Sinestecia

Harry Potter no me pertenece, es obra de J.K. Rowling.

Prefacio

Le robó la taza de café a medio tomar de entre las manos, con una sonrisa a medias. Se volvió y le besó la mejilla antes de dar un sorbo a la bebida caliente; regocijándose en el cálido y dulce contenido deslizándose por su garganta. Estaba descalza salvo por un par de medias gruesas y el frío se colaba hasta sus pies; pero ponerse zapatos era implicaba dejar el sofá y planeaba dormir otro poco.

—¿Cuándo volverán los chicos? — Consultó, ovillandóse en un sofá cercano.

— ¿Preocupada?

Jean le puso mala cara a su hermano, quién le miraba fijamente antes de robarle la taza que le pertenecía originalmente. Ella no cambió su aspecto.

— Sabes que sí — Acomodó un mechón de su largo cabello rizado. — Sirius estaba en modo patearé-a-quién-se-meta-en-mi camino, y Remus estaba en su periodo de pocas pulgas... sí, estoy preocupada.

James se sentó juntó a ella en el sofá, aunque su contextura le impedía ovillarse en un espacio tan pequeño. A veces olvidaba la enorme carga que tenía su hermanita sobre los hombros, y todos los problemas que había atravesado emocionalmente tras los acontecimientos recientes. Jean no era el tipo de chica que le gustaba ser consolada; rechazaba cualquier intento de confortamiento en sus peores momentos porque sólo lograban quebrarla. Pero James sabía que ella necesitaba quebrarse para sobreponerse finalmente, un punto que había evitado a toda costa como la Griffyndor terca que era.

— ¿Por qué decidió esperar tanto tiempo en vez de acabarlo de una vez?

Era la pregunta que había rondado en su cabeza por los tres días que Jean había pasado en su limbo de pocas palabras y no salir de la cama. Les había dado a Lily, Sirius, Remus y a él una larga charla sobre los viales que sus padres le habían heredado para ser abiertos ese día. Un mes después del nacimiento de su hijo. El contenido les había perturbado a tal punto que Sirius salió del lugar pateando los muebles, y Remus caminó silenciosamente detrás de él. Ninguno había regresado.

Jean nunca se había sentido tan desolada.

—No podía— Le respondió ella, ya sin humor – Necesitaba... ella necesitaba que tú y Lily llegaran a su punto dulce, ella... hasta que Harry fuera concebido, y a salvo.

James la observó un largo momento, parecía tener varios días de poco sueño y no podía recordar la última vez que su estructurada hermana había trenzado su cabello. El pelo le caía desordenado y esponjoso como rara vez lo dejaba ser, y sus ojos habían perdido el brillo dulce que la caracterizaba. Estaba consumida, incluso lucía más pálida que nunca con sus pecas llamando la atención por el contraste.

—Se permitió ser egoísta, ¿sabes? — Ella calló de golpe — No, me lo permití: somos o fuimos la misma persona al fin y al cabo.

—¿Egoísta? ¡Te lanzaste en medio de la desesperación a otro campo de batalla! — James le recordó

—No lo hizo – Lo detuvo — Volvió mucho más tiempo de lo planeado, fue un accidente. Y tuvo la posibilidad de detenerlo antes de que comenzara, pero decidió esperar. Decidí esperar. Dejé morir a mucha gente, por Harry. Y me permití... Por Merlín, me permití tener una infancia llena de magia y una adolescencia normal.

Sus ojos chocolate se llenaron de lágrimas mientras se cubría la boca para guardarse un sollozo

—No lo sabía en el momento, pero dejé morir a Marlene y le quité a Sirius al único amor en su vida. Me enamoré con Remus, y le quité una familia... Mary murió, dejé a nuestros propios padres morir ¡Sabía de qué y cómo iban a morir!

Las primeras lágrimas saltaron y luego el llanto fue incesante. Jean se odiaba a sí misma, o a la parte de sí que correspondía. Hermione Granger. Ahogándose finalmente en toda la tristeza que había acumulado durante días, lloró amargamente. Había enterrado a sus padres el último año de colegio preguntándose porqué sucedían cosas como aquellas cuando pudo haberlos salvado. Dejó morir a las personas que la habían cuidado, ocultado e ilegalmente agregado a su familia para amarla con todo su corazón. Se habían arriesgado a la cárcel o la muerte, por ella. Y los dejó morir.

—Lo hiciste por Harry – Le susurró tiernamente.

Jean no lo había oído acercarse, pero se refugió en su abrazo como lo hacía cuando el mundo parecía vencerla. El peso era demasiado. Apenas podía mirar a alguien esos días, sin recordar lo mucho que les había quitado. Y todo por su sobrino, que dormía escaleras arriba junto a su madre. Jean se hundió en el pecho de su hermano con sus dedos apretándole la espalda hasta que estaba segura que molestaba. Y siguió llorando como nunca hacía. Lloró en silencio por un tiempo que le pareció infinito.

—Amaba a Harry, y no nos conocía ¡Ni siquiera habíamos nacido, Jeannie! — Le recordó, sin rencor en su voz— Si hubieras intervenido... las personas que más amabas en ese momento no habrían nacido. No sabías que Marlene y Sirius se querían... no sabrías qué hubiera pasado de no haberte quedado: tú los empujaste juntos de cierta forma... y Remus; bueno, él habría pasado mucho tiempo sólo, confundido y triste hasta que llegara ella, para acabar muriendo de todas formas. Y tú, tonta Jeannie, lo pones tonto y feliz.

Ella quiso protestar, con un sollozo atorado entre los hipidos, pero él no se lo permitió.

—Sí, ella los dejó morir porque no los conocía... y ella no eres tú, al menos no lo fuiste hasta hace poco tiempo... y no eres ella, no completamente. No dejaste morir a nadie, ellos ya estaban muertos cuando regresó. Tú, Jeannie, viniste a dejarnos vivir y a sobrevivir con nosotros. Te sometiste a otra guerra, no te diste por vencida...

—Sirius me odia— Le recordó, cortando su discurso — Sostuvo a Marlene hasta que murió desangrada, y meses después se entera que pude haberla salvado...

—Está enojado con el mundo, con Hermione. No contigo. — Contradijo – Ese idiota te ama, Jeannie-Poh.

—No soporta verme. Y eso que aún no le dije a Remus... ¡pude evitar que lo mordieran, maldita sea! — Jean se separó de su hermano finalmente, y se tomó un instante para recuperar la calma: — Aún no les he dicho la peor parte. Los necesito juntos.

Lily bajó de las escaleras para mirarlos en el abrazo, a tiempo para observar su breve intercambio de palabras antes de que Jean se percatara de su presencia y le sonriera forzadamente. Ella se acercó, sin zapatos y su pelo más salvaje que nunca, y le dio un beso en la mejilla.

—Lily, buen día— Saludó sin ánimo, y fue escaleras arriba para buscar otro poco de sueño.

Cuando les dijera a todos quién era el traidor, no tendría nada, nada de sueño. Peter fue otra persona que no pudo salvar, se recordó.

Capítulo 1

Octubre siempre había sido de sus meses favoritos, con el viento tentativo del otoño bailando en el campo. Pero poco podría haber notado con su estado de aislamiento en ese momento. Los libros se extendían a su alrededor, y ya no le quedaba tinta: había sido un lujo en primer lugar. Le había llevado meses, tres meses y dos semanas exactas. Hermione observó su entorno: los libros se arremolinaban a su alrededor y sabía que otra vez había olvidado comer. Su estomago a ese punto había vencido el punto del hambre; eran incómodos retorcijones en lugar de la típica sensación de vacío doloroso. Se obligó a comer el pan que había conseguido. Esa será su última comida allí.

Estaba sola. Todos a quienes amaba, quienes le importaban, estaban muertos, en la cárcel, o habían huido furtivamente y eran objetivos de caza. Como ella.

Hermione aún recordaba el momento exacto en que Harry había perdido la vida; su cuerpo lanzado sin cuidado al lago negro. Apretó los labios mientras tragaba no sólo el pan, sino también sus lágrimas. No tenía sentido. Sus padres no la recordaban, y había escuchado por radio sobre los planes de un inminente ataque al mundo muggle. No había nada por perder, finalmente, estaba sola.

La muchacha bebió de su cantimplora y se dirigió a la habitación oscura dónde depositó sus cosas cuando halló el lugar para trabajar. Sirius no sólo había poseído Grimmauld Place, sino otras pequeñas propiedades poco importantes. Como aquella, en medio de la nada pero lujosa como pocas. El pequeño palacete de Alphard, supuso. Un hombre huraño pero muy culto. La biblioteca había sido basta, pero igualmente insuficiente.

Era arriesgado y podía morir en el intento, pero poco importaba ya. Hermione sabía que lo suyo era clínicamente depresión severa, pero no se permitió morir sin luchar. Un último y muy desesperado intento. Tomó su bolso de cuentas y guardó las pocas pertenencias que había sacado en primer lugar.

Miró alrededor, al pequeño espacio que había ocupado y elevó un agradecimiento mental al hombre que sin saberlo la hospedó. Las barreras habían sido débiles por el desuso, y al ser desheredado Alphard había desconectado sus propiedades del mandato Black original.

Regresó rápidamente a la biblioteca y tomó el giratiempos que, tentativamente, había logrado crear. El presente no le guardaba nada, el futuro no mostraba nada bueno. Y no podía vivir de su pasado marcado y sangriento. Con determinación tomó la delicada maquina entre sus manos lastimadas, mirándola una última vez: esto violaba toda ley posible. Volver a su primer año, matar a Pettigrew y eliminar los horocruxes.

Se repitió una y otra vez lo mismo: darle a Harry la vida más normal, sana y cuidada que pudiera. Volver sólo lo necesario, al momento en que todo comenzó: el punto de inflexión.

Construir el giratiempos había sido una tarea más que complicada. Los procesos de habían mantenido ocultos durante las investigaciones del Ministerio y su acceso a ellos era imposible, sino suicida. Aquella inmersión realizada inicialmente para conseguir el relicario era irrepetible con el nivel de seguridad que ostentaba el nuevo orden ministerial. Por lo tanto, debió recurrir a fuentes externas; lo que le tomó tiempo, pérdida de sueño y grandes dosis de humildad y desolación.

Acercarse al mercado negro mágico siendo una de las brujas más buscadas era una locura, por lo que debió recurrir a otros magos por medio de la maldición imperius. Hermione nunca pensó hallarse más allá del bien y del mal, siendo más gris y opaca que nunca en su vida. Poco importaba entonces.

Las arenas del tiempo estaban muy controladas, por lo que debió recurrir a aquellas esparcidas en el mercado sucio y proceder a depurarlas. Los mecanismos, runas, ecuaciones mágicas y grados alquimicos que requirió aquella tarea le enseñaron cuánto le faltaba aprender, y cuánto podía empujarla la necesidad. El contenedor fue más sencillo de obtener; modificó un pequeño reloj de bolsillo y lo adaptó según era apropiado. Observando su creación brillar con los primeros rayos del sol otoñal pensó en todo lo que podía salir mal. Lo único que realmente le preocupaba eran las arenas del tiempo. Modificarlas había sido una odisea, y no tenía los medíos para comprobar que fueran perfectas... o absolutamente deficientes. Si moría no tenía nada más por perder, se recordó. Si moría... bueno, era más o menos cristiana y trataba de reconfortarse con encontrar a sus seres amados más allá de la vida.

Suspiró, y con sus manos temblorosas comenzó a dar las vueltas necesarias para llegar al instante preciso según sus cálculos. Si las cosas salían según lo planeado asesinaría a Peter sin dudar, si no lo hacía sólo podía pedir una muerte indolora. Tomando una respiración profunda, dio un último giro y desapareció con un suave sonido de succión.

Cerrar los ojos era siempre la mejor decisión. Hermione sintió su cuerpo pasar por frío y calor simultáneamente, las ráfagas de aire la ensordecían y la sensación de caída libre le anticipaban náuseas y vómitos con seguridad. Aferrándose a su bolso de cuentas, la caída le pareció eterna. Hasta que se detuvo, y perdió el equilibrio hasta dar de bruces contra el suelo de madera lustrosa.

Le tomó alrededor de un minuto recobrar completamente el equilibrio y mirar su entorno. La misma habitación, notó, pero limpia y ordenada. No había signos de abandono. Hermione se estabilizo y caminó hasta apoyarse en el borde de una mesa de roble. Cuando estaba al borde de romper a llorar de puro alivio, alguien entró al trote en la sala y le apuntó con una varita.

— ¿Quién eres tú y cómo has saltado las barreras protectoras?

El hombre que la había increpado presumía una mirada feroz y un tono calmado pero tenso. Como si estuviera amenazándola de muerte, pero manteniendo toda cortesía. Casi estalló a reír por la ironía. Pero se limitó a levantar las manos en señal de rendición.

— Lo siento, señor. Verá, he aparecido aquí por error. Me iré enseguida, si tiene la cortesía de enseñarme la salida. —Le sonrió con toda amabilidad, pero no logró convencer a nadie.

— ¿Quién eres tú y cómo has violado las barreras protectoras? — Insistió, arrugando el cejo.

Hermione entendió de inmediato que las cosas no habían salido como ella quería. Si sus cálculos habían sido correctos, la casa se hallaría deshabitada. Pero el hombre frente a ella estaba muy vivo, campante, y definitivamente lucía peligroso. Decidió que hacerse la tonta no era una opción.

El hombre que la amenazaba tenía el cabello oscuro y corto, no debía superarla más de un par de años en edad, y presumía unos llamativos ojos grises. Al darle una segunda mirada lo entendió. Había retrocedido demasiado, y sí había acertado respecto a la identidad del sujeto, sobreviviría otro poco.

— Yo soy Hermione, Alphard. — La seguridad en su tono de voz sólo logró que su interlocutor desconfiara más de ella.

— ¿Cómo sabe quién soy? ¿Su nombre debería significarme algo?

Dio un suspiro de tranquilidad. Si Alphard, como había adivinado, había decidido tratarla de usted y no tutearla significaba mucho.

— Usted no me conoce, pero yo he oído un poco sobre usted. Si baja su varita, le explicaré.

— No estoy seguro su quiero bajar mi varita. Verá, — él sonrió como si estuviera saludándola en una fiesta — no recibo visitas a menos que les invite, y nadie puede sólo aparecerse aquí. Usted no violó las barreras, sólo las atravesó. La casa permite aquello a personas de la familia, o con autorización especifica. No encaja en ninguna de las dos opciones, Hermione. Por lo que no me culpará por desconfiar de usted.

Las ganas de lanzarse al suelo y llorar de frustración por haber fallado apenas las contuvo. Si Alphard que tenía frente a ella estaba vivo, y era joven, entonces podía concluir que había ido mucho más lejos de lo planeado. Por ende, las repercusiones serían terribles. Sabiendo que todo había ido mal, trató de mantenerse íntegra y no desmoronarse. Lo haría cuando un hombre muy entendido sobre artes oscuras no le apuntase con su varita.

— No, no lo culparía. — Aceptó, bajando sus manos. — Pero puede ver que estoy agotada, y estoy desarmada. No represento un peligro para usted.

Ella movió sus manos para señalarse a sí misma, haciendo un gesto general. Alphard no bajó la varita, de modo de prosiguió con su improvisado discurso;

—Alguien me dio acceso a la casa, como usted dijo. No fue usted, yo... oh, al demonio; usted no me conoce porque no existo en este momento: soy una viajera del tiempo y la persona que me dio acceso es su sobrino Sirius. O me lo dará, en todo caso.

Alphard movió su varita rápidamente y pronto Hermione cayó atada al suelo. Las cuerdas la apretaban, pero no oprimían, era la clara la intención de inmovilizarla sin lastimarla de verdad. Había dejado que la atara sin intentar saltar para esquivarlo. Sus reflejos eran excelentes a pesar del desgaste físico y emocional, por lo que no saltar lejos de las cuerdas había ido contra todo su instinto.

Sin embargo, una duda se instaló en el fondo de su mente ¿Se habría equivocado con él? ¿Alphard no era tan bueno como su sobrino lo habría hecho lucir?

— Si entendí correctamente— Su captor hablaba pausadamente — Mi sobrino, Sirius, quien es apenas un bebé, te dará acceso a esta casa en un futuro. Y luego te enviará de regreso.

Alphard Black era un sujeto de voz densa y masculina, vibraba como una caricia tibia a través de aire. Si bien su matiz de barítono podía adormecerte en una noche fría, pensó, en esos momentos sólo lograba darle un aire de peligrosidad absoluta a su persona.

—Bueno, Sirius no me dio acceso a esta casa en particular, sino un acceso general que la incluyó. — Le corrigió. — Y vine de regreso por mi propia voluntad, Sirius habría sido incapaz de pedirme algo así.

—¿"Habría sido"? — Interrogó.

— Pero no lo es. O será. O fue. — Ella giró los ojos. — Usted entiende.

— No, no lo hago. — Sonrió, y se acomodó en una silla frente a ella, quien yacía en el suelo frío. — Así que deberás explicarme.

La explicación fue larga, pero Alphard fue paciente para escuchar. La historia comenzó en su primer año, su voz se quebró al hablar de la guerra perdida en Hogwarts, y al final, cuando le relató su última aventura al construir el giratiempos y viajar hasta allí le tomó toda su entereza no romper a llorar como una niña. No podía permitírselo.

Las preguntas fueron claras y concisas. Trató de responderlas lo mejor que pudo. Alphard estaba interesado inicialmente en cómo logró entrar a la casa, pero a medida que el relato avanzó, su enfoque cambió.

¿Cómo había culminado la primera guerra? ¿Qué falló? ¿Quién era el señor oscuro? ¿Cómo había ganado poder? ¿Quién era ella y cuál había sido su papel? Y finalmente; ¿Por qué había decidido regresar a ese punto?

— No quería. — Confesó — Planeaba viajar casi cuatro años en el pasado, pero el giratiempos fue defectuoso... retrocedí demasiado, ni siquiera estoy segura de cuánto.

—¿Y por qué debería creerte? No te he dado suero de la verdad, ni estás bajo un juramento inquebrantable.

Hermione lo miró a los ojos, y pensó tontamente que Sirius había heredado su famosa belleza de su tío. Bajó los ojos un momento y luego respondió:

—No me opongo a ninguna de las dos cosas. Su prueba es que la casa me dejó entrar, y puedo responder preguntas que nadie podría saber. Perdón, pero leí varios de sus diarios...

— Haz la prueba. — Insistió.

Hermione dudó, sabiendo que podría responder muy mal a su siguiente frase. No había forma de predecir cómo actuaría Alphard, no lo conocía más allá de lo poco que había leído de su propia mano. Parecía un tipo decente, y había cuidado de Sirius en su momento. Hermione no pudo evitar recordarse que ella no era su familia, y su muerte pasaría desapercibida si todo salía mal. Tomo una respiración profunda y tomó una verdad que su interlocutor había ocultado con vehemencia de ojos indiscretos. Necesitaba algo duro y consistente, lo suficientemente bien oculto como para que le creyera. Fue entonces necesario confesar algo de índole muy íntima, y escondido por los estándares morales de la época.

—Muy bien. A los diecisiete años su padre, Pollux, le llamó a su despacho para conversar sobre un enlace matrimonial para usted. — Por la gravedad del asunto, decidió tratarlo como a un igual. — Saliste de allí sin enlace, y tu padre nunca insistió sobre el tema a pesar de que eras el hijo mayor, aunque su esposa estaba furiosa por permitirte mantenerte soltero cuando las costumbres familiares imponían que te casaras pronto.

Pudo notar como Alphard se tensaba. Los hombros debajo de la túnica se estiraban como si con ello pudiera intimidarla, y pronto se dio cuenta de la realidad: el joven frente a ella estaba refugiándose detrás de las barreras que le habían permitido ocultar lo que estaba a punto de escupirle en la cara. Hermione nunca pensó que ojear viejos diarios en búsqueda de información vital, encontraría un secreto personal que, esperaba, le salvara el pellejo.

—A tu madre se le dijo que eras estéril, y no querías pasar por la humillación de ser incapaz de dar un heredero cuando te casaras. Eso la aplacó. — Hermione se mordió el labio por lo que estaba a punto de soltar, se sentía mal por él. — Pero la verdad es que, bien... prefieres los caballeros; y tu padre decidió no obligarte al matrimonio como un acto de piedad por lo que él consideraba casi una incapacidad. Eres homosexual, y moriste sin confesarlo a nadie que lo ignorara, porque ese fue el trato con tu padre.

Al contrario de lo que esperaba Alphard no estalló, no gritó ni agitó su varita contra ella. La miró con unos enormes ojos grises, y acto seguido la soltó.

—Entenderás que esto requerirá un pacto inquebrantable. — Estableció. — Y un plan de contingencia.

Tras el pacto, que consistió en prometer decir sólo la verdad, no poder hablar con nadie más del tema que no fuera expresamente aceptado por el otro, y juramentos de lealtad y silencio, procedieron a pensar un plan para evitar que Lord Voldemort llegara al poder.

— Aún no sé en qué momento del tiempo estoy. — Hermione pronto se dio cuenta. — No sé cuánto retrocedí.

— Hoy es 27 de Noviembre de 1959 — Alphard informó. — Lunes, por cierto.

— Oh, Dulce Morgana. — Gimió. — Dulce, dulce Morgana.

— ¿Eso sería...?

— Quería volver cuatro años, pero retrocedí casi cuarenta años.

La fuerza de la revelación final logró estremecerla. Eso significaba que Voldemort, al igual que su acompañante, apenas eran treintañeros. La primera guerra mágica aún no sucedía, ni siquiera existían los horocruxes. Tampoco ella, ni Harry. Casi llora al entender que no sólo Harry no había nacido: tampoco sus padres. Cerró los ojos y trato de no perder los estribos. Alphard llamó a su elfo doméstico y pidió té.

En unas pocas horas había estado al borde de llorar muchas veces, y pensó que era un momento poco propicio para convertirse en una niña llorona. Lloraría luego, se reconfortó, cuando fuera seguro quebrarse en soledad.

—Señorita Hermione, necesita comer, dormir... y luego discutiremos un plan. — Le indicó. — Aparentemente tiene más tiempo del que pensó, disfrútelo.

De no haber estado tan cansada quizá hasta se habría reído, o lo habría golpeado.

Debía reconocer que tenía razón. El viaje había sacudido su cuerpo de por sí maltrecho, y se había robado toda su energía. Trato de no gemir de placer cuando los elfos trajeron pequeñas confituras dulces y agregaban crema a su té. No se había dado cuenta de cuánto había extrañado esos pequeños lujos que antes le habían parecido tan seguros. Mientras los devoraba lo más lentamente posible, debido a la vergüenza por su falta de modales, se remontó al elegante barrio londinense en dónde había crecido. Recorrió mentalmente las aceras que caminaba diario y casi podía percibir el aroma de las medialunas recién horneadas. Se le hizo agua la boca, y la llenó con azucarado té.

Alphard la observó desde su sillón, a medio metro de distancia. La mujer frente a él tenía la ropa desgastada, aunque no realmente sucia. Su pelo era una maraña de rizos oscuros que caían en un desorden poco armonioso sobre su espalda. Pensó, de repente, en lo mucho que esa joven delgaducha había pasado. Le parecía difícil imaginarla huyendo de un campo de batalla abandonado luego de despertarse en medio de cadáveres abandonados. La habían confundido con uno de ellos, había conjeturado ella. Y viéndola casi engullir una masa dulce, no los culpaba.

Buenas noches, gente.

Como verán arranqué con el primer de los grandes clichés de la página, una historia de viajes en el tiempo. En el prefacio les adelanté un poco de lo que será la historia, que no promete ser demasiado larga, tampoco.

Espero que les haya gustado el primer capítulo.

¡Gracias por leer!