Miraculous Ladybug y sus personajes no me pertenecen.

Queda prohibida la copia o adaptación, ya sea parcial o total, de esta historia. ¡Sed originales!

Si os animáis, os invito a que me dejéis vuestras opiniones. Espero que disfrutéis la lectura^^


Nochebuena, víspera de Navidad.

Tic-tac, tic-tac…

Era el único sonido que perturbaba su silencio. Sus ojos se desviaron perezosamente hacia el reloj de péndulo que adornaba la pared del fondo. Sobre la mesa, un plato de sopa fría, una bandeja con canapés variados y el mejor surtido de quesos de la región: Brie, Roquefort, Chavignol y Camembert; como plato principal, una porción de faisán con salsa de arándanos. Era una lástima que hubiera perdido el apetito.

Unos pasos resonaron presurosos de camino al comedor; minutos después, Nathalie, con su tan característica seriedad, hacía acto de presencia.

—Déjame adivinar, tampoco me acompañará esta noche —habló él con voz queda.

El rostro de la mujer se contrajo en una mueca de comedida aflicción.

—Lo lamento, Adrien. Ya sabes que tu padre es un hombre sumamente ocupado…

—Ahórrate las disculpas, al menos podría haber venido él a decírmelo.

La mirada de Nathalie se desvió hacia la mesa, frunció el ceño con evidente desaprobación.

—No has probado la comida.

—No tengo hambre.

—La han preparado especialmente para ti.

Adrien liberó un suspiro colmado de resignación. Él no necesitaba tanto, se habría conformado con la cena más austera si a cambio hubiera podido compartirla con alguien, especialmente si ese alguien era su padre.

—Bien. Cenaré y después subiré a mi habitación.

—Como desees.

—Dale las gracias a la cocinera de mi parte, dile que el faisán estaba delicioso.

Ella asintió con gravedad antes de desaparecer tras la puerta.

Adrien degustó el plato con una exacerbada lentitud. Tenía el estómago revuelto y era consciente de que si las circunstancias hubieran sido otras, habría disfrutado de aquella cena como era debido. Realmente su sabor era exquisito. Cuando hubo terminado, se limpió los labios con la servilleta y la dejó bien doblada junto al plato vacío, luego tomó la bandeja con los quesos y canapés, era una pena que se echaran a perder, como la sopa, y sabía de alguien que podría disfrutarlos como se merecían.

Subió a su habitación arrastrando los pies, una vez dentro dejó la bandeja sobre el escritorio y se tumbó sobre la cama con aire abatido.

—¡Pero qué ven mis ojos! —exclamó una voz, rebosante de emoción.

El pequeño Kwami voló en zigzag, como si de un baile se tratara, hasta posarse sobre la bandeja con los ojos radiantes de felicidad.

Desde la cama, Adrien no pudo evitar esbozar una media sonrisa.

—Que te aproveche —le deseó.

Plagg no tardó en devorar los quesos uno a uno, se los llevaba a la boca con avidez al tiempo que murmuraba palabras de adoración. El Camembert era su favorito sin duda, pero no despreciaba la oportunidad de degustar un buen Brie o Chavignol si se le presentaba la oportunidad. Para él era como estar en el paraíso. Unos minutos después, se quedó dormido sobre la bandeja, acostado entre los canapés con el estómago hinchado. De su boca escapó entre sueños un suspiro de satisfacción.

Adrien observó atentamente el techo de su habitación, como si esperara encontrar en él algo interesante que lo evadiera de aquel sentimiento de soledad que lo aprisionaba. Sentía angustia y pesar. No era diferente a otras veces, él siempre comía y cenaba solo pero había esperado que al menos esa noche fuera diferente. No pudo evitar pensar que, apenas unos años atrás, la cena de Navidad era todavía sinónimo de alegría en aquella casa. Entonces había risas, había calidez. Todo cambió drásticamente cuando ella se fue.

No se percató de que estaba llorando hasta que una lágrima humedeció la comisura de sus labios, dejándole un sabor salado en el paladar. Se irguió y se secó las lágrimas con el dorso de una mano, sintiéndose de repente sumamente vulnerable.

—¡Plagg! —lo llamó.

El pequeño Kwami sacudió las orejas indicando que lo había oído pero no hizo intento de moverse. Solo cuando el chico lo tomó entre sus manos, abrió perezosamente los ojos.

—Necesito salir de aquí, ¡ahora! —era más una súplica que una orden.

Algo debió ver Plagg en sus ojos porque por primera vez accedió a su petición sin rechistar. Poco después, Chat Noir, superhéroe de París, saltaba entre los altos edificios mientras disfrutaba la sensación de la brisa fresca contra su piel. Hacía frío pero el traje lo protegía contra cualquier inclemencia del tiempo. Mientras caminaba sobre los tejados blanqueados por la nieve, se sintió revitalizado, lleno de energía. A sus pies, París resplandecía en un halo de magia y misterio. Respiró profundamente, llenando sus pulmones de oxígeno, mientras la brisa mecía juguetonamente sus cabellos.

Vio entonces, no muy lejos de allí, una figura menuda apoyada sobre una baranda. Se acuclilló sobre el tejado y escrutó desde las sombras, no tardó en reconocer lo que sin duda era la panadería de los Dupain-Cheng. La persona asomada al balcón, no podía ser otra que Marinette. Una leve sonrisa afloró en sus labios y no resistió la tentación de pasar a saludarla.

Ella estaba distraída, envuelta en una bata de franela, con el mentón descansando en una mano y la mirada orientada hacia el cielo nocturno. No lo oyó llegar.

—Buenas noches, señorita. ¿Disfrutando de la noche parisina?

La chica respondió a su saludo con un respingo. Se volvió hacia él con los ojos azules abiertos de par en par. Se llevó una mano a la altura del corazón cuando lo hubo reconocido.

—Menudo susto me has dado, gatito —dijo entre dientes, provocando en él una risa cantarina.

Como si de un gato real se tratara, el chico dio un salto quedando medio sentado y en equilibrio sobre la baranda.

—Emm… ¿Qué te trae por aquí? —le preguntó ella curiosa.

—Te he visto y he decidido venir a saludarte.

Él no lo sabía, pero para Marinette su presencia allí suponía todo un enigma. Quizá, su visita no le hubiera sorprendido cualquier otra noche, pero esa en concreto era especial. Era víspera de Navidad, debería estar en su hogar, celebrando las fiestas con su familia y no patrullando la ciudad como en un día normal. Incluso los superhéroes necesitaban descansar de vez en cuando. ¿Pero y si se había visto forzado a salir? No pudo evitar sentir una pizca de temor.

—¿Ha pasado algo? —le preguntó a continuación. Su aprensión era evidente.

—No, no. Todo está bien —se apresuró a contestar el gato negro. Le pareció escuchar un suspiro de alivio—. Solo he salido a dar una vuelta, para despejarme. Ya sabes cómo son las cenas familiares: comida a rebosar, risas, canciones improvisadas… Pueden llegar a ser muy ruidosas.

—Suena divertido.

—¡Oh, sí! Lo estaban pasando en grande, tan bien… que creo que no me echarán en falta —su voz se había apagado con la última frase, detalle que a ella no le pasó desapercibido. Notó los ojos de Marinette puestos en él e hizo un esfuerzo por sonreír—. ¿Qué tal tu velada?

El rostro de su compañera de clase se iluminó.

—También ha sido muy agradable. Papá ha preparado Dinde à l'crème, ¡su receta es inmejorable, nadie lo hace como él! —exclamó con orgullo—. De postre Bûche au framboise, una de las especialidades de mamá. Y… no sé cómo hemos acabado cantando los tres, han debido de escucharnos todos los vecinos —añadió avergonzada.

A Chat su timidez le pareció adorable. Pese al incidente con ella el primer día de clase, con el tiempo había podido descubrir por sí mismo el carácter dulce y desinteresado de Marinette. En su opinión, era además una persona tan alegre y risueña, que resultaba imposible no sentir simpatía por ella.

—Me habría gustado oírte cantar —comentó con una sonrisa traviesa. Observó divertido cómo se le coloreaban las mejillas.

—¡Ni lo menciones, canto fatal! —exclamó ella—. Pero reconozco que ha sido divertido.

Entonces, como si de repente hubiera recordado algo triste, su alegría quedó eclipsada por una expresión apenada.

—¿Estás bien?

Los ojos de Marinette, brillaron bajo la luz de las estrellas. Le parecieron tan azules como el cielo del verano.

—Sí, es que no he podido evitar pensar en alguien. Es una persona a la que aprecio mucho y me apena pensar que tal vez su noche no ha sido tan agradable como la nuestra.

—¿Por qué piensas eso?

Marinette se frotó las manos, azorada, antes de responder a su pregunta.

—Porque… aunque todo el mundo crea que su vida es perfecta, yo sé que en realidad no es feliz. Aunque siempre se muestre alegre y tenga una sonrisa amable para todo el mundo, en realidad se siente solo. Me entristece la idea de que no pueda compartir la Navidad con nadie.

"Solo", había dicho; hablaba de un chico. Bajo la máscara de Chat Noir, Adrien no pudo resistir la curiosidad, especialmente porque aquella escueta descripción parecía adaptarse de alguna manera a sí mismo.

—Esa persona, ¿es muy cercana a ti?

—No exactamente, aunque me gustaría que lo fuera. Al principio no me caía bien, ¿sabes? Pensaba que era el típico niño de papá, atractivo y engreído… —Puso los ojos en blanco—, así lo creí hasta que de forma desinteresada me tendió su paraguas y pude escuchar su risa, la risa más bonita y sincera que he oído en mi vida. Entonces supe que estaba equivocada.

Sobrevino un incómodo silencio durante el cual ella había dejado de parlotear al darse cuenta de que estaba hablando más de lo necesario. No sabía la razón, pero Chat Noir tenía ese efecto en ella, resultaba fácil sincerarse con él. Buscó su mirada y encontró algo que no se habría esperado por nada del mundo. Aquellos ojos verdes, brillantes e inhumanos, la miraban con tal intensidad que sus mejillas ardieron. Lo que hizo a continuación la dejó si cabía más sorprendida: bajó del barandal de un salto y la estrechó entre sus brazos. Ya la había abrazado en alguna que otra ocasión como Ladybug pero nunca como Marinette, ni tampoco de esa forma, había apoyado la barbilla en su hombro y soltado un leve sollozo. Todavía aturdida por aquella inexplicable y repentina reacción, pasó una mano por la espalda del chico mientras deslizaba la otra entre las hebras rubias de su cabello, en un intento por insuflarle ánimo.

Él pareció darse cuenta de su extraño comportamiento y se apartó de ella algo avergonzado.

—Lo siento —se disculpó en un hilo de voz—, no sé qué me ha pasado. ¡Me has conmiauvido! —añadió fingiendo sorpresa.

Marinette ignoró el chiste y le dedicó una sonrisa llena de dulzura. Acababa de descubrir sin querer una faceta de su compañero que desconocía. No solo era un gatito guapo, coqueto y descarado, también había resultado ser muy sensible. Y aun así, seguía siendo bastante orgulloso, pues había tratado de disimular esa sensibilidad con un mal chiste. No se resistió a bromear un poco al respecto.

—Con que tenemos aquí a un llorón —comentó con sorna—. ¿Conoce Ladybug ese lado tuyo?

Para su sorpresa, lejos de parecer molesto, le sonrió.

—Pues no, pero si se diera el caso, estoy seguro de que mi bichito lo entendería —respondió con absoluta seguridad—. Ella es demasiado perfecta como para burlarse de algo así.

Al oír aquello, Marinette sintió en su pecho una punzada de culpabilidad.

—Quizá ella no es tan perfecta cómo crees…

Chat Noir frunció el ceño con evidente molestia.

—¡Por supuesto que lo es! Es perfecta para mí, el amor de mi vida, mi alma gemela —recitó con mirada soñadora—. Ella aún no se ha dado cuenta pero estamos hechos el uno para el otro. Algún día lo comprenderá y entonces se enamorará de mí, nos amaremos locamente y estaremos siempre juntos; nos casaremos y tendremos gatitos y bichitos…

—¡Vale, vale! ¡He cogido la idea! —exclamó la chica muerta de vergüenza.

Se alejó un poco de él temiendo que notara el tono rojo intenso que con toda probabilidad había coloreado su cara. Sin margen de duda, Chat Noir era la personificación del descaro.

—¿Crees que estoy bromeando? —le preguntó él con tal seriedad que la dejó momentáneamente descolocada—. No me extraña, ella también lo piensa. Cree que solo soy un gato molesto y bromista —añadió con un matiz amargo en la voz.

—Chat, Ladybug no…

—¿No qué? —la interrumpió—. La conozco mucho mejor que tú, me aprecia como compañero pero la mayor parte del tiempo me ve como un estorbo, lo que pasa que es demasiado amable como para decírmelo abiertamente.

—¿Y si crees que le molestan tanto tus bromas entonces por qué las sigues haciendo? —no pretendía sonar ofendida, esperaba que él no se hubiese dado cuenta.

—Porque a veces sonríe, y otras veces se le escapa una carcajada. My Lady no lo sabe pero su risa es como un bálsamo para mí, un bálsamo para todos mis problemas, ¿acaso no es ese motivo suficiente? Tal vez te suene egoísta pero me gusta oírla reír, porque cuando lo hace todas las preocupaciones se esfuman y siento que todo irá bien.

De nuevo esa mirada soñadora, si Ladybug no fuera su alter ego Marinette hubiera creído que la heroína de París era tan prodigiosa e increíble como él aseguraba. La tenía en un pedestal, si tan solo supiera la verdad… Si supiera que su adorada Ladybug era en realidad una chica tímida y torpe que pasaba sus días suspirando por alguien al que consideraba inalcanzable, seguramente cambiaría de idea. El pobre chico vivía una mentira. No obstante, debía reconocer que lo que había dicho de su risa la había cautivado; también creía comprenderlo pues era algo parecido a lo que a ella le ocurría con Adrien. Sintió algo de pena aunque no supo con certeza si era por Chat Noir o por ella misma, quizá por los dos.

—Ladybug te aprecia de verdad Chat Noir, para ella eres alguien muy importante. Sois un equipo y valora mucho tu ayuda. Estoy segura de que no te considera un estorbo, al contrario —le dijo con sinceridad.

Los labios de Chat se curvaron en una leve sonrisa. A Marinette le pareció ver en sus ojos un destello de melancolía. Se encogió sobre sí mismo, con los brazos cruzados sobre la baranda y la cabeza gacha. Incluso sus orejas caídas parecían reflejar desconsuelo.

—Me gustaría… me gustaría decirle lo que siento, decirle lo importante que es para mí y lo que supone en mi vida. Antes era todo gris pero desde que ella está, todo tiene color. Cuando estoy con ella puedo ser yo mismo sin miedo a que me juzguen —a medida que hablaba su voz iba creciendo en intensidad, movido por la emoción—. Soy consciente de que ella no me ve de la misma forma, por eso no puedo llegar y decirle simplemente: "¡Ey! ¿Sabes, Ladybug? ¡Estoy completa e irremediablemente enamorado de ti!". Sería una locura, ¿no crees? —ladeó la cabeza hacia Marinette en busca de comprensión y la halló desconcertada, sumida en un completo mutismo.

La chica reaccionó con un saltito cuando se dio cuenta de que estaba esperando una respuesta.

—Yo... yo… no sé qué decir… —titubeó. Se pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja tratando de disimular su turbación.

Chat Noir cerró los ojos momentáneamente al tiempo que liberaba un suspiro paciente. No esperaba que la chica se sorprendiera de esa forma, pues pensaba que sus sentimientos por la heroína de la buena suerte eran más obvios. Al parecer se equivocaba, no debería haber dicho tanto.

—No importa —le dijo con voz suave—. Ya has hecho por mí suficiente, necesitaba que alguien me escuchara. Se está haciendo tarde, será mejor que regrese…

—¡Espera!

Chat Noir se volvió hacia ella con gesto interrogante. Había cerrado la mano en torno a su muñeca para detener su avance. La miró inquisitivo, ella se mordió el labio inferior con indecisión.

—No… no creo poder ayudarte con Ladybug pero si en cualquier otro momento necesitas hablar o desahogarte, ya sabes dónde estoy.

Bajó la vista, mostrando esa timidez que a veces salía a flote y que a él le parecía tan adorable. Le resultaba curioso que pudiera ser tan resuelta en cuanto a sus propósitos, tan valiente a la hora de defender sus ideales y al mismo tiempo tan tímida. Su personalidad era sencillamente encantadora. El corazón de Adrien se hinchó de puro afecto por esa chica. Deseaba infundirle cercanía, demostrarle de algún modo que podía considerarle su amigo. Extendió el brazo y rozó con el dorso de una mano la mejilla sonrosada de Marinette; imprimió tal delicadeza en el toque que logró arrancarle un suave jadeo.

—Gracias —le dijo a continuación.

Ella parpadeó, sorprendida.

—¿Po-por qué?

—Por ser como eres.

Acto seguido se inclinó hacia la chica y le besó la mejilla. Marinette abrió la boca con intención de replicar pero para entonces él ya había saltado sobre la baranda. Se despidió de ella con un guiño y una sonrisa traviesa.

Los pies de Chat Noir tocaron el suelo del dormitorio segundos antes de que Plagg liberara la transformación. El Kwami murmuró algo acerca de "adolescentes" y "hormonas" mientras volaba de camino a la bandeja de los canapés con intención de reanudar su siesta. No se durmió sin embargo, sino que se quedó sentado y con la cabecita inclinada hacia un lado, observando a través de sus ojos gatunos los movimientos de su protegido.

Adrien cruzó la habitación en dos zancadas y abrió de un tirón el cajón de su escritorio. Cuando hubo encontrado lo que buscaba, lo tomó entre las manos y se sentó en el filo de la cama. Pasó los dedos por las cuentas de colores que conformaban la pulsera.

—Marinette… —pronunció el nombre en un murmuro.

Recordaba a la perfección el momento en el que su compañera de clase le había entregado aquel obsequio. Por supuesto que no daba buena suerte, le había hecho creer eso solo para hacerlo sentir mejor, para que volviera a recuperar el optimismo, y sorprendentemente había surtido efecto. Se preguntó si ella sería así de atenta con todo el mundo. Esa noche le había revelado inconscientemente estar preocupada por su bienestar, realmente debía de sentir afecto por él.

—Vaya, vaya, mira eso —habló la voz de Plagg desde el escritorio—. Cuando te fuiste estabas hecho un despojo y ahora tienes una sonrisa boba en la cara. Si esa chica ha conseguido subirte el ánimo de una forma tan sencilla quizá sea el amor de tu vida y aún no lo sabes.

Adrien pensó que el corazón se le saldría del pecho.

—¡Pero qué dices Plagg! Marinette es solo una amiga. Ladybug es el amor de mi vida…

—Nunca he dicho que no lo fuera —respondió con tono juguetón. Dio una vueltecita en la bandeja como lo haría un gato real antes de acomodarse para dormir; se acurrucó entre el montón de canapés con los ojos cerrados.

—Pero entonces, ¿por qué dices…?

Algo hizo clic en la mente de Adrien. Bajó la vista hacia la pulsera, los labios ligeramente separados mientras en su pecho, su corazón latía desbocado. En un segundo, un par de ojos azules surcaron su mente y él no supo identificar si pertenecían a Ladybug o a Marinette.

Se levantó de un salto y echó a andar hacia el ventanal, todavía sosteniendo la pulsera entre sus manos. La apretó con fuerza y tuvo que exigirse a sí mismo aflojar el agarre para no romperla.

—¿Sería posible? ¿Podría ser que ella fuera…?

Dejó la pregunta sin terminar. De repente no le pareció tan descabellada la idea, incluso se preguntó por qué no se lo había replanteado antes. Eran bastante similares. ¿Y si fuera ella? ¿Y si realmente la chica de la que estaba enamorado fuera aquella otra que se sentaba detrás de él en clase? Cientos de preguntas se arremolinaban en su mente y él era incapaz de dar con una respuesta por sí solo.

Tendría que averiguarlo, no podía quedarse con la duda. Mientras observaba los copos de nieve caer a través del cristal, se prometió que haría todo lo posible por escuchar la risa de Marinette. Solo entonces lo sabría.