Bueno, antes de nada, decir que la mayoría de personajes, escenarios y todos los hechizos, así como mi infancia, pertenecen a Rowling y no tengo ningún ánimo de lucro con esta historia. Supongo que con decirlo una vez bastará.


Sinopsis: Angelina se fue a Estados Unidos huyendo de sus recuerdos. Siete años más tarde, vuelve a Inglaterra, convencida de haber superado la muerte de Fred. Sin embargo, pronto se da cuenta de lo equivocada que estaba, y empieza a sentirse culpable. A todo esto hay que añadir un jefe que la odia y una oleada de ataques por todo Reino Unido sin lógica ni sentido aparente.


Reencuentros y noticias

En un edificio gris de una ajetreada calle de Londres, una mujer alta, negra y de facciones afiladas sube tres maletas por las escaleras. Es toda una suerte que no haya nadie mirando, pues cualquier persona normal se sorprendería al ver los voluminosos objetos flotando escaleras arriba, hasta el sexto piso, al parecer dirigidos por un largo palo de madera que la mujer sostiene con delicadeza en su mano derecha. Sin embargo, ella no parece estar extrañada, como si levitar maletas fuese su pan de cada día.

En realidad, Angelina Johnson no usa la magia a no ser que sea un caso de absoluta necesidad, como una plaga de doxys o el hecho de haberse mudado a un sexto piso en un edificio sin ascensor. A veces, la mujer piensa que los muggles son realmente idiotas, pese a que su propio padre es uno.

Con un suspiro, hace una floritura con su varita para depositar las tres enormes maletas en un rellano. Ve la letra A sobre la puerta más cercana y saca la llave de su bolsillo. No quiere utilizar demasiada magia en un lugar tan poco mágico, si un muggle la descubre acabaría siendo juzgada en el Wizengamot por violar el Estatuto del Secreto.

Rápidamente, abre la puerta y mete las maletas a mano. Las deja a un lado y observa el que será su nuevo hogar, encendiendo la luz porque está oscureciendo.

No es exactamente acogedor. Todas las paredes, excepto el baño y la cocina-que están cubiertos de azulejos-están pintadas de un sobrio gris ceniza. Los muebles, de estilo provenzal, amenazan con quebrarse al más mínimo roce. Una televisión casi tan grande como su maleta yace sobre el mueble más grande, que cruje sospechosamente.

Angelina se dirige al dormitorio, que, como el resto del piso, está cargado de una profunda apatía. Se pregunta si la señora Parker le permitirá pintar las paredes de otro color. Espera que sí, porque de lo contrario acabará suicidándose antes de llevar dos semanas viviendo ahí.

Angelina tarda aproximadamente tres horas en vaciar dos de las maletas y colocar su ropa y calzado en los armarios, en los que previamente ha echado Repelente de Plagas Muggles y Mágicas del Doctor Clean. Sin embargo, duda antes de abrir la tercera maleta. Es más pequeña que las otras dos, y no contiene ni una prenda de ropa, sino recuerdos. Y Angelina tiene miedo de revivirlos, porque aun después de siete años son demasiado dolorosos.

Finalmente, sin embargo, se arma de valor. Pone la maleta sobre la cama, se sienta junto a ella y la abre con infinita lentitud, como queriendo congelar el tiempo.

Lo primero que saca es un grueso álbum de fotos. Suspira, temblando ligeramente. Puede colocarlo en la mesita sin mirarlo, y no sufrir. Pero antes de que considere siquiera esa opción ya ha abierto el libro. Cierra los ojos fuertemente y vuelve a abrirlos. Hace cerca de cuatro años que vio esas fotos por última vez.

El principio del álbum no es tan malo; de hecho, Angelina sonríe ampliamente mientras se observa a sí misma de pequeña con su perro, con sus muñecas, con su hermano Samuel. Se permite una risita en una foto en la que tiene once años recién cumplidos y muestra a la cámara, orgullosa, su carta de Hogwarts. Sam nunca le perdonó ser bruja, y no muggle como él. En el fondo, lo que sentía era tristeza por tenerla lejos. Angelina sólo puede suponerlo, porque nunca se lo ha preguntado.

Es cuando empiezan las fotos en movimiento que empieza a sentirse mal. Se ve a ella sentada a la orilla del lago, haciendo tonterías con Alicia. Ocasionalmente, y más frecuentemente conforme avanza, aparecen dos muchachos pelirrojos, pecosos e idénticos hasta el último lunar. Sin embargo, para Angelina, Fred y George dejaron de ser iguales cuando el primero le pidió que fuera con él al baile de Navidad, en su sexto año.

A partir de ahí ya apenas logra ver las fotografías con nitidez, empañadas tras un velo de lágrimas. En la mayoría de ellas salen ella y Fred, unas veces saludando a la cámara, otras besándose y otras-las más abundantes-haciéndose rabiar mutuamente.

Y luego la boda de Bill. Angelina aún recuerda lo que sintió al ver a George sin una oreja y a Bill con la cara desfigurada, completamente distinta a la que ella había visto en otros años. Después de todo, era uno de sus mejores amigos. Recuerda también que no se separó de Fred en toda la boda, temerosa de que le pudiera pasar algo parecido a sus hermanos.

A partir de ahí, las fotos escasean, porque nadie estaba de humor para hacerlas.

Los recuerdos, sin embargo, son abundantes, y le llegan desordenadamente.

Los carroñeros. Pottervigilancia. Las misiones de espionaje en que Fred se embarcaba, casi siempre acompañado de George, de las que ella temía que no volviese de una pieza. Y luego, la carta. Toda mi familia tiene que esconderse, no podemos seguir viéndonos. Ten cuidado tú también. Te quiero. El alivio que sintió al saber que Fred estaba seguro escondido en casa de su tía. El miedo a que, de alguna forma, lo encontrasen y le hiciesen daño… El mensaje en el galeón del ED.

En ese punto, Angelina no quiere recordar. Quiere parar ese torrente de recuerdos, cerrar el grifo de sensaciones que amenazan con ahogarla en el dolor y la desesperación. Pero no puede.

La voz de Voldemort ordenándoles que entregaran a Harry. Las sacudidas del castillo. El rápido beso antes de tomar direcciones opuestas. Las maldiciones volando a su alrededor. De nuevo, la voz del Señor Tenebroso proveniente de las paredes del colegio. El presentimiento de que algo iba mal. El abrazo colectivo con Katie, Alicia y Lee. El Gran Comedor lleno de cadáveres. Ocho pelirrojos formando un círculo alrededor de otra persona. La sonrisa eterna de Fred y la mirada perdida de George.

Angelina cierra el álbum de golpe. No debería haberlo abierto nunca, se dice, con la mirada perdida y la cara empapada con sus lágrimas. Sin embargo, curiosamente el dolor la tranquiliza, el vacío de su corazón la reconforta. Le recuerda que un día hubo alguien ocupando ese lugar, que hubo un tiempo en que fue feliz. Ahora sólo hay sombras. No importa con cuantos hombres esté, Angelina ha comprendido que el vacío jamás se llenará.


Angelina abre los ojos. Está tumbada en la cama en una posición realmente incómoda, y le duele el cuello. Mira a su alrededor, desorientada por unos instantes. En el momento en que sus ojos se clavan en el álbum, que se ha caído al suelo, recuerda lo ocurrido. Debe de haberse quedado dormida de tanto llorar. Mira la maleta, en la que hay aún varias cajitas.

Con cuidado de no mirar el contenido de ninguna, las coloca en el armario. Recoge el álbum y lo guarda en el último cajón de la mesita. Suspira y mira por la ventana. Ya casi es de día. Genial, piensa. Ha pasado su primera noche de vuelta en su país llorando. Con un suspiro, se vuelve, coge una toalla y entra en el baño, dispuesta a darse una ducha. Se la merece.

Cuando se termina de vestir cae en la cuenta de que no tiene absolutamente nada de comida en su piso. De modo que coge su abrigo y su bolso y sale del piso.

Es entonces cuando cae en la cuenta de que no tiene dinero muggle. Podría ir a Gringotts a cambiar, pero tardaría mucho. Finalmente, su estómago decide por ella, obligándola a ir al Caldero Chorreante a desayunar.

-Un café, Hannah, por favor-Angelina le sonríe a la nueva dueña del bar, a la que recuerda de sus años en Hogwarts como una Hufflepuff de trenzas rubias dos años por debajo de ella, Alicia, F… y de Alicia.

-¡Angelina! Vaya, cuánto tiempo-comenta la mujer, sonriendo-. No sabíamos nada de ti. ¿Dónde has estado?-pregunta con curiosidad, agitando su varita para hacer el café.

-Por ahí-responde la morena, sin querer entrar en detalles. Paga su café y se sienta en una mesa en un rincón, observando a la gente que pasa. Se alegra al reconocer a la mayoría de ellos, incluso a los ex-Slytherin, aunque no saluda a ninguno. Después de todo, si antes no hablaba mucho con ellos, después de siete años en otro continente mucho menos.

Sin embargo, con lo que no cuenta es con una persona rubia que la abraza por detrás, casi consiguiendo que tire el café del susto.

-¡Alicia!-exclama con sincera alegría, y se levanta para abrazar a su mejor amiga. O ex mejor amiga, porque apenas le ha escrito. O lo que sea. El caso es que se alegra de verla.

-¡Angie! ¡Jo, no sabes cuánto se te ha echado de menos!-exclama Alicia, feliz. Cuando se separan, se sientan de nuevo a la mesa-. ¿Dónde has estado?

-Ya te lo dije, me fui a Estados Unidos un tiempo.

-Siete años. Podrías haber escrito, ¿sabes?-le reprocha su amiga, apartándose el cabello rubio de la cara.

-Lo siento, estuve realmente ocupada.

-¿Qué has hecho exactamente?

-Pues he estado colaborando con el Departamento de Deportes y Juegos Mágicos de los Estados Unidos en el tema de regulación de pelotas… todas esas cosas aburridas-responde Angelina con un ademán de la mano-. Pero cuéntame tú: ¿qué tal todo por aquí?

Alicia se muerde el labio, pensativa.

-Pues… Reconstruimos Hogwarts mientras tú huías-comenta. Angelina se siente culpable, pero no le da tiempo a decir nada porque Alicia continúa-: Lee trabaja de comentarista de todos los partidos de la liga británica…

-¿Seguís juntos?-se interesa Angelina.

-Pues claro-replica Alicia, sintiéndose ofendida-. De hecho…-Se levanta y se pega la túnica al cuerpo, dejando notar su vientre abultado. Angelina ahoga un grito, excitada:

-¡¿Estás embarazada?

-Sí-responde Alicia, radiante de alegría-. Es una niña-agrega en tono confidencial. Angelina se levanta y abraza a su amiga, feliz por la buena nueva.

-Vaya, me alegro mucho… ¿De cuánto estás?

-De siete meses. Probablemente nazca en agosto-responde Alicia, y ambas se sientan de nuevo.

-¿Algo más?

-Pues…-Alicia frunce el ceño, intentando recordar-. George volvió a abrir Sortilegios Weasley, y se está haciendo de oro-comenta. Angelina intenta sobreponerse al doloroso pinchazo en el pecho-. Y… Bueno, Katie y Oliver se casaron hará cosa de cinco meses…

-¿Cómo pueden seguir juntos?-se extraña Angelina-. ¡Se pasan el día discutiendo!

Alicia se encoge de hombros. Parece que no tiene respuesta a ese enigma.

-Bueno, como te iba diciendo-continúa, molesta por la interrupción-. Oliver sigue en el Puddlemere United, y Katie sigue en San Mungo de sanadora. No se le da mal. Más cosas… ¡Ah! George tiene un montón de sobrinitos-añade adoptando un tono confidencial-. Son realmente encantadores-agrega, sonriendo. Angelina alza la ceja. La Alicia que recordaba no aguantaba a los críos. Debe ser el embarazo, piensa.

Tras tres horas poniéndose al día de sus vidas, varios culebrones y un escándalo, las dos amigas se despiden, no sin antes prometerse que se escribirán o quedarán para contarse hasta la tontería más nimia. Angelina sospecha que Alicia la ha echado de menos tanto como ella.

Tras ver a su amiga salir del Caldero Chorreante, Angelina decide ir al callejón Diagon a comprar reservas, deseando no encontrarse con nadie conocido. Sin embargo, no tiene suerte. Cuando sale de una tienda con las manos llenas de comida, descubre un torbellino pelirrojo acercándose a ella. Tras parpadear dos veces se da cuenta de que en realidad es Ginny, que la saluda con una sonrisa radiante.

-¡Angelina! ¡No sabía nada de ti!-exclama.

Yo tampoco quería saber nada de tu familia, por eso me largué, piensa Angelina.

-Bueno, yo de ti tampoco-entonces se percata del bulto que su ex compañera de equipo lleva en brazos-. ¿Es…? ¿Es…?

-Se llama James, y sí, es mi hijo, si es lo que quieres saber-replica Ginny, su sonrisa tan inmensa que podría competir con el sol.

-Vaya… ¿Puedo verlo?-pregunta Angelina tímidamente.

-Claro-Ginny aparta un poco la toguita para descubrir a su primogénito.

Angelina descubre una bolita rosa entre la tela blanca. Tiene el pelo castaño oscuro, pero la infinidad de pecas que ya adornan su cara delatan su ascendencia Weasley. El bebé no está dormido, y la observa con la curiosidad pintada en sus ojos castaños.

-Es precioso-comenta, alzando la mano para acariciarle la mejilla. James sonríe ampliamente, resaltando aún más su parecido con Ginny.

-¿Cuánto hace que has vuelto?-pregunta la pelirroja, meciendo a su hijo.

-Volví ayer-responde Angelina-. No he sabido casi nada de nadie en todo este tiempo.

Ginny tarda en responder, y Angelina sospecha que la está maldiciendo por haber huido en lugar de quedarse a reconstruir su vida como han hecho todos. Sin embargo, su voz no muestra nada de eso cuando dice:

-Iba a dejar al niño con George un momento. ¿Por qué no vienes y ves la tienda? Ha cambiado un montón.

¡Claro que ha cambiado, cabeza de zanahoria! ¡Fred ya no está en ella!

-Vale-responde Angelina, intentando disimular el terror irracional que la invade ante la perspectiva de ver a George. La última vez que se encontraron fue en el funeral de Fred, y descubrió que dolía mucho ver la cara de su novio y no poder besarlo porque no era él. Ése era uno de los principales motivos por los que se fue lo más lejos posible. Sospechaba que no sería capaz de enfrentarse al rostro de Fred. Y sigue pensándolo, para ser francos.

Sin embargo, acaba de firmar su sentencia de muerte y ahora no puede echarse atrás, así que sigue a Ginny por entre la multitud hasta llegar a Sortilegios Weasley. Nota un nuevo pinchazo de dolor al ver el escaparate alegre y colorido, que se agrava con el pensamiento de que la persona a la que busca no estará ahí nunca más.

Ginny la precede al entrar. Angelina observa la tienda con curiosidad. Está abarrotada. Juraría que antes era más pequeña. Y más cálida. Ve a Verity-Merlín, ha cambiado un montón-mostrando a un grupo de excitados niños de unos ocho años los micropuffs y oye la voz de Ginny a su lado, pero está demasiado ocupada observando los objetos de las estanterías. Algunos, como las Fantasías Patentadas, los Surtidos Saltaclases o las Marcas Tenebrosas comestibles, le son increíblemente familiares, mientras que hay otros artefactos que no ha visto en su vida.

Pero Angelina sabe que, por mucho que finja interesarse en los nuevos productos, no podrá retrasar mucho más lo que tanto teme. De modo que respira hondo y cierra los ojos, dispuesta a volverse hacia lo que lleva siete años evitando. Pero él es más rápido:

-Hola, Angie.