Cacería

Advertencia: Este trabajo es puramente lúdico, sin fines lucrativos. "¡Oye Arnold!" pertenece exclusivamente a Nickelodeon y a su creador Craig Bartlett.

Secuela: Este fic es la segunda parte de la trilogía "Instinto de Caza". La primera entrega es "Cómame señor lobo", si no lo has leído se te recomienda buscarlo antes de comenzar con esta historia.

Prólogo

La habitación estaba en penumbras, Helga había comprado unas pesadas cortinas color vino que hacían que la luz apenas sirviera para no tropezarse con todo lo que había en el camino. La chica se había enredado entre sus cobijas, abrazada protectoramente a su laptop y con el cabello enmarañado sobre el rostro. Los labios los tenía entreabiertos y uno de sus pies estaba colgando del colchón. El rubio se sentó junto a ella, notando que la portátil llevaba, posiblemente, horas sin batería y había pasado de ser funcional a un costoso y rígido peluche para dormir.

- ¿Helga…? –tocó suavemente el hombro de la chica, pero esta frunció el ceño agresivamente y se apartó del tacto- Venga… despierta.

- Si no puedes despertarla, solo dime…

- Descuida, creo que ya lo manejo fácilmente. Además, te veo ocupado haciendo el desayuno. –admitió el chico, observando en dirección a la cocina. Aunque en honor a la verdad, solo lograba ver a Gretel, medio dormida sobre el mesón de la cocina, con los brazos extendidos sobre la fría superficie con el único motivo de estorbar el trabajo de los cocineros.

- Oh, pero Arnold, yo puedo encargarme de eso, estamos a punto de terminar. Si necesitas a Will, te lo mando. –prometió Lila, asomando ligeramente la cabeza en el campo visual del chico, pero fácilmente su atención corrió hacia la alemana, a quien le hizo probar una pequeña salchicha que tenía entre los dedos, dándosela en la boca- ¿Y bien…?

- Esta rellena de queso amarrillo… -ronroneó con gusto la chica, mientras volvía a apoyar su cara contra el mesón, observando a Arnold con fastidio- Deja de mimarla y despiértala ya. –exigió.

Arnoldo rodó los ojos, con una pequeña sonrisa. Gretel decía eso, pero en ese preciso momento Will le estaba haciendo probar un pedazo de waffle cubierto con jalea de fresa y al igual que Lila, lo hacía dándole de comer en la boca.

Al parecer era de familia ese grado de cinismo.

- Helga… -volvió a llamar, tocando el hombro de su novia- Ya es tarde…

- Como fastidias, cabeza de balón. –gruñó, poniéndose boca abajo y escondiendo el rostro bajo la almohada- ¿Qué te he dicho de entrar a mi habitación? –preguntó, con un obvio tono molesto.

- Que no entre porque me matarías. –aunque él no comprendía qué había de malo en entrar cuando ella dormía, pero por alguna razón eso la ponía de peor humor del que de por si tenía al despertar.

- Masoquista… -masculló Helga, levantándose repentinamente.

Obviamente eso logró que la laptop saliera disparada y volara en el aire. Arnold se lanzó para atraparla antes de que cayera en el suelo, teniendo como resultado que fuese él quien resbalase hasta la afelpada alfombra, con las piernas aun sobre la cama pero milagrosamente intacto.

- Tú deberías tener más cuidado con tus cosas, Helga…

- El buen samaritano. –murmuró la chica, quitándole la laptop y dejándola sobre su escritorio- Huele a waffles… -murmuró.

- Y salchichas.

Helga masculló algo por lo bajo y tomó una pequeña bolsa de plástico transparente, dentro de la misma había todos sus artículos de baño, del armario sacó una gran toalla, su bata y ropa interior. Todo ello sin siquiera mirar hacia el rubio que le observaba desde el suelo, acomodándose ligeramente el cabello hacia adelante.

- ¿Ya se despertó?

- Si. –le respondió Arnold a Will, sonriéndole a Helga, quien rodó los ojos y salió hacia la sala.

Desde que se había mudado ahí, en septiembre, habían pasado siete meses, lo que casi declaraba el tiempo que iba junto a Arnold y su vida se había vuelto completamente inesperada. Al parecer lo único que no había cambiado era el pequeño departamento que Gretel alquilaba en la casa de huéspedes. Los mismos viejos anaqueles de la cocina, el mismo refrigerador gigante que desencajaba con la vacía sala, únicamente adornada por colchonetas azules y una bolsa de boxeo. Sin cuadros, ni adornos, todo se veía casi inhabitado hasta que se veía dentro de las dos habitaciones que pertenecían a las chicas.

Pero el resto de cosas habían cambiado. Por lo menos aquellas que no eran tangibles pero si mucho más importantes. Después de un juego de correr y atrapar, Helga había creado un vínculo con Arnold que parecía sobrepasar el poco tiempo que compartían juntos por las diferentes actividades que realizaban ambos. Aun así, cada mañana, como esa, todo era un caos. Desde las seis de la mañana, Gretel se levantaba, se duchaba y se arreglaba, para luego abrirle la puerta a Will y Lila, que en un acto que Helga llamaba "Deseo de alimentar a las fieras", llegaban ahí y se ponían a cocinar. Los dos. Porque obviamente Lila era buena preparando deliciosos platillos, pero sorpresivamente también lo era Will.

Así, los dos pelirrojos se sincronizaban frente a las estufas y se distribuían las tareas, dejando la cena en el refrigerador y los almuerzos para la preparatoria. Gretel se sentaba en el mesón, con la mirada fija en los dos chicos, haciendo de catadora y un obstáculo por partes iguales, mientras Helga dormía hasta el último momento, dado que la educación militar que el tío Klaus le había dado le otorgaba la habilidad de que en menos de quince minutos estaba bañada, vestida y arreglada.

Por eso Helga simplemente masculló algún tipo de saludo y se metió al baño. Todo lo tenía fríamente calculado. Arnold se sentó junto a Gretel, agotado de intentar ayudar y sintiéndose más un estorbo cuando de la cocina se trataba. Simplemente Will y Lila se sincronizaban extremadamente bien, sin contar que compartían con gusto la cocina, Arnold casi sentía culpa por cambiar su desayuno familiar por el del departamento de las chicas.

Casi…

- Mañana van de visitantes a la preparatoria de Greenbelt ¿Verdad? –preguntó Will, mientras distribuía en cinco platos los waffles.

- Si, es el partido que definirá si vamos a las finales de básquet. –admitió Arnold, sonriendo ligeramente avergonzado.

Para su mala suerte se había sumado entre sus actividades los largos viajes en carretera para ir a ciudades aledañas a Hillwood. Lamentablemente y beneficiosamente, el equipo de básquet había tenido una racha ganadora que lo tenía a él como uno de los favoritos. Junto a Gerald a veces tenían que hacer sus tareas en el autobús que alquilaba la preparatoria pero si era sincero, las ciudades, el ambiente diferente y los competitivos partidos eran una gran bendición. El contra más fuerte debía ser que algunas veces llegaba a las tres de la mañana y dormía todo el día, con el cuerpo molido y sin la capacidad de recordar ni su propio nombre.

- Bueno, Greenbelt queda cerca. –animó Lila, sirviendo una fuente de salchichas.

Arnold no era muy fanático de ese tipo de embutidos rellenos con queso artificial, pero curiosamente Gretel los amaba aunque siempre se burlaba que era un insulto a su nación comerlos.

- ¿Y ustedes…?

Arnold se cortó y desvió su atención al ver a Helga salir del baño y encerrarse en su habitación. Esos meses juntos le había enseñado que había un ritual para que Helga recordara como ser persona, eso incluía bañarse, vestirse y arreglarse. Aunque su arreglo estaba diseñado para poder intimidar a una persona promedio. Ni más, ni menos.

- La siguiente semana vamos a las semifinales contra una preparatoria privada de Washington. –explicó Will, sirviendo las bebidas de siempre. Helga con té negro, Arnold café en leche, Lila tomaba jugo, Gretel prefería yogurt y Will café en agua.

- Pero es un viaje de un día ¿Verdad? –consultó la alemana, desde atrás de su largo vaso.

El pelirrojo asintió.

- Este viernes es la feria de ciencias en la academia. –comentó casualmente Lila, lanzando una mirada hacia la puerta cerrada de Helga- Phoebe y yo vamos a presentar una maqueta de Hillwood en cincuenta años ¿Creen que podrían venir?

- ¿Y de qué va su trabajo…? –consultó Arnold.

- Si les digo ya no tendrían necesidad de ir y se arruinaría la sorpresa. –bromeó la pelirroja, riendo ligeramente.

- Pediré permiso al tío Bob y el capitán de beisbol aquí presente e hijo de la profesora de teatro podría lograr que Helga tuviese la tarde libre. –ronroneó Gretel.

- Y podrías hablar con el entrenador para que nos de libre al equipo también. –se apresuró a decir Arnold, sonriendo- Tú sabes, como eres gran amigo de él y Gerald debería ir a ver a su novia en un día tan importante…

Will soltó una carcajada perruna al ver el complot frente a sus ojos. En los entrenamientos de béisbol, los días jueves y viernes él debía encargarse de todo porque el entrenador del equipo estaba haciendo un posgrado en Washington. Así que si, por supuesto, si alguien quería que se suspendiera el entrenamiento del viernes, seguramente se lo debían pedir a él. Y desde que su madre se había postulado para abrir el taller de teatro en la preparatoria como un acto para la comunidad desde el mes pasado, la veía todas las tardes en el coliseo, dirigiendo a un grupo de artísticos estudiantes (entre ellos a Helga), en la obra que uno de sus amigos de Broadway había creado. Así que si, por supuesto, si alguien quería que las prácticas se cerraran el viernes debían hablar con él. Y dado que el entrenador del equipo de básquet era uno de sus profesores favoritos porque en el verano era profesor del campamento al que solía asistir Will de niño y habían creado un fraternal vínculo. Pues sí, si alguien quería que se anulara el entrenamiento del viernes, debían hablar con él.

Tal vez Will no tuviese el estatus social ni la posición económica, pero en verdad tenía contactos influyentes.

- Es decir, que además de romperme el lomo en la estufa ¿Ahora les hago favores?

- Siempre. –aseguró Gretel, sonriendo de lado, mientras lo señalaba con el tenedor bañado en jalea de fresa.

Antes de que el chico pudiese contestar a ello, la puerta del dormitorio de Helga se abrió, Arnold sonrió sin poder evitarlo, relajando sus facciones de inmediato. La chica llevaba unos botines negros que se cerraban sobre sus tobillos y tenían cordones rosados desde la punta al tope mismo, sus piernas desnudas asomaban hasta llegar a un corto short de tela jean color negro y sobre el mismo un grueso cinturón rosa; su torso era cubierto hasta sobre su ombligo por una playera negra que con letras blancas se leía "I enjoy the sight of humans on their knees", sus manos estaban cubiertas de guantes negros sin dedos y su cabello recogido en su acostumbrada coleta alta con su lazo rosa y su prendedor de plata en forma de calavera en el centro. Arnold siempre se quedaba sin palabras cada mañana, no importaba cuantas veces le explicara a Helga que su declaración de guerra hacia el mundo más bien la hacía lucir como la atractiva anti-heroína de una película de ciencia ficción.

- Buenos días, Helga. –saludó con ánimo Lila, sirviéndole waffles y el jarabe de maple.

La rubia lanzó una mirada al entorno, recordándose que esa era su realidad, el cálido ambiente, las conversaciones que seguían mientras ella se escondía atrás de su taza de té.

A veces se preguntaba qué hubiese pasado si se hubiese quedado en casa, con una madre luchando contra el alcoholismo y haciendo un sincero esfuerzo por mantener su mente en la realidad y no en sus constantes meditaciones, con un padre llamándola Olga y olvidándose de dejar el dinero para las compras porque después de todo Miriam no se lo recordaba. Y ahora que su hermana volvía a vivir en casa, seguramente también habría un delicioso desayuno y grandes planes para hacer tiempo de hermanas en los desesperados intentos de Olga por enmendar años de olvido.

Helga bebió un poco de té, cuando pensaba en la casa Pataki, sentía un mundo de sombras a su alrededor, gente extremadamente independiente, que de alguna manera había terminado junta y sin los suficientes catalizadores para decir sus verdaderas emociones.

- Veo que te gusta el regalo del tío Bob. –comentó Gretel, sosteniéndose del mesón con sus manos para poder inclinarse hacia atrás y ver los pies de Helga y los botines que usaba.

La chica rodó los ojos, porque si, el calzado que llevaba era de sus favoritos y había sido su regalo de navidad por parte de Big Bob, pero por supuesto…

- Te es fácil comprarme cosas cuando calzas lo mismo que yo. –comentó, sin mirar a nadie en particular. Su padre no le había comprado las botas, había sido Gretel, con el dinero de él, por supuesto.

- Ya te dije que… -protestó molesta la alemana.

- Si, si, fuiste con él a comprarlo. Claro, como sea… -pues no le creía, le costaba pensar que su padre gastaría más de dos minutos en una tienda de zapatos, pensando en comprarle un regalo a su hija menor.

Le costaba creerlo dado que si ponía sus esperanzas ahí sería doloroso. Porque cuando vivía con ellos, Miriam era la que hacía las compras de navidad. Pero en esa ocasión había recibido un diario de parte de su madre y las botas de parte de su padre. Por favor, obviamente Gretel había hecho algo para sacarle el dinero al viejo sin que este se diera cuenta ¿No?

- Han pasado meses desde entonces. Meses. –apuntó Arnold, terminando su plato- ¿Podrían dejar el tema atrás?

- ¡Pero ella…! –se quejaron ambas a coro, señalándose mutuamente.

- Por favor… -rogaron al unísono Arnold y Lila, claro que el primero deseaba golpearse contra el mesón y la segunda usaba todo su poder en una simple mirada sobre su novia.

Aun así el resultado era el mismo, que ambas rubias se callaran y apartaran la mirada a un lado evitando declarar su pérdida. Will contuvo las ganas de reír, pues la última vez que lo había hecho dos waffles lo habían atacado y manchado por entero…. Para rematar Arnold y él no compartían la misma talla de camiseta y había terminado usando solo una chaqueta deportiva todo el día. Nada cómodo y excesivamente indecente para su gusto.

Repentinamente "Tu vuo' fa l'Americano" de Carosones sonó y Gretel se levantó inmediatamente, sacando su celular. Tanto Will como Arnold intercambiaron miradas, notando como el animado ambiente cambiaba a uno que, si tuviesen que escoger un color, dirían que era un gris canoso. Lila fue a la habitación de la alemana por su maleta, mientras las primas guardaban a último momento los almuerzos en sus bolsos y se quitaban el celular una a la otra.

- Big Gino. –dijo Will, hablando por Arnold lo que estaban pensando.

Toda esa revolución se debía a él, desde que Gretel había ascendido como su donne d'onore y Helga como su mano derecha, Gino había hecho lo que siempre hacía con la gente que trabajaba para él y junto a él: llenarlas de detalles.

Uno de esos detalles era que cada mañana un Audi A5 Cabriolet gris iba a recogerlas para llevarlas a la preparatoria y Gretel aprovechaba el transporte para dejar a Lila en su academia. Claro que el auto era de uno de los estudiantes de último año. Para Will y Arnold todo eso parecía excesivamente exagerado, pero las primas se comportaban con naturalidad, por sobre todo la alemana, acostumbrada al excesivo buen trato que había tenido hasta que se mudó a Hillwood.

Los dos chicos se despidieron, acostumbrados a la repentina prisa que agarraban las chicas por bajar. Claro que Gino aportaba todo eso llamándolas constantemente para confirmar citas, eventos y demás cosas que lucirían imposibles para una chica de diecisiete y otra de dieciocho años y sus vidas en la preparatoria. Pero había que recordar que era Big Gino, su pequeño negocio y Hillwood de lo que se hablaba.

En esa ciudad todo era posible a pequeña y gran escala.

Y como en otra ocasión, Arnold se quedó con un rápido beso en la boca y el aroma de Midnight Poison de Dior rodeándolo casi con burla.

- Bueno, los simples mortales deberíamos comenzar a caminar o llegaremos tarde. –le animó Will, golpeando la espalda de Arnold.

- Si… -respondió poco animado, saliendo del departamento y caminando a su habitación para tomar su mochila y salir de la casa de huéspedes.

- ¡Arnold! –el chico se detuvo justo en la puerta de salida, el pelirrojo le hizo un gesto desde la calle para esperarlo y así este poder volver sobre sus pies y entrar a la sala.

Stella le sonrió, mientras buscaba algo, apresurada en su portafolio.

- ¿Te vas sin despedirte? –preguntó la mujer, con una pequeña sonrisa- Todos ustedes lucen apresurados día a día.

- Lo siento. –admitió- Pero parece que a pesar de que cada quien se despierta a tiempo, terminamos todos llegando a última hora. –lo que le hacía pensar.

¿Cómo es que Helga llegaba así si iba en auto? ¿En qué la retrasaba Gino para que el tiempo que se demorara él en ir caminando fuese el mismo que hacían ellos en el automóvil?

- La juventud… aquí siempre están apresurados. –Stella detuvo su búsqueda y levantó su mirada en dirección a su hijo- En San Lorenzo todo era más tranquilo. Entre la Gente de los Ojos Verdes, el tiempo era solo una idea, no era algo real, transcurría tan rápido o lento como tú lo desearas. –explicó, con un suspiro contenido en el pecho.

Arnold se acercó a su madre, notándola delicada, algo pálida esos días; la abrazó por un costado y depositó un beso en la mejilla de la misma, notando al tacto como le arrancaba una sonrisa y la tranquilizaba. Él nunca había supuesto que las cosas serían tan difíciles, sus padres lo habían protegido de tanta información que, cuando todo explotó, a principio de enero, él mismo se sintió perdido aunque Helga le observaba como si cada consecuencia hubiese sido esperada.

Stella no le había dejado acompañar a Helga a pasar navidad en Alemania. En realidad, se había puesto irrazonable, distante y algo nerviosa, volviéndose el asunto completamente extraño. Miles había intentado explicarle el asunto a su hijo pero Stella se negaba a entrar en razón. Hasta que, un día antes de que Helga volviera, Arnold terminó discutiendo con su madre como pocas veces. Y entre esos gritos que no se piensan, entre esas ideas que casi se vuelven paranoicas para poner al mundo de tu lado… Arnold descubrió la verdad. Stella tenía miedo, miedo de que Arnold se alejara demasiado y se perdiera, que algo le ocurriese y su terror llegaba a ser tan fuerte que hasta pensaba que La Sombra podría aparecer y quitárselo, aunque eso era imposible.

En todo ese tiempo de aislamiento y privación de la libertad que Stella y Miles habían sufrido en el confinamiento que tuvieron que pasar para proteger a la Gente de los Ojos Verdes, inevitablemente sus almas se habían roto. Pero Miles había superado mejor la situación pues tenía que ser fuerte y proteger a su esposa. Pero Stella no había querido admitir todo el daño que eso le había hecho y años después, todo ese dolor había explotado. Cuando Arnold comprendió qué era lo que ocurría, había entendido por qué su padre se negaba a ir a conferencias fuera de la ciudad o por qué Stella nunca buscaba mejores oportunidades de trabajo fuera de Hillwood a pesar de su exitosa carrera y grandes descubrimientos.

Después de eso y un par de charlas posteriores, Stella y Miles habían acordado acudir a una terapia de pareja, para que esas cicatrices terminaran de cerrarse. El progreso había sido increíble en un inicio pero después de la emoción principal, el avance había sido lento pero mucho más seguro. Arnold tenía que admitir que gracias a eso era que él podía viajar con el equipo y por primera vez desde que se había reencontrado con sus padres, se habían planteado la idea de que Arnold estudiara fuera de Hillwood o de que posiblemente él viviría fuera de la ciudad donde se había criado los Shortman por generaciones. Miles le había comentado a su hijo que posiblemente pudiese partir a Alemania en el verano.

- Esta noche tengo un anuncio que darles. –comentó Stella, soltándose de su hijo y acomodando el cabello del chico, quien había decidido que un peinado menos puntiagudo ayudaría a que la gente que se sentaba atrás de él pudiese ver el pizarrón, por lo que le caía ligeramente hacia adelante.

- ¿Es algo bueno…? –preguntó con curiosidad el chico y ella asintió- Bien, entonces esperaré con ansias la noche.

- Perfecto. Y ahora soy yo quien piensa que llegarás tarde. Ve.

Arnold sonrió y con mejor ánimo salió de la casa de huéspedes, encontrándose con Will al teléfono, colgando con cierta frustración.

- No lo entiendo, siempre que están con Big Gino no contestan sus celulares. –explicó el pelirrojo, notablemente serio- Te lo puedo asegurar, ese enano está planeando algo…

- No me lo recuerdes. –pidió Arnold, tensándose una vez más. Una y otra vez había descubierto que el mundo parecía detenerse cuando Helga jugaba a la política con Gino. Si alguna emergencia existía, tenía que buscarla por toda la preparatoria porque su celular era completamente desatendido.

- Míralo de esta manera, novato. Solo faltan dos meses para que se terminen las clases. Y por lo menos para esa época ya no tendremos que saber nada de Big Gino.

- Claro, pero Helga y yo somos novatos, yo deberé saber de Big Gino pavoneándose alrededor de Helga por tres años más. –masculló el rubio, cruzándose de brazos- Tú tienes un año más de estudio y luego la universidad.

- ¿Pavoneándose…?

- Si

- ¿Cómo un pavo? –Will se detuvo un momento ante la imagen- ¿Los pavos hacen danza de apareo?

- ¿Y cómo voy a saber yo eso? –preguntó sorprendido Arnold.

- No lo sé, tu usaste el término, yo solo me imagino al enano de Gino haciendo sonidos de pavo… -el rubio le observó extrañado- …ahora lo hace alrededor de Helga y usando una tanga con cola de pavo.

- …a veces eres muy extraño. –concluyó Arnold, con un ligero tic en el ojo, pensando cuantos años tardaría en olvidarse de tal imagen en su pobre cabeza.

- ¡Hey! –cruzando la calle gritó Gerald, quien se reunión con ellos - ¿De qué hablan?

- No querr…

- De Big Gino en tanga de pavo. –contestó naturalmente Will, sin dejar que Arnold terminara su advertencia.

- Bien, no quiero saberlo. –se apresuró a decir Gerald.

- Una sabía decisión. –le apoyó Arnold.

- ¿Ya les contó Lila sobre la feria de ciencias? –tanto el rubio como el pelirrojo asintieron- ¿Planean ir?

- Todo recae en mis hombros, al parecer. Pero seguramente si vamos. –explicó Will- Por lo menos en eso Big Gino no ha metido sus narices.

- No entiendo. –dijo Gerald- ¿En qué?

- Los clubs y actividades extras. –aclaró Arnold- Big Gino en estos meses expandió su negocio como nunca antes.

- Hay que admitir que todo se lo debe a Helga. –recordó Gerald- Ella tiene un don para manipular masas… un poder muy peligroso… a veces tengo pesadillas donde es dictadora.

- ¿Y hace que hagas la danza del pavo? –consultó Will.

- ¿Puedes olvidarte de los pavos? –rogó Arnold, sonriendo inevitablemente ante la extrañeza de Gerald.

- En todo caso… -continuó el pelinegro- Gino no hubiese llegado ni a la esquina sin Helga.

Los tres chicos asintieron en silencio. Big Gino siempre había tenido su pequeño negocio limitado a permisos para salir de clases, algunas extorciones y ventas clandestinas de productos varios. Pero cuando Gretel se unió a él, en poco tiempo Gino se dio cuenta que eso era puramente pantalla y la chica no era quien mandaba realmente. Si, la alemana trataba con las personas, pero todo era planeado por Helga y repentinamente todo el universo de Gino se amplió como nunca antes. Ahora su mafia se podía llamar como tal, dado que controlaba las influencias de la sociedad de la preparatoria.

El consejo estudiantil que había sido escogido por el alumnado había ganado debido al marketing que Gretel había logrado obtener. Realmente era curioso como una pequeña donación de productos lograba la compra de votos, todo a cambio de publicidad gratuita en las paredes de la preparatoria. Además, Helga había encontrado un lugar mejor que el viejo lote abandonado atrás del edificio principal, así que entre las propuestas que entregó el consejo estudiantil estuvo el de habilitar ese lugar como una zona de recreación, entretenimiento y relajación para tiempos de receso. Claro que lo habían logrado hablando con los dueños del terreno que no encontraron mal que se construyera una pequeña casa pre-fabricada de paneles de madera que encajaban previamente y eran tan fáciles de armar como desarmar. Ahí dentro habían puesto muebles donados y hasta un televisor que se podía alquilar para verlo ¿Cómo no iban a votar por ellos? Realmente era inevitable notarlo: Helga G. Pataki era un genio para manipular a las masas.

Pero no solo eso, también se había agregado el control y distribución de información; comandados por Rhonda, una legión de gente al tanto de cada novedad, informaban de los datos relevantes a Helga. Y con trato igualitario se documentaba los grandes logros, los secretos y las humillaciones más grandes. Toda información era valiosa para el futuro.

La preparatoria había avanzado en el área de los deportes gracias a Helga. La menor de los Pataki simplemente había puesto bajo su protección a quienes anteriormente habían sido extorsionados y esclavizados por los deportistas. Ya no más engaños de chicas atractivas para tener a inocentes muchachos haciendo sus tareas, ni un solo fortachón abusivo golpearía a un cerebrito para que le hiciera su tarea. Helga había llegado para protegerlos bajo las alas de la administración de Big Gino y volver un negocio lo que antes había sido abuso, de esa manera, los deportistas que no podían resolver sus tareas, podían pagar a los estudiantes para que se las hicieran y estos últimos ganaban una comisión, mientras los atletas con solo aptitud para los deportes podían ir a sus torneos. Parte del trato, por supuesto, era la nula extorción de parte y parte, pues Helga había visto casos muy curiosos en su corto tiempo de reinado donde los cerebritos podían ser muy crueles con los ingenuos musculosos.

También se había levantado un negocio de falsificación de permisos. Y no, no había sido idea de Helga, ni mucho menos de Gretel. Hace cuatro meses, sorpresivamente, se había acercado Curly a Big Gino, mostrándole una notable habilidad con la cual fácilmente tenía la posibilidad de sacar mucho provecho. Grandes psicólogos se solían especializar en descifrar la mente humana a través de la escritura por medio de la grafología. Curly había puesto a algunos psicólogos a prueba con su grandiosa habilidad de cambiar su manera de escribir, siendo fácilmente interpretadas dos palabras escritas por él, como pertenecientes a autores completamente diferentes. Curly era, en términos curiosos, dueño del camuflaje. Y no solo eso, con el vistazo único de la letra de alguien, podía replicarla sin la menor equivocación, las misma alargada "l", una igual y regordeta "b" y hasta curiosas formas de ponerle el punto a una "i". De esa manera, él ganaba una cuantiosa comisión por escribir permisos para salir con anticipación, no participar en la disección de una rana o faltar a un entrenamiento.

Y al igual que en la antigua Inglaterra había que pedirle a la reina permiso para comerciar, de la misma manera, se había creado una red de mercantes, que con la seguridad y vigilancia de Big Gino, podían vender desde artículos de catálogo hasta lo más excéntricos objetos de culto. Todo gracias a Helga.

Por cosas como esas, mientras los nobles fingían que el oculto gobierno no existía, otros buscaban una manera de asociarse a los mismos. Y dado que todo había sido para mejor, las autoridades hacían la vista gorda a cambio de los trofeos, premios, reconocimientos y estabilidad que en años anteriores no habían visto venir. Para la gente común, toda la gloria le pertenecía a la peligrosa alemana, pero los conocedores podían reconocer a la anti-heroína, que con un lazo rosa y mirada asesina, mantenía un equilibrio perfecto en la pirámide social.

Y por eso era inevitable que Helga estuviese extremadamente ocupada. En cada receso acudía a la base secreta de su pequeño reino o entrando a Historia II, Literatura II, entre otras materias que adelantaba. Por esa misma razón, Arnold casi nunca la veía y desde que ella se había unido al taller de teatro, salía mucho más tarde que él y era casi nulo el caso que se le permitiese ingresar al coliseo para ver las prácticas del elenco ¿Y por qué hacía eso Helga? Créditos extras. Desde su primer año en la preparatoria, la chica se estaba sobre-esforzando para tener las mejores oportunidades en las mejores universidades. Y por la manera en que gobernaba la preparatoria, era inevitable darle la razón: era una gran y temida líder.

El día transcurría de esa manera, con Arnold observando correr a Helga de un lado a otro, metiéndose en peleas ajenas, amenazando a un par de personas, dejando que Gretel cerrara tratos en su nombre, entrenando con el equipo de beisbol, corriendo al coliseo cuando salía de las duchas y perdiéndose por otra hora en el taller de teatro. Al salir, en lugar de lucir agotada, parecía llena de energía, mientras él le observaba con tranquilidad, pensando que en algún momento tendría que decirle que la veía poco tiempo, que le gustaría que no se pusiera tan nerviosa y le permitiese tomarla de la mano al entrar en un salón o ser compañeros de trabajo. Pero se decía que no era el momento, menos cuando ella le contaba su día o planeaban algo para hacer en la tarde.

El tiempo volaba cuando estaba junto a ella, acomodados uno junto a otro viendo una serie o con Helga escribiendo apresuradamente alguna nueva historia, un nuevo poema, dibujando algún personaje o esculpiendo en plastilina algo que no podía describir con palabras y buscaba ayuda en el soñador de su novio. No importaba como lo viera, le era inevitable sentir que el tiempo había escapado entre sus dedos cuando Gretel llegaba en la noche después de trabajar y ellos apenas en ese momento se percataban que había oscurecido afuera.

- La cena está sirviéndose abajo, tórtolos. –saludó la alemana, soltándose su cabello, el cual cayó rápidamente hasta sus caderas, el lacio cabello rubio se abrió como un abanico escalonado que rápidamente hizo que Gretel pasara de la edad de veintidós años a los simples dieciocho años o en realidad quince por la manera en que la punta de su cabello se alzaba hacia los lados como el de una niña que no sabía peinarse- Maldito Will y su idea de las extensiones… Lo juro, no vuelvo a ponérmelas para trabajar. Lo intenté solo hoy y sentía que me iba a desnucar con este moño… Prefiero ir con mi cabello corto. -masculló, metiendo sus dedos entre las largas hebras y llegando a darse masajes en la nuca, logrando que cayeran pequeños mechones cerca de su rostro, de manera escalonada y su mirada azulada se asimiló al de una niña- Tu madre, lobito, está haciendo malabares con los platos, creo que está muy nerviosa. –comentó, con una sonrisa ladeada.

- Al parecer lo que quiere contarnos es extremadamente importante. –Arnold se estiró, notando un ligero dolor en su espalda, no se había dado cuenta cuanto tiempo había permanecido leyendo los borradores de la nueva historia que había escrito Helga.

- Entonces bajemos, tengo una tonelada de deberes. –Helga se deslizó del mesón hasta el suelo, notando como su prima volvía a su habitación, se ponía su grueso cintillo negro y se quitaba la chaqueta del trabajo.

- Muero de hambre. Además, tengo un gran anuncio que hacer yo también. –ronroneó, siguiendo a la pareja un par de pasos atrás- En verdad tu cabeza es gigante, lobito.

- Gretel…

- ¿Qué…?

- ¿Tienes algún problema con mi cabeza? –preguntó, regresándola a ver, respirando despacio.

La chica no hacía comentarios así por nada.

- Solo uno. –admitió, ronroneando- Cesaría.

- ¿Cuál…? –Arnold se detuvo en mitad de los escalones, forzando a Helga a hacer lo mismo.

- Que mi prima dará a luz por cesaría. Porque si sus bebes van a tener tu cabezota ¡Me la rompes! ¡Y si me la rompes, te corto el enfermerito! –señaló, apuntando con su dedo índice entre las piernas del chico- Oh… -sonrió con picardía- ¡Imagínate que la cabeza delo enfermerito fuese como la cabeza de su dueño, Helga! –comentó riéndose- Hoy no estarías con nosotros ¿Eh?

Inevitablemente Arnold cubrió con ambas manos entre sus piernas pues Gretel no dejaba de señalarlo justo ahí. Helga se lanzó hacia su prima, quien la esquivó ágilmente, logrando que su atacante tropezara un par de pasos hacia atrás. Lamentablemente Helga no podía quedarse así y comenzó a correr atrás de su prima, escaleras abajo, dejando atrás al más afectado de todos. Después de todo la agilidad de las primas era extremadamente igual, pero en velocidad ganaba Helga.

Cuando Arnold arribo, descubrió a su familia entera observando con completa diversión como Helga correteaba alrededor de la mesa a Gretel, quien se había quitado los zapatos de tacón alto e intentaba usar una silla de la misma manera que un domador de leones lo haría.

- ¡Cálmate! ¡Tengo hambre! –pidió entre risas la alemana.

- Haces los comentarios menos oportunos. –le regañó Helga, cerrando sus puños con fuerza- ¡De esta no te salvas!

- ¿Quieres apostar? –preguntó divertida, lanzando una mirada a la familia.

- ¿Qué…?

Arnold se acercó lentamente, debatiéndose entre detener a su novia o atrapar a su cuñada para ayudar a Helga… y posiblemente terminar castrado en el proceso.

Mejor no intervenir…

- Van a publicar tu libro. –soltó repentinamente Gretel.

El efecto fue inmediato, Helga se relajó de golpe y trastabilló hasta sostenerse de la mesa. La alemana sonrió con astucia, bajando la silla y apoyando sus dedos sobre el espaldar de la misma.

- ¿Qué…? ¿Cuál…? –susurró Helga.

- La historia de aventura y fantasía que escribiste inspirada en el diario del señor Shortman, hable con él… -señaló y Miles asintió- y ambos pensamos que era una historia increíble, llena de riesgo, de romance, a ambos nos encantó el cómo haces que la cultura aborigen tenga magia literalmente poética… Bueno, en fin, era algo diferente y maravilloso. No costó nada que una editorial se interesara, solo quieren conocerte y listo. –explicó, sonriendo con emoción y le lanzó una mirada a Arnold- ¿Qué haces ahí? Deberías estar sosteniendo a tu chica, creo que se va a desmayar.

El rubio tenía una sonrisa mucho más grande en sus labios, el corazón le latía con fuerza, pues sabía que era un sueño hecho realidad para Helga, la posibilidad de publicar uno de sus libros, uno que realmente lo había hecho a su manera, con su propio estilo y sin pensar en otra cosa que en su inspiración personal. Sin dudarlo, Arnold se acercó a ella y la abrazó por la cintura, mientras la familia irrumpía en aplausos.

- Hablo en serio. Nunca bromearía contigo de esto. –Gretel rápidamente respondió lo que parecía que Helga quería preguntarle- Vas a estar mucho más ocupada ahora, pero valdrá la pena. Lo he planeado todo, el almirante quiere venir este fin de semana para felicitarte y la reunión con la editorial es el sábado.

Helga asintió en silencio, su tío Klaus vivía en Washington desde finales de enero, con un jugoso retiro militar. Cuando en la marina se llegaba a almirante, el puesto más alto, se estaba a cargo dos años y luego había que dejar el puesto. El hombre había terminado su tiempo con honor y el mismo día en que terminó de trabajar, había viajado a Estados Unidos para instalarse como consejero militar del secretario de defensa y amigo suyo, aunque viajaba con regularidad de vuelta al hogar, siempre acompañado de Elizabeth, la ama de llaves y ayuda personal del hombre.

- Mamá, creo que nos querías contar algo tú también. –apuntó Arnold, ayudando de esa manera a Helga para que las miradas dejaran de estar sobre ella y así pudiese temblar de la emoción en paz.

- Oh, es verdad. –admitió Stella- Aunque no sé si esta noticia sea tan buena como la de Helga. –comentó, sonriendo- Pero, tu padre y yo queríamos decirte, bueno, decirles a todos, -recalcó, mirando a sus suegros y luego a su hijo- que estoy embarazada.

Un coro de gritos y felicitaciones resonó a su alrededor, pero Arnold lo sintió extremadamente lejano, su corazón, que había estado latiendo con fuerza por la buena fortuna de Helga, se le había paralizado repentinamente ante la inesperada noticia, su pulso se había bajado en pique pues ni en un millón de años había imaginado algo así.

Él iba a tener un hermano o una hermana.

Él iba a ser hermano mayor.

Arnold Shortman, pasaba de ser único hijo, al hermano mayor de un pequeño bebe que aún no nacía.

- ¡Arnold!

Él pasaba de lúcido a estar completa y absolutamente desmayado.

¡Saludos Manada! Yo tenía planeado que este fuese un capítulo de diez hojas contando la nota de autora. Pero la explicación y recopilación, recordatorios y resúmenes que a veces requiere un prólogo para refrescar la memoria del lector, puede llegar a ser algo largo.

¿Les gusto la puerta del prólogo? Descuiden, los siguientes capítulos tendrán más comedia, interacción y por supuesto, más acción.

Reglas de la Manada: La sabiduría que proviene de la edad es valiosa y se distribuye a la descendencia. Pero eso no significa que estos últimos deban seguir los pasos de sus antecesores. La vida se construye paso a paso.

¡Nos leemos!

Nocturna4