N/A: Acabo de terminar de verme Hunter x Hunter y los feels me hicieron escribir esto. Lo hice sin pensar.
Disclaimer: los personajes pertenecen a Yoshihiro Togashi, blablah.
Para cuando el Rey contempló las consecuencias de sus actos, una incómoda sorpresa le había consumido hasta helar su respiración. El cuerpo inmóvil y destrozado que yacía en el suelo no era el que esperaba. En vez de la humana, era el cadáver de un ave. Una especie que siquiera debía suponer una amenaza para un ser humano, pero que, a pesar de eso, se había convertido en un despreciable tirano frente a la indefensa mujer que continuaba en el suelo, temblando mientras ahogaba su dolor y angustia como un importante secreto.
El Rey no lo comprendía. No podía hacerlo. Él era la cúspide de toda especie, después de todo.
¿Por qué se había dejado lastimar por un ser tan inferior? ¿Por qué se había negado a pedir ayuda?
Ella no era ninguna molestia—, ella era importante.
Un ser especial.
Una criatura frágil y vulnerable, pero sumamente especial.
Para él.
Más allá de esas preguntas y todas las demás que surgían desde un pequeño rincón de su cabeza, había una que se alzaba con una fuerza ensordecedora que le encogía el pecho y entorpecía sus propios pensamientos —a él, a su Majestad—, y convertía todos sus propósitos en nada más que brisa y nieve:
¿Qué era aquella molestia, parecida al dolor, similar a la desesperante impaciencia por ver aquel mundo justo antes de nacer, que se producía nada más sus ojos contemplaban las heridas sobre la piel de cal de aquella mujer?
Se veía con la angustia convertida en un nudo en su interior que le atragantaba y le enfurecía, porque no soportaba verla herida. Despreciaba su dolor. No lo quería. Lo aborrecía.
No quería el dolor de esa mujer.
Prefería su torpeza, su honestidad, su humildad. Su emoción al jugar era lo que más adoraba.
Paulatinamente, la percepción de su Majestad, primeramente plagada de muerte y destrucción, de un hambre cruel y una tiranía insana, se diluyó en parajes intangibles y espacios inimaginables. Komugi se convirtió en el calor de un amanecer de primavera en el cual los rayos de sol acariciaban dulcemente su piel de acero, mientras la humedad de la hierba se entremezclaba con la fragancia sutil de las flores. Su voz arrulladora burbujeaba en sus tímpanos, provocándole cosquillas al estallar éstas, al mismo tiempo que la luz reflejada en las burbujas se convertía en un arcoíris marino. En sus ojos plateados descansaba la luna, en medio del silencioso universo y sus millones de estrellas. El Rey siempre se perdía en ese espacio, imaginando que cada sonido emitido por las piezas del tablero era un paso que él mismo daba para alcanzar un nuevo astro. A través de los orbes perdidos de Komugi, el Líder Supremo creyó encontrar los límites de un universo infinito, mientras que con su voz se veía envuelto por vastos jardines multicolores, cuyo brillo le ofuscaba la conciencia mientras una lluvia de perlas caía sobre él.
Meruem entonces, cumbre de la perfección, concebido para subyugar y alimentarse de todo ser vivo, conoció y palpó la fragilidad, deseó acunarla entre sus brazos y admirarla por siempre; y en su corazón añoró simplemente un tablero de madera y a una niña hecha de burbujas con sabor a felicidad.
