Primera parte
No precisé abrir mis ojos para saber que a través de la ventana no vería más que un triste y sucio paisaje de un gris blanquecino, típico del voluble clima de abril.
Mi quijada se tensó al percibir a mi costado una fuente de calor.
Tenía mucha sed.
Maniobré para quitarme la fina porción de tela que me estorbaba sin despertar al cuerpo de pálida tés que a mi diestra se encontraba.
Acostumbraba a enredar sus piernas entre las mías, aunque, no era como si me molestara.
Un aroma misterioso, triste y algo goloso me inundó, olía a verde, a lluvia y a Wisteria.
Admiré con ternura su rostro dormido, acariciando el cabello rubio cenizo del súcubo.
No me arrepentía de las maravillas que habíamos hecho juntos, si mi gran señor me castigaría luego, afrontaría a la deidad con su electrizante carácter sin rechistar.
Giré hacia la puerta de la oscura y desordenada habitación, caminando descalzo sobre el sólido piso frío y evitando aplastar los ropajes que hacía unas horas ocultaban nuestra desnudez.
Frente al espejo puede ver reflejado un rostro cansado y al acecho de la atemorizante vejez.
Mis orbes color caoba se desviaron hacia el discontinuo rastro de plumas que descansaban recostadas en el lúgubre sedimento.
Esto era un gran problema, pero ni ante peores situaciones aprendería la lección.
Aún dando bostezos y con los ojos somnolientos, me dirigí a la cocina del momentáneo y pequeño apartamento.
Con manos algo laxas tomé una taza y un frasco de café casi vacío, vertiendo el contenido en el recipiente con ayuda de una cuchara.
Pude sentir los delgados y pálidos brazos del anticristo rodeándome la cintura desde mi espalda.
Y ahí estaba, el amargo pero delicioso vino.
El doloroso, pero encantador veneno.
Al parecer se había percatado de mi álgida ausencia en aquel maltratado colchón.
Comenzó a moverse en un lento y repetitivo compás que era marcado por alguna imaginaria canción en su cabeza.
De manera astuta cuan gato el joven y hermoso Adonis de lechosa piel me rodeó colocándose frente a mí.
Pude percibir un brillo en sus ojos, verdes como el esmeralda mar, acompañado de una cariñosa y emocionada sonrisa, que luego se ladeó socarrona.
Aquella delicada mano se dirigió a mis hebras con rojizos tintes, que combinaban con colores de su piel tan rozados e íntimos, tirando de ellas.
Y, separándome de aquel exótico verde, mis caobas que competían con el color de sus mejillas se dirigieron a sus, ahora entreabiertos, labios escarlata.
Acortando nuestra ya escasa distancia unos centímetros más.
Provocando así aquel lento y mágico ósculo en el que nos vimos envueltos.
Caía cada vez más.
Curioso: aún no ingería la cafeína que esperaba paciente por el agua que se calentaba sobre la hornalla prendida a espaldas del esbelto chico, pero a pesar de ello me sentí lleno de energía repentinamente.
Como siempre travieso, acarició mi morena anatomía, viajando lento y tranquilo hacia el sur, colándose en mi única prenda, dejándome sin respiración.
El beso se tornó lujurioso, avivando el ardiente fuego, aquel húmedo encuentro de nuestras lenguas, de nuestros cuerpos que se rozaban, se acariciaban, se conocían.
Antes de que el libido nos ganara me separé bruscamente del jovial demonio. Una pizca de miedo pudo verse en su aniñado y embustero rostro.
Fué cuando supe que no era el único.
Fué cuando supe que estábamos enrollados en algo para nada sencillo.
-¿No quieres café?- me excusé algo torpe.
Y fue todo lo que alcance a decir antes de que mi voz se quebrara. Mis mejillas se tornaron varios tonos más rojos. Mi cuerpo volvió a tensarse. Mis pensamientos se vieron frente a una encrucijada a la cuál de lo recurrente terminaría por acostumbrarme.
Con algo de sorpresa, el bello leviatán volvió a sonreírme, divertido.
Pude notar en él un ápice de alivio que rápido pudo disimular.
Se abalanzo hacia delante y raudamente abracé su elegante y pulcra contextura, sus labios se curvaron burlones.
Me tenía.
Tendió hacia mí la taza que acababa de tomar de la alacena con su reciente arrebato.
Su complicada telaraña había funcionado a la perfección.
Con infinita dulzura tomó mi rostro, mientras me observaba con pura devoción.
Los labios granate del sagas escorpión se posaron castos sobre los míos, tentando a la leve cordura que había logrado reunir a desaparecer.
Y sin separarse de mí, me contestó en un melodioso susurro:
- El mío sin azúcar, gracias.
Wisteria:
También conocida como Glicina, es una planta completamente venenosa con hermosas flores que se ven a la distancia, tan pintorescas que parecen surgir de un cuadro impresionista. Su tronco es leñoso y retorcido, y sus hojas son caducas. Tienen un carácter ornamental y trepador, sus raíces y ramas son muy poderosas. El aroma que emana es muy similar al de las uvas, y sus flores cuelgan de sus ramas como racimos de perfumado color lila, violáceo o blanco (Wisteria Alba).
