Tu mayor tentación

Por: Wendy Grandchester

Disclaimer: Los nombres de los personajes de esta historia no me pertenecen, pertenecen a sus respectivos autores. La historia es de mi total autoría realizada con el fin de entretenerlas, no de lucrar. El primer capítulo contiene lenguaje un poco fuerte debido a que explica la vivencia en el mundo de las calles y así se habla en ese mundo, no necesariamente el resto de la historia tendrá ese vocabulario. En las escenas sexuales que tarde o temprano formarán parte de la historia, no soy vulgar, pero sí explícita, así que si son sensibles a esos temas, siéntanse en libertad de abandonar la historia, no es mi intención ofender la sensibilidad de nadie. Aclarando estos puntos, disfruten de una historia amena, llena de pasión y amor.

Capítulo 1 La promesa

Anthony Brower tenía veinticinco años, pero la dura experiencia y la supervivencia en las calles de Villa Palmeras, Santurce, han hecho que su mentalidad superara la de un hombre de sesenta, con todo lo vivido y aprendido de la vida misma. Su padre los abandonó hacía diez años y su madre había muerto hacía cuatro años, víctima de un Sida que la consumió, dejando a Anthony de veintiún años solo y con la custodia de su hermana de catorce años, Candice.

-Anthony... no me gusta lo que haces, por favor... cuídate, no puedo perderte a ti también.

-Sé que no te gusta, pequeña, pero esto es lo que está trayendo la comida a la mesa. Ya cambia esa cara, mi reina, sonríe para mí y dame un besito para la suerte.

Candy que para la fecha ya tenía diesciocho años, se resignó a ver a su hermano partir con su pistola en el bolsillo trasero de su jean y mucho dinero en marihuana y cocaína. Siguiendo el llamado de la calle, la única salida que había encontrado para mitigar el hambre y la miseria, Candy en esas noches que él salía a "trabajar" no dormía, ya había visto a muchos amigos del barrio abandonar el mundo de los vivos y muchos otros cumpliendo ridículas condenas de más de cien años de cárcel por narcotráfico entre otros asuntos que le daba terror siquiera pensarlo. Resignada, se concentró en su tarea para enfermería que estudiaba en la Universidad Metropolitana de Bayamón. Anthony le daba todo, ella simplemente tenía que estudiar y por nada del mundo seguir sus pasos, la había amenazado él muchas veces. Que su sacrificio valiera para algo, le dijo severamente.

-Anthony, ¿estás seguro que es aquí?

Preguntó Terry mientras estacionaban el carro donde andaban en territorio del residencial Luis Llorens Torres.

-Fueron las instrucciones de Chaparro. Ahí vienen, son los de la foto que me enseñó. Primero que muestren el dinero, indicó Chaparro. El gordo no es de fiar, hay que tener cuidado con él, no es la primera vez que trata de pasarse de listo.

-No te preocupes, Tony, al primer movimiento en falso que vea, lo roceo de plomo.

Los tres sujetos que recogerían la mercancía se acercaban a ellos con paso decidido y amenazante. Algo no iba bien, pensó Anthony, así que al recivir la señal de bajar del auto, aseguró y cargó bien su arma, en caso de que tuviera que linchar alguno. Anthony abrió el baúl para mostrarles la mercancía, aprovechando que a esa hora alta de la noche, nadie osaba aventurarse por esos alrededores, ni siquiera la policía. El gordo, al que apodaban "Tonka", echó un vistazo hacia el baúl y le hizo señas a los otros dos para que verificaran, como dos títeres obedecieron al Tonka y se acercaron al baúl. Terry que no sobresalía por su paciencia, comenzó a suspirar y a resoplar intranquilo, mirando con cautela a los tres tipos.

-¿Qué le pasa a la muñequita que está tan inquieta?

Preguntó refiriéndose a Terry uno de los títeres, este era alto y delgado y se le conocía como "Lombriz".

-¿Cómo me llamaste, cabrón?

Dijo Terry sacando su arma y apuntando hacia el pecho de Lombriz, pero en varios puntos de su cuerpo, incluyendo pecho, espalda y cabeza, tres armas apuntaban hacia él. Anthony también sacó su arma y le apuntó al Tonka. La cosa se estaba poniendo fea.

-Llevas todas las de perder, niño bonito. Te aconsejo que te controles o no me va a temblar el pulso para explotarte aquí mismo.

Esto lo dijo el tercer sujeto, un negro alto y fornido al que llamaban "Bembetrueno".

-¿Por qué mejor no sacas los chavos y te dejas de mierdas? A Chaparro no le gusta que jueguen con sus habichuelas. Mira como terminó "el chapulín".

Tomó la palabra Anthony y todos bajaron sus armas por el momento. El Tonka al fin abrió el maletín que traía en las manos donde se suponía que habían veinticincomil dólares. Terry después de verificar, hizo una seña a Anthony de que todo estaba bien y los tres tipos comenzaron a llevarse la mercancía. Se escuchó un tiroteo y sacando todos sus armas, se apresuraron a cubrirse en los pasillos y debajo de las escaleras del residencial.

-No lo pienses, Terry. Mátalo. Es él o tú.

Llovían balas por todas las partes. Los residentes se encuevaron en los apartamentos y cerraron todas las puertas y ventanas. Nadie quería ver nada, nadie llamaría a la policía, nadie sabe ni vio nada. Ley de la calle. Anthony ya tenía un tiro en una pierna. El Tonka seguía disparando sin tregua muy cerca de ellos y a Terry no le quedó más que matarlo como dijo Anthony.

-¡Mierda! ¿Por qué tuvo que guillarse de puerco? Nunca había tenido que matar a nadie hasta que Chaparro decidió negociar con este cabrón.

Terry aún no podía creer que se hubiera atrevido, aún le temblaba la mano.

-No había opción, brother, no ibas a dejar que te matara.

Dijo Anthony y en seguida más y más disparos seguían lloviendo, era una guerra cruel por el poder y el territorio. Los del bando contrario estaban hambrientos de sangre. Anthony y Terry salieron corriendo sin dejar de disparar para atrincherarse debajo de otra escalera.

-Vamos, Anthony, rápido... ¿Anthony?

Lo llamó Terry al ver que de pronto había dejado de correr y sus ojos se pusieron fijos mientras se tocaba el pecho para segundos después desplomarse en el piso.

-Anthony, puñeta, no te mueras, tú no me puedes hacer esto.

Terry estaba desesperado. La sirena de la policía comenzó a escucharse y el tiroteó cesó, todo el mundo desapareció.

-Terry... hermano... Esta vez no voy a contarla...

Anthony estaba agonizando y la sangre cada vez era más.

-No digas eso, tú eres un cabrón, no puedes morirte así.

Terry no podía soportar cómo se le iba la vida a su mejor amigo de infancia, juntos habían pasado tantas cosas, se habían cuidado la espalda, se habían apoyado en todo.

-Por faaa-voorr... cu-cui-da a Can... Candy...

Fueron las últimas palabras de Anthony mientras le apretaba la mano a Terry. La policía llegó y pronto se encargarían del cuerpo de Anthony.

-El plan falló. Abandonen.

Dijo uno de los policías por el radio a sus hombres.

-¡Malditos sean todos ustedes! ¿Este era el plan? ¡Maldita la hora en que decidí cooperar con ustedes!

Terry estaba fuera de sí. Él y Anthony estaban trabajando incubiertos, cooperaban con la policía para evitar ser arrestados, el plan era atrapar al trío que provocó toda esa tragedia y que estos cantaran y los llevaran a Chaparro, que a pesar de que Terry y Anthony habían tenido contacto con él, hacía meses que no lo veían personalmente, sabía cómo jugar y por eso el plan falló. Porque pusieron a los policías más ineptos a llevar ese caso. En el fondo, nadie quería atrapar al Chaparro, todos le temían, de ahí la ineptitud de la policía.

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El cuerpo de Anthony estaba en capilla ardiente. Todo el barrio estaba presente en el velorio. Muchos tenían camisetas con su foto que decían: "Siempre te recordaremos, Tony". Varias chicas alegando ser sus novias lloraban incosolablemente también. Candy estaba desecha y no paraba de llorar en el pecho de Terry, de cuyos ojos tan azules como el zafiro brotaban gruesas lágrimas. Abrazaba a la rubia que se había quedado sin nada de la noche a la mañana.

-¿Por qué él, Terry? Si ya estaba haciendo las cosas bien.

Decía Candy quebrada en llanto.

-Porque la vida es así de hija de puta, pecosa. Pero ya no llores, por favor. Anthony no le habría gustado verte así.

-No puedo, Terry. Mi hermano era todo lo que yo tenía. Ahora estoy... sola, otra vez.. como siempre. No puedo más, Terry, ya no puedo más.

El llanto de ella salió a todo motor y ya Terry no encontraba qué hacer. La adoraba porque la conocía desde que tenía pañales, aunque llegó a odiarla en sus años adolescentes cuando él y Anthony comenzaron a fumar y ella los delataba haciéndolos ganar varias palizas por parte de sus padres. Ahora Terry había hecho una promesa, una que no rompería jamás.

-No estás sola, pecosa. Yo estaré contigoy voy a cuidarte con mi vida si es posible. Te prometo que no va a faltarte nada.

Candy lo abrazó más fuerte. Tenerlo a él cerca era como conservar una parte de su hermano. Eso y muchas cosas más porque ella había vivido enamorada de él desde los quince años, aunque él no tenía ni la más mínima idea de que ella tuviera esos sentimientos. Él siempre la había visto como la "hermanita" de su mejor amigo, una niña, intocable. Nunca sus ojos se habían puesto en ella con otra intención. Candy sufría mucho por eso. Lo amaba. Cada vez que se acercaba a ella esa anatomía de seis pies y dos pulgadas, con esos ojos que podían ver a travez del alma, azules como el mar profundo, ese pelo castaño y rebeldemente largo hasta los hombros, tan lacio y suave. Esa mandíbula perfectamente delineada y firme. Su nariz recta esos labios rojos, sensuales y varoniles. Su cuerpo fuerte, musculoso, pero sin exagerar, hacía que Candy tuviera muy dulces sueños cada noche. A sus veintiocho años, Terry estaba en su punto, un hombre completamente, irresistiblemente guapo, evasivo, arrogante y engreído. Tenía un carácter del demonio, pero con Candy siempre había sido todo dulzura y cuando Anthony no podía conseguirle algo, lo hacía él, como la hermana que nunca había tenido.

-Ni siquiera tengo a dónde ir... No tengo nada... ¡Dios mío!

-Pecas, claro que tienes a dónde ir. Vivirás conmigo. Desde hoy en adelante.

Esa sentencia hizo que Candy abriera los ojos bien grande, sus brillantes esmeraldas querían salirse.

-¿Contigo?

-Sí. Se lo prometí a Tony, tengo que cuidarte, por tanto no puedo dejarte en este barrio de mierda. Vendrás conmigo y no tienes otra opción así que no te molestes en replicar.

Terry siempre había sido arrogante y mandón y eso le fastidiaba.

-Ya no soy una niña, Terry, puedo decidir yo sola.

Él la miró y alzó una ceja, mostrando más aún su arrogancia.

-Entonces, dígame, doña Candice, ¿dónde piensa vivir?

Ella supo que no tenía opción y tenía que aceptar su ayuda. Terry era necio y terco por naturaleza y estaba muy acostumbrado hacer su voluntad y doblegar a los demás. No trabajaba ni tenía dinero, así que su única salida era aceptar la "amable" oferta de Terry. Como no pudo revirar su argumento, sólo se limitó a darle un codazo.

-¿Dónde vives?

-Ya lo verás, pecosa curiosa. Te va a gustar y si quieres puedo pintar tu cuarto de rosado y comprarte tu cama de las princesas de Disney.

No era el momento para bromas, según lo tradicional en un velorio, pero de alguna manera, Terry tenía que despejar la mente para no ir a matar aquellos desgraciados. También quería que Candy pensara en otra cosa que no fuera su profundo dolor. La policía los tenía protegidos a ambos debido al fallo en la operación, Terry que siempre había usado el apellido de su mamá, irónicamente se lo cambió a Grandchester y su nombre "Terruce" lo cambió por Terrence. Su padre, aunque tarde, había decidido reconocerlo, así que usó el apellido sin problemas, lo que Candy no se imaginaba era que Terry ahora era dueño del comercial más grande del país, lo que le dejó su padre en vida, hacía a penas unos días, pues Richard Grandchester nunca tuvo más hijos y vino a reconocer a Terry casi a los treinta años. La vida de Candy daría un gran giro y la de Terry también...

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-¿Aquí vives?

Preguntó Candy con asombro. El apartamento era inmenso, todo era blanco. Las paredes y cortinas blancas y limpísimas. En el salón, los muebles eran en piel, de diseño italiano, compuesto por una sofá grande, un love seat y una butaca reclinable. Un gran mueble en madera color cherry sostenía un gran televisor LCD de 72 pulgadas. Un modernísimo equipo de sonido y todo lo habido y por haber para tener el cine en la casa. Una elegante mesita de centro con una fina vasija de cristal guardaba finísimas esferas brillantes en colores blanco, vino y dorado. El comedor también era en combinación de la sala, una mesa en madera color cherry pero en el centro tenía un cuadro de cristal con piedras blancas dentro. Las seis sillas que lo componían estaban tapizadas en piel al igual que los muebles de la sala. La cocina sería el sueño de cualquier mujer, inmensos gabinetes en el mismo material de madera, una modernísima estufa, una alacena totalmente llena y una nevera en stainless steel también abastecida que hacía hielo y hasta fotocopias, pensó Candy. Hasta el micro-ondas era enorme. También tenía un pequeño desayunador con tres sillas.

-Aquí viviremos, pecosa.

Candy estaba fascinada y no le dio importancia a que él la llamara por ese adjetivo que odiaba. Ella no era muy alta, pero tampoco baja, medía cinco pies con cuatro pulgadas, al lado de Terry obviamente iba en desventaja, pero no le faltaba nada. Tenía unos ojos melancólicos color esmeralda que había heredado de su madre, Sarah. Era esbelta, su figura bien esculpida con cada cosa en su sitio, piernas bien torneadas, glúteos y pechos erguidos y firmes. Su pelo rubio ondulado y abundante era herencia de su abuela Elroy. Su naricita pequeña y graciosa y su boca con labios rosados y carnosos eran los rasgos de su fallecida madre. Su rostro estaba salpicado de numerosas pecas que la hacían ver adorable a los ojos de todos, menos los de ella. Motivo del cual Terry se burlara de ella toda la vida. Ella podía contar las veces que él la había llamado por su nombre en toda su vida y le sobraban nueve dedos.

-Pero... ¿Cómo fue que tú viniste a parar...?

-Es una larga historia, pecas, en su momento lo sabrás. Ahora vamos arriba para que veas tu cuarto.

Candy lo siguió por las escaleras, estaba un poco seria y sólo pedía que la buena posición de Terry no se debiera a que andaba haciendo de las suyas en las calles nuevamente.

-¿Este es mi... cuarto...?

Ella no lo podía creer. Una inmensa habitación con una cama queen size en caoba con un espaldar en piel blanco, tenía espejos incrustrados en el borde superior del espaldar y en la piecera. Su gabetero tenía un buen espejo y el borde superior también tenía un espejo incrustrado. Su enorme armario era en espejo. Tenía un escritorio con la laptop y una silla rodante. Las paredes estaban pintadas de lila, bien claro, casi inperceptible y en una de las paredes unas siluetas de mariposas blancas. Las sábanas eran en rosa, blanco y violeta con mullidas almohadas y cojines felpudos. Tenía su propio baño, igualmente moderno y adaptado. Con todo lo que pudiera necesitar y lo que no también.

-Disculpa, no habían camas de Rapunzel para una niña tan grande...

-¡Terry! Todo es... hermoso. Gracias.

Le dijo con una gran sonrisa que él le devolvió. Sintió una gran alegría al verla así. Haría todo lo posible por hacerla feliz, se lo debía a Anthony. Terry se sentó en una esquina de la cama para deleitarse viendo como ella contemplaba y curioseaba por toda la habitación. Encendió su laptop y cuando al fin la pantalla terminó su iniciación, se quedó muda por unos instantes. El fondo de pantalla era una foto de Anthony, sonriendo, feliz y lleno de vida. Se puso a llorar de repente y fue junto a Terry que la llamó.

-No llores, te ves muy fea. Sé que lo extrañas mucho y yo también, pero tienes que seguir adelante por él. Se lo prometiste y no puedes fallar.

Terry la tenía arrullada entre sus brazos mientras ella sollozaba. Ella había enterrado el rostro en su pecho y por la pocisión que se encontraban sentados en la cama, ella estaba sentada en una de sus piernas. Su cabeza estaba apoyada de la barbilla de él y Terry pudo oler su pelo, fragancia que le llenó los sentidos. Ella olía divino, a rosas, a limpio, a loción, increíblemente femenina. Él nunca había percivido nada de eso en ella antes.

-Lo intento, Terry, pero es que...

Él buscó su rostro para levantárselo tomándola de la barbilla. Su cara estuvo muy cerca de la suya y a él se le quebró el mundo cuando vio sus enormes ojos brillando en lágrimas. Sus mejillas y nariz sonrosadas por el llanto. Nunca había reparado en lo hermosa que era. Sus lágrimas rodaban y se ahogaban en sus labios, acontecimiento que hizo que él se fijara en ellos por primera vez. De pronto, sin saber por qué, deseo besarlos, besarlos hasta que se hicharan y se enrojecieran. Desechó ese absurdo pensamiento de pronto, sintiéndose un patán por pensar en semejante cosa en ese momento y con una "niña" según él. Debía ser el cansancio y el stress que lo hacía pensar en esas tonterías, pensó. Ella era una niña inocente y él... había vivido mucho y por su experiencia, sabía que no era bueno para las mujeres. A todas las había hecho sufrir, no de manera voluntaria, sino porque nunca se había enamorado profundamente de ninguna, ninguna había logrado apartar la soledad y abandono de su ser, más su vida en las calles no era lo que ninguna mujer mereciera. Sólo pasaba el momento con ellas, pero Candy... ella era otra cosa, una niña, inocente, prohibida, un agua que él no tocaría por miedo a ensuciarla. Nunca digas de esa agua no beberé...

-Estoy contigo, pecosita. Tienes que superarlo. Vamos a lograrlo. Pero ya no llores, no lo soporto, hazlo al menos por mí, ¿sí?

Precisamente ahora que te he imaginado ya en mi caminar

precisamente ahora queda algo pendiente

precisamente ahora que cada mirada puedo recordar

te haces dueña de mi mente

precisamente ahora que levante seca la ropa mojá

precisamente ahora, mira, ya no llueve

precisamente ahora, pienso que tuvimos, niña que esperarnos

antes de tentar la suerte, no, no, no

Ella miró a los ojos azules que adoraba y pensando que por él haría hasta lo imposible sin que se lo pidiera, por él, asintió.

-Haré todo lo posible, por mi hermano y por tí...

No me llores más, preciosa mía

tú no me llores más que enciendes mi pena

no me llores más, preciosa mía

tú no me llores más, que el tiempo se agota

entre lágrimas rotas por la soledad

que se cuela en nuestras vidas sin llamar

precisamente ahora...

La convicción de ella lo conmovió más y la apretó más fuerte en sus brazos. Ella hechizada por su calor y con ganas de que ese momento nunca terminara, se aferró a él como la hiedra. Quería detener el tiempo mientras esos brazos fuertes la cobijaban. Se envolvía en su olor tan masculino y con su cara apoyada en su pecho podía sentir como el pelo de él se hacía cosquillas en la frente. Terry por su parte experimentaba sensaciones que no podía comprender. Quería pararse para poner distancia en esa cercanía, pero no podía, su cuerpo no respondía y sus brazos no podían desenredarse del cuerpo delicado y frágil que sostenían. Comenzó a repartir besos en su frente sin que lo pudiera evitar. No era la primera vez que él estaba cerca de ella, ni la primera que besaba su rostro o que la abrazaba, pero por alguna razón, esto era diferente. Se asustó, desechó los pensamientos como si fueran un pecado mortal, pero no la soltó.

Doy vueltas por tu barrio casi to' los días sin desayunar

me encuentro a tu familia y nunca se detienen a saludarme

yo busco entre la gente la cara más bonita que se pueda imaginar

por quereme sin tenerme

No me llores más, preciosa mía

tú no me llores más que enciendes mi pena

no me llores más, preciosa mía

tú no me llores más, que el tiempo se agota

entre lágrimas rotas por la soledad

que se cuela en nuestras vidas sin llamar

-Yo sé que lo harás, porque eres fuerte y muy valiente. Sé que has sobrevivido a muchas cosas y yo te admiro mucho. Daría cualquier cosa por poder evitarte todo este sufrimiento, niña preciosa, pero no hay nada que podamos hacer. Él vivirá siempre en nuestros corazones. Ahora tenenemos que tratar de ser felices por él.

Candy se perdía en sus palabras. Era imposible no amarlo, aunque fuera un amor imposible, según ella. Él nunca la vería como una mujer, como la que se estaba convirtiendo. Una que lo amaba con locura, una que lo deseaba, que moría por probar un beso suyo, por sentir esas manos sobre su cuerpo, por amanecer enredada entre sus sábanas, por un momento quiso ser una de esas tantas que pasaban por sus dedos. La diferencia era que ella quería quedarse con él para siempre, y Terry no era esa clase de hombres. Tenía buenos sentimientos y ella sabía que él la quería, pero no como ella deseaba. Como lo desearon muchas, sin éxito.

No habrá rincones pa' las dudas

ni habrá noche en tu oscuridad

no habrá reflejos de amargura

juntitos volveremos a soñar

no me llores más, no, no, no

No me llores más, preciosa mía

tú no me llores más, que el tiempo se agota

entre lágrimas rotas por la soledad

que se cuela en nuestras vidas sin llamar

-Ahora, llorona, prepárate para la cena. Tienes de todo en el armario. Lo que necesites me lo dejas saber.

Renuentes, ambos se separaron y Terry bajó a preparar la cena. Candy sacó una toalla del pequeño armario del baño y de su maleta comenzó a sacar ropa para acomodarla en las gabetas y la vez, conseguir una pijama, cuando abrió la primera gabeta para guardar ropa interior, sorpresa, estaba llena, de ropa interior y pijamas nuevas. Terry le había mencionado que su empleada se había encargado de todo, definitivamente no se equivocó. Abrió todas las demás gabetas y hasta vergüenza le dio querer acomodar la ropa que ella había traído junto con las hermosuras que estaban ahí. Elegió una pijama de camisilla y short de algodón. No lo pensó en escogerla, de todas formas no era la primera vez que Terry la veía así. Se metió a la ducha y la maravillosa agua tibia que caía en muchos chorritos finos y abundantes fue como una terapia para todo el stress que había en su cuerpo y en todo su ser. Dejó que el agua mojara todo su cabello y se lo lavó, mojado casi le llegaba al trasero. Se quedó un rato largo bajo el chorro de agua enjuagándoselo. Con los ojos cerrados recordó todo el rato que estuvo en los brazos de Terry, como sus manos se habían posado sobre su rostro y las ganas inmensas que tuvo de que la besara, hubo un momento en que pensó que sí lo haría, pero no. Comenzó a enjabonarse y el contacto de sus propias manos sobre su piel la llevaron a imaginarse cómo sería ser recorrida por las manos de él. No pudo evitar imaginarse qué sería hacer el amor con él. Estar en ese preciso instante con él bajo el agua y pensando en miles de maneras de perder la virginidad... con él. Unos toques en la puerta la sacaron de su edén.

-Candy, no te tardes que se enfría.

-Ya voy.

Le gritó saliendo del baño envuelta en la toalla. Se secó y se puso la pijama que había seleccionado. Se secó el pelo lo más que pudo y se lo desenredó. Se puso desodorante y un poco de colonia de violetas. Con unas pantunflas comodas y no muy calurosas ni felpudas, bajó. El olor del pollo al vapor se coló por todos los sentidos. Terry se veía muy guapo con su pantalón de algodón largo y la camisilla que marcaba bien su torso perfecto y daba vista panorámica de esos brazos de ensueño. Estaba muy concentrado sirviendo que no se percató de que Candy había bajado hasta que fue a halar una silla del mostrador de la cocina.

-¿Quieres jugo o refres...?

La pregunta de Terry se quedó a medias. No se esperaba a Candy con esa pijama cuya camisilla transparentaba un poco sus pechos que no tenían brassier y cuando se giró, el short era más corto de lo que había pensado y pudo apreciar parte de las orillas de sus nalgas. El pelo húmedo que caía hasta la cintura y ese olor... Tuvo que parpadear varias veces para volverse a concentrar y borrar todas las imágenes que su cerebro traicionero estaba proyectándose. ¿Cuándo fue que creció? Se preguntó. Candy no se percató de nada, como bien había mencionado, no era la primera vez que él la veía en ropa de dormir, pero sí la primera vez en una tan tapa-nada como esa. Resignada a que él nunca se fijaría en ella, ni siquiera pensó en provocarlo. No tuvo que pensarlo porque sin darse cuenta lo había hecho.

-Ese jugo de naranja con zanahoria se ve bien.

Le dijo sonriendo y él se quedó en blanco porque se le había olvidado qué fue lo que le preguntó.

-¿Eh? Ah, sí, sí.

Lo sirvió y luego le puso en el plato su porción de papas majadas con pechuga de pollo al horno y maíz con habichuelas tiernas.

-Cocinas rico, Terry. Ya te puedes casar.

Bromeo ella mientras engullía la comida que para ella era caviar en ese entonces.

-Pues entonces tendré que comenzar a cocinar muy malo, es más, búscame la escoba que voy a barrerme los pies ahora mismo.

Ella rió a carcajadas por la ocurrencia, pero luego que analizó su comentario y su renuencia hacia el matrimonio, sin saber por qué, le dolió. Decidió no pensar más en eso y siguió disfrutando su comida.

-¿Puedo comer más?

-Claro que sí, glotona, encima de la estufa hay más.

Con esa indicación ella se paró a servirse más pasando inevitablemente por su lado dándole una vista privilegiada de lo que su short no dejaba a la imaginación y su olor lo volvió a envolver. Tuvo que respirar profundo y lanzar una gran bocanada de aire. ¿Qué diablos le pasaba con ella? De repente se había vuelto toda una tentación. El fruto del árbol de la vida del cual no podía probar, porque en cierto modo... moriría... Otra vez movió bruscamente la cabeza para desechar todos sus pensamientos delirantes. Ella regresó a su lugar con su plato lleno otra vez y con más jugo. El resto de la cena fue en silencio. Como Terry había cocinado, ella se ofreció a lavar los platos. Él permaneció en el mostrador mirando algo en su celular hasta que el ruido de los platos al ser colocados llamó su atención y se le volvió a ir la respiración cuando la vio de espalda en el fregadero, con su cintura finita y sus nalgas tan paraditas y redondas, con toda la orilla mostrándose a él descaradamente. Tuvo que pensar en muchas cosas para no seguir mirando hacia ella. Que Dios lo ayudara. ¿Cómo iba a poder continuar viviendo bajo el mismo techo con ella? Él no se le insinuaría jamás, nunca se perdonaría hacerle daño, no a ella. Él era muy malo y ella muy inocente, pensó.

-Ya, Terry, terminé.

Dijo acercándose emocionada y él al levantar la vista, por estar sentado sus ojos quedaron justo a la altura de los pechos de ella. Debía tener frío porque sus pezones estaban alterados.

-Si quieres pasamos un rato a la sala a ver televisión, aún es temprano.

-Sí, pero yo escojo lo que vamos a ver.

Dijo ella señalándose con el dedo pulgar. A Terry le gustaba mucho la ciencia-ficción y a ella no, por eso se le adelantó. Fueron hasta la sala y Terry prendió el televisor y se sentó junto a Candy.

-Pecas... el control está allá.

Le dijo negándose a pararse nuevamente para buscarlo y ella no tuvo más remedio que hacerlo ella.

-¡Vago!

Le dijo y fue a buscarlo. Cuando se inclinó para tomarlo sus bragas se vieron por completo y parte de sus nalgas también. Terry pensó que le iba a dar un infarto. Él no era de palo y lo que tenía entre sus piernas tampoco. Tuvo que colocarse una almohadilla para que ella no notara la tremenda erección que le había provocado sin proponérselo. Inocentemente ella se sentó a su lado, muy cerca y recostó su cabeza de su pecho. Al pobre Terry se lo estaba llevando el mismísimo diablo.

-Eh... Candy... yo...

Continuará...

Hola niñas lindas! Espero su sincera opinión sobre esta historia. Este ha sido el primer capítulo y por eso no fue tan largo, pero los otros prometen mucho más, según vaya desarrollándose la historia. Terry está pasándola bastante mal, ella es pura tentación y él no quiere lastimarla.

¿Cuánto tiempo más podrá luchar contra sus instintos y sus propios sentimientos?

¿Cómo hará Candy para conquistarlo?

¿Descubrirá él que ella se muere por caer presa de sus instintos?

¿Podrá el amor vencer las dudas y los miedos del pasado y además descubrir que el amor no tiene edad, ni tiempo?

Si este capítulo consigue hoy mismo sus primeros 10 reviews les subo el otro.

*Esta historia también tendrá lugar en Puerto Rico, pero no me enfocaré en darle mucho énfasis al país, más bien en la vida de los personajes, así que no abundaré mucho en la geografía jejeje.

*Canción de Candy y Terry: "Precisamente ahora " David Demaría

Su amiga,

Wendy Grandchester