Disclaimer: Algunos personajes pertenecen a Jotaká, los demás son de mi loca imaginación.

Aviso: Contenido sexual, violencia, fic recomendado para mayores de 18 años, menores dar media vuelta si no quieren traumerse ^^, su servidora no cuenta porque ya esta afectada.

Nota: Scabior ésto es para ti, sin tu reto el fic no hubiera nacido.

Mortífagos Caídos

Capítulo uno:

Crueldad

Sus mascaras habían caído mucho tiempo atrás, ni siquiera sabían cuántos años transcurrieron luego de aquél día, ése día en que su señor perdió, mejor dicho fue destruido y por un chico de diecisiete años, el tal Harry Potter, ése chamaco que le arrebató su fuente de poder a él y a sus demás ex -compañeros mortífagos; ¿Quién era él? En realidad poco importaba, lo único importante era la historia que tenía por contar, y quizás comenzaría a relatar desde que todo aquello sucedió, todo fue culpa de tres muchachas, ellas eran las culpables de que ahora varios mortífagos se hubiesen vuelto locos, y no precisamente de locura, sino de amor.

Ahora que lo analizaba, sí ellas no se hubiesen rebelado contra sus amigos y conocidos, la historia de los mortífagos fuese otra muy diferente. Tres nombres importantes, conocidos y realmente famosos. Sí, definitivamente esas chicas eran las culpables de todo, de absolutamente todo. Lamentablemente ya nada se podía hacer, sólo tenían que sobrellevar su destino.

Y allí se encontraba, tan alto y musculoso como siempre, con su reconocido bigote aún adherido a su piel, con sus ojos destellantes de rabia y odio, y con aquellas ganas de matar a su "dueño".

-¿Qué te sucede Macnair? –preguntó un hombre gordo y de aspecto aristocrático, sin duda alguna un mago de muy alto rango en aquél entonces.

-Nada.-contestó el otro hombre, sosteniendo una bandeja en sus manos.

-¿Nada qué, desgraciado?-cuestionó de nuevo el hombre gordo, justo antes de tomar su varita y lanzarle un cruciatus al hombre que era su esclavo.

Walden Macnair cayó al suelo junto con la bandeja que sostenían sus manos, se retorcía de dolor y por una vez más sentía aquél terrible y negro hechizo en su cuerpo, las miles de cuchillas invisibles se adentraban en su piel una y otra vez; pero aunque muriera en el intento no lanzaría ni un simple quejido de dolor, no le daría el gusto a su dueño.

-S- eñ-señ-señor-logró decir.

El hombre gordo término el hechizo al instante.

-Así me gusta imbécil-comentó, mientras sorbía un poco de té, el cuál había sido traído por Macnair.-; pero aún no me he divertido lo suficiente.-y sin agregar nada más, el ex –mortífago sintió nuevamente miles de cuchillas atravesar por varias partes de su cuerpo, causándole un insoportable dolor.

Y mientras Macnair gemía de dolor, su dueño reía a carcajadas, verdaderamente le encantaba lanzarles crucios a sus esclavos, sobre todo a aquél ex –mortífago.

De nuevo en ése lugar, antes de convertirse en "eso", disfrutaba tanto el luchar, herir e incluso matar a alguna persona; pero ahora, todo esa situación le aburría y algunas veces le enojaba, no soportaba ser mandado por nadie, nunca lo acepto, quizás sólo por Voldemort; pero su señor era diferente, con tan sólo verlo era suficiente para tenerle respeto o miedo, su presencia era necesaria para obedecerlo, no era necesario nada más.

-¿¡Qué te ocurre idiota!-un hombre con gafas y portador de un bastón le grito.

-Nada señor.-respondió él sin vacilar, no quería un castigo, el último que había recibido había sido suficiente, sobre todo porque era insoportable el dormir en las noches.

-¡Entonces por qué no peleas! ¡Quiero diversión y lo que haces es dar vueltas y vueltas! ¡Ni siquiera sabes pelear, imbécil!- y sin decir nada más le soltó un puñetazo, Antonin Dolohov observaba a su dueño con una expresión de odio, y era aquello lo más fuerte que sentía por aquél hombre que se jactaba de ser su propietario.

-Como usted ordene, señor.-contestó luego de escupir la sangre que le había provocado aquél golpe.

Se dirigía al lugar en donde una vez más tendría "un duelo" con algún otro esclavo, esperaba que ésta vez no fuese a muerte, porque verdaderamente no tenía ganas de matar a alguien esa noche.

Se giró a ver a su contrincante de ésa noche y no pudo evitar sorprenderse un poco.

-Buenas noches, Antonin.-susurró aquél a quién debía herir gravemente, y tan sólo para divertir a su amo.

-Buenas noches, Walden.- sonrió con suficiencia, aquella sería una buena pelea o al menos eso esperaba, por lo que recordaba Macnair era bueno en el combate con varita; pero… ¿Qué haría sin ella?-Es bueno verte de nuevo.

-Lo mismo digo.

Y allí en el medio de personas de alta alcurnia, clase a la cual ellos pertenecían tiempo atrás, ambos ex mortífagos comenzaron un combate cuerpo a cuerpo, al puro estilo muggle y sintiéndose ambos totalmente humillados por tener que cumplir las órdenes de los idiotas de sus propietarios. Quizás en aquél momento era cuando más odiaban al ministro de magia, sino fuera por él, ellos muy seguramente no estarían en esa terrible y humillante situación.

-¡Ja! ¡Ya lo vez, Gruen! – Exclamó el dueño del hombre apellidado Dolohov, al señor gordo propietario de Macnair.-Mi hombre es excelente en la lucha, no sé porque aceptaste esta inútil pelea, debes admitir que a pesar de sus músculos, ese ex - mortífago que posees, no ha dado la talla.-dijo con superioridad.

-¡Algún día te ganaré, Triums!-exclamó el hombre gordo.-Y ahora tú idiota.- añadió dirigiéndose a Macnair.- ¡Levántate! arreglare cuentas contigo tan sólo al llegar a casa.

Walden sólo asintió, sabía perfectamente lo que vendría, mentalmente se preparaba para no dormir aquella noche y sobre todo para aguantar el dolor que muy seguramente le causaría su amo.

Antonin observó con pena a su ex –compañero conocía muy bien esa mirada de furia en el amo del mismo, era la misma que colocaba su amo, cuando uno de sus esclavos perdía alguna pelea y a dichos esclavos no volvía a verlos en muchas semanas.

-¡Sabes perfectamente que odio perder, maldito!- Enojado, ése era el estado de su dueño, Walden sabía muy bien lo que le sucedería, su espalda lo reclamaría luego; pero nada podía hacer, aquél era su miserable destino.

Silencio, lo mejor en aquellos momentos era quedarse en silencio.

-¡Lo odio! Y mucho más perder enfrente de ese idiota.-vociferaba el hombre gordo.

Caminaban por un pasillo oscuro, iluminado sólo por un débil rayo de luna que se colaba por un agujero en el techo.

Gruen sujetaba a Macnair por una cadena que éste poseía en sus manos, impidiendo totalmente el movimiento de las mismas. Y arrastrándolo se adentro junta a él en una habitación aún más oscuro que el pasillo.

Ahora aprenderás, maldito engendro.-y tomando un látigo el cual se encontraba en una mesilla cercana, comenzó a azotar al mortífago con todas sus fuerzas, insultándole luego de cada azote.

Macnair sólo gemía, su espalda ardía; pero no le daría el gusto a su amo.

Lágrimas

Aquello era fatal, definitivamente ésa situación era por demás desagradable. Odiaba ser esclava de alguien, pero sobre todo aborrecía a su dueña, y odiaba aún más tener que mostrarse tan pasiva y obediente, ya que de lo contrario muy seguramente lo lamentaría.

-¿Crees qué esto es limpio?-cuestionó una mujer de cabellera castaña, poseedora además de unos anteojos.- ¡No sabes hacer nada, imbécil!-gritó con fuerza a la mujer rubia que se encontraba frente a ella, o mejor dicho a sus pies.

Narcisa Malfoy estaba en el suelo, su cabello antes liso, rubio casi platinado, ahora era sólo un corriente, desgreñado, sucio y descuidado cabello rubio oscuro.

-Pero, señora-refutó la señora Malfoy, sin embargo su "dueña" no le dejo continuar hablando.

-¡Y eres capaz de contradecirme!-exclamó realmente enojada.

Narcisa temió haberse expresado mal, si su dueña se enojaba aún más, de seguro ella sufriría las consecuencias. Se levantó del suelo, para tratar de remendar su error.

-No señora, sólo…

-¡Y continuas contradiciéndome, idiota!-volvió a gritar la castaña y sin tan siquiera avisar le soltó una cachetada, provocando que la rubia volviera al suelo inmediatamente y con una dolencia en su mejilla derecha.- Eso es para que aprendas, desgraciada-acotó-, y ahora limpiarás todo de nuevo ¿¡Entendido!-cuestionó mientras sacaba un cinturón de una gaveta cercana.

La mujer rubia gimió inconscientemente, aún recordaba cuando hacía unas semanas atrás, su dueña le había azotado con dicho cinturón, dejando varias marcas en su espalda, piernas y otras partes de su cuerpo, de tan sólo recordarlo las heridas que aún no habían cicatrizado por completo comenzaban a dolerle levemente. Era precisamente en ésos momentos cuando recordaba los maltratos que ella misma le proporcionaba a los elfos domésticos y en ésos mismos momentos comprendía la miserable y desdichada vida que anteriormente llevaban dichos seres.

-Como usted ordene, señora-susurró, mientras acariciaba su mejilla adolorida, tomó de nuevo los instrumentos de belleza y comenzó a fregar el suelo de aquella mansión.

-Mas te vale haber entendido, miserable.-y simplemente tomó el cinturón con fuerza para estrellarlo en la espalda de la Malfoy dos veces seguidas, Narcisa soltó un gemido de dolor. La mujer se agacho y jaló el cabello de la rubia- Eso es sólo una muestra de lo que te sucederá si no limpias la mansión como es debido.-susurró en su oído.

La señora Malfoy sólo asintió y a pesar del dolor que acarreaba su espalda continuó fregando el suelo, como si de un elfo doméstico se tratase.

-Recuérdalo querida Narcisa, todo limpio o de lo contrario lo lamentarás…-dijo la castaña soltando el cabello de la rubia, levantándose y alisando su ropa, para de ésta manera retirarse del salón principal e ir a su habitación, odiaba tener que estar al pendiente de la servidumbre; pero si no lo hacía su gran mansión se volvería un desastre.-Estos malditos sirvientes, no sirven para nada.-susurró antes de recostarse en su cama.

Nunca lo imaginó, ni siquiera lo pensó, sin embargo allí estaba, en esa despreciable, miserable y asquerosa situación, definitivamente nunca creyó que por seguir los ideales de sus padres y que por casarse con Draco Malfoy, ella terminaría allí, en ese asqueroso lugar, que era el testigo de una situación por demás despreciable.

-Te he dado una orden, niña.-Un hombre, que muy seguramente le doblaba la edad habló-comienza a desvestirte o tendré que ayudarte yo mismo.-, la lujuria y el deseo se veían reflejados en sus ojos.

La chica tembló ligeramente, sobre todo cuando ése hombre posó sus grandes y toscas manos en su cuerpo.

-Señor, por favor, se lo suplico.-gimió la menor de las Greengrass, mientras gruesas lágrimas comenzaban a surcar de su rostro.

El hombre bufó molesto.

-Odio cuando lloran-comentó, mientras continuaba acariciando el cuerpo de la chica por encima del vestido.-, sin embargo lo único que haces es volverte más apetecible.-mordió su labio inferior al decir aquello, dándole una asquerosa imagen a la joven chica.-Debes hacerte a la idea querida, serás mía-lentamente se iba despojando de su camisa.-, quieras o no lo serás.-acotó mientras introducía sus manos bajo el vestido de la muchacha.

A cada segundo que pasaba sus ojos se enrojecían aún más por el deseo, y los de la chica se encontraban cada vez más llenos de lágrimas.

-Por favor, no me haga esto señor.-suplicó Astoria, mientras lágrimas y más lagrimas surcaban de su rostro.

Ya esa situación comenzaba a enfadarle y él no es que tuviera mucha paciencia.

-¡Ya cállate, niñita!-exclamó enojado y como acto reflejo lanzándole una golpe a la chica.-Serás mía y punto.-acotó, mientras paseaba sus manos por los senos de la Greengrass.-además estoy seguro de que te encantará.-y sin agregar nada más le quitó aquél estorboso vestido y termino de desvestirse a sí mismo, mientras comenzaba a repartir besos húmedos por el cuerpo de la joven.

-¡Auxilio! ¡Qué alguien me ayude!-gritaba la Malfoy, mientras luchaba con todas sus fuerzas para quitarse aquél hombre de quizás cincuenta años de encima. Lamentablemente sus esfuerzos fueron inútiles, ya que por mucho que gritase nadie la escucharía y los que la escucharán jamás la ayudarían, conocían a su amo y él jamás debía ser interrumpido en nada, a menos de que quisieran morir instantáneamente.

-Deja de llorar, tonta-dijo el hombre con voz ronca, mientras tocaba el centro de la esposa de Draco Malfoy.-Si así te sientes… ¿A qué sabrás?, eres realmente suave, perra.- comentó besando el cuello de la chica.

Sin poder aguantarse un segundo más, se dejo de protocolos y simplemente se adentró en centro de la chica, de manera brusca y posesiva. Se movió con rapidez y obligo a Astoria que se moviera también, cuando llegó al éxtasis, salió de ella y colocándose de nuevo su vestimenta abandonó el establo, dejando tras de sí a una Astoria en estado de shock, sollozando y derramando gruesas lágrimas, pensando sólo una cosa ¿Por qué ella?

¿Cuánto tiempo había pasado? No lo sabía, sin embargo continuaba haciéndose la misma pregunta ¿Por qué ella? Allí estaba totalmente inmóvil en aquella paja, ya las lágrimas simplemente no salían de sus ojos; pero eso no significaba que ya no sintiera asco al ser tocada por aquél anciano, lamentablemente no podía hacer nada, su palabra valía poco y ella sólo era un esclava, además había aprendido a ser obediente y cumplir todas las cochinadas que le pidiera hacer su "dueño".

-Cada día más mejoras tu técnica Tori.-comentó el hombre besando el cuello de la chica.

-Lo que tú digas.-acotó Astoria.

Había aprendido a no sentir, a sólo escuchar y hablar sólo cuando era necesario; pero sobre todo había aprendido a odiar. Y era eso lo que sentía por aquél hombre que en ése momento estaba encima de sí, odiaba a ése anciano con todo su corazón y alma.

¿Por qué Draco no la había salvado? Muy sencillo su esposo fue separado de ella al instante en que sus "dueños" los adquirieron, al rubio lo había comprado una mujer de avanzada edad, quién confesó estar atraída por el porte aristocrático del menor de los Malfoys, en cuanto a ella pues había sido vendía a aquél anciano que debía servir.

Ahora debía tomar el miembro de dicho anciano y colocarlo en sus labios, sólo para el disfrute y diversión de su amo, nada podía hacer más que eso, divertirlo, servirle y obedecerle en todo lo que él le pidiera, sin derecho a renegar o agregar nada más.

-¡Oh, por Merlín! Sigue… ah, sigue así maldita perra.-el hombre gemía como loco y movía sus caderas rítmicamente, estaba seguro que pronto llegaría al éxtasis y todo gracias a su joven esclava.- Más rápido maldita.-gemía, mientras tomaba los cabellos de Astoria y jalaba la cabeza de la misma hacía sí, para que de ésta manera su miembro se adentrara por completo en la boca de la chica.-Perra… exquisita.-dijo, mientras aceleraba aún más sus caderas, el éxtasis estaba pronto, lo sabía, lo sentía.

Y un grito prorrumpió en aquél establo. El éxtasis ya había llegado.

-Espero que este satisfecho.-susurró la mujer sin emoción alguna, con las gotas de sudor recorriendo su rostro.

-Por supuesto que lo estoy Tori, Merlín cada día mejoras mas, mi querida perra.-tomo el cabello de la chica entre sus manos y la atrajo hacía sí, para proporcionarle un asqueroso y apasionado beso.-Ya puedes irte, mañana a la misma hora.