste y ambas partes de lo que quedaba de él se derrumbaron a tus costados. La lluvia de sangre no tardó en aparecer, bañándote de ella. Elevaste el rostro con la mirada vacía, permitiéndote mojar por aquel rojizo líquido.

Te observé, helada. Esa no podía ser mi Gabrielle. No podía...

Cerraste los ojos, bajando la espada, mientras el diluvio terminaba. Tu agarre perdió fuerza y ésta cayó a tus pies haciendo un seco ruido. La miraste con odio, con rencor..., como si esa katana fuese la culpable de tu fatídico destino.

Luego de estar unos minutos embelesada en la nada misma, ladeaste un poco la cabeza y contemplaste el cuerpo desmembrado de aquel desconocido sin siquiera pestañar.

Nada. Nada aparecía en tu mente. Siquiera un pequeño sentimiento de culpa. Todo lo que podía vislumbrar en ella era una oscuridad inmedible.

—Es tu culpa. —susurraste elevando una triste comisura.

En otro momento incluso lo hubieses enterrado a pesar de ser tu enemigo. Pero esa ya no eras tú... ¿verdad?

Tu mirada se clavó en el suelo mientras con los dedos te rozabas el cuello, notando como se encontraba húmedo por aquella sangre ajena.

Asqueada, te dirigiste de nuevo al lago.

Ahora toda mi atención se centró en tus manos quitando tu ropa con pesadez. La tiraste al suelo con desprecio, quedando completamente desnuda. Entrecerré los párpados al detallar cada hermosa parte de tu cuerpo. Si supieras... que en vida hacia mi mejor esfuerzo para que no se notara mi lujuriosa mirada cada vez que te cambiabas frente a mí. Veo que lo logré, ya que nunca sospechaste de mis desenfrenadas emociones ¿cierto?

Te adentraste en el agua, y esta de inmediato se tiñó de un carmesí color. Color que no te pertenecía.

Comenzaste a lavarte histéricamente.

—El olor a sangre no se va... —dijiste, frotando las manos contra tu cuerpo con desesperación, dañándote en el acto.

No..., te equivocas, sí se va. De tu piel al menos. Pero tu ser siempre recordará aquella fragancia a muerte. Esa es la consecuencia de haber elegido el camino del guerrero.

Pero Gabrielle... ese era mi camino, ¡no el tuyo!

Otra mañana llega, y para mi sorpresa tienes una visita inoportuna. Una visita que provocó que mi garganta se secara.

Unos ojos cuyos colores son idénticos a los míos te observaban absolutamente afligidos. De inmediato piensas en mí. No puedes evitarlo.

—Eva... —susurras el nombre de mi hija, sentándote en la manta— ¿Qué haces aquí?

Tratas de sonreírle, pero ni eso te sale. Creo... que te causa dolor ver en su rostro el parecido conmigo.

Mi hija se agacha y te mira con compasión, para luego rozar tu mejilla con sus delicados dedos.

—Estoy preocupada por ti. —dice. Alzas una ceja debido a sus palabras.

—No tienes que estarlo, estoy perfectamente bien.

—¿Es eso cierto? He escuchado unos rumores nada amigables sobre ti.

Obviando su cuestión y sintiéndote algo enojada, comienzas a incorporarte y te alejas unos considerables pasos.

—¿Ah, sí? ¿Y qué con eso?

—Gabrielle... —Se acerca a ti— ¿Qué es lo que te sucedió? No pareces ser la misma desde que mi mamá...

—¡No lo digas! —La señalas, perturbada—. No... lo digas.

Noto la sorpresa en Eva por tu insólito comportamiento. Pero con la frente en alto, decide seguir.

—Si yo pude aceptarlo, tú también puedes.

Mi amiga sonríe de soslayo. Por supuesto, con sarcasmo.

—¿Aceptarlo? No hay nada que aceptar, Eva.

La silenció con esa respuesta. Sin embargo, era mi hija con quién estaba tratando. Darse por vencida no estaba en su sangre.

—Gabrielle... eres muy importante para mí, por eso no quiero que tú...

—¿Que yo qué...? —la interrumpe, acercándose a ella de una amenazadora manera. Mis pupilas se dilatan debido al terror que comienzo a sentir.

En tu estado actual eres capaz de herir hasta a mi preciada hija, y eso... no sé si sería capaz de perdonártelo.

Eva retrocede unos pasos al sentir tus firmes manos sobre sus hombros. Tu rostro se aproximaba cada vez más, intimidándola con aquella fría mirada que ahora te destacaba.

Sin embargo, lo que más me impactó no fue tu acción, sino la reacción de mi hija. ¿Es eso un sonrojo en sus mejillas? No puede ser... ¿Es esto lo que estoy pensando? ¡¿Cómo no pude notarlo antes?!

—T-Tía, por favor... —titubeó, apartándola un poco con las manos.

—¿Tía? —repitió, riendo por lo bajo— ¿Acaso todavía me ves como un miembro de tu familia?

—Por supuesto. —Desvió la vista, aún intentando alejarla— ¿Por qué no lo haría? Tú has hecho tanto por mí...

Gabrielle se quedó muda, detallando su rostro. Sé porqué lo hacía, para mi desgracia.

—Te pareces tanto a ella... —musitó con la mirada perdida, llevando los dedos a su pálida mejilla. Comenzó a acariciarla, provocando que Eva regresara la visión con un rubor más intenso que el anterior. Estrechó la mirada en los hipnotizados ojos de Gabrielle y me odió. Realmente me odió por lo que vio en ellos.

—Olvídate de eso, ¡yo no soy ella! —Atajó su muñeca con fuerza— ¡¿Cuándo dejarás de compararme con mi madre?!

Le dolía... Le pesaba que la asociase conmigo, y era obvio el porqué. Mis ojos se entrecerraron al deducir los sentimientos de mi hija por mi querida amiga. Estos crecieron considerablemente luego de mi partida, ahora lo veía con claridad.

De tal madre, tal hija. Ambas... nos enamoramos de la misma persona.

Gabrielle la miró con un grado de arrepentimiento.

—Eva, lo siento. —dijo, abandonando lentamente su mejilla. No obstante, mi hija sujetó su mano con determinación y la devolvió a su lugar.

—Si tanto lo sientes, demuéstralo. —Arrugó la frente, sonrojada—. Quédate conmigo, olvídala. De otra forma no podrás avanzar.

Gabrielle bajó la visión y negó con la cabeza.

—No puedo hacer eso.

—Gabrielle... —Arqueó las cejas de un angustiante modo y sujetó su rostro—. Por favor.

Abrí los ojos de par en par al contemplar cómo esta vez era mi pequeña quien comenzaba a acortar la distancia. No podía creerlo, y menos creíble eran los revoltosos celos contra mi propia sangre que empezaban a surgir en mí ser.

—Quiero ayudarte —murmuró cerca de sus apetitosos labios—. Déjame hacerlo... Aunque sea un reemplazo, aunque no sea certero...

Juré notar un pequeño brillo en los ojos de la amazona, pero no eran debido a Eva... sino debido a mí. Seguía recordándome. Y eso me generó una enfermiza mezcla de alivio y dolor.

Xena...

Me nombró en sus pensamientos, y pude sentir su abatimiento, su inmensa agonía..., pero también su desesperanza. Ella no era capaz de enamorarse de nadie más que de mí. Aunque quisiera, aunque tratara... no podía.

No podía olvidarme ni quería.

Sorprendiéndonos a ambas, interpuso la mano entre sus labios, impidiendo que concretase su acción.

—No, Eva.

Por primera vez en mucho tiempo sonrió con sinceridad, sin embargo, también había un dejo de nostalgia en su gesto. Eva, avergonzada, bajó la mirada al ser rechazada. Gabrielle sujetó su mentón y lo elevó, penetrando su esmeralda brillo en ella.

—Gracias.

—¿Por qué me agradeces? —cuestionó en un tímido murmullo—. Seguro te incomodé. Yo no quería...

—No lo hiciste. —Cerró los ojos sin borrar esa sonrisa que la encandilaba tanto como a mí—. Gracias a ti he vuelto a sentirme un poco más viva. Así que... muchas gracias Eva.

Ella negó con la cabeza, obstinada. No querías dejarla ir.

—¿Por qué no vienes conmigo? Únete a los seguidores de Eli. —dijo, intentando cambiar la romántica pero fallida atmósfera que generó. Gabrielle entreabrió los labios, algo sorprendida, para luego imitarla y negar con el rostro.

—Ese no es mi camino.

—Tampoco es el de la sangre, Gabrielle.

—Lo sé..., pero es todo lo he podido hacer para proteger a las personas. Ya no sé cómo... —Su voz se entrecortó, y eso solo logró aliviar un poco mi alma.

Finalmente estaba a punto de llorar. Lo podía sentir. Su pecho oprimiéndose con dolor, su garganta endurecida...

—Tía...

Pero se contuvo, y ese alivio que me había invadido se desvaneció en un segundo.

Dibujó una lamentable sonrisa y llevó las manos hacia el ruborizado rostro de mi hija, alertándome. Eva no tardó en estremecerse.

—Vete, Eva. Y ya no te preocupes por mí, estaré bien. —susurró, chocando su aliento con el suyo, para acto seguido inclinarse y regalarle un pequeño beso en los labios.

Eva pestañeó sin poder creer su acto. Entumecida y con un peligroso pensamiento viajando por su mente, uno que le informaba que aquel beso era una despedida, por fin presionó los labios contra los suyos con los ojos fuertemente cerrados, como si hubiese estado esperando ese contacto por mucho tiempo. Y guiada por él y miles de intensas emociones que la asaltaban, entreabrió la boca y asomó la lengua, deseosa por sentirla más.

Cerré los puños al observar aquella romántica escena. Mierda..., de verdad no quería ver eso. Pero para mí respiro, la amazona se separó antes de que Eva llevase el aprecio a un nivel mayor.

—Un regalo de despedida. —murmuró, acariciando su cabeza maternalmente. Eva se achicó en el lugar con el desconcierto tatuado en su rostro.

—G-Gabrielle...

Sin siquiera contestarle se dio media vuelta, no sin antes brindarle una última sonrisa.

—Cuídate mucho, Eva. —dijo, y encaminó los pasos hacia el bosque hasta que su figura se desvaneció entre la arboleda.

Eva quedó paralizada en el lugar, rozándose los labios con las yemas. No era capaz de seguirla, era consciente de ello. Pero lo que más le dolía no era ese hecho, sino que tenía el presentimiento de que jamás la volvería a ver.

Lo único que pudo hacer fue caer de rodillas, taparse la cara y comenzar a sollozar en el sitio. La sentía lejos, realmente lejos. Al igual que yo.

Sí..., tal como yo.


Primer capítulo entregado de este... ¿three-shot? Quizás. No sé bien qué va a salir de todo esto, pero largo no va a ser. Más allá del melodrama, voy a tratar de que el final al menos sea algo bonito y romántico.

Sí, sé que tengo que terminar otro fic de Xena. Me trabé mal con ese, ¡pero ya estoy escribiendo el final! Aunque seguro que para esta instancia nadie recuerda su existencia jajaja

¡Gracias por leer! (si es que lo leen) Y los leo en el próximo.