Disclaimer: Hetalia ni sus personajes me pertenecen. Le pertenecen a Himaruya Hidekaz, yo solo hago uso de ellos para llevar a cabo cosas como esta.

Advertencias: AU humano; futura relación BL (chico x chico).

Nombres humanos:

Emil Steilsson: Islandia.

Palabras: 2104.


"Ametýst"

Capítulo 1 - Prólogo


Un camino embaldosado cruzaba el parque desde su entrada, hasta la base del puente que cruzaba un mediano lago, y continuaba hasta la salida de dicho parque. A la derecha de aquél camino, en un pequeño cuadro pavimentado que interrumpía el crecimiento del césped que se alzaba de un vivo color verde claro, había una banca de hierro negro, pulcramente pintado, y madera que conservaba su color natural, pulida y barnizada con sumo cuidado, cosa que le daba una apariencia de gran suavidad al tacto.

Entre el césped, se alzaban árboles de grueso tronco y abundantes hojas, algunas marrones y secas por la estación, y otras que aún mantenían toques de su original color verde. A pesar de la abundancia que conservaban sus copas, se veían en el suelo, grandes cantidades de hojas secas, que los árboles ya habían soltado de ellos, y habían dejado caer.

En una de las tantas bancas que se alineaban por el lado derecho del camino –ya que en el izquierdo, no habían más que arbustos y varios árboles, ideal para hacer picnics veraniegos– había un joven sentado.

Era un chico que no superaba los quince años de edad, estaba vestido con un grueso abrigo color crema y unos pantalones beige. Tenía unas botas del color de su abrigo, con un diminuto tacón que lo hacía lucir más elegante y estilizado. En sus manos, llevaba guantes blancos, seguramente para protegerse del frío otoñal, y en su cuello, una bufanda que hacía juego con sus pantalones.

El contorno de su rostro era de cierta manera, infantil. Ligeramente redondeado, que le daba una apariencia un tanto femenina. Su piel era bastante blanca, y se podía sentir, incluso sin tocarla, la suavidad que poseía. Su nariz era fina y ligeramente puntiaguda, y tenía la punta algo roja por el frío. De labios ligeramente rosáceos y entreabiertos, que dejaban ver muy levemente sus blancos y rectos dientes. Las mejillas estaban teñidas de un suave color carmín, y lo más probable, era que fuese por el frío.

Una brisa fría recorrió el parque, y removió los ordenados cabellos del muchacho. Eran cortos, y rizados en las puntas, de un color rubio cenizo, brillantes y bien cuidados según lo que se podía apreciar. Bajo sus rubias cejas y espesas, largas y crespas pestañas, se podían apreciar sus ojos. Eran quizás, lo más llamativo del cuerpo completo del muchacho. De un color amatista, con tintes azulados, que lucían completamente ausentes, y bien fijos en el horizonte. Frente a ellos podían pasar personas, aves, animales, o cualquier objeto que le levantaría la curiosidad a un ser común, pero a él, no parecían interesarle, en lo más mínimo.


Es hermoso… Murmuró, fascinada, la suave voz de una mujer. Con esa fascinación, de madre que acababa de serlo. De aquella mujer, que venció su propio dolor y sufrimiento, con tal de tener entre sus manos, al ser más hermoso que podría conocer en la tierra: su recién nacido hijo.

En la habitación de un hospital, cuyas paredes estaban pintadas de un color azul muy claro, y las baldosas eran de un pulcro color blanco; en la camilla con sábanas blancas, estaba una mujer. Tenía los cabellos rizados, un tanto desordenados, los cuales le llegaban hasta la mitad de su espalda. Rubios cenizos, y unos preciosos ojos azules, ligeramente violáceos, que miraban con asombro a la criatura que tenía entre sus brazos.

A su lado, su marido, quien miraba casi de la misma forma a la criatura. Un hombre alto y robusto, vestido formalmente con una chaqueta y pantalones marrones, sobre una camisa blanca y corbata gris.

Así es Afirmó el hombre, con una sonrisa enternecida en su rostro, a la par que acariciaba los escasos cabellos en la cabeza de su pequeño hijo. "Es un niño fuerte y sano", le dijo el médico, cosa que lo hacía enorgullecerse de gran manera, tanto a él, como a su esposa.

¿Cómo se llamará? Interrumpió aquél momento de admiración, con voz gruesa, el reciente padre.

He decidido llamarle Emil... Le respondió la mujer, arrullando con ternura al recién nacido.


— Emil — Llamó la voz de una recién llegada. Una mujer, con una larga trenza rubia al costado de su cabeza, vestida con un gran y grueso abrigo color damasco. Tocó con sus finas manos el hombro del muchacho de la banca, y el chico sólo cambió medianamente su expresión. — He llegado. ¿Vamos?

El chico asintió con suavidad, sin pronunciar palabra alguna. La mujer, quien parecía ser su madre, estiró su brazo cubierto por su abrigo, posándolo frente al muchacho, quien comenzó a palparlo y una vez lo reconoció, se sostuvo a él, para levantarse de la banca, y comenzar a caminar junto a su madre. Caminaban a la par, por el largo camino, cubierto de hojas secas.

La mujer no paraba de hablar, entretenida, y su hijo la oía, dibujando a veces una pequeña sonrisa en sus labios. Asentía con su cabeza, o respondía con un simple "Ajam". Pero así le demostraba a su madre, que la oía. El muchacho, simplemente, no era demasiado hablador.


Steil… Llamó la voz aterciopelada de Sorina, quien sostenía a su pequeño hijo en brazos. No soy doctora pero… ¿No has notado que a Emil no le interesan en lo más mínimo los colores?

Los primeros días, los bebés son ciegos. No te preocupes.

He oído acerca de eso. Respondió la mujer, mientras sostenía un pequeño peluche de frailecillo frente al rostro de su pequeño hijo. Pero han pasado dos semanas…

El hombre, que estaba sentado en el comedor, leyendo superficialmente el diario, dirigió sus orbes azules a su mujer. Su esposa tenía razón, pero debía de ser optimista. El doctor les había dicho que su hijo había nacido completamente sano, así que debía de tener fe que aquello sería pasajero.


— Emil, ¿te parece si compramos un peluche? — Le preguntó la mujer al joven. El rostro, generalmente sereno, se le iluminó enseguida.

Con el tiempo, Emil había adquirido un gusto especial por los peluches. Le gustaba tocarlos, abrazarlos, y frotarlos contra su rostro. Sintiendo las diferentes texturas que estos tenían. Gustaba tocar los rostros de los animales, para así definir qué eran. Tocar las heladas narices que poseían algunos, o que en su defecto, eran bordadas. Los ojos de botones, u otros materiales. Simplemente, amaba la variedad de sensaciones que producían en sus manos al tomarlos y tocarlos.

— Me encantaría… — Respondió, mostrando una ligera pero dulce, tierna, y totalmente sincera sonrisa en sus labios sonrosados.


Definitivamente… Habló la ronca voz del médico que revisaba, segundos antes, al pequeño bebé con algunas semanas de vida. Esto no es normal. Las pupilas de Emil no reaccionan de forma correcta a la luz, pero parece molestarle.

¿Qu-qué significa eso…? Preguntó la mujer, llevando sus manos a su pecho, con un deje de esperanza pero notoria preocupación en su rostro. La voz, junto al labio inferior y sus manos, temblaban.

Su esposo posó su mano en el hombro de la mujer, pretendiendo darle fuerza. Fuerza, que él mismo perdía al pasar de cada largo y desesperante segundo, en el que el médico no respondía, y continuaba examinando de forma más superficial al bebé.

Emil es ciego.

Dijo al fin. Y eso fue, la gota que derramó el vaso. Ambos padres se desplomaron allí mismo.


— ¡Oh! ¡Mira! — Exclamó Sorina, tomando un pequeño panda de felpa, que reposaba en la estantería, junto a varios peluches más. Lo acercó a las manos de su hijo, que buscaban al animal hasta finalmente encontrarlo.

— Es muy suave… — Murmuró el chico, mientras dirigía las yemas de sus dedos al rostro del animal. Tocó sus facciones, buscó su nariz y halló forma entre esta y sus ojos, la forma de sus orejas, e incluso la pomposa colita en su trasero. — ¿Es un… Oso?

— Un panda — Recalcó la madre, sonriéndole a su joven hijo. — Son blancos, blancos y negros… ¡Son muy adorables! Tienen grandes manchas en los ojos, que hacen que parezcan enormes, como los tuyos.

Emil soltó una suave risita, llevando una mano a su rostro, tocando su párpado y la línea de largas y rizadas pestañas rubias que contorneaban sus ojos. Sí, se sentían grandes.

Finalmente, decidieron comprar el pequeño panda junto a un conejito, ambos peluches del tamaño de la palma. Si bien Emil amaba los peluches, le bastaba con que fueran pequeños, así se le facilitaba reconocer sus facciones.

Tras comprar ambos peluches, la pareja de madre e hijo, se encaminó por la vereda. Sorina aún no quería marcharse a casa, quería disfrutar más tiempo junto a su joven y amado hijo.

Tras el nacimiento de Emil, y la terrible noticia de su ceguera, Sorina decidió dejar su trabajo. Pensaba que el niño necesitaría de todo el amor materno y paterno que pudieran darle. Pero claro, necesitaban un sustento, así que Steil, el padre de Emil, siguió trabajando. A pesar de la discapacidad del niño, Emil siempre se comportó como un chico normal, y demostró ser muy inteligente. Aprendía más rápido de lo que cualquiera pensaría. Incluso, había aprendido a tocar piano como todo un experto, aunque le avergonzaba tocar para alguien que no fueran sus padres.

Cuando Emil cumplió la edad suficiente, entró a una escuela especial. Sin embargo, no duró mucho en ella. Él deseaba, por todos los medios, ser un niño normal. Así que su madre y su padre, lucharon por colocarlo en alguna escuela que se permitiera niños "especiales", pero fuera como todas las demás. Y lo consiguieron.

Contrario al miedo que tanto Steil como Sorina tenían consigo, Emil consiguió hacer amigos. Una pequeña niña, de nombre Lilian, de nacionalidad alemana, no tardó en trabar una gran amistad con Emil.

A Emil le costó aprender a escribir como un niño normal, pero lo consiguió, con grandes dificultades. Todos confesaban que poseía una caligrafía hermosa, y era una de las cosas de las que estaba completamente orgulloso, pues allí se plasmaba el esfuerzo y tiempo que invirtió en las infinitas prácticas. Su primer gran logro, fue escribirle una corta carta a sus padres, la cual ambos aún conservaban, y a pesar de corta, estaba cargada de sentimiento y amor.

Sorina y Steil, en más de una ocasión, pensaron en darle una hermana o un hermano a su hijo, pero pensaban que no podían dividir su tiempo. Deseaban dedicárselo de forma completa a Emil, su Emil, y su mayor orgullo.

— ¿Dónde vamos, mamá? — Preguntó el muchacho, caminando al ritmo de su madre, llevando consigo la bonita bolsa color rosa crema, con pequeños ositos que la adornaban, la bolsa que contenía dentro los recién comprados peluches.

— Al lago.

Tal como Emil amaba los peluches, también amaba el agua. Le gustaba sentirla, en todos sus estados, y temperaturas. Amaba darse largos baños, pues sentía el agua correr por su cuerpo. Y por eso, el lago que se hallaba en el parque, era uno de sus lugares favoritos. Y su madre bien lo sabía.

Caminaron pacientemente, hasta llegar a dicho lugar, donde Sorina invitó a su hijo a sentarse, cuidadosamente, a la orilla del lago.

Si bien, Emil gustaba de caminar junto a su madre, también constaba de su bastón blanco, o bastón para ciegos, el cual sabía usar a la perfección para movilizarse por la escuela. Pero, sinceramente, prefería caminar junto a su madre y ser guiado por ella. Pasear con la mujer que le dio la vida, era una de las cosas que tanto disfrutaba hacer los fines de semana.

Tras pasar un ameno día en el lago, Emil y su madre regresaron a casa. Aún quedaba día, por lo que Sorina decidió prepararle una exquisita cena, mientras Emil practicaba en su piano. No había sonido que le pareciera más delicioso a Sorina, que las notas que salían del piano mientras su queridísimo hijo lo tocaba. Aún si no lo veía, lo sabía manejar y tocar de manera casi profesional.

Sorina cortaba algunas verduras, cuando oyó que alguien tocaba la puerta. Se lavó las manos, y mientras se las secaba, caminaba en dirección a la puerta principal. Al abrirla, se encontró con la agradable sorpresa de que Steil había llegado más temprano de lo normal, generalmente solía trabajar hasta tarde los sábados. Le saludó con un beso, y el hombre pasó enseguida a saludar a su hijo, quien respondió sonriente al saludo.

Así era, más o menos, un día normal en la casi perfecta vida de Emil. De no ser por aquella pequeña discapacidad, la cual no podía evitar odiar, de vez en cuando. ¿Por qué, aquellos preciosos ojos amatista –como todos los describían; grandes y hermosos– carecían de tal maravilla, como era la visión?


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¡Hola a todos! ¿Qué les ha parecido?

Bueno, he de decir que hacía bastante tiempo que quería escribir algo con esta temática. Si bien, el prólogo no dice mucho más que una pequeña introducción a la vida de nuestro protagonista, prometo que los próximos capítulos serán mucho más interesantes.

Sé que debo continuación de bastantes fics, pero es que no podía quedarme con esta idea guardada. Si no la llevaba acabo, acabaría arrepintiéndome de escribirla.

Además, varias cosas quedaron inconclusas. ¿Quién es Lilian? ¿Emil ha hecho más amigos en su escuela? ¿Quiénes creen que sean? ¿Y quién será la pareja de Emil, considerando la "advertencia"?

¿Críticas? ¿ideas? ¿dudas? ¿respuestas a las anteriores preguntas? ¡No duden plasmar todo aquello en un hermoso review! También, agradecería un montón que sigan esta historia, o la añadan a sus favoritos.

¡Gracias por leer!