CHO por dahl

Cho masticaba lentamente. Un zumbido molesto se empeñaba en taladrarle el tímpano izquierdo e introducirse como un martilleo constante y desagradable en su cabeza. No podía pensar.

– Marietta, por favor – dijo con una sonrisa tan plástica que se notaba a leguas que era falsa – me duele muchísimo la cabeza.

– Estás muy desagradable esta mañana, Cho – le replicó Marietta sin ocultar su desagrado.

Cho frunció la mirada y volvió a posarla en su cuenco de cereales.

Podrían tentarle con todo el oro de Gringotts pero jamás volvería la cabeza hacia la mesa de Slytherin. Y sin embargo…

Giró lentamente la cabeza, perdió la perspectiva de los copos de maíz flotando sobre la leche, alcanzó a ver la oreja derecha de Marietta, medio enterrada en su frondosa melena de rizos pesados, vio las baldosas del pasillo, una mata de pelo rubio platino y por fin alcanzó a ver a Pansy.

Aquel diablo de belleza inaudita al que lanzaría todas las maldiciones conocidas si tuviera la oportunidad. Allí estaba con su sonrisa sardónica y sus ademanes de aristócrata. Y la odiaba, como nunca antes había sido capaz de odiar.

Volvió a centrarse en sus copos de maíz, hasta que por fin, Marietta decidió que había acabado de atiborrarse a desayunar y pudieron abandonar el Gran Comedor.

Marietta sugirió recoger los libros en la torre de Ravenclaw y aprovechar la mañana de sábado para dejar listos los trabajos que tendrían que entregar el lunes. Por supuesto, y a pesar de las protestas de Cho, Marietta no quería oír hablar de quedarse en la sala común para hacer los deberes, a ella le gustaba hacerlo en la biblioteca, rodeada de gente, donde podía pasarse notitas con los chicos guapos de otras casas y, si la Señora Pince no les pillaba, podría dedicar algunos momentos de descanso del estudio, al noble arte del cotilleo.

Y en general, a Cho también le gustaba ese ambiente. Se sentía en toda su salsa en un lugar donde podía jugar con el coqueteo en la distancia, el intercambio de miradas, los susurros y las notas por debajo de la mesa.

Aquel había sido un gran entretenimiento. El más divertido, hasta que un día cualquiera, una mirada diferente se cruzó con la suya.

Ella siempre estaba allí. Bueno, no siempre, pero casi. Era una presencia tan habitual, que ni siquiera había reparado en ella. Como una estantería más, como un libro olvidado sobre la mesa. Y sin embargo, aquella Gryffindor de pelo enmarañado y porte autosuficiente, fue la única persona capaz de lograr que Cho bajara la mirada, por primera vez, ante alguien.

Y aquella mirada fue la primera de muchas. En la biblioteca, en los pasillos, en el claustro del ala oeste, en el Gran Comedor. Allá donde quiera que fuese Cho, estaba Hermione. Y cuando la Gryffindor no iba en su búsqueda, era Cho quien se las apañaba por enterarse de los posibles caminos que recorrería el nuevo objeto de su interés, para encontrarse con ella.

Y Cho, que tenía muchas virtudes, también tenía algún que otro defecto terrible, como su falta de paciencia. Así que después de varias semanas, decidió lanzarse a la aventura y dar el siguiente paso, en su ya acostumbrado sistema de ligoteo.

Por supuesto, no pensó que estuviera ligando o al menos, no quiso pensar demasiado en ello. Ya era bastante duro tener que reprocharse a sí misma los pensamientos que le cruzaban por la mente de cuando en cuando, sobre lo que podría pasar si aquella Gryffindor quisiera y Cho se dejara.

Le envió una nota.

Y recibió otra en su lugar.

Y de alguna manera extraña, cuando se quiso dar cuenta, las miradas y las notas sabían a poco y llegó el momento en el que Hermione quería y Cho estaba dispuesta a dejarse hacer.

Su primera vez. Su primer amor. Todo, absolutamente todo lo que Hermione le dio a beber era nuevo: sus besos líquidos, sus caricias que flotaban sobre su piel, la humedad del sexo, que una y otra vez lograban pillarla por sorpresa, como si algo tan excitante y tan misterioso no pudieran tener cabida en un solo cuerpo, que ella tenía la suerte de poseer.

Maldita Marietta, que no sabe tener la boca callada. Y tuvo que traerle aquella noticia que fue el principio de todos sus males.

– ¿A que no sabes el último cotilleo? – le dijo una tarde después de las clases con tono satisfecho.

Le dio un vuelco al corazón, pensando en que quizás Marietta sabía algo sobre los ratos libres que pasaba con Hermione. Pero Marietta estaba demasiado tranquila como para saber eso, y a Cho le encantaban los cotilleos.

Pero Marietta sí quería hablar de Hermione y de sus aventuras lésbicas. Pero, y ahí si que le dio un vuelco al corazón, no era con Cho con quién supuestamente se estaba liando, sino con la asquerosa, horrible, idiota y odiosa Pansy Parkinson.

Y los rumores se empezaron a extender. Decían las malas lenguas que la mejor amiga del niño-que-vivió no sólo se las entendía con Pansy, sino que, por lo visto, también tenía un rollito con una Ravenclaw que era mayor que ella. Y para colmo de males, las tenía engañadas a las dos.

Y Cho se encendía más y más a cada rumor que llegaba a oídos de Marietta y esta le contaba entre risas maliciosas, logrando que le dieran ganas de estrangularla.

Hermione ni siquiera lo negó.

– A mí me da igual lo que digan por ahí – le dijo como toda respuesta – es mi vida y la vivo como quiero.

Ea. ¡Su vida! ¡Cómo quiere! ¡Se supone que estaba con ella! ¿Saliendo? Cho ya no sabía que pensar.

Como consecuencia, su relación con Hermione empezó a enfriarse con la misma celeridad con la que había empezado todo y Cho cada vez estaba más enfadada, más frustrada y más proclive a la venganza.

Si a Hermione le importaran, claro, las medidas que Cho pudiera tomar ante tamaño ultraje.

Y eso era más de lo que Cho podía soportar. Porque había alguien a quien Cho amaba más que a Hermione y su maestría entre sábanas, porque Cho por encima de todas las cosas se quería a sí misma y su amor propio era encomiable y de sobra conocido por los círculos más exquisitos de Hogwarts.

Por mucho que le interesara seguir experimentando cosas en el armario de las escobas con aquella Gryffindor, sin lugar a dudas ninfómana, su orgullo le impedía mirarla siquiera. Pero seguía herido. Porque debía reconocer que Pansy era guapa. Estúpida, pero guapa. Y desde luego, tenía clase. Pero no era Cho.

Sus ojos rasgados eran más exóticos que los de Pansy. Su larga melena oscura más lustrosa, o eso le gustaba pensar, porque la verdad es que Pansy no se quedaba corta cuidando su aspecto. ¡Cho era más alta! Y eso marcaba una diferencia, o eso le gustaría pensar.

Algo debía tener Pansy, porque estaba como un tren en marcha, como el pan con chocolate, como un helado de vainilla en una tarde calurosa. Estaba francamente buena. Tanto que imponía. Pero… ¿Más que Cho? Eso Cho lo ponía en duda.

Así que debía ser otra cosa. Y ahí es cuando Cho comenzó a preocuparse. Porque quizás, solo quizás, había algo que hacía de Pansy una amante preferible. Algo que surgía de la comparativa donde podría salir perdiendo. Se esforzaba en dudarlo pero… joder, podría ser. Para el caso, Cho no había compartido cama antes con nadie. No tenía a quién preguntarle sobre su, no quería dudar de ello, increíble, exquisita, extraordinaria e inmejorable capacidad para las artes amatorias.

Y si Marietta…

Marietta le cruzaría la cara ante la simple insinuación. Y la verdad es que tampoco estaba tan rica como para que a Cho le mereciera la pena.

Necesitaba un plan de emergencias. ¿Y si….? ¡Claro! Haría una lista, alguna tendría que tener todos los atributos para pasar una noche de pasión desenfrenada con Cho y ser testigo de su maestría.

Claro que Cho no pensó que su plan hacía aguas, porque probablemente, la gran mayoría de esas chicas no tendría la más minima intención de montárselo con ella. No porque fuera Cho, sino porque era una chica. Y a la Ravenclaw, eso, en medio de su creciente indignación y su cegada ira, no se le había ocurrido.

Y ese plan mal elaborado, cosa que Cho acabó reconociendo, por muy mala fortuna demasiado tarde, dio lugar a más rumores. La sección más cotilla de Hogwarts se frotaba las manos con satisfacción. Cho Chang, la chica más popular de Ravenclaw, y si me apuras, de todo Hogwarts, le había tirado los tejos, con muy malas artes y peor éxito a otra Ravenclaw de séptimo, quién por supuesto, la había mandado a freír meigas, sin contemplación alguna.

La chica en cuestión era otra de las joyas preciadas de los Ravenclaw, muy conocida por su belleza. Y muchos se preguntaban si la propuesta de Chang, no había sido algún tipo de estrategia para librarse de competidores durante el resto del año y ya para siempre. Según decían, un tal Diggory, de Hufflepuff estaba muy, pero que muy empeñado en llevarse a alguna de las dos al huerto. Y Chang siempre iba a por todas, y todos, y todo.

A Cho, todo esto le llegó por boca de Marietta, como solía ser usual. Pero en esta ocasión, en lugar de una sonrisa satisfecha traía un afectado gesto de preocupación.

– Cho, ¿de verdad le has tirado los tejos a esa chica? – le preguntó con cierto tono de incredulidad que a Cho le pareció incluso divertido.

– A mí me da igual lo que digan por ahí – le dijo recordando las duras palabras de Hermione – es mi vida y la vivo como quiero.

Eso puso fin a la discusión y, a poco estuvo de poner fin también a la amistad. Menos mal que Marietta era muy sufrida y tenía mil veces paciencia con Cho, pues para el caso, Marietta tampoco era, precisamente, un angelito. Por eso mismo, continuó extendiendo el cotilleo como si no fuera su mejor amiga la protagonista. Que Marietta también amaba a algo por encima de Cho, y era el placer por hablar de lo ajeno.

Y mientras el colegio entero, o al menos los más cotillas, se complacían en orquestar grandes historias noveladas sobre amores lésbicos, don Juanes frustrados y líos de sábanas variados, Cho se partía la cabeza tratando de pensar en cuál sería la mejor forma de solucionar su problema. O sus problemas, porque tenía varios.

Necesitaba venganza, porque claramente Hermione no iba a salirse con la suya. Bueno, ya se había salido, pero ¡por Merlín! Que no fuera de rositas. Necesitaba también a una nueva amante que le curara su orgullo herido a base de alabanzas y ¡de nuevo por Merlín! Que la sacara de dudas. Porque si Hermione se había ido con otra, y eso Cho lo tenía muy claro ¡La otra podría estar muy buena, pero de ninguna manera más que Cho! Tenía que ser porque follaba mejor.

Si, hijas, sí, a Cho se le empezaban a acabar los eufemismos. Y también la paciencia.

O hacía algo pronto, o iba a estallar. Porque Cho Chang siempre debía salirse con la suya.

Y como ella era una Ravenclaw y, además, experta en confabular cosas. A su mente acudió, por fin, la que debía ser la idea de la temporada. ¿Qué digo de la temporada? ¡¡La idea del siglo!! La mejor idea que un alumno de Hogwarts habría considerado jamás. Y que Cho pensó con la misma facilidad con la que desabrocha un sujetador.

De hecho, se reprochó a sí misma el no haberlo pensado antes. Dando así lugar a que medio colegio tuviera más y más tonterías sobre las que especular. Tristemente, sobre su persona.

Le iba a robar a Hermione su nuevo ligue. Le tiraría los tejos a Pansy Parkinson hasta que esta no tuviera más remedio que claudicar y caer rendida a sus pies. Cosa inevitable, sin lugar a dudas. Y mataría a todos sus pájaros de un tiro.