El ruido la despertó de golpe. Había mucho ruido. Ruido metálico, ruido de poleas, cadenas chirriando. Como si estuviera metida en una aspiradora y alguien tirase con fuerza hacia arriba. La cabeza le daba vueltas y el chirrido le destrozaba los tímpanos.

Que alguien me saque de aquí. ¡Por favor!

Notó unas anillas fuertes apresándole el torso. Se estaba ahogando en un túnel sin luz, rodeada de oscuridad y del chirrido metálico. Se llevó las manos a los costados, tratando de deshacerse de aquella cuerda, pero tenía los brazos débiles, como si llevaran mucho tiempo inactivos. Le cayeron endebles a los lados. Se encogió como una bola, acurrucándose.

El aire viciado era frío venía sobre todo de arriba, hacia donde seguía subiendo.

¿A dónde?

Sintió ganas de llorar y pero las lágrimas también desaparecieron, el aire las llevó más allá y notó que tenía los brazos húmedos. ¿Por qué estaba allí dentro?

¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí? ¿Por qué…?

Parecía que la cabeza le fuese a estallar, demasiadas preguntas y la dolorosa sensación de abandono…

El suelo seguía subiendo hacia arriba. Dondequiera que estuviese parecía no tener fin. Y en ese túnel oscuro como la boca de un lobo se dio cuenta de que no tenía la menor idea de como había llegado a parar allí ni…

¿Quién soy?

La pregunta la atravesó como un puñal frío, más frío que el gélido viento del túnel. Sabía que las personas tienen nombre. Era una persona, pero no lograba recordar su propio nombre. Algo estaba mal, muy mal. Sabía cosas, sabía que era persona, que estaba viva que… pero no lograba recordar nada más. Sólo ese túnel infernal y la cantidad de preguntas que le ametrallaban el cerebro.

— ¡Ayuda! ¡Socorro! — el túnel le devolvió su eco. Su voz era extraña, como si tampoco le perteneciese.

Y así, en el suelo, acurrucándose, trató de calmarse. Como fuera.

Y entonces la luz.

Al principio apenas era un puntito anaranjado, lejos, encima de su cabeza. Pero a medida que seguía ascendiendo el puntito fue agrandándose. ¡Estaba cerca la salida! La claridad le hizo daño y tuvo que entrecerrar los ojos. Entones, con un ruido sordo, el mundo se detuvo. Oyó voces. Algunas agudas, otras graves, y tuvo miedo.

— ¿Qué os apostáis que está hecho una clonc?

— ¡Venga, corre, abre la puerta!

— Tu calla, cara fuco,

— ¡Bienvenido judía verde!

Con un sonido chirriante, alguien separó dos puertas de metal. Alguien saltó cerca de donde estaba. Parpadeó tratando de abrir los ojos, pero la luz era todavía demasiado fuerte. Muchas manos le cogieron la ropa, las extremidades y tiraron hacia arriba tratando de sacarla del agujero negro. Seguían hablando pero no podía entender lo que decían. Notó la hierba, fresca y blanda bajo ella. Y entonces se hizo silencio:

— Encantado de conocerte, pingajo. Bienvenido al Claro.