La Esclava

Capítulo 1: Preludio

El aire seco y ardiente del desierto le quemaba por dentro con cada inhalación. El calor era sofocante; no solo le pegaba la ropa humedecida al cuerpo sino que además comprimía su pecho, dificultando aún más su respiración. O quizás el problema fuera la presión que ejercía sobre él, el duro hombro de quién la cargaba. A juzgar por el ardor del sol contra su espalda, quemándola a través de la gruesa tela de su vestido, y por las finas hebras de luz que entraban a través de la bolsa de arpillera que rodeaba su rostro, el sol debía estar en sus horas de mayor plenitud. No podía recordar cómo había llegado hasta allí, pero casi podía asegurar que en sus últimos momentos de consciencia aún era de noche y la temperatura había sido mucho más agradable.

Intentó bucear entre recuerdos y pensamientos confusos, buscando algo a lo que atenerse, pero todos se diluían con la facilidad con la que se escapan de una mente febril. Lo mejor sería comenzar por el recuerdo más certero que tuviese. "Mi nombre es Annia. Tengo 18 años. Mi hogar está en la ribera de Winding Arrow. Mi padre se llama Jhon. Él..."

La imagen de su padre apareció en su cabeza, tan clara como si lo estuviera viendo en persona. Su barba canosa, las pequeñas arrugas en su piel tostada, sus ojos color ébano viéndola de forma seria pero afectuosa... El dolor en el pecho de la joven se hizo aún mayor. En su recuerdo, alguien golpeaba la puerta. No era un golpe cortés, sino uno destinado a tirarla abajo. Afuera los gritos eran de miedo y dolor, aunque también habían risas socarronas y burlas despectivas, teñidas de un fuerte acento sureño.

-¡Papá! ¿Qué sucede? ¡Tengo miedo!-exclamó cuando su padre la tomó por los hombros y la guió hacia el armario del baño.

-Shh... Tranquila. No hagas ruido y entra ahí-. Su voz seguía tan apacible como siempre, aunque en el fondo ella sabía que él también tenía miedo. -Britannia, quiero que seas valiente. Quédate allí adentro, pase lo que pase, oigas lo que oigas. Volveré por ti, ¿está bien?

-No papá. No me dejes, por favor-las lágrimas rodaban por sus mejillas pero su padre hizo lo mejor que pudo para ignorar sus súplicas. Un segundo golpe en la puerta principal, más fuerte aún, hizo que esta cediera. Las voces eran más fuertes ahora y también los gritos. Annia retrocedió, entrando en el pequeño armario con dificultad.

-Te amo, hija. No lo olvides -respondió el hombre, dejando un beso sobre su pálida ó con prisa las puertas del armario, dejándola encerrada y a oscuras.

No pasó más de un minuto cuando lo escuchó nuevamente.

-¡No, por favor! Les daré lo que deseen, pero por favor no destruyan nuestro hogar. Pueden tomar lo que deseen. Somos humildes campesinos, pero encontrarán que nuestra cocina está repleta...

-¡Calla!-le espetó una voz grave. -Estamos aquí para tomar lo que es nuestro.

-¡Ebreesh! Mira esto-intervino una tercera voz. La pausa después fue de tal tensión que Annia creyó que se orinaría encima.

-Vaya, vaya...-Ebreesh parecía deleitarse con cada palabra, como si todo eso fuera un juego y de fondo no siguieran escuchándose gritos de mujeres, niños y hombres por razones que ella prefería no imaginar. -¿Qué tenemos aquí? Un relicario hecho en plata. Sin duda esto tendrá valor en el mercado. Pero... ¿quién es ella? ¿Por qué no me la presentas, mm? Por ella me darán mucho más que por este colgante. ¿Dónde está, eh? -la voz inquisidora del tal Ebreesh aumentó su volumen e insistencia, pero no pudo cubrir los quejidos de John detrás; le estaban dando una golpiza. -¿Dónde la escondes?

El corazón de Annia estaba desbocado. Necesitaba salir de allí. Tenía que ayudarlo pero no podía entregarse a los Calormenos; sería echar por la borda el esfuerzo de su padre para mantenerla a salvo.

La puerta del armario se abrió inesperadamente, revelando un rostro hostil de piel oscura y ojos saltones. El hombre esbozó una amplia sonrisa de dientes incompletos y amarillentos. -Ahí, estás. ¡La encontré!

"... creo que él ha muerto. Ellos lo mataron y ahora yo soy su esclava."