Decidí editar esta historia porque la escribi hace mucho y no me gustaba nada. Asi que la he modificado bastante y cambiado un poco el argumento... más adelante subiré más capitulos ;) Espero que os guste!

Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a Stephen Sommers, desgraciadamente u.u Si yo fuera dueña de todo esto, haría un remake en el que Anna eligiese a Drácula :D Oh, también he tomado algunas líneas prestadas del fic "To Trammel Some Wild Thing"... espero que a la autora no le importe si alguna vez lee mi fic x)


Capítulo 1: Negociando con el Diablo

Era ya medianoche. Pronto estaría aquí y la negociación comenzaría. Anna odiaba tener que hacer esto, pero él era el único que podía ayudarles.

La princesa recorría la habitación impaciente. No podía soportarlo más; si no venía ya, ella misma iría a buscarle a dondequiera que estuviese. Aunque, pensándolo bien, lo mejor sería no hacerlo: uno nunca sabe los motivos por los cuales un vampiro se retrasa.

El reloj situado en la pared marcaba poco más de las doce y cuarto cuando Anna sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Miró a los dos hombres que la acompañaban, que habían sentido el mismo escalofrío y estaban alerta, y luego se volteó para mirar la entrada que meses atrás habían cruzado.

En aquella ocasión, habían dado todo lo que tenían para acabar con siglos de sufrimiento y habían abandonado el lúgubre castillo con la euforia que acompaña a la victoria, sin saber que, en el Infierno, Lucifer ya estaba preparándolo todo para el regreso al mundo de los mortales de su tan aclamado hijo predilecto. Y es que, ¿quién había dicho que solo se podía resucitar una vez? Nadie, desde luego. Después de todo, una vez que los límites impuestos han sido transgredidos, ¿por qué no van a poder ser trascendidos? Pero esto era algo que Anna había aprendido por las malas.

Sus pensamientos se interrumpieron cuando el mapa de Transilvania comenzó a transformarse en un espejo. Anna tragó saliva, Carl gimoteó y Van Helsing posó su mano sobre el revólver guardado en su cinturón. Al cabo de unos segundos, una figura atravesó el portal y ante ellos apareció el rey de los vampiros.

Su padre una vez le había dicho que Drácula había sido un gran general -al igual que un gran príncipe- cuando era mortal… y ciertamente vestía como tal: un elegante abrigo negro, pantalones oscuros hechos a medida y botas de cuero. Su camisa, también negra, parecía estar hecha de la más fina seda china. Un par de argollas de plata adornaban sus orejas. La palabra clase estaba escrita en cada milímetro de su bien definido cuerpo. Sus movimientos eran lánguidos pero controlados y poderosos; se movía con la perezosa gracia de alguien acostumbrado a ser obedecido. Su rostro, pálido y bello, de pómulos altos y enmarcado por varios mechones de pelo negro, brillaba con el ímpetu de la eterna juventud de la que gozan aquellos que son inmortales. Su pelo, largo y de color azabache, se encontraba recogido en una pulcra y elegante coleta. Su nariz era larga y afilada, sus cejas gentilmente arqueadas y sus suaves labios ligeramente delgados pero perfectos. Perfectos para besar. Pero lo que más atraía a Anna eran sus ojos. Eran grandes y luminosos, y del azul más profundo que había visto nunca. Brillaban como dos zafiros. Pero ella sabía lo que esos ojos podían hacer, lo peligrosos que eran.

El conde miró directamente a Anna y se dirigió hacia ella al hablar, "Buenas noches, alteza." saludó, a lo que ella hizo un pequeña reverencia con la cabeza, en señal de respeto. "Dime, ¿qué es eso tan importante que querías negociar, princesa?"

"Lo que queremos negociar es-" se entrometió Van Helsing.

Pero el conde lo interrumpió, lanzándole una mirada que goteaba veneno. "Creo haberle preguntado a ella, Gabriel."

Se miraron, desafiándose el uno al otro, hasta que Anna no podía soportar la tensión. Entonces decidió que el cazador no era la mejor compañía para esto. "Me gustaría hablar con él a solas, Van Helsing. ¿Podrías…?" pidió, sabiendo que corría un grave riesgo al hacer esto. Van Helsing, sin embargo, no pareció haberla oído. Carl, que estaba deseando alejarse tanto como pudiese del vampiro y percatándose de la oportunidad para escabullirse que Anna le presentaba, le tomó del brazo y le arrastró hacia la puerta.

Gabriel miró una vez más a Drácula y entonces a la joven, como si diciéndole que si necesitaba ayuda, solo tenía que gritar. Iluso, pensó ella, si llego a necesitar ayuda porque él me atacase, no tendría ni tiempo para gritar antes de que me matase. Incluso si lo tuviera, tú no representarías ninguna amenaza para él.

La puerta se cerró tras ellos y la princesa se dio la vuelta para encontrarse con la mirada del conde, seductora y decidida. Sonrió y Anna se estremeció. El hombre empezó a acercarse a la joven, y esta fue caminando hacia atrás, para que la distancia entre ellos no disminuyera. Se tropezó con una de las mesas de la armería en la que se encontraban, miró un segundo hacia atrás y, cuando volvió a mirar hacia adelante, él ya estaba a escasos centímetros de ella.

Tembló cuando sus manos se apoyaron a cada lado de ella, atrapándola. Deslizó el brazo por la mesa, apartando todo lo que había detrás de Anna, y se acercó aún más a ella, hasta que se vio obligada a sentarse sobre la mesa con las piernas a cada lado de él. Su sonrisa se ensanchó entonces mientras la tomaba por la parte de atrás de sus rodillas, que ya estaban temblando, y la acercaba para sí. Anna intentó empujar su pecho con los brazos para separarse un poco de él, pero no logró zafarse y acabaron presionados el uno contra el otro.

"¿Y bien?" preguntó él, sus labios rozando los de ella y sus manos deslizándose por sus muslos, "¿No tenías algo que decirme? ¿O me has llamado por el placer de mi compañía?"

A Anna no le gustaba nada esta posición pero a él parecía encantarle. Y le necesitaba de buen humor si quería lograr lo que se proponía. Así que lo dejó estar, estando siempre pendiente de las manos que habían llegado a sus caderas y que acariciaban en pequeños círculos. Un gemido escapó sus labios cuando la cabeza del conde se hundió en su cuello, sin besarla, solo embriagándose en su olor, y le sintió sonreír contra su piel, satisfecho con las reacciones que conseguía provocar.

Sonrojada, la princesa intentó centrarse. "Te he llamado porque necesitamos tu ayuda." dijo, apartando la cabeza para mirarle a los ojos.

"¿Y qué te hace pensar que voy a brindárosla?" preguntó. La princesa estaba a punto de responder cuando la volvió a interrumpir. "No me malinterpretes. Te prestaría sin dudar mi ayuda. A ti. Pero no a ellos." añadió. Anna le miró boquiabierta. Las manos apretaron sus caderas y el conde hundió la cabeza una vez más en su cuello, dándole un suave beso allí, esta vez, que hizo que un escalofrío de placer recorriera el cuerpo de la princesa y nublase su mente. "Entonces, mi amor, ¿para qué me necesitas?"

"Yo… yo…" tartamudeó, y el conde rio ligeramente. Anna aclaró sus pensamientos antes de volver a hablar. "Se trata de las desapariciones que están teniendo lugar en toda Europa. Pensaba que los causantes eran vampiros pero hace poco me enteré de que también habían desaparecido algunos de ellos," explicó. Él asintió, prestándole toda su atención ahora. "La reina Victoria de Reino Unido ha citado a todos los líderes de Europa a una reunión dentro de dos semanas para hablar sobre la situación y… yo estoy incluida en esa lista."

"Hmm… supongo que querrás que te acompañe y haga de gurda-espaldas ¿me equivoco?" adivinó él.

"Bueno, sí, pero no se trata solo de eso. La… reina me pidió que… te convenciera de que… prestaras tu ayuda…" dijo, con voz débil. Ella sabía que no iba a querer hacer algo como esto y que, como él mismo había dicho, no prestaría su ayuda a nadie. A nadie, excepto a ella, lo cual la confundía.

Él suspiró y miró al techo un segundo, molesto, luego volvió a mirarla. No estaba molesto con ella; lo que le molestaba era el hecho de que debería haber visto esto venir. Después de todo, en una situación como esta, en la que las desapariciones suceden sin previo aviso y sin dejar rastro, era típico que los peces gordos intentasen protegerse por encima de todo. Esos creídos que se consideraban más importantes que cualquier otro ser nunca le habían agradado. Y ahora usaban a su princesa para llegar hasta él… ¡Imperdonable! Pero Anna tampoco era tonta; estaba seguro de que ella también se daba cuenta de todo esto y de que le gustaba tan poco como a él. Pero, entonces…

"¿Qué sacas tú de ayudarles, Anna? Sé que por nada del mundo me pedirías ayuda si no tuvieras una razón. Ahora dime, ¿cuál es?" dijo, completamente serio.

"Lo que saco de esto es la protección de mi pueblo. Si no consigo convencerte, quedaremos fuera de la alianza y nos veremos obligados a enfrentar esta situación solos. No sobreviviremos a eso," explicó. En su voz había un deje de súplica y Drácula no se pudo resistir; si algo amenazaba a su princesa, él la protegía. Además, bastaría con poner algunos vampiros por cada uno de esos cerdos ególatras… y tendría una buena excusa para pasar todo el día al lado de Anna. Perfecto.

"Muy bien, hagamos un trato," comenzó y Anna le miró, sorprendida pero atenta. "Yo mandaré a algunos de mis sirvientes a Reino Unido para que la reina se encargue de adjudicarlos a aquellos que necesiten ser protegidos. Pero tú eres mía; no quiero que nadie más que yo se encargue de tu protección y sí, Van Helsing está incluido en ese nadie. Además, nada de intentar matarme: estamos en tregua. ¿Hecho?"

"Sí, por supuesto," dijo, aliviada. Ya se las arreglaría con Van Helsing. Lo que importaba es que su gente estaría a salvo. El conde tomó su mano y la besó.

"Bien. Ah, una cosa más: solo tú puedes acceder a mi castillo y tienes prohibido decirle a nadie cómo hacerlo, ¿entendido?" dijo, razonablemente.

"Sí," contestó. "Gracias"

"No hay de qué," sonrió él. "Debo irme ya. Buenas noches, mi princesa," dijo, dándole un beso en la mejilla, "dulces sueños. Nos veremos mañana," le dio otro beso en la comisura de la boca y apretó por última vez sus caderas, antes de dirigirse hacia el espejo y atravesarlo.