Comprando en el callejón Diagon

El reloj sonó a las ocho de la mañana, Tom se despertó al momento, lo apagó y de un salto salió de la cama. Emocionado, se vistió, cogió el dinero que le había dado aquel viejo y bajo rápidamente las escalera sin hacer ruido.

Una de las supervisoras del orfanato se ofreció a acompañar a Tom, pero él se negó, diciendo que ya se las apañaría él solo. Salió del orfanato con una fuerte emoción en el pecho y buscó aquel lugar llamado "Caldero Chorreante".

Pasados quince minutos, Tom se hallaba en el centro de la ciudad, merodeaba por los callejones y no encontraba nada, pasó por tiendas de ropa, restaurantes, librerías... pero no encontraba la dichosa taberna. Incluso estuvo a punto de preguntarle a alguien dónde se hallaba, pero luego recordó que las personas normales no sabían que existía.

Cuando dobló la esquina de la calle vio un cartel donde ponía "Caldero Chorreante", satisfecho abrió la puerta y vio un antro pequeño, había una mesa en medio y una barra al lado izquierdo. En la taberna había pocas personas y no parecía muy acojedor. Tom observó que estaba bastante oscuro, salvo por algunas velas que iluminaban algunos rincones... sin entretenerse, fue hacia la barra y preguntó por Tom (al decir el nombre, una mueca apareció en su rostro, pero se esfumó rápidamente). El hombre encorvado asintió.

-Yo soy Tom -dijo sonriendo.

-Mmm... ¿Para ir al callejón Diagon...?

Este salió de la barra y con un gesto le condujo hacia una puerta trasera, la abrió y todo lo que había allí dentro era un gran muro de ladrillos, Tom sin entender nada, vio como el hombre encorvado sacaba una varita. Al igual que con el viejo, los ojos del niño observaron aquella varita, y el deseo de poseer una se incrementó aún más. El otro Tom dio cuatro golpes a la pared de ladrillos, y en un instante los ladrillos se hicieron a un lado y mostraron un callejón lleno de gente y tiendas, Tom quedó tan asombrado que ni siquiera se percató de que el hombre ya se había ido.

Fascinado, miró cada tienda sin saber a cual ir primero. La gente que había allí vestía largas túnicas, muchos de ellos con sombreros puntiagudos y hablando de cosas que Tom no entendía.

Todavía con la boca abierta paseó la mirada por todas aquellas tiendas; algunas vendían túnicas, otras telescopios y calderos, escaparates de bazos de murciélago y ojos de anguila, montones de libros de hechizos, plumas y rollos, frascos con pociones... estaba tan impresionado que no sabía por donde empezar, cogió la lista de su bolsillo del pantalón y la examinó, tenía que comprar muchas cosas, pero lo primero sería la varita.

Fue buscando la tienda de varitas hasta que dio con ella. Esta era estrecha y de mal aspecto. Sobre la puerta se podía leer: "Ollivander: fabricantes de excelentes varitas desde el 382 a.C". Entro en la tienda pero no había nadie, se acercó al mostrador y sin previo aviso un hombre joven salió de una estantería.

-Bienvenido muchacho, quieres una varita ¿verdad?

Tom asintió, intentando que no se notase su afán por tener una.

-Vamos a ver si te encuentro una, ah...esta.

El hombre le acercó una varita, Tom la cogió durante unos segundos. No sabía si tenía que hacer magia con ella. Pero antes de que se diera cuenta, el hombre ya se la había quitado.

Desconcertado, vio como el hombre se dirigía hacia otra estantería y sacaba un estuche negro, lo abrió y le dio la varita a Tom. Él la cogió y la observó detenidamente, parecía como si la varita no quisiera despegarse de él.

-La varita escoge al mago -dijo el hombre súbitamente-. No se sabe aún por qué... y parece que esta varita ya ha encontrado a su dueño. Es curioso.

-¿El qué es curioso? -preguntó.

-Esta varita contiene una pluma de fénix, la cola de fénix de donde salió la pluma que está en tu varita dio otra pluma, tan sólo una más, es curioso... sólo dos personas tendrán dos plumas de dicho fénix, usted y otra persona, si esas dos varitas llegaran al duelo, ocurrirían cosas sorprendentes, podemos esperar grandes cosas de estas varitas, varitas muy poderosas... sí, muy poderosas.

Tom se quedó quieto, los ojos le brillaron por un momento y sus facciones se endurecieron... según aquel hombre, había escogido una varita muy poderosa.

Satisfecho con su elección, le pagó al hombre seis galeones y se marchó de la tienda. Admiró su nueva varita, no podía describir la emoción que sentía en aquel momento. Durante diez años, había estado viviendo en un orfanato, sin saber que era un mago, pero sí sabiendo que era diferente; especial a todos aquellos que le rodeaban. Aquella varita era como una prueba definitiva de qué él no pertenecía a aquel mundo... un nuevo camino se abría ante él, y nada hubiera hecho a Tom más "feliz" que eso.

Después de aquella compra, las otras no parecían ser tan interesantes. Fue paseando por el callejón hasta que vio un cartel que ponía "Madame Malkin, túnicas para todas las ocasiones", entró y vio una bruja regordeta que vestía espantosamente, esta le enseñó unas cuantas túnicas nuevas, pero Tom sabiendo que no tenía suficiente dinero para pagar una nueva, le pidió que le mostrara las de segunda mano.

La señora se mostró amable y tras unos minutos, le enseño algunas túnicas gastadas.

Se las probó todas y se quedó la que le iba más bien, luego con las capas de invierno, dio con la primera y luego preguntó por los guantes y sombreros, ella asintió y le enseñó un par de cada. Al final Tom cogió las cajas y pagó con once galeones y seis sickles.

Más tarde, compró algunos libros también de segunda mano, otros nuevos, el caldero, el telescopio, la balanza...

Había tiendas en las que no había entrado, como por ejemplo, la de las escobas. Algunos niños de su edad hablaban de algo llamado Quidditch, y señalaban las escobas. Tom supuso que sería alguna forma de viajar en ellas, o algo parecido... la idea de subirse a una escoba y volar, no le atraía demasiado...

También vio un edificio muy grande llamado Gringotts, Tom entornó los ojos y vio una especie de... criatura enfrente de la puerta principal. Era muy bajita, y tenía las manos y los pies muy largos... Se preguntó qué clase de bicho era aquel.

Cuando hubo finalizado todas las compras, salió del callejón y se dirigió al orfanato. Solo quedaba un mes para el 1 de septiembre, y Tom no podía estar más emocionado. Se propuso leerse todos los libros que había comprado para saber más sobre del mundo de los magos. Estaba decidido a dejar atrás aquellos diez años, y empezar de cero en aquel nuevo mundo.