CAPÍTULO I
La sombra de Hades

Privet Drive, Surrey, Inglaterra.

La gélida noche estaba en su pleno apogeo. Las sombras cubrían esa parte del mundo con una fascinante tranquilidad, siendo acompañadas únicamente por la tenue luz de la Luna. Y las criaturas nocturnas salían de su letargo, dispuestas a reclamar como suyo ese mundo de oscuridad.

Hacia poco que la bruja, el mago anciano y el semigigante se habían ido de allí, dejando atrás un pequeño bulto en la puerta del número 4 de aquel horripilante vecindario. Esa, probablemente, era la familia de mortales más vulgar que se veía desde hace eones.

Con un porte y elegancia solamente dignas de su divinidad, el dios del Inframundo se acercó con pasos lentos a la puerta de aquellos desagradables mortales, seguido de cerca por otra figura tan imponente como él.

-Recuérdame una vez más por qué accedí a esta locura. - dijo su acompañante con un evidente tono de réplica.

El dios del Mar estaba dudoso, realmente no sabía mucho acerca de lo que su hermano pretendía. A decir verdad, hacía como media hora que Hades se había presentado en su palacio alegando que tenía una propuesta para él. Ni siquiera pudo averiguar cómo se había enterado de la existencia de Percy; incluso antes de poder decir algo, se vio arrastrado hasta Inglaterra mientras se enteraba de su sobrino, Harry.

-Te lo dije, es un trato que nos conviene a ambos. - Hades bufó molesto, no era ninguna novedad para nadie lo irritante que era su hermano.

-Pero ¿por qué Sally?

-Es su tía, la hermana de Lilian Potter que pocos recuerdan.

-Esos mortales también son sus tíos.

-No los conoces.

-¿Y tú si?

-Los he estado observando, son despreciables. Odian todo lo que aleje de su estándar de "normalidad". Si dejo a Harry con ellos, la pasará muy mal.

-¡Pero es demencial! Ya corren bastante peligro por el simple hecho de ser nuestros hijos ¡y tú quieres mandarlos a vivir juntos! Además si Zeus se llega a enterar...

Hades lo interrumpió.

-La magia les protegerá, al ser primos por su lado mortal la sangre de ese mago hijo de Júpiter corre por sus venas, y aunque Percy no haya heredado la magia en sí, el estar juntos reforzará la protección que ofrece la magia de Harry. Los ocultará, no habrá mounstro que los encuentre, y ni siquiera Zeus será capaz de hallarlos a menos que ellos así lo deseen.

Poseidón pareció pensarlo un poco, se llevó una mano a la nuca y trató de encontrar algún error en su lógica. No lo encontró. Soltó un suspiro y miró al dios frente a él.

-¿Por qué haces esto? -preguntó.

La mirada del Señor de los muertos se ensombreció.

-Muchas cosas pasarán, cosas que podrían terminar con el mundo tal y como lo conocemos. Tanto Percy como Harry tienen un gran peso sobre sus hombros. Las Moiras me lo advirtieron, mantenerlos juntos es necesario si queremos que todo se resuelva de la mejor manera.

Poseidón no dijo nada más, no había ya nada que discutir al respecto. Se quedó observando cómo su hermano miraba con desdén la casa de los mortales. Le sorprendió el cuidado y la delicadeza que puso al cargar a su vástago y el desagrado que mostraba al ver la carta que el anciano había dejado.

Hades soltó el pergamino con una indiferencia antes inexistente y éste, antes de llegar al suelo, se consumió en llamas y se volvió cenizas.

-No sé en que pensaba ese estúpido viejo. -dijo más para sí mismo que para su acompañante - Tengo mucho que hacer.

-¿A qué te refieres? -preguntó Poseidón.

-A nada. - cortó.

No insistió. Si no quería decirle ahora no lo haría jamás.

Poseidón se acercó al pequeño que en esos momentos se removía ligeramente entre las sábanas, mientras seguía con su apacible siesta. La imagen de aquel niño le movió el corazón y sin poner nada en tela de juicio, llevó su mano a la frente de Harry.

-Yo, Poseidón, Agitador de la Tierra, dios de los mares y los océanos, te otorgó a ti, Harry Potter, mi bendición para que enfrentes tu destino con valerosidad y cumplas con el deber que se te ha otorgado. -su voz era diferente, sus palabras estaban cargadas de poder.

Harry despertó.

Una ligera luz rodeó al niño, envolviendolo de pies a cabeza. La bendición se manifestó en sus ojos: el iris cambió, la zona más cercana a su pupila se volvió aguamarina, subiendo de tono hasta llegar al usual verde esmeralda.

-¿Qué hiciste? -preguntó Hades.

-Le di mi bendición. -contestó moviendo una mano en el aire como si nada.

Hades se reprimió de hacerle nada.

-Sabes lo estricto que es Zeus con las bendiciones.

-Oh, vamos. Lo dice el que quiere esconder a nuestros hijos justo frente a sus narices. Además, ¿desde cuando le haces caso a Zeus?

El Señor del Inframundo no dijo nada, suspiró pesadamente antes de volver a hablar.

-De cualquier manera ¿que don le diste?

El dios de los mares se encogió de hombros.

-No lo sé, no le otorgue nada en específico. El don se manifestará con el tiempo, puede ser cualquier cosa, desde respirar bajo el agua y hablar con los caballos, hasta cambiar de forma.

Hades resopló. Él mismo llevó su mano hasta la frente de su hijo, justo como su hermano había hecho minutos antes, pero no dijo nada. El viento se agitó furiosamente, el ambiente se volvió pesado, y un horrible grito que parecía venir de ningún lado resonó por todo el lugar.

-¿Qué demonios fue eso?- preguntó Poseidón.

-Un fragmento de alma -contestó -Lo envié al Inframundo. Es todo lo que puedo hacer por ahora. -El dios pasó el pulgar por la mejilla de Harry a modo de caricia y el niño esbozo una pequeña sonrisa.

-¿Y eso? -el dios del mar estaba bastante inquieto. La sensación que tuvo cuando Hades hizo lo que quiera que hiciese no le gustó para nada. -¿Quieres decir que eso... estaba dentro del niño?

El dios de los muertos asintió suavemente.

-Funcionaba como un ancla al plano mortal. Este fue accidental, por supuesto. Pero es cierto que planeaba usar su muerte para hacer uno más. -explicó

-¿Quería matar a Harry? Espera... ¿dijiste "uno más"? ¿Había hecho otros antes?

-Si, seis más para ser exactos.

-Entonces fragmentó su alma en 7 partes, eso es...

-Horrible, abominable... si. -coincidió Hades. -Hacer uno ya es en sí un acto despreciable.

-¿Que harás? -preguntó Poseidón.

-Yo no puedo hacer nada, aunque me gustaría. -dijo -Valdría como intervenir en el mundo mortal. Y sabes que no se nos está permitido.

-¿Es parte de la tarea de Harry?

-Así es.

-Pero... tardará al menos diez años para que las cosas se pongan en marcha.

- Dímelo a mi, ya ha pasado más de una década desde que el mago utilizó el primer fragmento y sigo teniendo que soportar las quejas de Thanatos.

Poseidón rió.

-Y tendrás que soportarlo por otra década.

-Ni me lo recuerdes. -dijo -Bien, es hora de irnos.

(***)

Nueva York, Estados Unidos de América.

Sally Jackson era una mujer completamente normal. Joven y atractiva, cualquiera pensaría que llevaba un modelo de vida "perfecta".

Nada más lejos de la realidad. No tenía un feliz matrimonio, ni una casa con un perro. Sally era madre soltera y se sostenía a duras penas de su trabajo como empleada en una tienda de dulces. Y aún así, Sally no podía ser más feliz.

Tenía a su hermoso hijo de un año, ¿que más podría necesitar? Ni siquiera su pasado podría distraerla de su pacífica vida.

Hacia algunos años que había llegado a Estados Unidos por sugerencia de su hermana. Era muy joven y, pese a ser muggle, corría peligro siendo la hermana de Lily. Ella le recomendó que se moviera una gran ciudad como Nueva York, le dió algo de dinero y, tras una triste despedida, la vió embarcar en un viaje definitivo.

No le fue difícil acoplarse a la vida en Nueva York. Se cambió el apellido, su acento también cambió así como sus costumbres y a ahora, tres años después, parecía una americana más, como si siempre hubiera vivido allí.

-¡Sally! -le llamaron.

-¿Qué pasa, Señor Greenwich? -preguntó.

El Señor Greenwich era su jefe. Un hombre bajito y regordete, con una blanquisima cabellera perfectamente peinada y unas gafas cuadradas colgando de su ganchuda nariz. Era un buen hombre, pese a ser algo quisquilloso.

-Aquí hay unos jovencitos buscando gusanos ácidos. Muéstraselos, por favor.

-¡En seguida!

Sally terminó de acomodar la última caja en el almacén y salió. Se lavó las manos, las secó con cuidado, y se dirigió al mostrador para atender a los clientes.

-Síganme, por favor. -les dijo.

El día transcurrió con una extrema normalidad. Terminada su jornada laboral, ayudó al Señor Greenwich a cerrar el local y se despidió.

Llegó a su apartamento completamente agotada. El edificio en que vivía estaba algo descuidado, pero la renta era bastante accesible y sus vecinos eran muy agradables.

Una vez más, Sally no necesitaba nada más.

La señora Hughes, su vecina, era la que cuidaba a su hijo cuando tenía que salir a trabajar. Había perdido a su hijo, su nuera y sus nietos en un accidente de auto así que siempre estaba gustosa de cuidar al pequeño Percy.

Pero cuando entró, ella no estaba. En su lugar, había un hombre bastante atractivo, bronceado y vestido con una camisa tropical, pantalones cortos y sandalias jugando con Percy y con otro niño de cabello negro y extraños ojos entre aguamarina y verde esmeralda.

-Poseidón ¿que haces aquí?

No estaba enojada, para nada. Ella simplemente se había hecho a la idea de que no lo vería nunca más. Y de verdad, no lo culpaba. Sabía desde un principio lo que involucraba el haberse enamorado de un dios.

-Sally -el hombre sonrió y se acercó a ella para saludarla, dejando a los dos niños en la alfombra de la sala -Sigues igual de hermosa.

Esta vez no preocupo por ruborizarse, sabía que el dios no estaba allí por nada.

-Sólo han pasado dos meses, Poseidón. Más importante ¿que haces aquí? -repitió.

-Yo, um... mejor que te lo explique él. -dijo señalando a alguien que hasta ese momento no había visto.

Un hombre alto e imponente, de piel tan blanca como la porcelana y con sus oscuros cabellos cayendo en cascada sobre sus hombros. Sus ojos, tan negros como el alquitrán, se veían tan pacíficos como inestables, dispuestos a desatar su locura a la menor provocación, tal como una bomba de tiempo.

-Soy Hades, señorita Jackson. Un gusto. -se presentó.

Sally no podía decir lo mismo, después de todo se trataba del dios de los muertos, dudaba mucho que fuese una grata experiencia para cualquiera, por muy amable que pareciera.

Miró a Poseidón como preguntando qué hacía el Señor del Inframundo en la sala de su pequeño apartamento.

Esa fue la noche más larga de su vida, y también la más dolorosa. La horrible realidad de que toda su familia había muerto cayó sobre ella.

Ahora, Harry era lo único que tenía de su pasado y de su familia, porque con Petunia... hace mucho que había dejado de contar.

En cambio, el saber que la magia de Harry los protegería a ambos supuso un gran alivio, hace ya varios días que la idea de casarse con un hombre lo suficientemente asqueroso para ocultar el olor de Percy rondaba por su mente. Agradecía no tener que hacerlo.

Hades le dió la llave de la bóveda de Harry, aquella que le habían dejado para solventar gastos escolares y otras cosillas más. Sally la tomó, pero se negó cuando el dios sugirió que tomara dinero de allí para solventar los gastos más básicos de su sobrino. Tal vez no tenía mucho dinero, pero tenía lo suficiente para los dos niños.

Su orgullo no la dejo aceptar tal cosa.

La llave se la entregaría a Harry cuando llegara el momento de entrar a Hogwarts, después de todo era su dinero.

Harry Potter, el niño que vivió, había encontrado un hogar. Uno donde sería inmensamente feliz.

Finalizada la velada, ambos dioses se retiraron, cada uno por su lado, con la tranquilidad de que ambos niños estarían bien y gozarían de una buena infancia.