Disclaimer: El manga de Saint Seiya y todos sus personajes son propiedad de Masami Kurumada, así como el respectivo anime (basado en dicho manga), mismo que también pertenece al estudio de Toei Animation.

Advertencias: Fanfiction yaoi (relación romántica entre dos o más personajes masculinos)

Nota de la autora: Resulta que leí un fic de la autoría de Shun4Ever llamado (también) "El harem de AlMajRa" y que tiene a Afrodita como protagonista. Es un one shot y me gustó (por aquello de que igual había tenido la espinita de escribir algo referente al tema), así que, bueno, se me ocurrió hacerle una continuación (con el debido permiso de Shun4Ever, por supuesto). Aunque este fic está basado en aquel, no es estrictamente necesario leer aquel para entender de qué va este que yo he escrito.

Querida, Shun4Ever, aquí está ya (¡al fin!). Me tardé un poco porque la historia se empezó a extender como verdolaga, y de un capie me fui a dos y luego a tres. Como ya te había dicho, he añadido unos cuantos personajes más como miembros del harem para ponerle más sabor al caldo como decimos acá. Bueno, espero que disfrutes el fic :)

Ahora sí... ¡a leer!


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El harem de AlMajRa

~.~.~.

I

La noche aún estaba muy oscura cuando Afrodita entró a sus aposentos sintiéndose sin fuerzas y mucho más cansado que otras veces. También se sentía asqueado. Ni siquiera el concienzudo ritual de limpieza del que era objeto después de haber pasado por la cama de su Amo lograba quitarle esa horrible sensación de asco infinito, y empezaba a pensar que nada podría quitársela.

"Lo odio. Odio que me toque, que me bese" pensaba mientras, molesto, arrancaba las hermosas pulseras incrustadas con ópalos de sus preciosas muñecas y las lanzaba con rabia sobre su tocador.

Aborrecía sentir el peso de su cuerpo tosco, lleno de sudor, sobre el suyo y tener su aliento a vino dulce golpeándole el rostro cada vez que ese hombre se clavaba en su cuerpo. El hombre a quien estaba condenado a llamar Amo y a complacer día y noche en su cama.

"Lo odio como jamás he odiado a nada ni a nadie en toda mi vida" murmuró mirándose al espejo, sobre cuya superficie pulida se reflejaba la increíble belleza de su rostro pálido.

Pero, a pesar de odiar al Rey y a esa vida, sabía que eso era a lo único que podía aspirar siendo, como era, un esclavo.

Era cierto que ahora tenía una posición privilegiada dentro del harem del Rey AlMajRa (pues era el hombre más hermoso de entre todos ellos y disponía de los mejores atuendos, los más finos aceites perfumados y las más esplendorosas joyas, así como de los mejores alimentos; incluso el Rey le había concedido tener un gran jardín de rosas a las afueras del Harén como una muestra, según él mismo había dicho, de su carácter magnánimo) pero, más que privilegio, para él era el colmo de su desgracia ya que tales regalos no solicitados solo eran favores que debía pagar saciando los más desvergonzados deseos sexuales del Rey.

Y al final del día; más allá de los privilegios, más allá de la seda y los aromas suaves y exquisitos de los aceites, más allá de las rosas y del brillo imposible del oro y de las piedras preciosas en sus cabellos trenzados, él solo era eso: un esclavo. Un hermoso adorno destinado a deleitar los ojos de su Amo, condenado únicamente a complacerlo a la manera y en el momento elegido por él.

Eso era a todo lo que podía aspirar. Lo sabía. No había más para alguien como él allá afuera… Sin embargo, a pesar de ser plenamente consciente de ello y de, a veces, creer que ya estaba más que resignado a su destino; había momentos en que no podía evitar revelarse ante esa ignominia.

Un fuego interno ardía en su ser más profundo y se revelaba contra ese destino funesto haciéndolo soñar que escapaba y que era libre; libre como el aroma embriagante que emanaba de sus amadas rosas y viajaba desenvuelto y atrevido entre el aire y las nubes alcanzando distancias imposibles. Soñaba con una vida diferente; con la vida libre que pudo haber tenido si aquellos asesinos no lo hubieran privado de su familia cuando apenas era un niño pequeño.

A veces soñaba con ello, pero otras veces, cuando estaba tan cansado y asqueado como ahora, soñaba con la muerte; aquella que habría encontrado si el terrateniente, su antiguo amo, el que había sido su salvador en aquella ocasión, lo hubiera dejado morir también a manos de aquellos ladrones desalmados.

¿Sería la muerte la libertad verdadera que ansiaba su corazón?

Se lo preguntaba siempre sin encontrar respuesta, y volvía a preguntárselo ahora mientras con un suspiro cansado se dejaba caer entre las suaves pieles que adornaban y mantenían cálida su cama sin que la respuesta acudiera a él. Pero luego, como era natural, un consuelo vacío llegaba cuando pensaba en la condición de sus compañeros, aquellos que como él eran miembros del extenso harem.

Estaban Shaka y Mu, quienes habían tenido la desgracia de terminar enamorándose cuando el Rey había traído a Mu desde la lejana isla del Mar del Este. Y lo mismo había ocurrido entre Milo y Camus, el esclavo traído desde las distantes regiones de la Galia; todos ellos habían caído enamorados sin poder evitarlo por culpa de sus corazones nobles y apasionados. Él sabía que no podía haber nada más horrible que eso. Lo sabía. Lo había visto… ¿Qué podía ser más ignominioso que ver a tu amor siendo obligado a ser el objeto del placer de otro? Por eso él, Aioros, Shura y Aioria habían evitado por todos los medios caer presa de esa trampa que aquellos pobres diablos llamaban "Amor"; él más que nadie, porque sabía que su situación ya era lo suficientemente horrible como para añadirle una desdicha como esa.

Por otro lado estaban los gemelos. Ellos tampoco lo pasaban nada bien. Pero tenía que admitir que, a pesar de la desgracia en la que ellos habían caído, él los admiraba. Vivían en cadenas, era verdad. Y así, encadenados, estaban obligados a cumplir sus deberes sexuales con el Rey siempre que los deseaba. En lo secreto Afrodita admiraba el fuego ardiente de la rebeldía salvaje que se agitaba en los indomables corazones de Saga y Kanon. Ningún otro había mostrado más agallas que ellos al demostrarle al Amo lo que verdaderamente sentían por él, y no les importaba acabar desgarrados después de haber tenido solo una oportunidad de morderle o escupirle en la cara.

Él hubiera querido hacer lo mismo aunque fuera solo una vez pero no era tan temerario como los gemelos. Y había cosas que valoraba más, entre ellas librar su cuerpo hermoso del dolor que estar en cadenas producía. Además, si ya era demasiado humillante que el Rey lo poseyera estando con él a solas y sin ataduras, no deseaba experimentar que lo hiciera públicamente mientras lo tenía en cadenas; era un espectáculo degradante, algo que el Rey no tenía reparo en mostrar al resto del harem para aleccionarlos en cuanto a lo que le esperaba a aquel que tuviera la osadía de atreverse a desafiarlo como hacían los gemelos.

No quería pensar más. Cerró los ojos, esos hermosos ojos del color de la aguamarina, y dejó escapar otro suspiro agotado. Luego de eso no hubo más que silencio. Hasta que los escuchó. Pasos suaves y ligeros, deslizándose con agilidad.

Abrió los ojos inmediatamente y atisbó en la oscuridad mirando hacia su ventana. Había una sombra oscura detrás de los cristales. Era larga y espigada. Y susurraba un nombre con ansiedad.

Se levantó y se aproximó hacía allí.

—¿Quién eres? —preguntó susurrando, sin abrir la ventana.

—¿Shun? ¿Eres tú? —respondió la ansiosa voz.

Intrigado por la agitación que oía en la voz, abrió un poco la ventana y miró al joven que, apoyado sigilosamente a un costado de la misma, lo miraba también.

Era apenas un muchacho. Alto y espigado. Usaba un chaleco gris abierto sobre su torso desnudo, un pantalón ligero sujeto a su cintura por un fajín oscuro y traía la cabeza envuelta en el típico atuendo oriental. A la tenue luz de las antorchas que iluminaban el corredor sus grandes ojos azul celeste refulgían, esperanzados y ansiosos, como un par de brillantes zafiros.

—¿Quién eres? —volvió a preguntar, susurrando— ¿Y cómo has hecho para evadir la vigilancia de la guardia?

—Estoy buscando a alguien —respondió el joven, agitado, evadiendo sus preguntas y estirando el cuello ansiosamente para mirar al interior de la habitación—. Un muchacho… Ojos grandes y verdes, es apenas un poco más bajo que yo y tiene una espesa melena del color de la esmeralda —susurró apresuradamente— ¿Lo has visto? Lo han traído aquí esta noche por orden de tu Rey… Esos hombres, sus merodeadores, ellos lo secuestraron y…

No lo dejó seguir hablando. De un tirón lo jaló y lo hizo entrar en la habitación cerrando la ventana justo a tiempo para evitar que los sigilosos ojos de Aldebarán, el guardián encargado del Harén, lo descubrieran acechando en la oscuridad.

—¡Vamos, rápido! —le urgió—. Escóndete ahí debajo… ¡Deprisa, muchacho tonto!

Lo empujó de bruces entre las pieles de su cama y lo ocultó con prisas debajo de ellas enterrándole los codos en las costillas para obligarlo a ovillarse mientras él se giraba rápidamente hacia la puerta que se abría revelando la presencia del guardián, un hombre moreno y enorme.

—Buenas noches, mancebo —saludó cordialmente el hombreton, haciendo una pequeña inclinación con la cabeza—. Perdona que haya entrado sin anunciarme, pero ha habido una incursión en el palacio… Un ladronzuelo que corre por las azoteas y acecha en las sombras —explicó alzando la mirada pero evitando mirar los ojos aguamarina del hermoso hombre delante suyo.

Sus pequeños ojillos marrones atisbaron con discreción todo el lugar mientras hablaba. Por un momento se quedó mirando el bulto que sobresalía sobre la cama y la punta de un pie delgado y desnudo que se asomaba bajo la orilla de una de las pieles, sin embargo, no dijo nada. Solo caminó hacia la ventana y le echó el cerrojo.

—Voy a asegurar esto así para mantenerte seguro, mancebo. Ahora descansa y no te preocupes por nada. Yo seguiré buscando a ese ladronzuelo.

—Cuando lo hayas atrapado… —preguntó él tímidamente—, ¿lo llevarás ante el Rey para que sea ajusticiado?

—No, no haré eso. Lo pondré en uno de los pozos vacíos, ahí tendrá tiempo para arrepentirse de sus actos entre el lodo podrido mientras aguardo a que mi Señor se desocupe, pues ahora mismo está con los gemelos. Cuando termine con ellos mi Rey comprobará a un muchachito que trajeron al amanecer…

Afrodita frunció los labios con desagrado al escucharlo, pues sabía muy bien en qué consistía la infeliz comprobación, pero no dijo nada.

Aldebarán, notándolo, hizo una pausa larga, como si estuviera considerando seriamente sus siguientes palabras, mientras mordía sus labios con cierta indecisión. Le apenaba profundamente el destino de esos jóvenes, tanto que si él pudiera los dejaría marchar a todos, mas no podía hacer eso sin que su cabeza acabara rodando a los pies del Rey. Pero ese muchachito que recién habían traído era tan joven… En verdad era una verdadera desgracia que hubiera caído en manos del Rey; en muy poco tiempo su radiante belleza quedaría eclipsada por la tristeza de vivir una vida como esa, tal y como le había ocurrido al hombre que estaba de pie frente a él.

Pensando en ello el guardián volvió a mirar con disimulo el bulto que estaba ocultó entre las pieles del lecho.

—En estos momentos el jovencito se encuentra en las Termas, las criadas lo están preparando para su primer encuentro con el Amo…

Afrodita alzó sus bellos ojos azul turquesa y lo miró con desconcierto y luego con asombro pues había una sola razón por la que el guardián estaba dando tantas explicaciones: sabía que el ladrón estaba ahí y pretendía dejarlo a rienda suelta para que ayudara a su amigo.

Aldebarán le hizo un gesto pidiéndole silencio y le sonrió levemente cuando vio que comprendía lo que intentaba hacer.

—Podría ser una buena oportunidad para ti, mancebo —susurró acercándose de manera que solo él pudiera escucharlo—, si es que en verdad deseas ser libre. Sin embargo, cuando el chico esté listo tendré que llevarlo a los aposentos del Rey, ¿comprendes? —añadió a modo de advertencia dando a entender que no disponía de mucho tiempo para actuar.

Afrodita asintió.

Entonces el guardián salió después de dirigirle una pequeña inclinación, cerrando la puerta tras de sí sin asegurarla. Afrodita se quedó mirando la lustrosa madera preguntándose si realmente habría una pequeña posibilidad para escapar. Miró hacia el bulto en su cama y decidió que antes de hacer algo tenía que saber más sobre el muchacho que se ocultaba ahí y sobre la firmeza de sus intenciones.

Así pues, tiró de las pieles y el joven ladrón se puso de pie de un salto.

—Entonces… ¿eres un saqueador? —preguntó.

—Soy Hyoga, y sí, también soy un ladrón, pero esta noche no he venido a llevarme nada que no sea mío.

—¿Tuyo?… Ah, ya entiendo… Ese muchacho Shun es tu pareja, ¿no es así?

—Sí. Y ese maldito de AlMajRa no va a ponerle un dedo encima, si lo intenta siquiera… —añadió con los dientes apretados—, lo abriré en canal con mi daga como hago con los cerdos.

Afrodita sonrió casi imperceptiblemente al escucharlo, la idea de que algo como eso le ocurriera a AlMajRa le gustaba mucho. Por otro lado, no cabía duda que los corazones apasionados podían ser la perdición de algunos y en este caso él podía utilizar eso a su favor. La pasión que el joven frente a él desbordaba al hablar de su pareja era fuerte y eso lo hacía ser decidido, era un rasgo que él bien podría aprovechar.

—AlMajRa va a poseer a tu chico mientras te obliga a ti a mirar —dijo, sin embargo, para atizarlo mientras su dedo índice se enroscaba distraídamente entre las hebras más largas de las pieles. El joven ladrón entornó sus azules ojos y apretó la mandíbula con rabia—. Tú estás solo y el Rey está en su palacio, en su territorio, ¿entiendes?

—Te equivocas… ¿Crees que soy el único que ha venido por Shun? —Afrodita alzó los ojos y lo miró con cierto interés— ¿Sabes siquiera de quién estamos hablando? Shun es el hijo más joven de la familia de comerciantes de piedras preciosas más acaudalada que habita en las Tierras Áridas de la Abisinia.

—¿La Abisinia, dices? ¿En serio? —resopló él sin ocultar su escepticismo.

Él había oído hablar de ese lugar cuando aún vivía en el palacio de su antiguo Amo; se trataba de un oasis colmado de riquezas gracias al fructífero comercio de piedras preciosas tales como diamantes, rubíes y esmeraldas. Se decía que era gobernado por el hombre más acaudalado del país, quien era de temple recio pero magnánimo, y se decía también que ese hombre tenía dos hijos.

"¿Será realmente el tal Shun uno de ellos?" se preguntó a sí mismo sin dejar de lado su escepticismo "Pero si lo es, entonces cómo es que él…"

—Si ese muchachito es alguien tan importante —dijo, poniéndole voz a sus cavilaciones—, ¿qué hace emparejado con un saqueador como tú?

—Es una larga historia que no voy a contarte ahora —respondió Hyoga, irritado ante la nota de incredulidad que oía en su voz—. ¿Sabes qué? No me importa si me crees o no. Shun es mi prometido y voy a sacarlo de aquí como sea —dijo encaminándose hacia la puerta con decisión. Se asomó hacia afuera por la delgada rendija que dejó al abrirla y atisbó en la oscuridad dispuesto a salir, pero antes de hacerlo, volteó y agregó:— Gracias por ocultarme. Si no hubiera sido por tu ayuda ese hombre me habría atrapado… Aunque no había necesidad de que fueras tan rudo conmigo —añadió mientras se pasaba la palma de la mano sobre sus doloridas costillas en donde Afrodita le había enterrado los codos.

—En realidad, Aldebarán te habría atrapado si hubiera querido. Él se dio cuenta de que estabas oculto bajo las pieles.

—¿Qué dices? —preguntó sorprendido.

—Lo que has oído, niño.

—Y ¿por qué no hizo nada?

Afrodita meditó un momento antes de responder.

—Porque en el fondo es un hombre bueno a quien le disgusta la injusticia —dijo al fin—. Él solo sirve a AlMajRa porque su puesto es un legado que ha pasado de generación en generación dentro de su familia, y él está obligado a cumplir con la tradición. Sin embargo, eso no quiere decir que le agraden las maneras de su Rey. Aldebarán siempre ha sido bueno conmigo desde que llegué aquí, conmigo y con todos mis compañeros; nos cuida como si fuéramos sus hermanos pequeños… Aunque procura no encariñarse demasiado con ninguno porque, a pesar de que le gustaría salvarnos a todos de este destino, no puede hacer nada —dijo, esbozando una sonrisa pequeña y triste—. Pero estoy seguro que el rapto de ese jovencito ha sido demasiado para él y por eso decidió darte la oportunidad de rescatarlo. Ahora, vamos, debemos apresurarnos…

—Espera…—dijo el saqueador, más sorprendido aún, al ver que el hombre de los cabellos color turquesa se quitaba rápidamente las tiras bordadas en oro y pedrería azul que adornaban sus blanquísimos pies y se calzaba un par de sandalias ligeras—, ¿tú también vas a ayudarme?

—Sí —respondió él simplemente mientras se ponía en pie y caminaba de prisa hacia el biombo tallado en madera para cambiarse rápidamente de ropa.

—¿Por qué?

—Si no lo hago perderás un tiempo valioso, tiempo que ni tú ni tu amor tienen… Pero no te confundas, saqueador, esto lo hago más por mí que por ti —aclaró mientras salía de detrás del biombo y se apresuraba a sacar todas sus alhajas, pulseras y piedras preciosas de un tarro, guardándolas todas en un largo pañuelo de seda que dobló y escondió perfectamente debajo del fajín que había ceñido apretadamente a sus caderas—. Estoy más que cansado de AlMajRa y su lujuria insaciable que ahora lo ha llevado a pasar de ser un comprador de esclavos a un ladrón de jovencitos. Si tú dices que no vienes solo y estás dispuesto a todo por recuperar a tu chico, voy a aprovechar esta oportunidad para escapar también.

Hyoga sonrío ampliamente al escucharlo.

—Entonces vamos a las Termas ahora mismo —dijo mientras abría la puerta y saltaba a la oscuridad de la noche.

—¡No tan rápido, niño!—exclamó Afrodita yendo tras él—. Antes tienes que demostrarme que no estás solo en esto, o no voy a…

—No lo está —gruño de pronto una voz en su oído, y en ese instante sintió el frío tacto del filo de una daga contra su cuello y un brazo fuerte que lo sujetaba por detrás impidiéndole voltear y moverse.

—¡No, Deathmask, no le hagas daño! —exclamó Hyoga cuando giró la cabeza y los vio forcejear—. Él no es enemigo, nos ayudará a llegar a Shun… ¡Vamos, suéltalo, no tenemos tiempo para esto! —. Al ver que el hombre ignoraba completamente su petición, susurró con urgencia:— Ikki, ¿dónde diablos estás?

—Aquí estoy, saqueador —dijo otra voz diferente que surgía de entre las sombras, a un lado de Deathmask.

Afrodita quiso girar la cabeza para mirar al recién llegado, pero el hombre que lo sujetaba enterró sus dedos con fuerza entre su larga cabellera aguamarina impidiéndole voltear sin preocuparse por el hecho de que con tanto forcejeo el filo de la daga cortaba la blanca piel.

—Eres un salvaje estúpido —siseo Afrodita con rabia— ¡Me estás lastimando, animal!

—¡Ikki, ordénale que pare o perderemos la única oportunidad que tenemos de salvar a tu hermano! —exigió Hyoga.

—¿Tú sabes dónde está Shun? —preguntó Ikki mirando fríamente a Afrodita e ignorando por completo la desesperación de Hyoga.

—Lo sé, pero si este bruto no me suelta ahora mismo puedes olvidarte de que lo sé, y me encargaré de que los atrapen a los tres en menos de lo que dura un parpadeo…

Ikki le hizo una señal a Deathmask y este aflojó completamente su agarre. Entonces Afrodita se giró y miró al hombre con la rabia y el odio titilando en sus ojos aguamarina mientras llevaba su mano a su cuello lastimado y ensangrentado.

—Eres un bestia y un patán salvaje —le siseó furioso. Deathmask no se inmutó, solo le sonrió de lado con altanería y siguió mascando algo para luego escupir en el suelo. Afrodita arrugó la nariz con asco ante ello—. Repugnante… Si me queda una cicatriz por esto —añadió, señalando indignado su cuello herido— te despellejaré vivo y voy a hacer q-…

Pero Afrodita no pudo seguir hablando porque, para su sorpresa, Deathmask se adelantó acercándose a él con un movimiento rápido y, retirándole despacio la mano del cuello, posó sus labios gentilmente sobre la herida besándola y lamiéndola con mucho cuidado, casi con ternura. Afrodita estaba tan completamente sorprendido que ni siquiera atinó a moverse o a protestar. Solo pudo estremecerse involuntariamente de la cabeza a los pies ante el toque de esos labios y esa lengua que eran, para su total asombro, increíblemente suaves.

Cuando al fin se apartó de él, Deathmask sacó un pañuelo de seda azul de entre sus ropas y lo ató con cuidado en su cuello cubriendo completamente la herida. Después de eso le dio una mirada rápida pero penetrante que Afrodita no fue capaz de leer y entonces se alejó volviendo de nuevo junto a Ikki.

Afrodita estaba totalmente estático y desconcertado.

Había mirado a ese hombre y enseguida había sabido que era un matón (tenía que serlo porque si no lo fuera no llevaría un atuendo como el que llevaba y tampoco usaría un nombre como el que usaba, aunque una parte de su cerebro no pudo evitar preguntarse qué clase de matón llevaría pañuelos de tan finísima seda consigo).

Pero, por otro lado, lo que ese matón acababa de hacer era incomprensible para él.

"¿Qué clase de hombre te amenaza con cortarte el cuello y momentos después te besa con tanta suavidad?" se preguntó sin dejar de mirarlo. "Pero… lo cierto es que nadie nunca me había besado así… Nadie nunca había sido tan gentil ni tan suave conmigo".

Aún estaba mirándolo completamente anonadado cuando la voz de Ikki rompió el silencio.

—Ya estás bien, Primor. Ahora deja de mirar a mi amigo con tanto arrobamiento y llévanos con mi hermano.

—No lo miraba con arrobamiento —replicó Afrodita frunciendo el entrecejo y apartando rápidamente sus ojos de Deathmask, que solo sonrió divertido ante ello—. Y no vuelvas a llamarme Primor, extranjero arrogante, o te arrancaré tu odiosa lengua. Tú, saqueador —increpó a Hyoga—, ¿son solo ustedes tres? … Creí que habría más gente.

—No necesitamos a nadie más, créeme—dijo Hyoga al percibir su tono incrédulo y molesto.

Afrodita frunció los labios y sin poder evitarlo volvió a mirar a Deathmask. Él le dio un guiño cargado de insolente coquetería y enseguida los turbados ojos aguamarina se apartaron velozmente de él para posarse en Ikki, quien con todo el descaro del mundo le sonrió de lado burlonamente. Los ignoró a ambos aunque, muy a su pesar, tuvo que estar de acuerdo con Hyoga pues era consciente de que acababa de comprobar por sí mismo lo sigiloso y letal que Deathmask podía ser, y el tal Ikki parecía ser exactamente de su misma calaña.

—¿Podemos irnos ya? —añadió Hyoga con tono impaciente.

—Está bien —susurró Afrodita. Empezaba a amanecer pero el cielo aún estaba lo suficientemente oscuro como para que pudieran escabullirse sin ser vistos. Levantó la cabeza y miró hacia el norte, a las luces que titilaban a lo lejos entre las hojas oscuras de las altas palmeras, y luego volvió a mirarlos—. El jovencito a quien buscan aún debe estar en las Termas… ¿Ven esas luces en el extremo norte del patio? —ellos asintieron—. Ese es el lugar… Por lo que sé él no estará mucho rato ahí así que debemos apresurarnos. Síganme.

Afrodita se adelantó con sigilo internándose entre las sombras proyectadas por la luz de las antorchas, y los tres hombres venidos de la Abisinia lo siguieron sin hacer ningún ruido.


¡Yay! tengo que decir que disfruté mucho escribir esto.

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