-Te veo después. –Se despidió Carol Hummel con un beso en la mejilla.
-Te llamaré esta semana, para que quedemos de tomar un café. –Le contestó la señora Pierce dándole un beso a su vez.
La señora Pierce volteó, todavía sonriente hacia la acera de enfrente y fue entonces cuando lo vio.
La sonrisa se borró inmediatamente de su rostro en cuanto vio un destello rojo moviéndose a gran velocidad como cualquier otro transeúnte, a plena luz del día y con una trayectoria claramente definida. No sabía por qué, pero estaba totalmente segura de a quién le pertenecía.
El corazón de Brittany.
-Me tengo que ir, pero te llamaré. –Se apresuró a decir y corrió desesperadamente hacia la acera opuesta de la calle. Era una suerte que en ese momento no pasara ningún vehículo, pues de ser así hubiese terminado muerta sobre el pavimento, ya que cruzó sin mirar a ningún lado. No importaba, nada existía, pues solo tenía en la mente recuperar el corazón de su hija.
Corrió con todo lo que le permitían sus piernas y era una fortuna que se ejercitara, pues de otra forma no hubiese podido seguirle el paso a la lucecilla roja que flotaba por delante de ella, tan veloz como un atleta olímpico; la mujer no sabía de donde rayos estaba sacando las fuerzas, pero finalmente logró atraparlo y lo retuvo entre las manos.
Entreabrió la pequeña prisión en la que tenía al objeto y confirmó sus sospechas.
Sí: ese corazón pertenecía a su hija.
Por un momento una idea loca atisbó por su mente: ¿y si soltaba al corazón y lo dejaba seguir su camino para ver hacia quién se dirigía?
No. Era demasiado arriesgado, se dijo, desechando la idea inmediatamente. No valía la pena, pues había posibilidad de que alguien la observara y se diera cuenta de la situación… definitivamente todo estaba mejor así, pero al llegar a casa exigiría a Brittany que le diera una explicación.
-No, no, no, ¡no! –Gritó Brittany tomándose la cabeza con las manos, después de que revolviera frenéticamente todo lo que había a su alrededor. Dio vueltas sobre su propio eje, buscando más lugares para examinar… ya había buscado en el clóset, las gavetas, los cajones de su buró… y nada. Se tumbó al suelo para revisar debajo de la cama, tal vez estaba ahí.
Nada. Ni señales que estuviera cerca.
-Dios mío… ¿y ahora qué voy a hacer? –Se preguntó mientras se sentaba pesadamente sobre la cama y las lágrimas se asomaban por sus ojos.
¿Cómo había podido ser tan estúpida? A esas alturas su corazón ya debía estar llegando a Lima Heights Adjacent, ni aunque tomara un autobús o un taxi conseguiría llegar a tiempo.
Se imaginaba el panorama y sintió aun más ganas de llorar: su corazón, flotando derechito a ver a la persona de la que quería ser propiedad ahora, solo porque ella había sido tan tonta como para dejar que eso pasara.
Oh Dios… ¿qué iba a decir Santana cuando lo viera? ¿Sabría que era el corazón de Brittany? La rubia no podía ni imaginar lo embarazoso que sería tener que preguntarle a la morena si podía devolverle su corazón… ¿Y si la latina se reía de ella? ¿Y si se terminaba asqueando y no quería hablarle nunca más?
Oh… el oprobio, ¡la vergüenza! A Brittany le daba lo mismo que todo el pueblo viera cómo Santana recibía su corazón… lo único que le quitaba el sueño era imaginar lo que la morena pensaría. Solo la opinión de su amada (sí, ya no tenía caso engañarse cuando su corazón había hablado por sí solo) era la que podía destruirla.
En la planta baja se escuchó el sonido de la puerta al abrirse y después el ruido de pasos veloces subiendo la escalera. La puerta de su habitación se abrió con violencia y entró su madre, con la mano izquierda en un puño y un resplandor que salía de este.
-¿Me quieres explicar qué es esto? –Y le tomó la mano para depositarle su corazón.
-¡Mi corazón! –gritó Brittany con alegría, tomándolo de la mano de su madre y sosteniéndolo con delicadeza. Lo miró con adoración y entonces lo llevó a la altura de su pecho, presionándolo contra este y el brillante objeto desapareció como por arte de magia. La muchacha soltó un suspiro de alivio y se permitió respirar con tranquilidad unas cuantas veces, mientras la señora Pierce la observaba con los brazos cruzados y una expresión de enojo en la cara.
-¿Y bien? –preguntó al fin, viendo que Brittany no iba a empezar a hablar pronto.
Ella solo pudo bajar la mirada y acomodarse un poco de cabello detrás de la oreja.
-Cuando desperté ya no estaba. –Dijo al fin.
-Me imagino, porque no creo que ni tú seas capaz de ver cómo tu corazón se escapa frente a tus narices y no hacer nada al respecto. ¿O es que planeabas dejar que llegara a su destino?
-¡No! –Se apresuró a decir -¡Nada de eso, es mío y no quiero que se vaya! Mamá, te juro que si lo hubiese visto lo habría detenido.
Más lágrimas se derramaron y humedecieron sus mejillas, y esta vez comenzó a sollozar sonoramente.
La señora Pierce suavizó su expresión al ver a su hija llorar. Era una chiquilla; le parecía bastante obvio que estaba tan asustada como ella misma ante tal situación, así que se sentó a su lado y la abrazó.
-Calma, está bien. –Le aseguró y le besó la frente. –Lamento haberme puesto así, pero es que eres muy joven… además eres tan inocente, no quiero que te hieran.
-Perdóname tú, mamá. –Le dijo Brittany entre hipidos. –Debí tener más cuidado, gracias por traerlo. No salí corriendo a buscarlo porque pensé que… pensé que…
No terminó la frase pero su madre entendió enseguida lo que quiso decir y la estrechó aún más fuerte.
-No digas nada más. –Murmuró y le frotó los brazos. –Lo importante es que lo atrapé y ahora tienes que cuidarlo.
La chica asintió enérgicamente y la señora la tomó por los hombros.
-Esto es serio, Brittany. Si pasó una vez es seguro que volverá a pasar. –Brittany palideció. –Sí, hija. De nada sirve que trate de engañarte… pero puedo advertirte. Tienes que ser fuerte y aprender a controlarte.
-Pero… se me escapó mientras dormía… -le dijo sin comprender.
-Lo sé, pero tienes que hacerlo. No será fácil pero tampoco es imposible… no quiero ni imaginarme qué pasaría si alguien lo viera.
En ese momento Brittany frunció el ceño. Estaba asustada, pero era porque le daba miedo lo que opinara Santana al respecto, pero no sabía cual era el gran escándalo que hacían todos porque alguien le entregara su corazón a la persona de la que estuviera enamorada… después de todo, el amor era algo hermoso y no algo de lo que debieras avergonzarte.
-¿Qué tiene de malo eso?
-Es que… -respondió cuidando sus palabras –a tu edad eso no es algo normal, hija. Tal vez en unos años estarás lista y sabrás que le estás dando tu corazón a la persona correcta pero…
No quiso añadir nada más; lo que estaba a punto de decir era "solo los idiotas y los débiles entregan su corazón en la adolescencia" pero no podía. Brittany no era una mente brillante, pero sobre todo le preocupaba que alguien se aprovechara de eso y la rubia se convirtiera en el objeto de burla del pueblo.
-Está bien, mamá. –No tenía caso que la cuestionara si al final ambas tenían la misma preocupación. –Pero no lo hago porque me preocupe lo que piense la gente.
Su madre exhaló sonoramente, como si al fin pudiese soltar esa molestia que sentía al pensar en qué le deparaba a su pobre hija.
-Me alegro mucho, hija. –Y volvió a abrazarla, esta vez con la chica abrazándola también.
Se quedaron así un buen rato, con Brittany un poco más tranquila al saber que tenía de vuelta su corazón y debía mantenerse centrada si quería seguir conservándolo. Al cabo de un momento, y sin haberla soltado aún, su madre volvió a hablar y supo que le haría la pregunta que tanto temía:
-Brittany… ¿hacia quién se dirigía tu corazón?
Santana detestaba despertarse por las mañanas y por tanto era un alivio que fuera sábado, pues pudo dormir larga y tendidamente hasta ya bien entrado el día, cuando los rayos del sol iluminaban a tope su habitación y bañaban su cuerpo. La morena amaba esos días, cuando podía sentir con toda calma ese cosquilleo que le provocaba el calor sobre su piel, pero que tanto disfrutaba. Después de permanecer un rato más así, se desperezó y estiró los brazos por encima de su cabeza, oyendo con satisfacción un chasquido. Cuando hubo despertado por completo, se frotó los ojos y se dispuso a arreglar su cama cuando entonces notó unas manchas extrañas que había en las sábanas.
-No otra vez… -Gimió aventando con enojo la almohada que tenía en la mano.
Había empezado meses atrás, pero no recordaba exactamente cuando. Solo sabía que empezó como una nimiedad al principio, tomándolo por un resfriado molesto hasta que empezó a ocurrir con más y más frecuencia, preocupándola al notar que el fluido que le salía por la nariz no era normal. Lo había observado y después de muchas teorías al respecto, se dio cuenta, con horror, de que estaba sufriendo eso que los chicos tanto temían.
Se pasó la mano por la nariz y la observó. Tenía un poco de su cerebro embarrado en los dedos. Se limpió la mano en la camiseta y se preguntó qué mentira debía decir para no levantar sospechas. ¡Demonios! ¿Por qué el cerebro no podía salir con sangre? De ese modo hubiese podido decir que estaba en su periodo y había manchado de sangre las sábanas. Pero no, las manchas tenían un color para el cual no tenía ninguna explicación… se dijo que si alguien de su familia lo notaba, sentiría más vergüenza que su hermano el día que encontraron calcetines manchados de semen en su habitación.
Podía ocuparse de eso después, se dijo, porque en este momento había otra cosa fuera de lugar… algo que sentía, o más bien no sentía. Tenía una sensación de vacío que irónicamente le oprimía el pecho, algo que nunca había experimentado antes.
¿Acaso sería posible que…? ¡Solo eso le faltaba!
Se tocó el pecho, deslizando sus manos sobre sus senos, como si esperara notar que por arte de magia uno había crecido más que el otro, delatando la presencia de su corazón, pero no encontró nada. Recorrió su habitación con la vista, esperando verlo escondido cerca, pero no lo localizó así que salió corriendo sin siquiera ponerse zapatos… no había tiempo qué perder, pues aún notaba el calor que había dejado su corazón pero Santana no sabía qué velocidad llevaba. Bajó las escaleras de dos en dos y al dar un mal paso, se tropezó y cayó por los últimos escalones. El golpe le dolió bastante y se frotó el hombro sobre el que cayó todo su peso, pero no podía quedarse tumbada allí, así que se incorporó de inmediato y sus ojos revisaron ahora la sala de estar.
-¿En dónde estás, bastardo? –Preguntó mientras escudriñaba en los rincones.
La puerta delantera estaba cerrada, así que se dio la vuelta y siguió revisando, no podía haber ido muy lejos pero no sabía si ya había abandonado la casa.
Se dirigió hacia la cocina y con espanto vio que una de las ventanas estaba abierta, pero más la asustó lo que vio a través de esta: su corazón iba flotando por el jardín, a mitad de camino de este.
-¡No! ¿Pero qué haces? ¡Regresa aquí, maldita sea!
Se aventó contra la puerta y corrió justo a tiempo de atraparlo cuando estaba por cruzar la valla, donde podría haberse ido por los jardines de los vecinos y ciertamente no le hacía gracia la idea de perseguir a su corazón a la vista de todos, para colmo descalza y aun en pijama.
-¡Estúpido! –Le gritó cuando lo tuvo entre las manos pero sabía que ella era la estúpida por estarle gritando a un órgano que no podía escucharla. Sintió el impulso de estrujarlo hasta destruirlo pero sabía que eso no era posible, así que solo se limitó a observar alrededor para asegurarse de que nadie la viera y cuando se convenció de que no había moros en la costa, acercó su corazón a su pecho y lo presionó hasta que de nuevo ocupó su lugar.
¿Acaso no podía tener un respiro? ¡Primero su cerebro y luego su corazón! ¿Tan enamorada estaba y no se había dado cuenta? Se reprendió a sí misma por haberse dejado llevar de esa manera, pero ¿cómo podía serle indiferente a ella? Porque sabía exactamente hacia donde se dirigía su corazón, solo que nunca admitiría en voz alta que estaba consciente de ello.
Notó que estaba de rodillas en el suelo, pues se había aventado al estilo de las películas de acción para detener al pequeño fulgor que se le había escapado del pecho, así que había quedado despatarrada sobre el pasto y solo se había levantado a medias. Se puso de pie y caminó hacia la casa, preguntándose aun por qué era ella la que tenía tan mala suerte.
Al entrar, encontró a su madre dejando una bolsa sobre la mesa.
-¿Qué hacías allí afuera, tendida en el pasto? –Le preguntó con curiosidad.
Santana se paralizó.
-Nada, es que quería hablarle al pasto… ¿sabías que eso lo hace crecer más bonito?
Su madre la miró con reprobación, pero solo dijo "Esta niña…" y sacó el contenido de la bolsa. Cuando parecía que ya se había librado, entró su padre, aun portando la bata y aflojándose un poco la corbata.
-Buenos días, gente. –Besó a su esposa en la mejilla. –Estaré aquí un rato para comer y descansar un poco, debo regresar al hospital.
-Estuviste de guardia toda la noche. –Observó la señora López, alzando una ceja.
-Sí –respondió este con una mueca. –Pero esta es la parte difícil, amor. Después de esta semana todo estará más tranquilo.
Cuando se acercó a Santana para besarla se detuvo en seco y entrecerró los ojos.
-¿Qué rayos es eso que tienes en la nariz, Santana?
La aludida se apresuró a ponerse la mano para ocultar su nariz, pero su padre fue más rápido y se la apartó.
-Déjame ver.
-Estoy bien, no es nada.
-¿Estás resfriada? ¿Por qué no me lo dijiste?
-¿Para qué?
-¿Sabes? Yo soy una de esas cosas a las que llaman "médico". Se dice por ahí que nosotros podemos ayudar a la gente resfriada, ¿a que suena loco?
-Suena como un total disparate, -le siguió el juego su hija –pero en serio, estaré bien y no tienes que revisarme, te ahorraré la asquerosidad de verlo.
-Ay por favor, Santana. –Dijo él poniendo los ojos en blanco y le tomó el rostro. Santana esperó con paciencia a que terminara de ver y sintió nervios cuando vio su rostro ensombrecerse.
-¿Terminaste? –Le preguntó.
-Eso no es gripe. ¿Qué es?
-Dímelo tú, eres el médico.
Su padre torció la boca y se quedó pensativo.
-Nah, no puede ser. –Dijo al fin conuna risita.
-¿Qué pasa? –Intervino al fin su madre, que había observado todo en silencio.
-Si Santana fuera un chico pensaría que se le está saliendo el cerebro. –Le comentó a su madre.
-Pero qué bobadas dices. –Lo regañó su mujer dándole un manotazo en el brazo, riéndose también.
-¿Podrías ahorrarnos tiempo y decirnos qué tontería te estás metiendo?
-Es cocaína líquida. –Contestó con una sonrisilla pícara y sus padres rieron.
-Ni creas que te has librado, en estos días te programaré una cita para que te vayas a hacer unos análisis. –Su padre enfatizó señalándola con el dedo mientras abría la puerta del refrigerador buscando algo para comer.
La morena sintió un poco de miedo… si hacía eso terminaría descubriendo que efectivamente, el cerebro se le estaba saliendo y no sabía que reacción podría tener. La pérdida de cerebro era algo exclusivo de los varones, o al menos eso era lo que ella tenía entendido y lo que había dicho el doctor López lo corroboraba. Sucedía una vez que un hombre estaba dispuesto a darlo todo por una mujer y prácticamente denotaba condena.
Durante años, los científicos habían tratado de descubrir por qué las mujeres perdían el corazón y los hombres el cerebro. Nadie lo entendía, pues había quedado demostrado que el hipotálamo era el verdadero protagonista en el proceso de enamoramiento, pero tanto el corazón como el cerebro hacían caso omiso de este hecho y eran los primeros en irse al experimentar amor. Con el paso del tiempo, se había planteado la hipótesis de que esto se debía a que ambos eran órganos vitales y era como una manera extraña del cuerpo de decir "no puedo vivir sin ti y por tanto te entrego esa parte de mi cuerpo sin la que moriría". Pero eso no le importaba, lo que realmente le carcomía el pensamiento era saber por qué rayos estaba perdiendo el cerebro siendo mujer… y por qué, para colmo, también estaba en riesgo de perder su corazón. Se preguntó entonces qué estaría sintiendo ella.
¡Ni siquiera se atrevía a pensarla por su nombre! Y no era por falta de atención, no, sino porque tenía miedo de que al pensarlo, se le saliera a chorros el cerebro y su corazón se escapara como un bólido directo a la casa de los Pierce.
Decidió que lo mejor por el momento era llamarla y verla para calmar un poco las ansias y el miedo, así que subió torpemente por las escaleras, sintiendo dolor por haber caído un rato antes. Cuando tuvo su teléfono móvil en las manos, marcó con desesperación, le temblaba la mano y tuvo que sostenérsela con la otra para evitar que se le cayera el celular.
Al primer timbre contestó… ¿es que había estado esperando su llamada?
-Hey –le contestó la rubia.
-Quiero salir. –Dijo la latina en ese tono autoritario que decía "no acepto un 'no' por respuesta".
-No puedo, mi madre no me dejará.
Aquello sí que era raro y Santana arrugó la frente tratando de imaginar lo que la rubia pudo haber hecho.
-¿Estás castigada?
-No… pero mi mamá no quiere que salga.
-Te iré a ver entonces.
-¿En serio? –La voz de la rubia sonaba feliz y Santana amaba eso.
-Mejor así, -dijo poniendo una sonrisa maliciosa, esperando que el aparato no dejara que se trasluciera –podemos tener una sesión de "dulces besos de señorita".
La sonrisa de Brittany se acentuó.
-Te esperaré entonces, mamá no dijo que no pudiera recibir visitas.
Cuando se cortó la llamada y Santana le dijo que llegaría un rato después, Brittany se frotó las manos con anticipación; sus palmas estaban incómodamente sudorosas y por un momento se quedó un poco desorientada antes de moverse deprisa hacia el guardarropa y empezar a sacar prendas… no, ninguno era adecuado. Sabía que estaba cometiendo un error, que no debía preocuparse excesivamente por eso, pero no podía evitarlo… amaba a Santana con locura y quería ser perfecta para ella. Finalmente se decantó por un atuendo, se vistió, se cepilló el cabello y se aplicó un poco de brillo labial. Se miró al espejo al terminar y asintió aprobatoriamente al tiempo que el timbre sonaba y salía corriendo de su habitación.
-¡Yo voy! –Le dijo a su madre.
-¿Quién es? –Preguntó ella con desconfianza.
-Es Santana, como no puedo salir vino a hacerme compañía.
Su madre la miró con seriedad, pero cedió y solo le advirtió:
-Nada de andar saliendo.
-Estaremos aquí.
-Yo voy de compras, ¿estarán bien ustedes dos solas?
-¡Sí! –"Más que bien", pensó para sí misma y abrió la puerta.
Santana estaba en el umbral, con los brazos cruzados y mirando hacia un lado con indiferencia y sonrió cuando vio a Brittany.
-Hey, Britt-Britt. –Pasó y fueron tomadas de la mano hacia la habitación de la rubia, mientras su madre se despedía de ambas con un beso.
-Volveré enseguida, ¡pórtense bien! –Gritó antes de irse y le guiñó un ojo a Santana, quien solo rio.
Cuando llegaron escaleras arriba, cerraron de un portazo y Santana se abalanzó sobre la rubia sin darle tiempo de decir nada.
No hacían falta las palabras, sus cuerpos hablaban por sí mismos pero la morena de repente se quedó paralizada, abrazando a Brittany quien percibió el cambio.
-¿Qué te pasa? –Quiso separarla un poco de sí para observar su rostro, pero la latina seguía aferrada a ella como si su vida dependiese de ello.
-Nada, es que ya estoy mojada. –Mintió.
Brittany sonrió. Era increíble el efecto que una simple frase podía tener sobre ella, pues sintió al momento un molesto punzón en su entrepierna.
-Yo también. –Respondió aferrándose también y sintiendo como un cosquilleo en el estómago.
-Hagamos algo al respecto. –Y sin darle tiempo a la rubia de responder, comenzó a quitarle la ropa.
Mientras se besaban, el mismo pensamiento ocupaba su mente: lo delicioso que era saborear el labial de ambas, lo agradable que era la textura de sus lenguas batallando por el poder. Fueron hacia la cama dando tumbos, sin separarse en ningún momento y cayeron sobre esta, Brittany debajo y Santana encima de ella. Ya había conseguido quitarle la falda y ahora luchaba por despojarla de la blusa, pero no podía, pues tenía que dejar de besarla para poder pasarla por encima de su cabeza y era lo último que quería. La rubia percibió su indecisión y fue ella quien reunió la fuerza de voluntad para separarse y quitarse la prenda, quedando solo con la ropa interior puesta. Santana la observó con adoración, pero no dejó que nada escapara de su boca: no podía permitir que la rubia notara el efecto que tenía sobre ella… nadie podía saber que era su debilidad.
Cuando vio que Santana solo se quedaba inmóvil observándola con deseo, la rubia rio ligeramente y comenzó a desvestir a Santana, quien reaccionó y le ayudó… no tenía caso torturarse mutuamente, así que también se quitó la lencería y la de Brittany, hasta que ambas quedaron totalmente desnudas, sus cuerpos presionados, sus pechos rozándose y enloqueciéndolas con la sensación. Volvieron a fusionarse en un beso, que iba subiendo de intensidad pero tenían que apartarse para poder respirar, pues ambas recorrían con las manos sus cuerpos, Brittany alcanzando el trasero de Santana y estrujándolo mientras esta jugueteaba con sus senos y gemía por lo bajo.
A Brittany le hacía perder el control los sonidos que emitía la morena, siempre le pasaba lo mismo. La levantó como si fuera tan ligera como una pluma y se dedicó a darse un festín con sus senos, ensañándose con sus rígidos pezones, con Santana jadeando y revolviéndole el cabello… sabía que le tomaría horas desenredarlo después, pero esto le hacía sentir aun más excitada y el calor que sentía entre las piernas se volvió aún más insoportable; no aguantaría mucho tiempo más así y le dio un poco de alivio cuando Santana se separó con brusquedad y comenzó a bajar, besando con ansiedad todo su cuerpo, empezando por el cuello, pasando por el valle entre sus senos, lamiendo su perfecto abdomen (podía pasar horas haciendo esto, pero ya habría tiempo después) y descendiendo más y más hasta que llegó a su destino. La rubia no estaba mirando, sino que su vista estaba fija en el techo, pues le encantaba sentir de repente el calor, como si no lo hubiese estado esperando y Santana la hubiese tomado desprevenida.
-¡Ah! –Ahí estaba. Sintió la intrusión de algo húmedo y caliente en su sexo, que hizo que estrujara las sábanas y las retorciera con el puño, pero esbozó una sonrisa y miró finalmente hacia abajo, llenándose de felicidad y placer al ver a su adorada amiga con la cabeza entre sus piernas, tan concentrada en su tarea. Era algo que la llenaba no solo de satisfacción y placer físico, sino que hacía que su pecho desbordara de algo indescriptible y le hiciera querer llorar de la emoción… pero esas cosas nunca se dicen en voz alta cuando estás con tu "amiga con derecho", alguien por quien se supone que no debes sentir nada.
Santana por su parte, acariciaba las piernas y el abdomen de Brittany con cariño mientras su lengua se movía de un lado a otro con habilidad, a veces cambiando el ritmo para ofuscar a la rubia y otras tantas succionando con fruición, hasta que Brittany apartó las manos de las sábanas y puso su mano en la cabellera oscura de la latina, quien soltó un gruñido de aprobación y la vibración hizo que Brittany alzara las caderas momentáneamente, buscando más contacto.
La morena seguía devorándola y en un punto se quiso portar un tanto egoísta, pues ahora su prioridad era beber hasta la última gota de la humedad que manaba de ella, disfrutando de su penetrante sabor y ese aroma que le hacía perder el sentido… pero Brittany sabía esto, se daba cuenta por el frenesí que se apoderaba de compañera y solo el saber esto era capaz de provocarle un orgasmo espontáneo…
Pero no era espontáneo. Cuando Santana no pudo más y con violencia le levantó las piernas a su amiga, sosteniéndolas sobre sus hombros y gimió mientras retorcía la lengua de una manera que sacó de sus casillas a la rubia, esta le apretó tan fuerte tan fuerte la cabeza con los muslos, sin poderse controlar y Santana pensó que ejercía tanta presión que le podía romper la cabeza tan solo con la fuerza de sus piernas, pero nada importaba ya y podía morir en paz, pues Brittany dejó salir toda esa tensión que se había acumulado dentro de ella, exhalando un gemido más ronco que los anteriores al sentir finalmente un orgasmo.
Se quedó allí, tendida unos segundos, tratando de recuperar el aliento… hasta que Santana de nuevo la tomó y se posicionó en su centro, acomodándose hasta que sus sexos estaban presionándose.
Brittany dejó salir un quejido al sentir que sus entrepiernas hacían contacto, pues aun estaba sensible por el orgasmo que había sentido pero no dijo nada, pues sabía que no había fuerza en la Tierra que pudiese detener a la morena cuando se ponía así, además de que siempre terminaba pagándoselo con creces, pues Santana jamás le quedaba mal.
Cuando estuvieron en buena posición, Santana comenzó a embestir y Brittany se esforzó por seguirle el paso, aunque quedándose muy por detrás… la latina podía ser cariñosa y hacerle el amor suavemente y con delicadeza… pero en ocasiones como esta, era pasional y salvaje, casi como un animal.
Y, ¿sinceramente? No sabía cual de las dos le gustaba y excitaba más.
Por su parte, Santana tenía sus propios pensamientos… lo que había ocurrido ese día no podía volver a pasar, de modo que necesitaba poseer a su amiga bestialmente, sin ponerse a pensar en sentimientos y preocupándose solo por el aspecto carnal de su relación. Tenía que hacerse a la idea de que eran eso y nada más: dos amigas que habían descubierto empíricamente las bondades hedonistas de las artes amatorias de Lesbos.
Brittany comenzaba a sentir un poco de molestia, pero no dijo nada… después de todo Santana le había dado un maravilloso orgasmo como siempre y Brittany amaba provocarle lo mismo al objeto de su adoración, así que sacando fuerzas de alguna parte, creó fricción a su vez igualando el vaivén de la latina quien con los sonidos que emitía le hacía saber que estaba haciendo un buen trabajo.
Y fue entonces, al verla echar la cabeza hacia atrás, abandonándose a esa deliciosa sensación que le daba el calor de Brittany, que esta volvió a sentir ese espasmo y de la nada, experimentó un segundo orgasmo al tiempo que Santana experimentaba el suyo haciendo acopio de sus últimas fuerzas.
Al terminar, la morena, que era considerablemente más baja que la rubia, se desplomó encima de ella, con la cara a la altura de sus senos y jugueteó distraídamente con uno de sus sensibles pezones, hasta que Brittany le puso la mano encima para que dejara de hacerlo, pues se estaba sonrojando y una vez más sentía una palpitación debajo.
-Estás temblando. –Observó cuando la mano que tenía entre la suya no dejaba de agitarse nerviosamente.
-Estoy bien. –Le aseguró su amiga cerrando los ojos con fuerza. –Solo abrázame.
No quería decirle que ese temblor se debía a que sentía claramente como su corazón se impactaba contra su pecho, luchando por salir y reunirse con la rubia que estaba debajo de ella; se sentía exaltada y sabía que no podría vivir sabiendo que su corazón podía salir al encuentro de Brittany y dejarla en evidencia.
Por su parte, Brittany tampoco estaba calmada… su corazón latía tan rápido como el de un colibrí y temía que la latina sintiera esto y se diese cuenta de lo que pasaba, pero se repetía a sí misma que todo estaría bien, que podía controlar a su corazón y nada malo pasaría.
Después de un rato, Santana se levantó y Brittany echó en falta su peso recargado contra su cuerpo, así como su calor y la observó mientras reunía sus prendas que habían quedado dispersadas por la habitación, para vestirse lentamente sin mirar ni una sola vez a la chica que todavía estaba en la cama, observándola con tristeza. Santana siempre era así: sin importar si el sexo había sido tranquilo e íntimo, o desenfrenado y poco discreto, se terminaba levantando para vestirse y comportarse como si nunca hubiese sucedido nada y no se hubiese desatado una tormenta de pasión momentos anteriores. Ya habíase acostumbrado a esto, pero no dejaba de sentirse triste y era una de las razones por las cuales no podía dejar que Santana viese cómo su corazón se dirigía hacia ella.
-¿Quieres ver Sweet Valley High? –Le preguntó Santana sin voltear a verla.
-¿Eh? Ah… sí, está bien. –Respondió distraídamente la rubia. Se levantó y comenzó a vestirse también, notando lo esquiva que estaba su amiga. Cuando un rato después estaban sentadas muy cerca, viendo el televisor, Brittany sintió curiosidad:
-Oye, San… ¿qué es lo que hace a uno perder el corazón? –Le preguntó y a la aludida le dio un vuelco (literalmente) el susodicho órgano.
-Dicen que cuando uno está enamorado. –Dijo más para sí misma que para la otra chica. –Pero yo digo que son tonterías.
Brittany reprimió las lágrimas al escuchar la respuesta.
-¿Tú crees que el sexo pueda hacer perder el corazón?
Su amiga rio.
-Si así fuera nadie en McKinley tendría corazón ni cerebro ya.
-¿Entonces no?
-Claro que no. Es imposible.
Brittany se calmó un poco al fin. Creía ciegamente en lo que le decía su amiga.
-¿Me lo prometes? –Dijo encontrando su mirada con los oscuros ojos de quien estaba a su lado. -¿Que el sexo no puede hacer que a uno se le vaya el corazón?
Santana vaciló por un instante, pero de hecho no sería una promesa en vano. Desgraciadamente (o tal vez por fortuna) nadie podía perder el corazón solo por tener sexo, pero no quería decirlo en voz alta por lo que esto significaba… sin embargo, al ver el rostro de Brittany, se decidió.
-Te lo prometo. –Y entrelazó su dedo meñique con el propio.
Y era una promesa verdadera, pues lo que había hecho perder el corazón a ambas, y en el caso de Santana, el cerebro, no había sido el sexo.
Había sido el amor.
