Disclaimer: Osomatsu-san no me pertenece.
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Los días en los que el sol resplandece normalmente acarrean a docenas de niños, dispuestos a jugar y presumir sus afanosos juguetes con una brillante sonrisa, ignorantes de aquello que los rodea; y sus padres, influenciados por las energías de su congenie, se quedarán cerca, gritando a los cuatro vientos su vida supuestamente perfecta mientras que estos solo responderán obsequiando una maravillosa brisa fresca característica de primavera.
Esta alegría es contagiosa y con suma tranquilidad se esparce como un virus a todo aquel que entre en contacto en el ambiente; sin embargo Karamatsu no podría ser una mejor representación de un sistema inmunológico saludable, pues es inmune a las emociones que lo rodean y no es capaz de ver más allá de los pensamientos que se amontonan en su cabeza, ni tampoco de sentir la armonía que se manifiesta a su alrededor, no, porque su mente se encuentra enfrascada en recordar, recordar cada uno de sus defectos, en atormentarlo, por cada uno de los errores que ha cometido, y en castigarlo, en hacerlo hasta que olvide cada centímetro de su ser y pierda la cordura.
Porque Karamatsu lo sabe, el tiempo pasa y él poco a poco se quiebra, para él, siempre llueve, para él, los sonidos que se escuchan son llantos, para él, la ciudad está más desolada que nunca, igual que su alma y cada vez que abre sus ojos, con cada pestañeo, el color es absorbido por un gris opaco.
Karamatsu tiene los días contados, eso también lo sabe, ya es muy tarde para intentar arreglarse, ya está roto, únicamente espera el punto de quiebre, el momento de su caída, una que será dura y larga más que nada por el hecho de forzarse a sí mismo a subir a lo más alto que alguien como él podría aspirar, aún con el conocimiento de no merecerlo.
A pesar de su condena, Karamatsu se halla inmutable, pues la situación es tan lógica que llega a ser cínica; jamás pudo ser el hermano que anheló, defraudando e hiriendo a su familia, siendo la vergüenza de esta, dejando en claro que las cosas mejorarían sin su existencia, quintillizos siempre habían sido, él sobraba; de la misma forma, fracasaba en el campo de la amistad, ni siquiera podía brindar apoyo de la manera correcta cuando su amigo más cercano (y dicho sea el único) Chibita, lo necesitaba, no era alguien digno a quien acudir; del amor, bueno, el tema era inexistente.
Era seguro afirmar que Karamatsu no iba más lejos que un desperdicio de tiempo, espacio y recursos, eso no se le escapaba, la principal razón por la que soportaba los tratos de sus hermanos era que comprendía sus motivos, y así pagaba por su deshonrosa estadía en el mundo mortal, ya que era un cobarde que ni suicidarse como se debía, podía lograr, las marcas de intentos fallidos lo demostraban
Así que esperaría por ese punto, aquel en que dejara de respirar, en el que cerrara los ojos para no abrirlos más, dándoles, si bien no un magnífico obsequio (no valía lo suficiente), si el mayor regalo que él tendría la oportunidad de ofrecerles.
Aprovecharía una de sus contadas virtudes: la paciencia, regresaría a casa, volvería a fingir una sonrisa, a actuar como si distinguiera los colores y sintiera la brisa fresca acompañada por risas, se pondría su máscara y sería doloroso, hasta que finalmente sólo se lastime a sí mismo y todo dentro de sí se rompa.
