Creo que ya es tiempo de ir con el siquiatra
La chica rubia y pecosa se sentó aparentando tranquilidad en la sala de espera del siquiatra. Ya varias personas le habían comentado de la imperiosa necesidad de acudir a ese lugar. Ella, por supuesto, no creía que fuese una buena idea, pero como estaba acostumbrada a complacer, igual fue.
La secretaria del siquiatra la miraba con interés. Parecía querer preguntarle algo. Entonces la chica, que siempre quería caer bien a los demás, se acercó a su escritorio y le sonrió amistosamente.
-Hola – dijo.
La secretaria reprimió una risotada nerviosa. La rubia prefirió ignorar eso.
-Hola – repitió – Soy Candy.
-Lo sé – dijo la secretaria – eres inconfundible. Pelo rubio y rizado, nariz respingada, pecas... tal como él te describió.
-¿Él? - preguntó Candy, confundida.
-Bueno, no un sólo "él", sino más bien, varios "él", al menos cinco chicos que han venido para acá y han hablado de ti. No es que me ponga a escuchar detrás de las puertas, claro, sólo es que a veces la gente habla fuerte y una no puede evitar oír lo que se dice...
Mientras la secretaria hablaba, Candy había enrojecido profusamente y decidió volver a sentarse. Claro que no quiso hacer callar a la secretaria chismosa, porque a ella no le gustaba hacer sentir mal a los demás.
-Bueno, ¿ y por qué estás acá?
-Eso sólo lo hablaré con el siquiatra – contestó Candy, con su mejor sonrisa.
Al poco rato el teléfono de la consulta sonó. La secretaria atendió rápidamente: "sí, señorita Elisa, sí... Para el martes, no hay problema. La esperamos". Luego colgó y dijo para sí misma: "Otra más con delirios de grandeza..."
De pronto, por fin se abrió la puerta de la consulta y una chica pálida salió llorando.
-¡Annie! - dijo Candy, reconociendo a su amiga.
-¿Candy? ¡Oh, Candy, no entres, fue horrible! O más bien, entra, entra, Candy, no me hagas caso, el siquiatra dice que tengo tendencia a exagerar y a manipular a los demás con mi sufrimiento. ¿Eso es cierto, Candy? ¡Dime que no es cierto o sufriré!
Sin esperar respuesta, Annie se fue llevando en la mano una receta.
Candy suspiró, puso su mejor sonrisa y entró a la consulta.
-Así que usted es la famosa Candy White – dijo el siquiatra, dándole la mano y luego indicándole el diván – Hay un montón de gente que la ha mencionado este último tiempo.
-¿A mí? ¿Y por qué? - repuso ella, recostándose en el diván.
-Luego hablaremos de eso... ¿Por qué estás acá, Candy?
La pecosa dudó unos instantes.
-La señorita Pony y la hermana María me enviaron. Dicen que debo aprender a decir que no.
-¿Y tú estás de acuerdo?
-Si ellas lo dicen, debe ser verdad.
-Veamos... ¿qué haces si alguien te maltrata, te pone sobrenombres y te humilla frente a todos, por ejemplo?
-Pienso que debe tener algún problema y me dedico a ayudarlo. ¿Y sabe qué? ¡Casi siempre tienen algún problema! Las personas en el fondo son buenas, sólo hay que saber buscar su lado amable.
-¿Y si quieren quitarte lo que es tuyo?
-Tal vez lo necesiten... es que yo he sido bendecida con tantas cosas buenas, que creo que los demás también se merecen algo de felicidad.
-Había un chico que te gustaba. Anthony, ¿verdad?
-Me han gustado varios chicos, pero él era especial. Sí, era muy especial. Murió, ¿sabe?
-La verdad es que sí lo sé. ¿Has podido superar eso?
-Me costó, pero lo logré. Aún hablo con él en mis sueños, le escribo cartas también, pero aparte de eso, nada más. Es un tema superado en mi vida.
-Te dijeron que eras la culpable de su muerte. ¿Qué hiciste en ese entonces?
-Me lo dijo una chica más adolorida que yo, y no quise defenderme. Después de todo, a ella le tranquilizaba pensar eso.
-La verdad es que ella también vino acá... - dijo el siquiatra y luego se mordió los labios, mirando fijamente a la rubia. Ella sonrió alegremente.
-¿Elisa? Me alegro por Elisa, aunque para usted quizá debió ser duro – dijo la pecosa, toda empática. - Cuénteme de su experiencia.
El siquiatra se movió algo incómodo en su silla. ¿La chica quería que él le contara a ella su experiencia con Elisa? ¿Estaba dispuesta a pasar una hora de terapia ayudándolo a él? Sí que era extraña. Nada parecida a la tal Elisa, que después de la hora de terapia se quejó de que sólo ella había hablado y pidió un reembolso.
-No es necesario – dijo el siquiatra – pero muchas gracias, lo tendré en consideración.
-Por supuesto. Ya lo sabes, si me buscas tú a mí me podrás encontrar...
La chica le guiñó un ojo. Él se fijó en lo verdes y brillantes que eran. Y también se percató de lo largas que eran las tupidas pestañas de la rubia.
Empezó a sudar y tomó un poco de agua.
-Bueno... ahora quizás puedas contarme de tu experiencia en el Colegio San Pablo.
-Fue muy lindo – dijo ella – las monjas eran amables y mis compañeras también.
-¿No es verdad que fuiste castigada varias veces?
-Oh, sí... Pero siempre podía escaparme, y realmente no era culpa de las monjitas, ellas no pueden evitar el ser cabezaduras, y gracias a que ellas no me dejaban andar libremente por las calles es que pude escaparme tantas veces y reencontrarme con Albert, mi gran amigo.
El doctor buscó entre sus papeles.
-¿Amigo? Acá dice que Albert es tu padre adoptivo.
La chica rió graciosamente y agitó la cabeza. Sus rizos se movieron juguetonamente alrededor de su rostro fino. El doctor pensó que parecían una cascada de oro alrededor de una rosa blanca...
-Albert es legalmente mi padre adoptivo, pero en verdad es un gran amigo que ha estado conmigo en las buenas y en las malas.
-Es cierto, pero ¿no te molestó que te haya ocultado tantos años su verdadera identidad? ¿No crees que eso demuestra la poca confianza que parece tener en ti?
-No – dijo la chica, sonriendo con serenidad – pues confío en él.
El doctor resopló levemente y volvió a los papeles.
-Hablemos de Terry – dijo por fin.
La chica palideció.
-No – dijo firmemente – NO hay nada que hablar de él. No existe ninguna relación entre nosotros, yo lo olvidé, él me olvidó, por el bien de Susana nos separamos y debe seguir así. ¡Debe seguir así!
La pecosa se colocó en posición fetal y comenzó a mecerse, mientras canturreaba "El puente de Londres va a caer, va a caer, va a caer..."
-Candy – la llamó el siquiatra.
-¿Terry? - dijo ella - ¿Terry? ¡Las escaleras! ¡Las escaleras! Bajaré las escaleras y dejaré de sentir para siempre tus manos en torno a mi cintura. ¡Terry!
-¡Candy! - volvió a llamar el siquiatra.
-El verano en Escocia, la fiesta blanca para dos, ese beso, los bailes en la segunda colina de Pony... ¡Todo eso se ha ido perdido en los recuerdos de los dos!
-¡Candy! - gritó el siquiatra, remeciéndola.
-¿Ah? - preguntó ella, pestañeando y volviendo a ser una persona normal - ¿Es hora de irme?
-¿No recuerdas lo que dijiste?
-¡Claro! - respondió ella – le conté que Terry es un asunto superado, rompimos de mutuo acuerdo nuestra relación y ahora somos amigos. No nos vemos nunca, pero somos amigos. Eso es todo, no creo que valga la pena hablar de ese tema. ¿Puedo retirarme?
-Creo que necesitarás volver otra vez...
-¡Claro! Yo nunca digo que no – y haciendo un guiño, se levantó del diván para dirigirse a la puerta. La secretaria alcanzó a apartarse justo antes de recibir un portazo.
-¿Otra cita para mañana, señorita Candy? - dijo la secretaria.
-Sí, mañana está bien- dijo la rubia, pensando que había quedado de ir con Patty al cine. ¿Cómo se las arreglaría para dejar contentas a Patty y a la secretaria?
Continuará...
Próximo capítulo: Elisa lo confiesa todo.
Nota de la autora: ¡Gracias por leer!
