LOVE IS GRAY

Warning: Los personajes no me pertenecen a mí, sino a Sir Arthur Conan Doyle y a la adaptación de la BBC. No gano nada haciendo esto, más que diversión.

Este fanfic participa en el intercambio de San Valentín 2016 del foro I am sherlocked.

o.o.o

La Navidad acababa de pasar y los comercios ya esperaban ansiosos el siguiente día más vendible del año: San Valentín.

Se había convertido en una costumbre regalar bombones o, simplemente, algo bonito ese día. Para desgracia de quien no lo hiciera estando en pareja, la soltería le visitaría pronto, si es que eso podía llamarse desventaja.

Incluso los colegios e institutos se llenaban de regalos ese día. El regalo estrella, sin duda, eran las rosas, aunque siempre se veía algún que otro oso de peluche por los pasillos.

Ese día, el profesorado se hacía el despistado y el alumnado disfrutaba de una jornada distendida pues, aunque no recibieran ningún obsequio, siempre había tiempo para interrogar a quien sí lo había hecho.

Ese año le tocó a Sherlock ser el centro de las preguntas. Porque Sherlock Holmes, el niño que no rehuía de las personas pero tampoco se acercaba demasiado, había recibido una rosa. Gris, concretamente.

La expectación, por tanto, era doble. ¿Quién habría sido y por qué gris?

Sherlock se la encontró al volver a clase del recreo. Esperaba una rosa roja como el resto de sus compañeros, aunque más por burla que por deseo verdadero. El color gris le provocó un gran impacto. La guardó bajo el pupitre sin más dilación y obvió, como de costumbre, las bromas de a quienes debería soportar todavía por algunos años más.

Las clases por fin acabaron ese día. Sherlock tomó la rosa y la depositó en la mitad de su libro de lectura con cuidado. Lo cerró y ahí quedó, esperando ser vista de nuevo. Se fue a casa dando un paseo liberador y sólo interrumpido por la música de sus auriculares, buscando en su teléfono el significado de ese color tan poco usual para regalar en forma de rosa.

Rosa Gris: Desconsuelo, aburrimiento y vejez.

Dado que era un chico de instituto y se consolaba fácilmente entre música y medios menos lícitos, lo asoció con el aburrimiento. Si bien se aburría con una facilidad pasmosa cuando el entorno no era propicio –generalmente–, no lo exponía fuera de casa. Así que las probabilidades se redujeron. O bien sus padres estaban tan aburridos como él, pensamiento que descartó a los dos segundos, o su hermano le estaba gastando una broma pesada.

Habrá empezado la dieta de nuevo –pensó Sherlock.

Nada más entrar por la puerta, aún con la mochila a la espalda, fue a pedirle explicaciones. Mycroft Holmes estaba tomando un pastel que pasó del plato a la cama y de la cama a la alfombra. Entonces comenzaron los gritos.

Billy subió las escaleras para poner orden. Él llevaba en la familia desde siempre y sabía las idas y venidas de toda la familia, en especial, de los hermanos Holmes.

Cuando abrió la puerta, las quejas habían cesado. En su lugar, supuso que debajo del pastel habría dos cuerpos y un dormitorio amueblado.

—Arreglen todo esto. Haré otro pastel –la voz de Billy no era ruda ni temperamental. Sin embargo, era firme y llena de vivencias. Podía poner a los Holmes firmes y eso era un don escaso.

Cuando la puerta se cerró, los hermanos no tardaron en mirarse. El mayor, con rencor por el postre perdido. El menor, lleno de la incertidumbre que odiaba.

—¿Entonces no has sido tú el de la rosa? –preguntó desesperado Sherlock, soplándose los rizos pegajosos.

—¡Qué voy a ser yo! –contestó Mycroft. –Ni que no tuviera a nadie a quien... –carraspeó— otra cosa que hacer.

Sherlock obvió su sonrojo. Si no había sido el bufón de su hermano, entonces, ¿quién quedaba? No había ningún chico nuevo que cumpliera con el tópico de no haberlo conocido. Tampoco ninguna chica interesada en sus dotes para pasar de ella. Y, sin embargo, alguien le había dejado una rosa interesante...

A la sazón, golpearon la puerta de la habitación y los hermanos se formaron como en el ejército con el que sus padres les atemorizaban con llevarlos.

Continuará...