Volverte a ver

-Cierra bien la puerta – le indicó su jefe mientras tomaba su chaqueta para protegerse del frio de la noche – te veo en la mañana.

-Que te vaya bien – Contestó ella revisando la contabilidad del negocio, habían unos números que no le cuadraban, acomodó sus lentes y siguió trabajando en los cuadernos contables. No le gustaba usar los computadores, prefería hacerlo de manera manual, para asegurarse que todo estaba en orden.

Finalmente, a las 10 de las noche, guardó sus lentes, apagó las luces y salió de allí rumbó a su hogar en el Bronx. Al crecer, había sido un poco marginada en su barrio, aunque vivía en el Bronx su casa estaba ubicada cerca del Gueto así que no importaba la hora en que llegara, sabía bien que nada le pasaría, pues las pandillas ya la conocían.

Le gustaba caminar por las frías calles de Nueva York, únicamente con su gorro blanco y su chaqueta blanca, sintiendo el frio calar sus dedos, hasta adormecerlos. Entró a una cafetería abierta las 24 horas del día, en donde pidió un café para llevar, cuando se fijo en una chica sentada en una de las mesas al fondo, llevaba un abrigo rojo y en su rostro, el rastro de lagrimas.

-Dame otro café, pero que sea negro – pidió cuando la camarera del lugar le entregó su pedido. Cogió el café y un sobre de azúcar y se acercó a la chica extraña, que limpió su rostro en cuanto la vio acercarse a ella.

-¿Estás bien? – Le preguntó a la extraña cuando estuvo cerca a ella – se que no es de mi incumbencia pero… - le estiró el café y el azúcar para que los tomara – creo que los necesitas – le sonrió esperando que la chica tomara el café.

-Gracias – dijo al recibir el café y el azúcar, de una vez le agregó el azúcar para beberlo - ¿Gustas sentarte? – le preguntó a la extraña, quien solo asintió luego de mirar su reloj

-No eres de por aquí – acotó luego de escucharla hablar

-¿Se nota tanto? – Preguntó algo desanimada

-Bueno…toda mi vida he vivido aquí así que… se reconocer el acento no neoyorkino – bromeó sacando una sonrisa en la extraña - ¿Por qué lloras? – preguntó luego de unos segundos en silencio.

Antes de que la chica pudiera contestar, la camarera apareció con el café negro que había ordenado.

-Gracias – agradeció luego de que esta lo dejara en la mesa y se marchara

-Mi novio me dejó – contestó la pregunta, dejando a la otra chica algo confundida

-¿Llorabas porque tu novio te dejó?

-Sí

¿Por qué te dejó? – preguntó tímidamente antes de beber de su café

-Para que pudiera venir a Nueva York

-¿Él no quería que vinieras?

-No, bueno sí – trató de explicarse al ver a la chica confundida – nos íbamos a casar, su hermanastro se accidentó el día de nuestra boda y finalmente no nos casamos y hoy nos íbamos a casar…o eso creí pero el tenía otro planes, terminó conmigo para que pudiera venir a Nueva York para convertirme en la próxima Barbra Streisand

La chica miró hacia todos lados algo confundida por la velocidad en que la extraña hablaba.

-Eso es…interesante – se pasó la mano por el cabello – pero ¿No eres demasiado joven para casarte?

-Finn es mi persona – murmuró bajando la cabeza. Todos sus amigos, sus padres le habían dicho eso, pero por no hacerles caso, ahora su amigo Artie, el hermano de Finn, se encontraba en silla de ruedas, con muy pocas esperanzas de recuperarse y volverse bailarín como siempre había soñado.

-No sé mucho sobre las relaciones amorosas – comentó mirando su café – pero si se una cosa, los matrimonios que se dan cuando las personas son muy jóvenes, están destinados al fracaso. Te contaré una historia –se quitó el gorro dejando ver su rubio cabello – mis padres se casaron cuando mi madre tenía 18 años y mi padre 23, eran prácticamente unos niños; a los pocos meses nací, mis padres no tenían dinero y vivían de lo que les daban los padres de mi padre. Los padres de mi madre, se negaron a colaborarle económicamente, le decían que ella ya era una mujer casada y que tenía que mirar como sacaba para su hogar ¿Qué pasó? Mi mamá tuvo que dejar de estudiar, para poder cuidarme y más que todo porque el dinero no alcanzaba para cubrir la mensualidad en Columbia, mi padre, trabajaba en una frutería, afortunadamente para él, solo quedaba un año para poder terminar su carrera – terminó su café arremangándose la chaqueta – mi abuela pronto murió y mi abuelo cayó en el alcoholismo, así que tuvieron que buscar un lugar donde vivir. Llegamos al Bronx cuando tenía 3 años, mis padres, se encontraban mejor económicamente, mi papá consiguió trabajo en un instituto y mi mamá estudiaba para ser maestra.

-¿Y qué pasó?

-Cuando cumplí 5, nació mi hermano Jason, la economía de la familia siguió creciendo, pero nunca nos marchamos del Bronx, a Jason y a mí nos molestaban mucho por vivir allí, ya que la mayoría de los que residen en el Bronx, en la parte del Gueto, son latinos y afrodescendientes, no chicos rubios de ojos claros. Cuando cumplí 14 mis padres se separaron, mi padre poco después se marchó con una chica que fue su estudiante en la Universidad de Nueva York, mi madre quedó devastada pero poco después consiguió un mejor trabajo y su meta era sacarnos a Jason y a mí del Gueto, pero en una excursión escolar, ocurrió un accidente y ella no sobrevivió

-Lo lamento – murmuró

-Fue ya hace bastante tiempo – se aclaró la voz – mi padre nos puso a escoger haber cual de los dos iba a estudiar en la universidad, pues la chica con la que se había escapado estaba embarazada y solo podía pagarle la universidad a uno de nosotros. Jason, estudia finanzas en Yale, mientras que yo sigo viviendo en el Gueto y trabajo en un pequeño negocio para poder sostenerme

-¿Por qué me cuentas todo esto?

-Eres joven, no debes tener más de 18 años, te queda un mundo por delante y si tus padres lograron reunir lo que vale una universidad, aprovéchalo, no todos tenemos esa suerte – dijo levantándose de la mesa y tomando su gorrito – no llores por ese chico, por un amor de secundaria, chicos como él vendrán más adelante, tendrás muchos novios, incluso puede que una novia. Pero no te pongas así por un muchacho – Finalizando sacando el dinero de su bolsillo para pagar los dos cafés.

-¡Espera! – Gritó la chica cuando la otra estaba por salir de la cafetería - ¿Cómo te llamas?

-Quinn…Quinn Fabray – le guiñó el ojo antes de darse la vuelta y salir

-Te volveré a ver Quinn Fabray y esa es una promesa