BLANCARENAS Y LOS 7 ASESINOS.

Capítulo 1: Había una vez...

Autor: Jakito Yui Ishida.



Había una vez, hace mucho tiempo, más o menos en el 195 AC, un bello reino de paz y bienestar, llamado reino de Sank. Allí, por miles de años, la familia Raberba gobernaba con sabiduría las grandes tierras pobladas de grandes campos, y hermosos bosques que colindaban en todos los sentidos por un gran desierto, donde sólo los más valientes se atrevían a entrar, pues se decía que allí habitaban extraños monstruos salidos del infierno. Habían allí también sombras buenas, pero sólo en el centro de los bosques. Allí habitaban hadas, asesinos, trolls, ogros, y náyades, todos confundidos entre los árboles caídos y las cascadas cristalinas. El pueblo amaba al rey, que los protegía de las malas cosechas, y procuraba el comercio, a la vez que escuelas y una iglesia. El modo de subsistencia era básicamente la agricultura, a la que se dedicaban hombres, principalmente, aunque como en el reino se daban algunas hierbas que eran escasas en otros lugares, las mujeres se dedicaban a hacer ungüentos y curas para quienes se los pedían. También solían comentar el paso de su vida en el centro del lugar, marcado como una pequeña plaza.

El acontecimiento más esperado de los últimos y años, y por ende, comentado, se había producido hace dos años, con la llegada de una nueva Reina. La Reina anterior había muerto hacía diez años, había sido muy amada por el pueblo, pero mas que nada por el Rey, quien se había sentido muy triste por su partida. Pero en un viaje de protocolo, había conocido la hija mayor de un rey con el que deseaba tomar lazos comerciales. En ése reino no se registraban demasiadas guerras, pues el desierto disuadía a quien osara intentarlo. En el lenguaje del desierto se dice que nadie puede cruzarlo si éste no se deja cruzar. El Rey todos los años hacía las rogativas necesarias, junto con un sumo sacerdote, al desierto, para que se les procurara agua, y los bosques siguieran latiendo, y los campos floreciendo, y la gente tuviera felicidad. Y así, como una realidad inconmensurable, llegó la reina. No suscitó simpatías inmediatas como la reina anterior, tan amada, de la cual había quedado el legado de su hijo: El pequeño Quatre. La reina había muerto cuando él tenía sólo cinco años, habiéndose criado entre solo hombres, su padre había considerado que era muy grande para tener matrona. Él fue quien la recibió entre los vítores del pueblo que celebraba más por amor al rey que porque estuvieran felices con la noticia. Y no era muy difícil de entender, es que la nueva reina traía su propia corte, ya antes de llegar habían volado a través del aire del desierto que era una mujer que gustaba mucho de las intrigas. Además, la reina anterior era de su mismo pueblo, y una extranjera no causa mucha confianza. Ella sólo recibió el ramo de flores nativas de los brazos de Quatre, que se los tendió con una sonrisa. Los sostuvo sin mirar y sin oler aquellas flores que eran hadas mostrando sus alas, con esencia de primavera, como si en realidad estuviera incómoda. Su mas fiel soldado la observaba desde su rincón, escondido tras las mantas de un montero, que era su profesión, y adivinó su pensamiento. Era necesario que fuera su hijo, y no el del Rey, aquel hermoso elfo, quien gobernara. No era muy difícil tenerlo, pero deshacerse del otro requeriría de sus servicios.

Se mantendría cerca de la Reina, porque su recompensa le permitiría irse a su lejana patria. "Ahora si, se dijo, ahora sí volver". En sus ojos azul profundo se leía su amor por la muerte. La reina había estado muy poco tiempo, y ya se había ganado las antipatías de todas la mujeres del reino. Ella era muy alta, mucho más alta que Quatre, a quien trataba como un niño, pese a que sólo le llevaba por unos años. Aparte de su extrema juventud y belleza, poseía el arte de envenenar con sus palabras a todo aquel que intentara oponerse a ella, aunque sólo fuera en pensamiento. Se sentían bien al saber, al menos, que sería el príncipe Quatre quien los gobernaría en el futuro. Ella tenía el pelo larguísimo, hasta los tobillos, de un dorado como el sol que se cuela entre las hojas del bosque. El príncipe Quatre, en cambio, tenía los cabellos rubios también, pero del color del trigo, o del desierto. Tenía la piel suave como sólo la tienen las estrellas del desierto, de la textura de las arenas, que ha sido tratada con aceites para conservar aquella constancia de fruto entre dulce y ácido, maduro y aún verde, prodigio de los frutos del oasis. Ambos tenían los ojos azules, pero los de él rebosaban tanto en bondad como en pureza, sólo comparables a un atardecer en las aguas de una cascada del bosque, pero tras haberse escondido el astro sol, antes que oscurezca, a la hora que las hadas se bañan entre risas. Los de ella eran ojos como los de una cerbatana, de un extraño tipo de animales que se decía vivían en su reino de origen, que trepan montañas, que sus ojos se tiñen del color del cielo de tanto mirarlo, decían que ella pasaba sus días estudiando todo, las plantas, y los libros.

Decían que había traído mucho muebles misteriosos y textos prohibidos.

Decían que una sombra la protegía todo el tiempo.

El amo Quatre pasaba sus días entrenando en las artes de la guerra, y en escritura. Aunque era una ocupación de mujeres, el rey pensaba que igual debía saber, el poder de la palabra era muy importante. Salvaba vidas, y mataba gigantes. También sabía manejar las espadas dobles, como el mejor de los soldados del reino, que entrenaban años en países extranjeros. Porque el Rey había ordenado que los hombres debían ser fuertes en las artes de la lucha, y las mujeres hábiles en sus oficios. Los niños a los siete años dejaban de jugar y escuchar y cantar los nombres de las hierbas de sus madres, que seguían recitando siempre, para sentarse a escuchar a los ancianos y ancianas del reino, para escuchar las historias de guerreros, de dragones, y los hechos ocurridos desde los principios de los tiempos. A los doce dejaban esta ocupación, para empezar a entrenarse algunos en la guerra, y ayudar a sus padres, y los que tenían más capacidad para grabar y descifrar aquellas historias grabadas en símbolos en piedras y los materiales secretos que componían el papel. Asimismo, el amo Quatre le gustaba gastar su tiempo libre en jugar con los otros chicos, pero no le agradaban las guerras. Decía que sólo era un gasto de energía y tiempo, él emprendía a espaldas de su padre, arriesgadas exploraciones hacia el interior de los bosques, donde se decía que había enanos, buenos y que se llamaban asesinos, y que había hasta un gigantesco dragón dormido.

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Todo era luz y alegría en el gran reino de Sank. El Rey y su hijo solían recorrer muy seguido los extensos territorios, para gran alegría de su pueblo, que los amaban grandemente. Iban a caballo, con su escolta. A veces los acompañaba la reina Dorothy, con su propio séquito, a ver las estaciones de cultivo, para bendecir la tierra, y en las de cosechas, para dar la acción de gracias por los frutos recibidos. Ella siempre observaba desde su silla de manos, entre velos, con una sonrisa complaciente. A veces el Rey solía salir de caza, para mantener los músculos firmes, según decía. La reina Dorothy entonces aprovechaba para complacerse en su belleza, que creía superior a las demás, y a veces, a poner en práctica los hechizos que leía en sus libros. Uno de aquellos días en que el Rey había salido temprano, durmió hasta tarde, y se alegró que fuera tan viejo, porque no podía pedirle mucho a ella, pero creía haber tenido éxito en su tentativa de quedar embarazada. Fue entonces que recordó su espejo, y ordenó sacarlo y limpiarlo.

-Espejito espejito, -recitó según el hechizo del espejo parlante.-Dime, ¿Voy a tener un hijo?

-Por supuesto que si, mi reina.

-Ay! Es encantador. Ahora, dime, espejo sagrado, que reflectas la luz hacia lo profano, dime, quien es la mas bella rosa

-Eres tu, mi reina Dorothy. -Ay, -juntó sus manos bajo su barbilla, y se dio una vuelta en torno a sí, misma, extasiada. -entonces soy yo la más bella de este reino...

-En eso te equivocas, mi bella señora.

-¡¡¿¿Qué??!! -Miró con furia al espejo. -Pero si me acabas de decir que soy la mas bella rosa ¿Quién está detrás de éste espejo?

-Si, mi bella señora, la mas bella rosa, mas no es la persona mas bella de este reino. Quien gana esa corona es el príncipe heredero.

-Ah, ya veo. Quatre Raberba Winner.

-Mi señora, está en lo cierto. Quien se gana el laurel al mas bello es aquel que se hace llamar príncipe.

La reina tapó el espejo, para poder pensar con tranquilidad. Si bien no entendió porqué el abuelo la hizo casar con el padre y no con el hijo, ahora sabía lo que había que hacer. El hijo que latía en sus entrañas debía ser el heredero de aquel fantástico reino, y la sombra de los Kusrenada debía abarcar también aquel trozo de paraíso. En eso entró el montero que nunca descubría su rostro.

-Reina mía, -Dijo apoyando una rodilla en el suelo. -Me dirijo a usted tras cumplir sus órdenes. Aquí le traigo los informes de contrabando de...

-Ya no hace falta, querido Soldado, mi mas fiel servidor. Os tengo el trabajo que te permitirá regresar a tu hogar. Cipango, ¿No? Tráeme la cabeza de Quatre, y estarás en tu barco.

El montero se puso en pie. Y alzando la cabeza, sin que su rostro se viera, pronunció sólo la fórmula de los sicarios de la orden, que desde hace siglos luchaba en toda clase de batalla.

-Sea.

La reina de doble ceja rió mientras contaba las doce monedas de oro, y doce de plata que serían necesarias, mas el salvoconducto, por el que debía venir con la cabeza. Le entregó el saco de la garantía, y la sombra escapó entre la noche tal como había llegado.

El sol ya se había escondido. Las hadas debían estar bañándose.

Era hora de bajar a cenar.



-------------------------------------------------- Este es el primer capítulo de esta fantasía, como regalo es para todo quien desee leerla. No tiene demasiado humor, no soy muy buena para eso, pero quise ajustarme a los convencionalismos de la serie, los diálogos, personajes, y a el lenguaje adaptado de la época representada. Cualquier duda, comentario o crítica, (no muy duro, por favor, entiendo sin insultos como que no soy una 'verdadera escritora de fanfics') a jakito_kun@hotmail.com Ah! las cerbatanas son animales inventado, y cambié la palabra enanitos por asesinos, más adelante se verá porqué. Si, ténganme paciencia, creo que este es el primer fic donde se da a entender la trama en el primer capítulo.