Disclaimer: Todo lo que podáis reconocer es de J.R.R. Tolkien, salvo un par de personajillos que he tomado prestados de la Historia de la Dama Blanca, por Elanta. Colgada en esta misma web, os aconsejo que le echéis un vistazo a través de mis favoritos.


Todo comenzó con una ligera inquietud. Un desasosiego que al principio sólo lo asaltaba en las horas en las que sus defensas estaban más bajas. Pero poco a poco fue creciendo, se paseaba por los límites de su consciencia sin definirse, sin permitirle adivinar su procedencia. Y eso lo inquietaba aún más. Puede que Gil-galad no poseyera el don en la medida de la Dama Blanca, pero sabía utilizarlo y siempre identificaba el origen de sus presentimientos.

Sin embargo, con Elrond en Imladris, atareado organizando su nueva morada, y Galadriel en Eryn Galen, negándose en redondo a utilizar su anillo, Ereinion no sabía a quién acudir. Y sus presagios iban en aumento, o eso le parecía. Cada día que pasaba se hacía más claro: un sentimiento de inquietud, y un gran temor. Pero a qué, lo ignoraba.

La amenaza de Sauron había pasado. Éste se encontraba preso en Númenor, y el reino élfico de Lindon prosperaba y se expandía. El área de influencia de Gil-galad llegaba hasta los lindes mismos de Bosqueverde. Ni una sombra pendía sobre los Pueblos Libres, salvo una penumbra que se adivinaba en Númenor, pero eso quedaba en mitad del Gran Mar, y dudaba de que algo que ocurriese allí fuese a alcanzar a su pueblo. No, los Noldor de Lindon eran prósperos y felices, y también ajenos al insomnio que padecía su rey, pues el temor y la inquietud habían crecido tanto en su interior que ya no conseguía pegar ojo, intentando adivinar de dónde provenía.

-Se os ve cansado, majestad.-le dijo en voz baja Glorfindel, una mañana de otoño. El consejo semanal se estaba alargando más que de costumbre, y Gil-galad, que había visto pasar un mes en una vigilia cada vez más insoportable, ansiaba más que nada retirarse a descansar a su alcoba, a pesar de que aún era media mañana.

-Estoy cansado.-el gesto jovial de Glorfindel dejó paso a otro de profunda preocupación en cuestión de segundos. No era muy común que un elfo manifestara cansancio abiertamente, y menos aún que fuera Gil-galad quien lo hacía.-Llevo un mes sin dormir, pero no es eso.-respondió a la silenciosa pregunta de su más querido amigo.

-¿Una premonición?

-No exactamente. Es más bien un presentimiento…-se llevó una mano a la cabeza y cerró los ojos. Algunos de sus consejeros lo advirtieron.

-Majestad, parecéis indispuesto-dijo Vorondil, uno de sus mejores capitanes, en voz alta.

-Si no os encontráis bien, podríamos suspender el consejo hasta mañana.-Glorfindel le echó una significativa mirada a su rey. Todo el consejo aprobó la resolución del rubio noldo.

-Esperad, no es nad…-intentó decir Gil-galad, pero ya sus consejeros se habían levantado, y con una respetuosa inclinación de cabeza abandonaron la sala. Sólo Glorfindel permanecía allí, con los ojos azules fijos en el techo y aire distraído.

-Eres un liante.-le reprendió Gil-galad con una sonrisa.

-Cuando estás de mal humor todo el consejo lo nota.-Glorfindel se encogió de hombros, una sonrisita burlona bailando en sus labios.-Es como estar en presencia de un Balrog que no ha comido. Y ahora, ¿vas a contarme qué es eso que tanto te preocupa?

-Vayamos al puerto.-propuso el rey-Necesito aire fresco.

La ciudad de Forlond había sido construida en los albores de la Segunda Edad, y a pesar de no ser más que un recuerdo del esplendor de las ciudades noldor de los Días Antiguos, seguía siendo tan hermosa que reconfortaba el corazón. Se asentaba a ambos lados del río que desembocaba en el golfo de Llhûn, visible desde toda la ciudad. Las casas de piedra, escalonadas en ambas laderas hasta llegar al borde mismo del agua, estaban pintadas de blanco al gusto de los Sindar, y muchas plantas adornaban tanto las casas como las zonas comunes, influencia de los silvanos. El palacio del rey se alzaba en la orilla oriental, casi al borde del estuario. El Consejo de la ciudad se levantaba justo encima del gran puerto, protegido por un brazo de piedra, y estilizados puentes surcaban el río, uniendo las dos mitades de la ciudad.

Gil-galad tomó el paseo que descendía hasta la orilla misma del río, y corría paralela al agua hasta las últimas casas de la ciudad ya al borde del estuario. Glorfindel siguió a su rey con preocupación, viéndole caminar a grandes zancadas mientras sus vestiduras azules y doradas ondeaban tras él.

-¿Vas a decirme qué sucede?-preguntó el rubio al cabo de diez minutos de caminar a la zaga de su rey. Gil-galad se volvió, y con gesto de sorpresa, como si acabara de acordarse de que Glorfindel iba detrás de él, se detuvo.

-No lo sé…-suspiró-Me llega un sentimiento de miedo, de inquietud cada vez más fuerte… y no sé de dónde viene...-se dejó caer en uno de los bancos de piedra que bordeaban el paseo, y se quitó la fina banda de plata que ceñía su cabello oscuro.

-¿Piensas que algo malo va a ocurrir?-inquiró Glorfindel, tomando asiento junto a su rey y amigo.-Altáriel dice que suele tener esa clase de presentimientos antes de una gran desgracia.

-Lo sé, ya me lo advirtió en Caras Sirion y yo no le hice caso…-volvió a suspirar, y alzó la cabeza para contemplar el mar azul bajo el sol, tan azul como sus ojos.-Sin embargo… no viene de nosotros… ni parece que vaya a tocarnos… pero está tan cerca…

-Deberías ir a ver a Arien.-le aconsejó Glorfindel con picardía-Seguro que si te concentras en seducirla se te pasa el dolor de cabeza.

Gil-galad enrojeció ligeramente ante aquella sugerencia, pero no contestó. Toda la ciudad estaba enterada de que Gil-galad pretendía a la hija de uno de sus capitanes, para diversión de la corte, que encontraban muy divertidos los intentos de su rey por cortejar a la dama.

Como invocada por las palabras de Glorfindel, la doncella se aproximaba caminando por el paseo en dirección a la casa de su padre, cerca del puerto. Llevaba el cabello negro al viento, y un sencillo vestido verde anudado con cintas a la manera de las silvanas.

-Aiya Arien, ¿querrías ayudarme a aliviar por un rato los pesares de tu rey?-Glorfindel sonrió a la dama con aire burlón. Ella enrojeció.

-¿Qué os aflige, mi señor?-se dirigió directamente a Gil-galad.

-No es nada, Arien-el rey se esforzó por sonreír, no estaba de ánimo para galanterías.-sólo que pasarme el día escuchando las mismas tonterías que hace mil años por parte de los mismos elfos me da dolor de cabeza.

La doncella rió y miró a Glorfindel, que no parecía en absoluto ofendido por la pulla lanzada por su rey. Se conocían desde hacía demasiado tiempo como para tomárselo a mal.

-Siento no poder acompañarlos, señores, pero he de regresar a mi casa.-inclinó la cabeza respetuosamente-Mi padre me espera para comer.

-Descuidad, Arien.-Gil-galad consiguió dedicarle una sonrisa radiante-Espero que nos concedáis otra ocasión de disfrutar de vuestra compañía.

-Cuando deseéis.-la doncella correspondió a la sonrisa y realizó una reverencia sujetando un extremo de su vestido. Con las mejillas encendidas de rubor se alejó en dirección al puerto.

-Siempre igual.-Gil-galad rompió a reír cuando la muchacha se encontraba a una distancia prudencial.-Creo que disfrutas mortificándola, Glorfindel.

-Disfruto mucho más mortificándote a ti.-replicó el elfo, jovial-Pero nunca entenderé por qué no te decides a pedir su mano. Sabes que Vorondil no se negará, al fin y al cabo, eres su rey.

-No me siento preparado aún para atarme a nadie.-Gil-galad se encogió de hombros. Se puso en pie, sacudió el polvo de sus ropas y prosiguió el paseo.

-Sólo digo que si tú la amas, y ella te ama a ti…-Glorfindel se situó junto al moreno noldo-no soy ningún experto en la materia, pero tengo entendido que en esos casos el caballero habla con el padre de la dama y pide su mano.

-No seas entrometido, Glorfindel-lo reprendió el rey, en tono severo, pero riendo con los ojos, de un azul tan intenso como el mar.

Los dos elfos continuaron su paseo en silencio, bordeando el extenso puerto de Forlond. Los muelles de madera estaban atestados de barcos: numerosos navíos de factura noldo, con el casco plateado y velas azules, luciendo el emblema de la casa de Fingolfin. Uno de ellos era el barco regio, destinado al uso del rey para acudir a Mithlond, la capital del reino, a los consejos con el corregente Círdan, amigo y antiguo mentor. Había también numerosos veleros y botes sindar, construidos en madera gris y de estructura más humilde, y algunos pequeños y gráciles navíos teleri en forma de cisne. Todos lucían en la popa una curiosa caja dorada que servía para impulsarlos corriente arriba.

De pronto a Glorfindel se le iluminó el rostro. Saliendo del paseo subió a uno de los muelles y se dirigió a un elegante velero plateado, que Gil-galad reconoció como el que solían utilizar sus oficiales para explorar la costa. Se aproximó a observar a Glorfindel maniobrar en cubierta, desplegando las velas.

-¡Vamos, majestad!-lo animó con voz jovial, desatando el cabo que mantenía unido el barco al muelle. Cuando Gil-galad se acercó sonriendo, le dijo en voz baja-He pensado que tal vez salir a navegar un poco alivie tu jaqueca, mi señor.

-Una idea magnífica, mi estimado capitán.-accedió Gil-galad en tono burlón. Apartó por un rato los ominosos presentimientos, y de un ágil salto subió a cubierta.

La afilada quilla del barco cortaba el río en dos, dejando una estela en abanico de blanca espuma. Sin embargo, poco podían hacer las azules aguas del golfo de Llhûne por Gil-galad. El miedo seguía ahí. Pero apreciaba los esfuerzos de su viejo amigo por hacerle sentir mejor.

Pero debía admitir que había algo tranquilizador en el mar. Tal vez fuera el hecho de que Valinor volvía a estar abierto a los Noldor; el Gran Mar ya no parecía hostil a sus ojos, y en sus corazones empezaba a nacer la misma nostalgia que atenazaba los corazones de los Sindar, que poco a poco, pero incesantemente, se iban haciendo a la mar.

Mientras el barco dejaba atrás el estuario y se iba acercando a la boca del golfo, Gil-galad pensó en Arien y en lo que Glorfindel había sugerido. ¿Debería pedir su mano? Ya era rey, no tenía necesidad de casarse para heredar el trono; y en cuanto a tener herederos, no estaba seguro de si deseaba traer a un niño al mundo en aquellos días de incertidumbre. Si Galadriel estaba en lo cierto, Sauron no había sido derrotado y volvería, y Galadriel rara vez se equivocaba. A Gil-galad no le asustaba la idea de morir en la batalla; no había cometido crimen alguno contra sus parientes, al contrario que su padre y sus primos, y por lo tanto no tenía nada que temer de Mandos. Y quizás en sus estancias podría reencontrarse con su padre. Había escuchado tantas cosas sobre él, y había tenido tan poco tiempo de preguntarle todo lo que quería saber… Gil-galad no temía morir luchando, pero por nada del mundo quería dejar un elfo sin padre, tan desolado como él se sintió cuando supo de la muerte de Fingon en la batalla de las Lágrimas Innumerables.

Gil-galad sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos de su mente. Pensar en su padre siempre hacía que lo inundara una profunda tristeza. Pero resultaba inútil lamentarse por algo que no tenía remedio. Fingon se había sacrificado por su pueblo, para tratar de asegurar un futuro mejor a los Hijos de Ilúvatar. No le correspondía a él cuestionar los deseos del destino; sin embargo, cuando recordaba los días felices en Hithlum, donde creía que nada podría dañarlo, se sentía profundamente desamparado. Tal vez, si ésa era la voluntad de Eru, volverían a encontrarse antes del final; hasta entonces, Ereinion debería seguir luchando por aquello por lo que había luchado su padre, y su abuelo antes que él. Por la libertad de la Tierra Media.

Una libertad, que ahora mismo parecía al alcance de la mano, pensó mientras volvía la cabeza para mirar a su viejo amigo. Glorfindel iba sentado al timón, sonriente, tarareaba una canción y parecía tranquilo y relajado. Ése era uno de los motivos por los que el rey lo consideraba uno de sus amigos más queridos; poseía una serenidad y una alegría que eran contagiosas.

-¿Qué crees que estará pasando en Númenor?-preguntó Glorfindel, mirando hacia el oeste, hacia la boca del golfo.-¿Puede ser que tus presentimientos tengan algo que ver con que Pharazôn se haya vuelto loco?

-No lo sé.-Gil-galad se encogió de hombros y también miró hacia el oeste. Entonces cayó en la cuenta.-Pero…vienen de allí…

-¿De Númenor?

-Sí…-se concentró y encontró otra vez ese terrible sentimiento de miedo e incertidumbre, de desamparo. Pensaba que venía de sus recuerdos, pero no, ahí estaba, cada vez más fuerte.-Viene del oeste, desde luego. No creo que venga de Valinor, si algo está yendo tan mal allí como para que yo pueda sentirlo… deberíamos poder sentirlo todos.-reflexionó en voz alta, ajeno a la mirada preocupada de Glorfindel-Entonces...

-Sólo queda Númenor.-completó Glorfindel. Gil-galad lo miró-¿Sauron?

-Seguro.-Gil-galad apretó los dientes-Vamos a ver qué se cuece por allí.-señaló la zona donde el mar se encontraba con el río Lhûn.

-¿No será peligroso?-Glorfindel clavó una mirada preocupada en su rey-¿Y si Sauron nos quiere tender una trampa? Sin duda sabe de tu don…

-No lo creo; sentiría su presencia. Un maia no puede esconder su poder.-Gil-galad sacudió la cabeza y se llevó una mano a la frente-Pero si algo terrible está ocurriendo en Númenor…

-Resultará que Ninquenís tenía razón.-completó Glorfindel en tono burlón-Y odias darle la razón.

El Gran Mar permanecía en calma. Demasiado calmado, pensó Gil-galad. Como la engañosa calma que precede a una violenta tormenta. Y tarde o temprano habría tormenta. Hacía ya muchos meses que las noticias de Númenor eran escasas y llegaban con mucho retraso; al parecer la influencia de Sauron iba en aumento, pues los elendili permanecían ahora confinados en Rómenna, y si nadie hacía algo para evitarlo, morirían todos. Gil-galad sabía que no debía interponerse; el destino de los Hombres sólo estaba en manos de ellos, sin embargo, le entristecía pensar que la caída de Númenor se acercaba. El rey noldo no sentía hacia los mortales la condescendencia propia de su raza; le parecía que los Hombres eran una fuerza a tener en cuenta, capaces tanto de la más abyecta traición como de la más heroica proeza. Y encontraba refrescante su entusiasmo por las cosas más mundanas; le recordaban la inocencia de una infancia que él había tenido que dejar atrás antes de tiempo.

-¿Qué es eso?-dijo Glorfindel de súbito, señalando un punto varias millas mar adentro. Gil-galad siguió su mirada.

-Es un barco.-dijo, incrédulo-Un barco de Númenor.- Los ojos de un mortal sólo habrían visto un punto en la lejanía; los dos elfos vieron claramente la silueta del casco y las velas, e identificaron inequívocamente su procedencia.

-Creía que ese Pharazôn les había prohibido navegar hacia el este.-dijo Glorfindel, entornando los ojos para ver mejor.

-No parece que sea un ejército lo que llevan.-opinó Gil-galad-Son muchos, pero demasiado pequeños…

-¡Son niños!-dijo Glorfindel, sorprendido-¿Qué significa esto? ¿Lanzarlos al mar es su último modo de sacrificio o…?

Gil-galad no respondió, pero una luz de comprensión iluminó sus ojos azules. Se quedó de pie en la proa durante un rato, observando la trayectoria del barco númenóreano, antes de volverse a Glorfindel.

-Da la vuelta. Vamos a Forlond.-ordenó.

La noche caía sobre la ciudad cuando regresaron a puerto. Sin embargo, Gil-galad se encaminó inmediatamente al palacio del Consejo de la ciudad. Encomendó a todos los guardias que pudo encontrar que convocaran a todos los consejeros a una reunión de emergencia, orden que fue cumplida con rapidez, pues Forlond, al igual que cualquier ciudad élfica, nunca dormía. Se puso en pie para recibir a los consejeros que iban entrando uno a uno en la sala, algunos con cara de sueño, otros de sincero asombro ante aquella inesperada convocatoria.

-Buenas noches.-los saludó, abarcando con la mirada a los allí presentes-Os ruego que me disculpéis por llamaros a esta hora, aún más habiendo celebrado hoy el consejo, pero tengo noticias, cuando menos, inquietantes.

Los cincuenta elfos presentes, representantes proporcionalmente de la nobleza, los comerciantes y artesanos, y los campesinos de Forlond, intercambiaron miradas preocupadas. Ni una sola vez habían sido convocados fuera del calendario habitual desde que vivían en Lindon, salvo por asuntos de guerra, y en ese caso no se convocaba el consejo ordinario, sólo a los capitanes.

-Hemos avistado un barco de Númenor.-explicó Glorfindel, sin andarse con rodeos. Le irritaba la manía de todos los gobernantes de dar mil vueltas para explicar un hecho que pudiera alterar, de una manera remota, la cómoda vida de los que decidían si su trabajo los satisfacía o no. En pocas palabras, detestaba la política.

Un murmullo de asombro y sorpresa recorrió la sala.

-¿Amigos o enemigos?-preguntó uno de los que había llegado medio dormido, ahora totalmente alerta.

-No lo sabemos, Galdor.-dijo Gil-galad serenamente-Por eso os he convocado.

-Por lo que hemos alcanzado a observar sin poner en peligro la integridad física de su majestad-dijo Glorfindel en tono solemne-la tripulación se compone básicamente de niños.

- Es posible que sean enviados de Amandil señor de Andúnië,-dijo el rey, para acallar los cuchicheos que ya amenazaban con interrumpir la reunión-también es posible que sean el cebo de una trampa de Ar-Pharazôn.

-¿Enviados de Amandil, señor?-preguntó Galdor, confuso-Creía que no podíamos contactar con los elendili.

-No, pero en su última misiva manifestó su deseo de poder instalarse en Endor si las cosas en Númenorë iban mal.-aclaró Gil-galad.

-¿Y cómo pensáis averiguarlo?-preguntó Vorondil, uno de sus capitanes de más experiencia.

-Como hemos hecho siempre, capitán.-dijo Gil-galad con una ligera sonrisa-Iremos a ver qué traman.


Arien y Vorondil son de Elanta, el resto, de Tolkien.

Los reviews son siempre bien recibidos. =)