Disclaimer: El mundo de Harry Potter pertenece a J. K. Rowling.
Advertencias: Slash (relación romántica entre dos personajes masculinos). Si te gusta el género, eres bienvenido. Si no, te invito a cerrar la página y a otra cosa mariposa.
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De lobos y naricitas de colores.
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I
—¡Por las malditas bolas de Merlín, déjalo ya, James! —vociferó Sirius, harto de escuchar por enésima vez en una sola tarde el hechizo fallido con el que James trataba de hacer que su nariz se transfigurara a voluntad en una pequeña y brillante bolita roja— ¡Si te oigo repetirlo de nuevo me volveré loco!
—¡No, no me rendiré! Falta muy poco para Halloween… Tengo que lograrlo.
James estaba más que emocionado por la celebración que ese año y por primera vez en la historia de Hogwarts no solo consistiría en el clásico banquete y en el Gran Comedor decorado con grandes calabazas color naranja con velas dentro; ese año Dumbledore había decidido aderezar la fiesta tradicional con un pequeño toque muggle: todo el mundo debía usar un disfraz.
Sorprendentemente, la gran mayoría de la comunidad estudiantil —incluidos los Slytherin— tomaron esa idea con entusiasmo, solo el resto de los profesores quedaron estupefactos al oír que Dumbledore hacía semejante anuncio. Por supuesto, los marauders fueron de aquellos que se tomaron muy en serio tal ocurrencia y cada uno empezó a idear lo que usaría.
—Quiero que mi disfraz sea lo suficientemente original, Pads —masculló James, haciendo amago de blandir su varita una vez más.
—Original, bien —resopló Sirius—, y ¿disfrazarte de Rodolfo el Reno es tu idea de originalidad? ¡Es patético, Prongs!
—¡No, no seré Rodolfo el Reno! ¿No lo ves, Padfoot? ¡La maldita nariz roja y brillante será el verdadero disfraz!—respondió tercamente James, decidido a defender su idea hasta lo último, pues estaba plenamente convencido de que no había nada más original que exhibir su natural y hermosa cornamenta de ciervo (junto con su encantador rabito) que tanto esfuerzo le había costado conseguir al convertirse en Animago, camuflándose simplemente con una nariz de broma que definitivamente tenía que ser color rojo Gryffindor—. Y al menos yo ya tengo una idea y estoy a punto de lograr que sea todo un éxito —añadió—, en cambio no veo que tú hagas ningún progreso. Saltas de idea en idea y al final no te quedas con ninguna.
—Estoy esperando a tener una revelación —dijo Sirius, haciendo un ademan despreocupado con la mano—. Si no llega a mí uno de estos días, entonces… iré de Drácula.
—¿Drácula? ¿Te refieres a ese tipo al que los muggles consideran vampiro? —bufó James—, ¡pero si ni siquiera parece un vampiro de verdad!
—Puede ser…, pero las vacaciones pasadas lo vi en una película muggle en casa de Moony y no me pareció nada mal. El tipo era un Conde que viajó a Londres en busca de su amor, y ante la gente se dejaba ver como un caballero rico bastante atractivo, algo así como un Príncipe… A Remus le brillaron los ojos de emoción cuando lo vio aparecer tan elegante —dijo, frunciendo el entrecejo con desagrado—. Si la epifanía que espero no se me revela pronto, voy a disfrazarme de ese tipo y ya veremos quién le gusta más al final.
James meneó la cabeza y rio divertido. Le parecía muy gracioso que Sirius sintiera celos hasta del personaje de una película muggle.
—Siempre pensé que el celoso sería Moony, no tú —dijo entre risas mientras volvía a apuntar su varita mágica hacia su nariz y la blandía una vez más—, pero ¿sabes qué?… Tienes que dejar de celarlo así, Padfoot…
—Y tú tienes que dejar esa tontería de "quiero una naricita roja y brillante" —lo cortó Sirius, no dispuesto a escuchar una palabra más sobre sus celos—. De verdad, Prongs, ¿tengo que repetirlo? Es PA-TÉ-TI-COOOOOOOO
—No me importa lo que digas… No-me-ren-di-ré —respondió, acompañando cada pausa de su "No me rendiré" con más toques de varita sobre su nariz.
—¿Por qué mejor no pruebas con una de esas narices falsas que usan los muggles para sus disfraces, Prongs? —sugirió de pronto Peter, como si fuera la solución más obvia y sencilla del mundo.
Sirius y James voltearon hacia la alfombra donde Peter estaba tumbado boca abajo comiendo grageas de todos los sabores y lo miraron sorprendidos.
Ambos, siendo hijos de familias de sangre pura, desconocían que en el mundo muggle había cosas como dentaduras falsas para disfraces, uñas, garras, colmillos y bigotes postizos, calvas de goma, pelucas, heridas falsas bastante impresionantes y, por supuesto, también narices falsas. Pero Peter sí que lo sabía; incluso, hubo una ocasión en que al entrar a una tienda de artículos para disfraces se encontró con un par de pechos hinchables.
—¿Narices falsas? —murmuró James, luciendo bastante interesado.
—Así es, narices falsas —respondió Peter sintiéndose muy contento de, por primera vez, saber algo que James y Sirius desconocían.
Emocionado, se incorporó sobre sus rodillas al ver a James mirándolo con tanto interés y pensó en contarle también acerca de los pechos hinchables, pero decidió guardarlo para otro momento y se concentró en hablarle de las narices falsas.
—La mayoría son de goma y las hay de todos tamaños, formas y colores. Y lo mejor es que no tienes que preocuparte por acabar asfixiado al cabo de un rato porque todas tienen un pequeño par de orificios casi invisibles que te permiten respirar con total libertad.
—¡Quiero una de esas! —exclamó James, emocionado— ¿Crees que podría conseguir también unas orejas de ciervo falsas? Podría usar las de Prongs pero seguro que levantaría sospechas si me vieran aparecer sin… ya sabes… mis orejas normales.
Sirius ya no escuchó la respuesta que dio Peter porque en ese momento dejó de prestarles atención, pues Remus acababa de atravesar el retrato de la Dama Gorda. Venía acompañado de Lily y traía una caja blanca de tamaño mediano en las manos.
—Entonces —decía Lily—, ahora que ya has dominado el encantamiento…
—… gracias a tu valiosa ayuda —dijo Remus, sonriéndole mientras remarcaba cada palabra—. No debes olvidar añadir eso porque no lo habría logrado sin ti.
Ella también sonrió y meneó la cabeza.
—No fue nada, Remus… Tampoco yo habría sabido qué usar de no ser por ti.
Remus le quitó importancia haciendo un suave y despreocupado ademan con la mano.
—Tampoco ha sido nada. Estoy seguro que te verás encantadora.
La sonrisa de Lily se ensanchó y entonces se acercó un poco más a él para hablarle en susurros.
—Ahora tú deberás probarte lo tuyo para ver si te viene bien, si no, quizás haya que pedir una talla diferente.
—No será necesario, Lily, estoy seguro que todo es de la talla correcta.
En ese momento la sonrisa de Lily cambió y se llenó de complicidad mientras le lanzaba una mirada a Sirius, quien los observaba desde la distancia, sentado junto a James en el sofá más grande de la sala común (ese que se encontraba más cerca de la chimenea).
—La verdad es que me estoy muriendo de curiosidad por verles las caras cuando te vean con tu disfraz —susurró la pelirroja—. Sobre todo, quiero ver la cara de Black… Estoy segura que se sorprenderá.
Remus sonrió.
—Tal vez. Aunque, en realidad, no lo hago para sorprenderlo… Es sólo que pienso que no hay ningún otro disfraz que me vaya mejor, ¿no lo crees?
—Puede que tengas razón, Remy —respondió la joven, y posó su mano suavemente sobre el brazo izquierdo de Remus a modo de apoyo moral—. Bueno —añadió, guiñándole alegremente y recuperando su tono cómplice—, no lo olvides: si deseas ayuda con algo, no dudes en hablarme.
—Muchas gracias, Lily, lo haré.
—De acuerdo, entonces nos vemos luego —dijo la pelirroja, y después de regalarle una sonrisa amistosa se apartó de él antes de que llegaran al sofá en el que Sirius y James estaban sentados.
Remus tampoco llegó hasta el sofá, solo saludó a sus tres compañeros sonriéndoles desde la distancia mientras se dirigía directamente hacia las escaleras de caracol. Cuando llegó a la habitación guardó la caja debajo de su cama, y luego se tendió sobre su colcha de color rojo. Entonces, sacando un libro pequeño de debajo de su almohada, comenzó a leer tranquilamente.
No pasaron ni dos minutos cuando Sirius entró.
Sin hablar, caminó directamente hacia la cama de Remus y se tumbó junto a él recostando su cabeza sobre el hombro izquierdo de su amigo. Remus sonrió sin mirarlo y enseguida sus largos dedos se enredaron en la larga melena negra iniciando un suave masaje sobre el cuero cabelludo, mientras sus ojos seguían fijos en la página del libro.
—Evans y tú han pasado mucho tiempo juntos últimamente… —dijo Sirius repentinamente.
No es que estuviera celoso de Lily Evans. Qué va. Era solo que, pues eso, Remus estaba pasando mucho de su tiempo libre con ella dejando a los marauders de lado… Dejándolo a él de lado. Y eso era algo que definitivamente no lo tenía contento.
—Sí… —respondió Remus con tono ligeramente distraído.
Sus ojos seguían enfocados en la página, moviéndose a lo ancho de la misma; pero sus dedos acentuaron discretamente el masaje sobre la cabeza de Sirius. Ante el tacto de esa mano amable y cálida, Sirius dejó escapar un suave ronroneo pues le resultaba una caricia realmente agradable. Remus solía hacer eso siempre que lo notaba alterado o siquiera ligeramente tenso por algo, y al final Sirius siempre terminaba relajándose (igual que lo hace un inquieto perrito ante las agradables caricias de su dueño).
—Lily me pidió ayuda con su disfraz —agregó Remus tranquilamente—, por eso hemos pasado tanto tiempo juntos. Hoy fuimos a Hogsmeade; había algunas cosas que necesitábamos conseguir.
—Ah.
Remus no dijo nada más, solo giró su rostro hacia él y le dio un beso amoroso en la mejilla mientras la mano en su cabello bajaba acariciándole la otra mejilla con mucha suavidad. Luego, Remus le sonrió tiernamente y volvió a su lectura como si nada.
Con eso fue más que suficiente para que el animago se olvidara de sus celos hacia Lily Evans. Y es que Sirius lo había sentido claramente; el amor que Remus le tenía había impregnado ese beso, y estaba más que claro también en esa sonrisa; tanto que fue todo lo que necesitó para que se esfumara la molesta sospecha que había sentido al ver a su amor con Lily.
Sintiéndose a gusto y muy contento, Sirius se arrebujó un poco más junto a su chico pasándole el brazo por encima del estómago para pegarlo más a su cuerpo. Remus sonrió ante ello, dejándose hacer.
—¿De qué va esta vez? —le susurró Sirius al oído, refiriéndose a la historia que Remus leía—… ¿Una nueva aventura de Edmón Dantés?
Había sido así, mientras Remus leía El Conde de Montecristo, que una tarde Sirius se había acercado a él haciendo preguntas sobre lo que leía, y al final había acabado robándole un beso; su primer beso, en realidad. Desde entonces se volvieron pareja, y desde entonces adoptaron esta costumbre; Remus leía y Sirius se tendía a su lado, esperando que él le contara en pocas palabras de qué iba esa nueva historia. Luego, tal como aquella vez, compartían un beso, o dos, o más.
—No, esta vez no es una novela —dijo Remus, mirándolo a los ojos y apartándole un largo mechón de cabello negro que le caía sobre el rostro—, esta vez es un cuento.
—¿Un cuento? ¿No es algo que leen los niños?
—No…, no esta versión al menos — respondió Remus mientras sonreía con una pequeña mueca en los labios que no alcanzaba a mostrar alegría.
—¿No?… —Remus volvió a negar, todavía luciendo esa sonrisa no alegre. Intrigado, Sirius agregó:— Cuéntame.
—Se trata de una pequeña que quería mucho a su abuelita —empezó Remus—, y un día su madre le dio una cesta llena de comida para que se la llevara a la abuelita, que vivía en una casa en el bosque, no sin antes advertirle que no se detuviera a charlar con ningún extraño. Cuando la niña ya estaba en el bosque, se encontró con un lobo…
—¿Un lobo? —interrumpió Sirius, alzando rápido la cabeza, exactamente como Padfoot hacía cuando encontraba un aroma en el aire que le resultaba interesante.
—Sí, un lobo —respondió Remus con mucha calma.
—Bien… Y, ¿qué pasó?
—El lobo le preguntó a Caperucita Roja…
—¿Caperucita Roja?
—Es el nombre que le dan a la niña en la historia porque siempre llevaba una capa roja con una capucha.
—Ah, bien. Continúa…
—El lobo le preguntó hacia dónde iba y Caperucita dijo que iba a casa de su abuelita a llevarle comida porque estaba enferma. Entonces el lobo retó a la niña a correr una carrera hacia la casa de la anciana. Le mostró que había dos caminos, uno largo y uno corto. Entonces le dijo a Caperucita que ella tomara el camino corto, y él tomaría el largo; pero el muy astuto le enseñó los caminos al revés y la niña, sin saberlo…
—Tomó el camino largo —susurró Sirius, completamente metido en la historia—… Eso quiere decir que el lobo llego antes a casa de la anciana.
—Así es. El lobo llegó antes y se comió a la abuelita de un solo bocado. Entonces se puso el camisón y el gorro de dormir de la anciana para hacerse pasar por ella, y se metió en la cama a esperar la llegada de Caperucita —Remus le mostró la ilustración en la que se veía al lobo metido en la cama de la abuelita usando su camisón gris y su gorro de dormir. Sirius no pudo evitar reír por lo cómica que le pareció la imagen—. Cuando Caperucita llegó, empezó a hablar con el lobo creyendo que era su abuelita… De ese encuentro se desprende uno de los diálogos más memorables que haya habido nunca en un cuento.
Remus señaló en la página con su dedo índice dicho diálogo para que Sirius lo viera.
Entonces alzó la cabeza, miró a Sirius, le sonrió, y luego, leyó:
—Entonces Caperucita exclamó: ¡Qué ojos más grandes tienes!
Sirius, también con una sonrisa cómplice y divertida en los labios, y haciendo que su voz sonara rasposa y profunda, respondió:
—¡Para verte mejor!
—¡Qué orejas más grandes tienes!
—¡Para oírte mejor!
—¡Qué manos más grandes tienes!
—¡Para abrazarte mejor! —leyó Sirius. Entonces, alzándose sobre Remus, atrapó su cuerpo entre sus brazos en un abrazo cariñoso.
Remus rio mientras Sirius se acomodaba sobre él sin soltarlo, y siguió leyendo:
—¡Qué nariz más grande tienes!
—¡Para olerte mejor! —exclamó Sirius enterrando su perfecta nariz en el hueco cálido del cuello de Remus y aspirando con ganas.
Remus no pudo evitar reír de nuevo y retorcerse un poco entre sus brazos por las cosquillas que la juguetona caricia le provocaba, pero no dejó caer el libro.
—¡Y qué dientes más grandes tienes! —leyó entre risas.
—¡Para comerte mejor! —respondió Sirius, y levantando los brazos se lanzó dramáticamente sobre él como si realmente fuera la bestia que estaba a punto de devorar a Caperucita Roja. Pero cuando ya lo tenía atrapado contra el colchón, en vez de morderle, empezó a hacerle cosquillas por todos lados.
El libro cayó al suelo mientras Remus reía sin parar retorciéndose debajo de Sirius, hasta que minutos después Sirius tuvo que detener su ataque de cosquillas porque la risa de Remus se le había contagiado y ya no podía hacer otra cosa que reír y reír. Ambos estaban agitados y respiraban entrecortadamente, pero reían felices sin dejar de mirarse uno al otro.
Cuando al cabo de un rato lograron calmarse un poco, Remus, mirando fijamente a Sirius, pensaba en lo bien que se sentía a su lado y en lo mucho que le gustaba que Sirius lo hiciera reír así. Él era, sin duda alguna, su complemento ideal. Con ese pensamiento en mente, Remus acortó la distancia entre ellos buscando un beso; y Sirius, tomándole el rostro con ambas manos, lo atrajo enseguida y lo besó en los labios con un beso lento, largo y amoroso que fue haciéndose más y más dulce conforme se alargaba.
Cuando el beso terminó Remus sonreía con una sonrisa que era completamente diferente a la mueca sin alegría que había mostrado antes. Esta sonrisa era hermosa, alegre y llena de luz, tanto que Sirius se sintió sumamente orgulloso de haberla puesto ahí.
—Resumiendo —dijo Remus, soltando un suspiro satisfecho mientras recuperaba el libro del suelo—, luego de ese diálogo, el lobo se come también a la niña y el cuento termina… Sin final feliz, por cierto.
Después de un momento de silencio, añadió:
—Pero, a partir de este diálogo es cuando se dan las diferencias más importantes entre la versión original de la historia y las versiones que más tarde se adaptaron para que los niños pudieran leerlas. Charles Perrault fue el primer autor que, en 1697, la incluyó en un volumen de cuentos para niños, suprimiendo los elementos más escabrosos de las versiones originales como esta —dijo, señalando su libro—. En 1812, los hermanos Grimm escribieron una versión más inocente y con menos elementos eróticos que las publicadas antes…
—¿Elementos eróticos? ¿Cómo cuáles? —preguntó Sirius.
—Uhm… —Remus lo pensó un momento—. Por ejemplo, hay una versión en la que el lobo obliga a Caperucita a acostarse con él tras hacerla quemar toda su ropa.
—Vaya…
—Los hermanos Grimm propusieron un final alternativo para el cuento; un final feliz en el que un momento antes de que el lobo se coma a Caperucita, ella grita, y un leñador que estaba cerca de ahí rescata a la pequeña matando al lobo. Entonces le abre la panza y saca a la abuelita, milagrosamente viva.
—¿Y qué tipo de final prefieres tú? —preguntó de pronto Sirius, mirándolo directamente a los ojos.
—¿Sinceramente?
—Sinceramente.
—Prefiero el final original en el que el lobo se come a Caperucita Roja; donde no hay leñador ni final feliz.
—¿Lo dices en serio, Rem?
Remus asintió con una seca cabezada.
—Es más como… la vida real, ¿no crees? Además, porque fue así como pasó conmigo y con el lobo… Metafóricamente hablando —susurró sin mirar a Sirius—, el lobo se comió a Caperucita Roja… Hablando de eso, hay algo que quiero mostrarte.
—¿Qué es?
—Espera y verás —dijo Remus saltando rápidamente de la cama y agachándose para sacar la caja blanca que había guardado debajo.
Sin más corrió al cuarto de baño llevando consigo la caja y cerró la puerta asegurándola por dentro, y Sirius se quedó sentado sobre la cama, mirando fijamente la puerta del baño, sin saber bien qué esperar. Pasaron varios minutos en los que hizo un gran esfuerzo por quedarse sentado donde estaba; se removió inquieto un par de veces pero logró contenerse tomando el libro que Remus había dejado sobre la colcha y se entretuvo mirando las detalladas ilustraciones, riendo nuevamente cuando miró la del lobo metido en la cama de la abuela y vestido con su camisón gris y su gorro de dormir.
Al fin, la puerta del baño se abrió lentamente y Sirius apartó los ojos del libro levantándose para mirar a su amigo, pero nada podría haberlo preparado para lo que vio.
Remus estaba de pie frente a él. Solo que no era el Remus de siempre. Remus Lupin era una hermosa chica, y vestía nada más y nada menos que el traje de Caperucita Roja.
Sirius estaba boquiabierto; sus ojos simplemente no daban crédito a lo que miraban.
—P-por las santas b-bolas d-de… ¿Có-cómo lo has h-hecho?
—Speciēs incantatem —susurró Remus con un tono de voz que había perdido completamente su tono grave ahora que su laringe y sus cuerdas vocales eran más reducidas. Sirius abrió aún más los ojos al escucharle—. Lily me ayudó a perfeccionarlo. Trabajamos duro en ello, y por tu cara parece que ha valido la pena el esfuerzo —dijo, con una sonrisa que hizo que a Sirius se le aflojaran las rodillas—. Lástima que no puedo hacerte una fotografía para Lily; ella deseaba tanto ver tu expresión…
Sirius no respondió, seguía boqueando completamente anonadado.
James y él habían encontrado ese encantamiento en la Sección Prohibida de la Biblioteca, mientras investigaban para una de las tantas pociones que necesitarían para convertirse en Animagos; estaba en un apéndice titulado Hechizos y Pociones Clase IV, y habían decidido usarlo en cuanto consiguieran perfeccionar algunos detalles relacionados con la intención y el correcto movimiento de la varita.
Evidentemente, Lily y Remus se les habían adelantado, y sobraba decir que con excelentes resultados pues los sorprendidos ojos grises de Sirius simplemente no sabían a donde mirar.
Por un lado, estaba su rostro. Las cicatrices seguían ahí, por supuesto, y el tono de su piel seguía siendo ligeramente pálido, pero sus facciones se habían afinado de tal manera que le conferían un aspecto mucho más dulce que el habitual en él (pues, en realidad, los rasgos naturales de Remus no eran nada toscos) haciendo que las cicatrices perdieran ese aire doloroso y salvaje. Sin embargo (y curiosamente), a pesar del cambio de hombre a mujer, sus hermosos ojos castaños de largas y espesas pestañas permanecieron prácticamente intactos, al igual que sus labios; Sirius pudo darse cuenta de ello cuando se acercó y le retiró la capucha roja para observarlo con más cuidado. En cuanto la capucha cayó, un río de suaves ondas del color del caramelo fundido se deslizó a ambos lados de su rostro y a lo largo de la espalda dándole ese aire innegablemente femenino que era totalmente encantador.
—¡Guau! —susurró Sirius, embelesado.
Y, por otro lado, estaba todo lo demás. Los pechos, llenos y redondos (al mirarlos Sirius no pudo evitar pensar en ellos como suaves y sensuales); la cintura que, estrecha como era, ofrecía un delicioso contraste con las bellas y anchas curvas de sus caderas. Todo ello era discreta y tentadoramente realzado por el corset negro que, a juego con una coqueta blusa blanca, se ajustaba a su cuerpo gracias a una cintita roja que se ataba cruzada a lo largo de su delgado talle. Por último, la faldita roja que le caía hasta medio muslo dejaba ver unas muy bonitas piernas enfundadas en medias negras. Y, para rematar todo el conjunto, en la mano izquierda sostenía una discreta cesta de mimbre dentro de la cual se encontraban los tacones (Remus los había puesto ahí al no ser capaz de dar un solo paso con ellos).
—¿Es… demasiado? —preguntó de pronto con un tono algo inseguro al ver que Sirius seguía mirándolo completamente sorprendido y sin poder emitir palabra.
Sirius quiso responder pero su garganta se había secado en el proceso de acercarse y mirarlo con más cuidado. Y es que, Merlín, el impacto sí que había sido grande. Jaló aire con fuerza buscando serenarse un poco.
—N-no, no lo e-es —respondió—. Es genial. Tú-e-estás… Tú… estás… muy bien. Demasiado b-bien —carraspeó, queriendo dejar de tartamudear de una buena vez, mientras se llevaba la mano derecha a la nuca—. Es decir, también estás d-demasiado bien cuando eres un chico, pero a-así tampoco estás nada mal. Eres una chica in-increíblemente guapa… Solo pensaba que…
—¿Solo pensabas qué?
—Solo pensaba —dijo al fin, un poco más calmado— que ahora tendré que esmerarme más de lo normal en mi arreglo para la dichosa fiestecita si quiero estar a la par de lo que has conseguido… Y también que tendré que estar muy alerta porque seguro no faltaran los babosos que se quieran pasar de listos contigo, Moony.
Remus dejó escapar una risa que sonó alegre y cantarina.
—Por favor, Pads, no debes preocuparte por eso, que no es como si yo no supiera cómo debo lidiar con ellos. Además, estaré con Lily y sus amigas, y no hay mejor chica en Hogwarts que sepa tratar con chicos inoportunos e insistentes que Lily Evans… Y que quede claro que no lo digo por nuestro querido Jimmy.
—Pero, ¿qué dices, Rem? —soltó Sirius con una sonora carcajada—, ¡si él es el Inoportuno e Insistente No. 1!
—Tienes razón —admitió Remus sin dejar de sonreír. Luego, añadió:— A decir verdad, Pads, no hago esto porque busque llamar la atención de nadie… Ni siquiera era mi intención sorprenderte o gustarte a ti, aunque confieso que me halaga que haya sido así. Elegí hacer esto y usar precisamente este disfraz porque me permite burlarme un poco de mí mismo. Después de todo, en realidad soy como esa niña a la que el lobo se comió.
—Vaya… ¿la ironía en su máxima expresión, Moony?
—¡Es eso exactamente! —Los bellos ojos castaños de Remus brillaron con alegría y travesura en ese instante, y el hermoso rostro femenino se iluminó con una sonrisa marca marauder que hizo que el corazón de Sirius se acelerara de pronto—… El lobo del cuento se comió a Caperucita, así como cada luna llena el lobo se come todo lo que soy; mi cuerpo y mi razón. Irónicamente, usando este disfraz, será como decirles a todos lo que soy sin decirles en realidad, ¿entiendes?
Sirius asintió comprendiendo claramente el punto de Remus. Sin duda, era una idea genial, digna de un marauder. Sonrió al mirar a su amigo, y él le devolvió la sonrisa; una sonrisa enmarcada en ese bello rostro femenino. Era el rostro de Caperucita Roja, de su Caperucita Roja. Fue en ese preciso momento que ocurrió; la epifanía que Sirius había estado esperando, se reveló tan nítida y real en su mente que estuvo a punto de soltar una risotada alegre y un grito triunfal. Logró contenerse apenas, y concluyó que no le contaría nada de ello a su Moony. Lo sorprendería así como él acababa de sorprenderlo.
—¿Sabes?… —dijo de pronto Remus—, creo que le pediré a Lily que me enseñe a caminar con estas cosas —y le mostró el par de tacones que estaban dentro de la cesta— ¡Francamente, no sé cómo logran dar siquiera un paso con ellos!
¡Ea, sí, yo de nuevo!
Y, para no variar, publicando nuevo fic cuando no he podido actualizar lo último de Momentos (¡me siento fatal por eso! pero va bien y les aseguro que no lo dejaré parado mucho tiempo. Nomás déjenme sacar esta idea y entonces sí ¡a darle que es mole de olla!, como decimos aquí en México). Y es que, además, esto salió porque la semana pasada fue el cumple de nuestro queridísimo Remus J. Lupin, y yo que lo amo con la fuerza de los mares y el ímpetu del viento no podía dejarlo pasar sin escribir algo. Que llego tarde, ya lo sé, pero de todas formas más vale tarde que nunca.
Tenía pensado escribirlo todo de un tirón pero me di cuenta de que si lo hacía algunas cosas se verían muy apuradas, así que mejor decidí partirlo en dos episodios… ¡Estén atentos! En el siguiente veremos qué se trae Sirius entre manos, cuál será el disfraz de Lily, el de Peter, y si James cosechará éxito con su disfraz o no xD
También, si alguien quiere saber con lujo de detalles cómo se dio el primer beso entre Sirius y Remus (momento que mencioné nomás de pasadita) les recomiendo leer "El conde de Montecristo", un shot de mi querida amiga, Daia Black, que recién publicó. Pueden encontrarlo en mi lista de Favoritos.
Finalmente, el encantamiento Speciēs incantatem no es de mi invención. La idea le pertenece a otra querida amiga, WhiteSatellite, a quien le pedí autorización para usarlo. Según sus propias palabras, se trata de un encantamiento de apariencia que afina los rasgos de quien lo usa modificándolos o exagerándolos hasta el grado deseado. A diferencia de una poción multijugos, el sujeto no se convierte en otra persona, sino que continúa siendo el mismo, solo que en versión femenina.
Ahora sí… ¡REVIEWS!
