Abrí los ojos lentamente, realmente no tenía ganas de levantarme. Estaba tan a gusto, allí, tumbada, soñando con prados, lluvia, árboles, lobos, un lobo, el lobo, saltar y correr lo más rápido que pudiera, perseguida por él, me reía, se reía, que a gusto se estaba en la cama, soñando con mi bosque, soñando con mi lobo.
Oía las voces y pisadas de las tías, Rosalie y Alice, corriendo por aquí y por allá, en la planta de abajo. Es más si me esforzaba casi podía verlas, Alice y su suave y grácil galope, y Rosalie con su paso firme y decidido, pero ambas tan elegantes y hermosas, cual bailarinas sacadas de alguna obra de Wagner.
Creo que estaban organizando algo, espero que sus planes no me incluyan a mí. Y mama. Ah, es verdad se había ido el fin de semana de caza con la abuela Esme, a penas se fue ayer.
Sentía que ya la extrañaba. Estábamos tan unidas, era quizás algo más que eso, yo era parte de ella obviamente, pero no de la manera natural en que un hijo es de su padre, o de la forma humana en que cualquiera quiere a su madre, yo adoraba a mama, la amé desde el momento en que fui engendrada, la quería aún sin conocer si quiera su rostro, la amé cuando sufría por mi culpa, la amé cuando lloraba, la amé cuando reía, y ella me amaba a mí, me amaba tanto que dio su vida por mí, sin importar las consecuencias, sin ni siquiera ser consciente si iba o no a sobrevivir, papa siempre dice que eso se debe a que Bella jamás se preocupa por su propio bienestar, no lo había hecho nunca. Así era mama, era buena, más que eso, amaba sin límites, amaba sin razón, mama sólo sabia adorar a sus seres queridos, así lo hizo con papa.
Él, vampiro. Ella, humana, no sé con seguridad si mama alguna vez tuvo conciencia real de lo que papa era, bueno la pregunta correcta sería si alguna vez le importó, ella sólo sabía que lo amaba, con locura, quizás rozando la obsesión, sí, definitivamente era algo parecido a la obsesión, pero acaso hay otra forma de amar, acaso el amor es algo lógico. No, lógico desde luego no es.
Así lo hizo conmigo sin saber exactamente que era yo, o, el peligro que para ella suponía. Yo, tan fuerte en comparación con su frágil cuerpo humano, al igual que amó a papa sin importar nada más, sin importarse ella misma, de eso modo me amó a mí, desde el mismo momento que supo de mi existencia. Su pateadora… extrañaba tanto a mama…pero pronto la vería.
Decidí que, o me levantaba, o vendrían a buscarme gritando…estuve un rato mirando el techo color cielo de mi habitación, como si fuera algo verdaderamente fascinante. Esme había re-decorado hacía ya meses mi habitación, ahora dormía en mitad del bosque. Me encantaba. El techo era una representación bastante fiel del cielo, no del cielo de Forks, por supuesto, que permanecía nublado 363 días al año, pero no era cuestión de pintarme un cielo gris lleno de nubes, sería bastante deprimente levantarme y ver un cielo nublado sin vida, a pesar que yo era feliz con el cielo triste y deprimente de Forks, mi hogar. Mi cielo, es decir, el techo de mi habitación, era de un azul brillante, alegre y optimista. Las paredes de mi dormitorio eran, bueno en un sentido casi literal, eran el bosque. Entre Alice y Esme habían comprado unos paneles preciosos con paisajes de hermosos bosques verdes y frondosos y los habían colocado de pared, realmente no sé como consiguieron que permanecieran pegadas a la pared, pero el efecto era increíble, como si fuera un decorado de cine, traído directamente a mi casa, a mi habitación, casi podía sentirme Scarlett O'hara en mitad de Tara.
Mi cama, era la única cama de la casa, pues la que Esme regaló a mis padres cuando se casaron, se había roto hacía tiempo, Emmet se estuvo riendo de eso mucho tiempo, yo no le vi el chiste, es más, ni siquiera entiendo para que querían mis padres una cama, si ninguno dormía, pero cada vez que Emmet hacia algún chiste sobre la cama, mama le gruñía, realmente ofendida.
Al ser la única persona en la casa con cama, vamos la única que necesitaba dormir, se esmeraron en que mi cama fuera, cómo era lo que había dicho Alice, como la de una princesa. Y efectivamente era la de una princesa, una princesa del siglo XV, una princesa sacada de algún cuento infantil de los hermanos Grimm. Era de madera, de roble para ser exactos, una enorme y confortable cama de madera de roble, con un precioso dosel, del que colgaban a modo de cascadas, unas delicadas cortinas blancas, quizás demasiado clásico para mi gusto, o para ser más exactos, demasiado viejo, pero quién demonios se ponía a discutir con Alice cuando estaba fascinada con algo, era misión imposible, yo era tan feliz con mi bosque, que les dejé que decoraran a su gusto.
Me levanté, haciendo acopio de una gran fuerza de voluntad, abandonando mi bosque, mis sueños, y fui hacía el espejo estilo barroco, situado en el otro extremo de mi cama. Mi habitación era lo opuesto a una habitación normal de una niña de 10 años, pero tampoco es que yo fuera era una niña normal de 10 años. No había demasiados juguetes, nunca me gustaron, eran tan simples y básicos. Me aburrían con suma facilidad. Había libros, montañas de cuentos y relatos infantiles, y mis libros de poesías. Amaba la poesía. Cuando era apenas un bebe, mama me leía mis favoritos, para dormirme. A veces me gustaba recitar a mí, pero ella se quejaba, así nunca te dormirás, me reprochaba.
Y allí estaba yo, frente al espejo, mi otro yo. Me sentía como en una de esas películas en las que te acuestas una noche y a la mañana siguiente eres tu hijo, porque éste ha pedido el absurdo deseo de que tú seas él y entiendas como se siente y lo frustrante que es ser un adolescente en pleno siglo XXI. Ja!, que prueben a ser una pseudo-niña de 10 años que vive con vampiros y sueña con bosques y lobos.
Así pues miras y miras con la esperanza que en algún momento el absurdo espejo te devuelva la imagen real de ti misma, la que tú sabes que eres, la que sientes que eres. Yo, cada mañana me situaba frente a mi recargado y ridículo espejo de princesa, con la patética esperanza que éste me devolviera a la verdadera Renesme Cullen, la que yo sabía que era, no la niña de 10 años, pequeña, sonrojada, pálida y tontamente aniñada que me miraba extrañada desde el otro lado del espejo.
Toc toc, se puede??- me giré al oir sus pasos, menos mal era pápa, -Sí, pasa papi- y allí apareció apoyado, con los brazos cruzados en el pecho, en mi boscosa y frondosa pared, en mi absurdo cuarto de cenicienta.
-Hoy estás dormilona eh, son las 10:00- . Vaya las diez ya, pensé realmente sorprendida, -pasa algo…- me miró extrañado. Siempre me levanto bastante temprano, es sólo que hoy me sentía a gusto en la cama, entonces sonrió. –ah vaya, así que otra cobarde, eres igual que tu madre-, se refería a mi preocupación por el ajetreo que se traían en la planta de abajo mis tías, sonrió para sí. -Para tu alivio y tranquilidad te informo que sólo quieren renovar tu vestuario-, vio mi cara de espanto, y soltó una carcajada. -Vamos, cielo, no es que te vayan a torturar ni nada por el estilo, sólo son un par de tiendas, no el apocalipsis- y continuaba muerto de risa. Francamente, prefiero el apocalipsis. -Más trajes de tutú y lazos y juro que el apocalipsis lo inicio yo-, y esto lo decía firmemente convencida -Como si eso las fuera a detener.- respondió papa con sorna, aún riéndose. - Esta bien-, continúo pausadamente, -te salvaré, qué te parece un cambio de planes, una excursión quizás-, me pareció una idea fantástica, no porque odiara ir de compras, que lo odiaba, sino porque salir por el bosque de excursión con papa era fascinante, siempre aprendía cosas. -Alice se enfadará, es más ya está viniendo hacía aquí.-
En menos de dos segundos teníamos a Alice en mi cuarto, mirando a papa, con cara de niña contrariada pero claramente dispuesta a salirse con la suya, y lo hace, casi siempre. –Edward, Nessie, necesitas ropa- no sabía exactamente a quien le estaba hablando miraba a pápa, pero se refería a mí, -la niña crece rápido- ahora hablaba con papa, -necesita ropa nueva, venga ya, no seais así, podeis ir de excursión mañana-. Ahora nos hablaba a ambos, y entonces me miró, lo confieso, soy débil cuando mi loca y entrañable tía Alice pone su cara de ángel desvalido o de duende travieso, si eso le va más, de duende travieso, sabiendo que yo, al igual que mama somos débiles a la hora de complacer sus caprichos. No puedo decirle que no, y además, quién demonios le dice que no a Alice, es la personificación de la dulzura con esa carita. -Nessie, mi pequeña princesita hermosa, - replicó con su voz de duende, ahora desvalido, mientras agachándose delante de mi, me abrazaba por la cintura. Se olía un triunfo rápido, yo soy un libro abierto, y ella lee.
Es que ya no tienes a penas ropa-, dijo mirándome tiernamente, -como voy a permitir que salgas a la calle medio desnuda.- Mi duende desvalido era realmente exagerado. Papa sonreía y nos miraba con expresión divertida, todavía apoyado en el resquicio de mi puerta. Tendríamos que posponer la excursión, pero iríamos, tenía tantas ganas. -Por supuesto que iremos, cuando tú lo ordenes, princesa-. Replico papa, al hilo de mis pensamientos.
No pude evitarlo, me solté de Alice y salí disparada hacía él y me lanzé a su cuello, me alzó en brazos y me estrechó con fuerza contra su pecho.
Yo también te amo, mi niña, mi ángel, mi vida-. Se estaba tan a gusto en los brazos de papa. Nada malo podía pasarme estando con él.
-Venga, venga, nos tenemos que dar prisa-, señaló Alice, y se levantó tan rápidamente que dudé que segundos antes hubiera estado agachada, -que luego se hace tarde, y no vamos a estar de compras todo el día- farfulló mientras salía de mi habitación, con una gran sonrisa de triunfo en sus labios. -Tienes que desayunar, así que vístete- continuó, mientras gracilmente bajaba de dos en dos los peldaños de la escalera.
Papa me soltó de sus brazos, y me depositó de nuevo en el suelo. Se quedó mirándome fijamente, y lo hacía como si fuera increíble que yo estuviera ahí delante de él. Todos decían que yo era su viva imagen, francamente lo dudaba, papa parece un actor de cine, sí, eso era, una estrella de cine clásico. En ese momento me acarició la cara, mientras sonreía, -venga a desayunar, antes que nos traigan aquí la cocina, o peor las tiendas con trajes de tutú, y Alice es muy capaz.- Los dos nos echamos a reír.
Y ahora qué demonios me pongo, mi armario era un campo minado de tutú y lazos rosas.
A ver, vamos a mirar-, señaló papa con paciencia, me cogió de la mano y fuimos directos al armario.
Armario por llamarlo de alguna manera, mi armario es tres veces mi habitación, está lleno de estantes de blusas rosas, blancas y rojas con decoraciones de animalitos ridículos, faldas con volantes imposibles, zapatitos de charol, sacados de mis más siniestras pesadillas y trajes, mi tortura personal, trajes de tutú y lazos, millones y millones de lazos, rosa obviamente.
Veamos, nada de tutú, me equivocó-, se apresuró a decir papa, guiñandome un ojo. -No, nada de tutú ni lazos, gracias-, añadí, devolviéndole el guiño, -qué te parece esto-, no sé de donde, pero extrajo triunfalmente unos jeans, con lazos rosas, pero vaqueros finalmente, -no te preocupes, ya no tiene lazos,- dijo al tiempo que arrancaba suavemente y con precisión los espantosos lazos rosas de mi, ahora, vaquero favorito. -Pápa, eres mi salvador, no te lo he dicho antes- le dije al tiempo que cogía los vaqueros, -creo que voy a intentar que por una vez, me compren algo que me guste de verdad, ya no quiero más trajes rosas, no soy una niña, es más, odio el rosa- sentencie. Papa soltó una carcajada, -diles que te gusta más el azul- dijo con media sonrisa. El azul era mi color favorito. -Creo que el azul te quedará precioso.- Era tan fácil estar con él, quizás porque sabía perfectamente lo que sentía, el hecho que conociera lo que pasaba por mi mente en todo momento ayudaba bastante.
-Nessieeee!!!- gritó musicalmente Alice desde la planta de abajo, más que gritar parecía que cantaba mi nombre, -ya voy, termino de salir medio desnuda y bajo.- le replique, no me hacía falta levantar la voz, sabía perfectamente que me oía. Me puse una de mis aniñadas y estrafalarias blusas de colorines, y salí disparada a la cocina, seguida de papa, que no paraba de reír. Creo que le oí musitar algo sobre mi parecido con mama.
Cereales. El empeño de mi familia vampira, en alimentarme con comida no vampira, era algo digno de ver, y para mí, totalmente incomprensible. Al principio nadie había puesto objeción a mi particular dieta de sangre. Particular, porque rara vez salía de caza con ellos. Yo la bebía directamente de un vaso. Cuando era más pequeña cazar, era algo nuevo y divertido, después, ya no lo fue tanto, quizás, soy más humana de lo que yo misma pienso.
Conforme he ido creciendo, mis padres y tíos, y por supuesto, también los abuelos, se esforzaron en que me acostumbrara a la comida normal, podía haber algo más ridículamente chistoso, irónico diría yo, comida normal!. Normal según a quien preguntes, y desde luego no en mi casa, no con mi familia. Confieso que no ha sido tan horrible, es más hay cosas realmente deliciosas. La pasta, adoro la pasta, pizza, macarrones, raviolis, con todas esas riquísimas salsas de queso. El queso, era otro de mis manjares favoritos.
Pero los cereales, sin sabor, sin olor, sin sangre, no eran santo de mi devoción.
Allí estaba sentada en la gran mesa del comedor, frente a mi cuenco de leche con cereales, estancia que solamente usábamos Jake, Seth, yo y de vez en cuando el gran amigo de Jacob, Embry.
Embry era la incorporación más reciente a la manada de Jacob.
Jake se tomó francamente mal la nueva adquisición de la manada. Sam Uley se lo tomó peor. Jacob era el anti-gobierno hecho hombre-lobo, si había alguien que odiaba mandar, dictar órdenes, o peor, obligar a que éstas se llevaran a cabo, ese era Jacob Black. Quizás de lo que Jake no era muy consciente, es que precisamente esa característica, era lo que hacía que fuera tan perfecto como Alfa, era un líder nato, siempre lo había sido, quizás porque siempre estuvo destinado para ello, por nacimiento. Descendía directamente del anciano jefe Quileutte Ephraim Black . Quizás también por la certeza de saber, o intuir en el caso de Jacob, que no es necesario ser un dictador para que los demás te obedezcan, sólo se necesita que los demás te respeten. Era imposible no hacerlo con Jacob. Era amable, pero decidido y firme, no obligaba a tomar decisiones, te convencía de ellas, o se dejaba convencer si veía que no tenía razón, aunque esto no solía ser lo habitual, Jacob era cabezota, e impulsivo. Mama siempre me decía que Jacob al final lo solucionaba todo, a su manera, me recordaba ella, pero lo hacía.
Pero Jacob Black lo detestaba, así que allí estaba él, liderando su propia manada, en contra de su voluntad. Nunca lo quiso, ni cuando se unió Seth, ni posteriormente cuando también se alistó Leah.
Leah Clearwater su mano derecha, según Jacob más bien su mano izquierda, aunque sé que la quería, incluso yo diría que la respetaba sinceramente. Leah era la única mujer-lobo de la manada, de ambas manadas, jamás comía en casa, bueno, para ser más exactos, Leah jamás entraba en casa. Los demás amigos y parientes de Jacob, nunca se acercaban ni tan siquiera a nuestra casa. Mama me había contado que sólo habían aparecido el día de su boda, Billy Black el padre de Jacob, con Sue viuda de Harry Clearwater, padres de Seth y Leah, y que ahora pasaba sus horas y días haciéndole compañía a Charlie, el padre de mama cuando era humana, mi abuelo biológico. Más tarde también aparecieron el propio Jacob, con Embry y Quil. Claro que en ese entonces, mama seguía siendo humana, Jake era su mejor amigo, eso no había cambiado, y finalmente Billy era el mejor amigo de Charlie, padre y padrino de la novia.
Reneesme, por el amor de dios, quieres dejar de marear los cereales y comértelos de una vez-, suplicó tía Rossie. De todos, ella era la que más hincapié y esfuerzo había puesto en que yo me acostumbrara a la dieta normal, es decir, humana. Asentí sin mucho afán, removiendo lentamente los ya maníos cereales de mi cuenco con leche. Ahora habían formado una masa pastosa, aún menos apetecible, si eso era posible. –No tengo demasiada hambre, replique con repugnancia mirando la masa uniforme de cereales. -salimos ya- Era cierto mucha hambre no tenía. Y cuanto antes me quitara de encima la sesión de compras, mejor.
