Disclaimer: Basado en la conocida saga de Suzanne Collins: Los Juegos del Hambre. Aquello que reconozcan del universo de los libros es de ella, el resto mío.
Este fic responde a la petición de DarkMatterBlack, en el Reto Pidiendo teselas del foro El Diente de León, se relaciona directamente con mi fic "Con sabor a fresas silvestres", ubicándose cronológicamente dos años después.
De Princesa a Tributo
Capítulo I: El insomnio de la Princesa
Año: 74
Distrito: 12
Madge Undersee — 16 años
Desde ayer comenzaron a llegar refuerzos para los Agentes de la Paz, se supone que vienen para colaborar con las preparaciones y para mantener el orden durante el magno evento. Cómo si hiciera falta. Cómo si alguno de los pasivos y medio muertos de hambre habitantes del Distrito Doce fuese a rebelarse o a intentar cambiar su suerte. Los ciudadanos de mi distrito están todos resignados a su destino, saben que como cada año dos de nuestros chicos van a ser escogidos para morir en la arena, saben que el hambre les atacará nuevamente la mañana siguiente, que las condiciones no cambiarán de ninguna manera, y que no hay forma de salir de este círculo de miseria. La mayoría se conforma con llevarse un trozo de pan a la boca, a pesar de que eso pueda significar la muerte de alguno de sus hijos. Y aunque nada pueda hacer para cambiarlo, aunque sé que no está en nuestras manos cambiar las condiciones, no puedo evitar el profundo desagrado que me producen todos. Todos los que se conforman, todos los que suspiran aliviados cuando no es su nombre el que sale elegido, todos los que lloran las pérdidas y que después permiten que sus demás niños sigan anotándose para recibir teselas.
Justo por eso es que admiro a Katniss y a Gale, quienes son exactamente lo contrario, quienes hacen lo humanamente posible para mantener a sus respectivas familias, quienes llevan todo el peso y no permiten a sus hermanitos compartir la carga. Si aquí hubiese más chicos como ellos quizás no seríamos el hazmerreír de Panem, quizás tendríamos más que un borracho vencedor en el doce. Si aquí hubiese más adultos como ellos, muchas más cosas serían distintas. Y a pesar de mis pensamientos, tengo miedo, temo por la suerte que correrán, pues mañana es la cosecha y debe haber al menos dos docenas de papeletas con sus nombres. Y no quiero perder a ninguno. Katniss es lo más cercano que tengo a una amiga. Y Gale... él sería el chico que escogería si tuviera ese derecho. Pero no, no lo tengo y, de tenerlo, él jamás me retribuiría, sé que sus ojos miran a Katniss como yo le miro a él.
Y duele, pero lo entiendo... No hay forma de que seamos compatibles y eso ha quedado claro, a pesar de ello no puedo evitar preocuparme por su destino. Y es que en realidad la suerte nunca está de ese lado. Todos en el distrito la pasan mal, pero a los de la Veta les va peor, por ende piden más teselas y son quienes casi siempre van a parar a los juegos.
La noche es cálida, por lo que he dejado abierta de par en par mi ventana y la luna llena ilumina perfectamente mi habitación, así que entre la inusitada claridad y mis inquietos pensamientos, he dado mil vueltas en la cama y el sueño continúa rehuyéndome. Esto suele sucederme a la víspera de la cosecha, en un principio temía por mi suerte, pero con el tiempo he comprendido que mi riesgo es mínimo e insignificante en comparación con muchas chicas de mi edad. Observo el reloj sobre mi mesita y aunque siento que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que lo consulté, apenas han corrido catorce minutos, la noche tarda en irse, torturándome con su lentitud, pues al no poder conciliar el sueño no dejo de pensar en los juegos. En los dos pobresdiablos que se llevarán este año. En las próximas semanas de expectativa y finalmente la decepción. En las miradas acusadoras que vienen después. Cómo si yo tuviera la culpa. Cómo si mi familia hubiera elegido su lugar en este mundo.
Hace años me consideraba afortunada, al menos materialmente hablando mis condiciones siempre fueron mejores que las de todos los que me rodean, tuve y tengo más de lo necesario y en este distrito eso es correr con suerte. Lo único que faltaba en mi vida era un hermano, pero no pude satisfacer mi único capricho. No entendía por qué hasta que me lo explicó papá hace poco, cuando mamá empezó a confundirme con mi tía Maysilee, su hermana, que murió durante los quincuagésimos juegos del hambre. Y es que mi familia nació rota, bajo las tinieblas de los juegos y la muerte, hoy por hoy no entiendo cómo se las arreglaron mis padres para traerme al mundo, porque ambos estaban marcados por la pérdida de alguien muy importante en el segundo vasallaje de los 25. Perdieron a mi tía, la gemela de mamá, la prometida original de papá. Él de alguna forma logró seguir adelante, pero mamá jamás lo superó, quedó sumida en una gran depresión que aún hoy la acompaña, que la aleja de mí y de papá, en realidad mamá murió junto a mi tía y sólo a veces vuelve. Sólo a veces reconoce el mundo real y se da cuenta de que soy su hija, que ya no tiene diecisiete años, que es una mujer casada, y que ya no tiene hermana. Pero cuando llega a esa conclusión lógica se pierde de nuevo en sus alucinaciones, en ese mundo ideal en el que no ha perdido a Maysilee.
Supe que mis abuelos obligaron a mamá a casarse con papá apenas cumplió los dieciocho, quizá por mantener su palabra y sobretodo su estatus, aun cuando ella ni siquiera había superado el trauma y sin importar que mi papá siguiera enamorado de mi tía, como si por el hecho de que eran físicamente iguales él podría sustituir a su novia. Es por eso que papá no quiere celebrar ningún compromiso para mí, hasta que deje de ser elegible, pero no pudo evitar que me las arreglara para saber quiénes son sus candidatos: Alastair y Neal, hijos de comerciantes, por supuesto, ambos lo suficientemente destacables para servir de consorte a la futura alcaldesa, pues papá no desea que otro ocupe su lugar, pueden pasar cien años y para él nadie sería lo suficientemente digno. Sus nombres entran por última vez mañana en las urnas. Igual que el de Gale. Mi corazón se encoje de miedo al volver a pensar en él. En el chico resentido y rebelde que me dio mi primer beso y que desde entonces nunca más volvió a mirarme a los ojos.
Me sorprende darme cuenta que me he dormido, cuando Selia viene a despertarme con el desayuno en la cama, una atención que tiene conmigo el día de mi cumpleaños y el de la cosecha. Le agradezco con una sonrisa y cuando se marcha hago lo posible por comer, aunque siento nudos en el estómago, conforme pasan los minutos me siento peor. Trato de drenar un poco toda la angustia tocando el piano, pero mamá baja a los pocos minutos para decirme que lo deje, sus jaquecas están a todo dar. Al menos me reconoció. Seguramente no se ha enterado de que hoy es la cosecha.
Papá no está en casa porque estos días son agitados en el distrito y él es quien está a cargo de que todo salga bien, es quien lidia con Haymitch para que se presente limpio y decente a la cosecha, es quien debe evitar cualquier eventualidad durante la misma y hasta que los tributos sean conducidos hasta el tren. Quince años de lo mismo le han pasado factura, sus sienes están cubiertas de canas y sus ojos surcados de arrugas.
Me miro fijamente en el espejo de la sala, segura de que si no hablo con alguien me volveré loca, pero no quiero tentar mi suerte al contarle mis miedos y angustias a mamá. Selia está sorda desde hace años y, en definitiva, no entendería lo que me ocurre. Ni yo misma me entiendo. Suspiro largamente, cubriendo el cristal con mi aliento, mis ojos están rodeados de unas sombras azuladas imposibles de pasar por alto. Doy un bote cuando la puerta se abre y entra Giselle cual huracán de energía, es la chica que acompaña a Effie haciéndole de estilista y asistente, su enorme sonrisa me asusta un poco, pero es totalmente comprensible que esté tan excitada, porque su vida no está ni estará en riesgo a las dos de la tarde, en medio de entusiasmados halagos se ofrece para maquillarme y arreglarme para la cosecha y no encuentro una manera educada para mandarla a la mierda, pues tampoco con ella podría hablar. Afortunadamente tras ella entra Effie instándola a dedicarse sólo a ella.
Aprovecho la interrupción para refugiarme en mi alcoba y darme un largo baño de tina, la esencia de lavanda del gel me relaja lo suficiente para prolongar mi estadía hasta que el agua está casi fría. Salgo a mediodía, tras secarme concienzudamente, como si tardándome de más pudiera evitar lo inevitable. Sobre mi cama está un vestido blanco de encajes, un lazo de color rosa nuevo y unos zapatos a juego. Obra de papá, por supuesto, aunque no está, seguro le dejó instrucciones a Selia.
Lo único bueno que trae la cosecha son los bonitos vestidos que me obsequia papá, claro tengo vestidos nuevos casi mensualmente, pero los de la cosecha siempre son más significativos para mí, porque sé que él se esmera para escogerlos. Tras vestirme tomo el set de maquillaje que me ha traído Effie del Capitolio y cubro cuidadosamente las ojeras. Finalmente reviso el joyero en busca del prendedor de mi tía, puede ser que a ella no la haya protegido, pero ha sido mi amuleto estos últimos años, lo coloco sobre mi corazón, elevando una oración en nombre de ella.
Bajo a la sala y me siento a ver la televisión para matar el tiempo que aún queda, sintonizo una comedia rosa que transmiten a esta hora, y casi me quedo dormida cuando siento el toque en la puerta trasera. Solo pueden ser ellos. Me obligo a levantarme y caminar con calma, y les sonrío a modo de saludo.
—Bonito vestido.— Me sorprende el comentario que me dirige Gale apenas me ve, porque es extraño que me hable, generalmente quien me aborda es Katniss, a la vez no puedo evitar recordar un vestido muy parecido que le regalé hace años a Delly para poder ir con él al bosque, me quedo enganchada en su mirada lo que me parece una eternidad, hasta que me doy cuenta de lo tonta que me he de ver ante los ojos de Katniss.
—Bueno, tengo que estar guapa por si acabo en el Capitolio.— Noto como mi respuesta lo descoloca unos instantes, pero es rápido y contraataca de inmediato.
—Tú no irás al Capitolio.— Sisea y noto en su tono el odio que nos dedica— ¿Cuántas papeletas puedes tener? ¿Cinco? Yo ya tenía seis con sólo doce años.
—No es culpa suya— Apunta Katniss, tratando de aplacar a Gale, pero es imposible recoger lo dicho.
—No es culpa de nadie. Las cosas son como son.— Insiste él, con su fría mirada taladrándome y haciendo que algo dentro de mí se encoja de tristeza pero también de miedo.
Afortunadamente tengo el dinero de las fresas en una mesita al lado de la puerta, lo tomo y lo tiendo a Katniss quien a cambio me entrega un pequeño saquito. Sonrío de dientes para afuera y apresuro una despedida antes de que me falle la voz.
—Buena suerte, Katniss.
—Lo mismo digo.— Responde y yo cierro la puerta.
Las lágrimas que he tratado de contener desde anoche fluyen con ímpetu ante el reconocimiento del riesgo al que se expone Gale. Corro escaleras arriba a abrigarme entre los brazos de mamá, quien por alguna razón se largó al país de la fantasía, confundiéndome con mi tía, y está emocionada por lo que haremos los cuatro cuando se acabe la cosecha. Le sigo la corriente pues prefiero tener una hermana a no tener nada.
Darius llega puntual, a la una y media, a buscarme. Es él quien me escolta hasta la plaza, apenas tiene veintidós años, pero es agradable y muy jocoso, su compañía es saludable para mí justo en estos momentos, me hace olvidar un poco la presión que significa ser la hija del alcalde, ser la responsable de dar el ejemplo. Cuando llegamos a los puntos de control, se despide de mí con un apretón que me transmite su calidez. Me incorporo rápidamente a la fila de las chicas y luego de la revisión entro al grupo de las de dieciséis, faltan apenas unos minutos para las dos y soy de las últimas en llegar, en parte porque no soporto esperar acá y porque no acepto que me lleven en la camioneta de papá. Prefiero caminar, como los demás.
Observo a papá ocupar su lugar tras el micrófono, dirigiendo miradas nerviosas a Darius, pero lo ignoro y trato de desligarme de lo que está ocurriendo mientras él lee el tratado de la traicion y luego la lista de vencedores del distrito doce, que en resumen son dos: Sharlenne Donner (aparentemente una antepasada de mamá, que murió poco tiempo después de su victoria) y Haymitch Abernathy, quien ganó los quincuagésimos juegos y hoy en día es un cuarentón borracho que no valora ni su propia vida. Justo entonces noto que no está en la silla que debería ocupar, en cambio viene zigzagueando por las escaleras, y en cuanto está en la plataforma se abalanza hacia Effie Trinket, en un intento de llegar a su sitio. Eso me pone nerviosa, el cargo de papá depende de que todos nos comportemos muy bien en este acto, pues es televisado a toda la nación… y Haymitch no hace más que dificultar esa tarea.
Tras la estrepitosa entrada de Haymitch, Effie retoma su protagonismo, es a ella a quien le corresponde sentenciar a muerte a dos chicos. Y por eso me enferma que inicie con esa estúpida frase sobre la suerte.
—Las damas primero— Declara antes de encaminarse a la enorme bola que contiene los nombres de todas las presentes. Retiro la mirada de la estilizada y artificial escolta y observo con envidia a Delly y Jasmine sujetarse una a la otra, al otro lado Katniss le dirige una significativa mirada a Gale, yo me obligo a no dirigir mi mirada hacia él, simplemente me abstraigo del momento… no quiero saber quién será la desdichada chica… Effie exhala un suspiro ahogado, que carece de sentido, y aclarándose la garganta susurra, sin su característica emoción, ante el micrófono el nombre: —Madge Undersee…
N de A: Hola, DarkMatterBlack, primero ofrezco mis sinceras disculpas por la tardanza y por el hecho de que apenas esté esbozando tu idea, pero no quería dejar pasar más tiempo sin publicarte nada. Espero que este inicio sea de tu agrado. Nos leemos pronto.
Cariños...
P.B.R.
