Pirotecnia

Deidara por sobre todo, incluso su cumpleaños, esperaba cierta época del año. Y por fin, luego de trescientos sesentaicinco días era de nuevo el aniversario de la fundación de… lo que significara. No entendía demasiado qué celebraban ni por qué, a su corta edad ignoraba demasiado, pero no le importaba ni un poco. Lo único que quería ver eran los fuegos artificiales más impresionantes del todo el año.

Cierto era que para la mayoría de las fiestas su abuelo montaba un espectáculo similar, pero las de hoy serian infinitamente superiores.

—Me voy a jugar afuera mami—anuncio radiante con su voz de niño de pequeño. Ella estaba ocupada con su hermana pequeña, intentando sin demasiado éxito que comiera.

—Primero termina tu leche, Deidara-chan— repuso pacientemente. Él se abalanzó sobre el vaso y llego al fondo sin respirar.

—Ya estoy.

—Recuerda no molestar a su abuelo.

Le decían "abuelo" por costumbre y porque a él le gustaba ese sobrenombre, pero su parentesco técnicamente no existía. Era el amigo de la infancia de su abuelo materno.

—Si mamá—le dijo ya en la puerta y salió.

Ignorando descaradamente la orden de su madre se coló al taller del hombre que se encontraba ordenando paquetes de pólvora y envolviéndoles con una combinación de arcilla y tiras de papel en proporciones secretas. En eso consistía su habilidad.

Cuando preguntó qué eran esos feos paquetes y él le respondió que de ahí salían los fuegos del cielo estaba convencido de que le mentía descaradamente. No podía ser que de esos sosos paquetes color de tierra y sin nada interesante en ellos fueran responsables de la locura de color, luces y ruido nocturno, hasta que lo llevo en hombros a la torre donde hacían su trabajo él y sus ayudantes.

Para él fue magia, decía a veces si le preguntaban de ese incidente, según él hacía muchos años "cuando era chico"...

—Hola abuelito— saludo con la sonrisa de oreja a oreja que sus vecinas adoraban.

—Deidara-chan, ¿No te dijo tu madre que no me interrumpieras?— le respondió jugando al enojado. El abrió los ojos y dejo caer las comisuras de los labios.

— ¿Estoy molestando?

—No, por eso puedes quedarte— le dijo sonriente.

Por mucho que sintiera que lo estaba malcriando, no podía dejar de querer a ese niño. Y sabía como usar su encanto, aunque dudaba que se diera cuenta conscientemente de ello. Además, en él veía algo mas, le veía potencial de enseñarle todo lo que sabía.

Más que la artesanía de los fuegos artificiales donde mataba los días de su retiro en espera de una muerte que se había tardado en llegar, había desarrollado tal dominio con los explosivos que siempre sintió un desperdicio morir sin trasmitirle a alguien su experiencia.

Hasta Deidara, nadie se mostro dispuesto a aprender. En él veía la esperanza de extender su legado. No se atrevía a escribir las técnicas que desarrolló, sería una estupidez hacerlo pues podría caer en manos enemigas. Por ello su única esperanza era el niño rubio al frente suyo.

Entró dándose importancia, y le pregunto en qué podía ayudar.

—Son materiales muy peligrosos— le dijo.

—Sí, pero yo ya tengo edad para manejarlos ¿verdad?

Lo miró vacilante, cobrando conciencia de cuánto había crecido, parecía que en cualquier descuido, los niños crecen. Parpadeó una vez considerándolo seriamente. Comenzaría la academia en dos años y si quería enseñarle algo bien podía empezar ahora. Tal vez no fuera tan maduro como se sentía, pero no era demasiado pronto para empezar a entrenarlo.

—Puedes tamizar tierra para hacer la arcilla— Sonrió y se acercó al monto de tierra, a la repisa de herramientas. Se dio cuenta de que no se había equivocado, el niño preguntaba "¿Así abuelito?" "¿Con esto?" "¿Cómo se llama?" "¿Cuánto?". Su sonrisa infantil desapareció y se veía serio, como si manejara nitroglicerina. El anciano sonrió satisfecho, la experiencia ayuda, pero hay que tener madera. Y Deidara la tenía.

—Abuelo— le miro sorprendida la madre de Deidara unos segundos. No que le incomodara su presencia, pero él no solía asistir al festival, coordinaba el espectáculo desde una torre.

—Dejé a Takeshi a cargo, hoy quiero estar en el público.

—Oh ¿Puedes llevar a Deidara-chan? Desde un tiempo para acá Kurotsuchi está muy inquieta.

—Seguro.

Y cada uno con un niño se adentraron en la multitud ruidosa. A pesar de ello Deidara hablaba sin parar sobre su día, el clima, etcétera. Pero su madre capto algo.

— ¿Cómo?

—Que cuando tamizaba la tierra encontré un caracol— le dijo como si le estuviera teniendo mucha paciencia — ¿Quieres verlo? — y busco entre su ropa. Ella miro al hombre.

— ¿De qué habla?

—Bueno, pensé que quizá podría aprender algo— le dijo en un tono muy casual. Pero en sus ojos brillaron con orgullo cuando agrego: — ¿Quién sabe? Puede que en unos años sea mejor que yo.

La madre estaba atónita, pero lo miro con agradecimiento y los ojos se le humedecían. Desde que su esposo subió de rango no pasada mucho tiempo en casa y le hombre fue modelo y héroe de su hijo mayor además de apoyo para ella en los momentos difíciles. Le debía tanto y ahora quería ocuparse de enseñarle a Deidara sin tener ninguna obligación de hacerlo. Quizá con eso podían salvarlo de morir joven e incluso lograran que el niño no siquiera la locura de convertirse en ninja. Le daba la oportunidad de una vida pacífica y segura que era lo que ella más deseaba para su hijo.

—Gracias, si te da problemas no dudes en castigarlo.

El rio ruidosamente, dándole la razón. Reconociendo para sus adentros que no sería capaz de regañarlo siquiera.

—Mama ¿Por qué lloras? — interrumpió la conversación el niño. No había oído ni una palabra desde que su madre se dirigió a su abuelo. Estaba ocupado viendo la inauguración del espectáculo que según él era más interesante que la aburrida plática de adultos. Pero las lágrimas de su madre lo alarmaron.

—No es nada amor—y lo abrazó. Pero la niña que cargaba reacciono mal ante la presión, podía balbucear a estas alturas, pero no decía gran cosa. Prefería llorar o retorcerse cuando algo le molestaba, justamente eso comenzó a hacer.

—Mamá— se quejo más por orgullo que por desagrado. Le encantaba que le pusieran atención. Y su hermana comenzó a gemir, preludio del grito que seguro lanzaría si no regresaba a su posición inicial. — ¿Me cargas? Desde aquí no puedo ver

—Tu madre tiene a tu hermana, ven— y con los brazos lo alzo sobre sus hombros, para que tuviera una vista privilegiada de los chispazos de pólvora. Y esa noche se sintió en la cima del mundo.


Siempre sentí que a el le faltaba una historia biográfica… así que aquí esta!

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