Advertencia: SemiAU/OoC.
Notas: Quiero aclarar que si es el Japón feudal como la historia original, pero una donde no tiene la misma cantidad de monstruos y demonios, sino prevalece más el miedo a lo desconocido.
Disclaimer: Ninguno de los personajes me pertenece.
Hinganbana
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Rin nunca ha sido fanática del otoño porque no hay flores y los árboles pierden ese tono verde que tanto ama. Es la misma estación donde los lobos vinieron por la noche, la hierba seca en el suelo absorbió el carmín de la sangre de su madre, de su padre, de sus hermanos, de sus vecinos y tantas otras personas de su pueblo.
Ella se quedó oculta en la copa alta de un árbol, temblando como las hojas que caían, el viento helado de la noche fue acompañado por los lamentos de los heridos y el aullido de los lobos con sus dueños se grabó en su mente como horribles pesadillas.
Sin saber dónde ir a la mañana siguiente —siendo demasiado pequeña para huir y vivir por su cuenta en el bosque—, se quedó en ese pueblo. Ayudando a enterrar a su familia, a su vecina la cual le regalaba hogazas de pan, al señor ermitaño el cual siempre gruñía cuando dormitaba en su árbol, y a cuantos pudo hasta que sus pequeños brazos quedaron adoloridos, hasta que el llanto ahogó sus súplicas y hasta que sus piernas se rindieron por el cansancio.
—¿Sabes contar, niña? —le dice un anciano que entierra a su esposa, la niña solo niega e intenta ayudar.
Le causa dolor saber que aprendió a contar por los cadáveres que encontró.
Rin sobrevive la primera semana sola, su cuerpo queda marchito y ninguna sílaba sale de sus labios, su mente se pierde de a ratos en donde se va a un mundo diferente y es más feliz que su vida actual en ese pueblo tan triste como el otoño. A ella nunca le ha gustado esta estación, lo único que la consuela son unos pimpollos rojos que aparecen sobre algunas tumbas, los siente como regalos, tanto que toma un pimpollo con cuidado y lo lleva a su precaria casa.
...
Entonces cuando el invierno llega de forma lenta, se siente demasiado frío y solitario para ese condenado lugar. Rin busca el calor en una casa demasiado grande para poderla cuidar, y en ropa que alguna vez fue de su madre, pero no busca ayuda, a pesar de que es joven sabe que hay gente peor que ella, que son demasiado pocos y serán menos al finalizar la nevada.
Espera un milagro o algo fantástico. El pimpollo que reposa en una pequeña maceta no se marchita pero tampoco florece, es lo único de color que ve en esa estación, al punto que se le queda mirando por horas, prefiere pensar en el color rojo como el color de una flor y no como el color de la sangre.
A ella aún le cuesta sobrellevar todo sola, los otros niños buscan eliminar su dolor golpeándola cada vez que va al río a pescar, ya no toca las puertas de los más ancianos buscando algo de pan. Sus manos y pies están demasiado lastimados, pero no queda ningún sanador vivo en el pueblo, busca en cajones telas y algo que le sirva para curar las heridas, con su voz marchita le ruega a las estrellas aguantar un día más.
Cuerpos de ancianos caen dormidos en silencio en sus chozas, nadie se atreve a enterrarlos pero las llamas lamen y envuelven la madera por las noches, ella tarda en entender hasta que un niño le cuenta que los adultos hacen eso porque esos ancianos estaban enfermos. Sigue pensando que prefiere el rojo de las flores con aún más fuerza.
...
Cuando la primavera llega, es la primera vez en meses que Rin se para frente a la puerta —o lo que queda de ella— del pequeño pueblo. Se queda en silencio como un pequeño ratón viendo a refugiados de otras aldeas migrar a la suya, invadiendo las calles silenciosas, rostros desconocidos entran esperanzados, buscando sobrevivir en tiempos de guerra. Es por primera vez que quiere huir de la precaria aldea, pero el miedo de saber que hay ladrones fuera la hacen volver con pasos temerosos a su cabaña. Se acurruca en mantas y observa desde la ventana rota a la gente pasar, se da cuenta que el miedo se extiende y abarca su desnutrido cuerpo, al punto que pone un mueble contra la puerta.
Esa noche no duerme, ni la siguiente semana, lo único confortable de la invasión de gente nueva es que llegó una anciana, una sanadora habían dicho, la cual le da ungüento y vendas para sus heridas, es la única persona buena que había entrado en la aldea, los demás aún causan terror en la pequeña niña. Por las mañanas se queda en su cabaña, con un palo de madera amenaza a quien quiere entrar, y por las noches sale a trepar árboles para buscar frutas. Solo la anciana Kaede que algunas veces la ve por las noches recolectando flores, le dice que tenga cuidado.
Rin mira las estrellas luego de esas charlas y desea ver en ellas a su familia. Ha dejado de hablar progresivamente, así que solo pide deseos con la mirada de forma suplicante.
...
El verano llega con fuerza y con él se lleva los deseos. El pimpollo de flor que nunca floreció y nunca supo el nombre, es destruido por sus pequeñas manos.
-tsuzuku-
Notas finales: La leyenda dice que habrán caminos de flores para las almas, curiosamente la lycordis radiata (Hinganbana/Flor del infierno) florece en otoño, así que tomé ese mes para que Rin llegue a ver a Sesshomaru, je. Wait ¿Lo esperan en el primer capitulo?
Pd: Si, tengo más de un fic en pausa, soy un desastre, prometo que esta vez no pasara, tengo la historia en su totalidad... O algo así. Y gracias a mi waifu marica por ser mi beta~
¡Hasta pronto!
