— ¡Maldito seas! —era la voz de Zwei. Oz la oyó amortiguada, como si estuviera muy lejana. Apenas pudo entender las palabras, ya que un grueso muro de piedra le separaba de Óscar y la Baskerville. Aguzó el oído para poder captar toda la conversación.
— ¡Señor Óscar! —oyó entonces que gritaban algunos miembros de Pandora. Habían venido para ayudar a Óscar, se dijo Oz. "Puede que sobreviva". Su tío era un hombre fuerte, y quizá podrían cerrar la herida a tiempo de que no perdiera demasiada sangre. Había que confiar en que Zwei no hubiera alcanzado ningún órgano vital con la hoja de su puñal—. ¡Deprisa! ¡Protejamos al señor Óscar!
— ¡Malditos entrometidos! —exclamó Zwei, furiosa.
Oz apretó el brazo de Gilbert, tratando de buscar ánimos. Gilbert le miró y Oz pudo ver, a la escasa luz que proyectaban las pocas antorchas que había repartidas por la pared, la sonrisa de ánimo que le dirigió su sirviente.
Alice permanecía alerta, a la espera de nueva información. Pero Oz ya estaba tranquilo. Pandora estaba allí; nada le ocurriría a su tío.
—Elegiste esconder la llave en el anillo de Sara —dijo otra voz. Esta era dura y profunda, y Oz no pudo reconocerla del todo—. Eso es tan típico de ti, Óscar.
De pronto, a Oz se le paró el corazón. Había reconocido la voz.
Era la de Zai Vessalius.
—Así que esta es la verdadera razón por la que querías que fuera tras Oz… —dijo Óscar—. Necesitabas que abriera la Puerta del Querubín para robarme la llave…
Óscar jadeaba suavemente, y se le quebraba la voz al final de cada frase. Oz apretó más el brazo de Gilbert, sintiendo cómo sus esperanzas se desmoronaban lentamente. Pero no del todo. Zai era el hermano de Óscar; sin duda trataría de curarle, ¿verdad? Haría todo lo posible para salvar a su hermano, ¿no era cierto? Al fin y al cabo, siempre existía una conexión especial entre los hermanos. Él la tenía con Ada, y Vincent, que adoraba a su hermano Gilbert, también la tenía. Y todos sabían que Vincent haría cualquier cosa por Gil. Zai también salvaría a su hermano, ¿no?
Oz seguía teniendo sus dudas, pero se aferró a aquella pequeña porción de esperanza como lo hacía al brazo de Gilbert. Buscó la mano de Alice también. Aunque ella no era muy cariñosa, se la cogió y le dio un pequeño apretón. Sabía que era un momento difícil para el joven Vessalius.
—Desafortunadamente para ti… —siguió la voz de Óscar—… una vez cerrada, esta puerta no puede ser abierta de inmediato. No serás capaz de seguir… a Oz y a los otros…
Los ojos de Oz comenzaron a escocerle, pero se mordió el labio inferior y aguantó las lágrimas. No podía llorar, debía concentrar todas sus fuerzas en escuchar a su tío y desear que todo acabara bien.
Zai volvió a hablar, con sorna.
— ¿No te arrepientes de tu decisión ahora?
—En lo más mínimo. Dije todo lo que quería decir… —Óscar paró un segundo para tomar aire y luego volvió a hablar, con voz suave—. Les he confiado mis sentimientos a ellos…
Gilbert apretó los dientes. Óscar había sido casi como un padre para él, y para Oz también. Podía imaginar cómo se sentía su Joven Amo, porque él se sentía de la misma forma.
Y Oz comprendió la dura realidad: la pregunta de Zai, la respuesta de Óscar… Aquella alusión a su sobrino y amigos…
Su tío no iba a sobrevivir. Zai no le salvaría, como Oz había esperado que hiciese.
—Siempre odié esa actitud tuya —comentó Zai, con voz casi indiferente. Y, en aquel momento, Oz le odió con toda su alma. Le odió como nunca le había odiado.
Porque Zai era el hombre que le había enviado al Abismo, porque era el hombre que jamás sintió aprecio por su hija Ada, a pesar de que ella sí que era su auténtica hija, y que no tuvo remordimientos al unirse a los Baskerville. Era cierto que había sufrido por la pérdida de su hijo y de su esposa, pero Gilbert, Alice y Oz también habían tenido un pasado duro; sin embargo, ninguno de ellos había hecho jamás todo lo que Zai Vessalius había hecho. Y tampoco lo que estaba a punto de hacer.
Matar a su propio hermano.
—Lo sé —respondió Óscar. Su voz era ya apenas un susurro—. Pero pensé… que con el tiempo… llegaríamos a entendernos el uno al otro.
De pronto, se hizo el silencio. Fueron unos segundos en los que los corazones de Oz, Gilbert y Alice, todos a la vez, se paralizaron y dejaron de latir. Fueron unos segundos en los que Oz se olvidó de respirar, en los que se olvidó de apretar el brazo de Gilbert y sostener la mano de Alice.
Y de pronto, ese silencio… fue interrumpido por un disparo.
Se oyó una exclamación ahogada, un jadeo y después… de vuelta al silencio.
— ¿Está…? —susurró Oz. La voz se le quebró y no pudo continuar.
Gilbert asintió en silencio.
—Tío Óscar ha muerto —sentenció en otro susurro, al tiempo que se levantaba.
Oz notó que las lágrimas, por fin, se desbordaban de sus ojos, y que, al intentar contenerlas cubriéndose la cara con las manos, se deslizaban entre sus dedos. Sollozó, desconsolado.
Notó dos brazos que lo rodeaban por detrás. Gilbert había perdido el brazo izquierdo, así que…
Solo podía ser Alice.
Oz giró la cabeza para poder mirar a la chica. Tenía los ojos cerrados y una lágrima solitaria corría por su mejilla. Por un momento, no supo qué hacer. Alice no conocía tan bien como él y Gilbert a Óscar, pero aun así había estado con él en los últimos tiempos y todo el mundo sabía que Óscar no merecía morir.
Finalmente, Oz abrazó a Alice y la ayudó a levantarse. Gil estaba un poco más adelante. Parecía que no lloraba, pero un sollozo repentino traicionó su calma. Cuando Oz llegó hasta él y le vio el rostro, pensó que era igual que cuando eran niños. No había visto a Gilbert llorar desde entonces. Bueno, excepto cuando estuvo borracho, pero esa ocasión no tenía importancia porque no era plenamente consciente de sus actos.
Abrazó también a Gilbert, de forma que los tres permanecieron juntos unos minutos, en silencio, dedicándole a Óscar aquel momento.
—Deberíamos continuar —dijo Gilbert de repente, apartando suavemente a Oz con la mano derecha.
Oz asintió, y Alice se apartó de ellos con gesto orgulloso. Los tres compañeros miraron a su alrededor por vez primera desde que pasaron por la Puerta del Querubín.
Las paredes eran de piedra, y tenían algunas grietas causadas, probablemente, por la erosión del paso de los siglos. Había muy pocas antorchas, distribuidas cada cinco metros, pero eran suficientes para arrojar un poco de luz a la estancia. A ambos lados del camino había otras dos antorchas, clavadas en el suelo con estacas de madera, cuyas llamas parecían haber brillado durante miles de años. Pero, cuando Oz miró el camino, se quedó sin habla.
Un estrecho sendero constituido por una piedra bastante más agrietada que la pared, cuya resistencia parecía nula, estaba rodeado, simplemente, de un gran vacío. El joven Vessalius tragó saliva, atemorizado. No parecía que la piedra pudiera resistir el peso de una sola persona, ya que estaba a punto de desmoronarse.
— ¿No hay otra forma de cruzar al otro lado? —preguntó Oz, atemorizado.
Alice rio con suficiencia.
—Pasaremos por aquí. B-Rabbit no le teme a un simple precipicio.
—Se ve que B-Rabbit es suicida, entonces —murmuró Gilbert de forma casi inaudible.
Sorprendentemente, Alice apretó los dientes y pasó al lado suya sin responder a la pulla. Oz aguantó una risita, recordando la muerte de su tío y obligándose a seguir adelante.
El camino parecía bastante largo. A sus lados, el enorme vacío se veía negro, sin vida. Cuando Oz se acercó un poco al precipicio, notó el frío que emanaba de aquella vasta superficie. Alice estaba ya al lado del estrecho camino, y posaba repetidamente el pie derecho sobre la piedra erosionada para comprobar su resistencia. Cuando, finalmente, dedujo que podría apoyar su peso entero sobre ella, apoyó el otro pie y sonrió.
— ¿Veis? Creo que incluso podríamos estar los tres a la vez.
Gilbert resopló, molesto, y negó con la cabeza.
—Es mejor no correr riesgos, coneja estúpida. Podríamos caer al vacío, y el sacrificio del señor Óscar sería inútil.
Alice se puso las manos en las caderas con gesto obstinado, pero no añadió nada más. Se concentró en avanzar a través del angosto camino, extendiendo los brazos a ambos lados de su cuerpo para mantener el equilibrio. Oz la observaba con cautela.
—Será mejor que nos avises cuando llegues al otro lado —sugirió Oz. Tenía razón: con la escasa luz de las antorchas, el final del camino no era visible desde aquella zona.
Pasó un buen rato hasta que la voz de Alice volvió a resonar en las paredes de piedra, bastante más lejana que antes.
—Creo que ya lo veo —exclamó la chica.
Oz suspiró, aliviado. Casi temía no volver a oírla, después de tanto rato que llevaba en silencio. No era normal en Alice que estuviera callada más de dos minutos. Aunque los tiempos habían cambiado drásticamente de pronto, se dijo Oz, apenado.
Gilbert, nervioso, pasó la mano por su capa en busca de su caja de cigarrillos, pero cuando se dio cuenta de que probablemente se le habrían caído después de todos aquellos extraños días, dejó caer la mano con un gesto de angustia.
—Quizá deberías avanzar un poco, Oz —comentó Gilbert—. Parece seguro.
Oz asintió y se adelantó. Como hizo Alice al principio, posó repetidamente la punta del pie en el principio del camino y después, tras comprobar que no se fragmentaría bajo su peso, apoyó ambas piernas.
Al principio avanzaba despacio, con cautela. Pero después, a medida que cogía confianza, aumentaba la velocidad, hasta que iba casi al mismo ritmo con el que caminaba por los pasillos de la mansión Vessalius.
Recordó con tristeza su hogar, pensando en todo lo que había dejado atrás: su infancia, junto a sus travesuras con Gilbert y Ada; sus libros favoritos, los del Holy Knight; su calentita habitación con el té y las pastas; su tío Óscar, ahora muerto… Y, de pronto… pisó en falso con el pie izquierdo. Soltó un grito que resonó por las paredes de la cueva. Agitó los brazos en el aire, buscando algún punto seguro al que poder agarrarse, pero las paredes de la cueva estaban demasiado alejadas del camino.
— ¡Oz! —oyó que gritaba Gilbert.
Pero, para cuando Gilbert logró llegar hasta el punto en el que Oz había estado antes, él ya se hallaba metros más abajo. No veía nada, todo era oscuridad y los fragmentos de roca que lo rodeaban le impedían distinguir forma alguna. Sin embargo, estaba convencido de que Alice y Gilbert caían con él.
Oz gritó, aterrado… pero de pronto cayó sobre suelo duro.
Pensó que, en circunstancias normales, aquel golpe desde tanta altura le habría roto la columna vertebral y habría muerto, aparte de que la caída había terminado demasiado rápido teniendo en cuenta la altura del precipicio, pero estaba, decididamente, vivo.
Movió los dedos de las manos, asegurándose de que podía sentirlos, y palpó una superficie dura y templada.
"¿Cómo es posible?", pensó, extrañado. En el abismo que se extendía alrededor del camino de piedra se podía percibir el frío incluso desde la entrada de la cueva.
Eso quería decir que… ¡no podía encontrarse allí!
Abrió los ojos de repente, y todo le pareció un mundo de sombras borrosas. Parpadeó lentamente, y las figuras se fueron definiendo ante él.
Estaba en el interior de una habitación bien decorada. La pared estaba formada por paneles de madera color caoba, al igual que el recubrimiento del suelo. Una mesa de té se situaba delante de dos sofás que habían sido colocados haciendo esquina. Sobre la mesa había una tetera y nueve tazas; el olor del té y las pastas podía percibirse desde su posición.
Se incorporó, preguntándose dónde se encontraba, cuando vio a Gilbert a su lado. Estaba inconsciente. Divisó más allá a Alice, y emitió un suspiro de alivio. Ninguno de ellos había muerto, y se encontraban todos a salvo. Aunque lo cierto era que no tenía ni idea de dónde se encontraba. Trató de incorporarse para poder examinar mejor la habitación, pero se interrumpió de golpe cuando se dio cuenta de algo.
No estaban solos.
Más allá distinguió la melena roja del duque Barma y, a su lado, cerca de un gran piano de madera, se encontraba Liam Lunettes, con las gafas cerca de su pie izquierdo. Al volver la cabeza vio más cuerpos: el vestido de Sharon, cuyas faldas estaban desparramadas por el suelo, acompañado también de otro vestido muy parecido al suyo; era el de Cheryl Rainsworth, la abuela de la joven aristócrata. Su silla de ruedas se encontraba cerca de una lámpara de pie que emitía una cálida luz anaranjada. A la izquierda de Sharon estaba Xerxes Break, con múltiples manchas rojas en la ropa; sin duda, eran de sangre. Oz se preguntó que le habrían hecho los Baskerville para que estuviera tan malherido. Al fin y al cabo, su cadena era Mad Hatter, la mejor cadena de todo el Abismo después de B-Rabbit, y constituía una importante amenaza para los objetivos de la secta.
Oz se levantó para poder acercarse hasta allí y examinar la gravedad de las heridas. Avanzó por la habitación, pero se sobresaltó cuando, al fijarse más en la lámpara, advirtió otra figura que lo observaba con una mirada bicolor.
Vincent Nightray.
—Vaya, el joven Vessalius ha despertado por fin —comentó el hombre con voz suave, para no despertar a los demás.
Se acercó a la mesa de té y cogió una galleta. Se la llevó a la boca para mordisquearla lentamente, sin dejar de mirar a Oz.
— ¿Qué… que ha pasado? —preguntó Oz, mirando con desconfianza a Vincent.
Cuando se fijó en el plato de pastas del que Vincent había cogido su galleta, la boca se le hizo agua. Trató de parecer indiferente, ya que no quería mostrar signos de debilidad, pero su estómago rugió, traicionándole.
Vincent rio.
—Deberías comer algo, Oz. No temas, no te haré nada —cogió otra galleta del plato y se la tendió con una sonrisa amable.
Oz la aceptó, receloso, pero en cuanto la tuvo en las manos no pudo resistirse y pegó un enorme bocado. El sabor de la deliciosa galleta le llenó la boca, y el chico notó que tenía muchísima más hambre de la que pensaba. Cogió dos galletas más y las devoró, pensando en el día en el que conoció a Alice, cuando, aun estando en el Abismo rodeado de amenazas y con la muerte de su amigo aún reciente, solo pensó en el hambre que tenía y en las galletitas que encontró en el interior de una caja de plástico.
—Gracias —dijo Oz, realmente agradecido.
Vincent se encogió de hombros, se sentó en el sofá y palmeó el lugar libre que quedaba a su lado, invitando a Oz a sentarse. El joven vaciló, ya que no sabía si podía confiar en Vincent. Por alguna razón, sentía que había olvidado algo acerca del hombre y que debería hacerle recelar de estar en su compañía. Finalmente accedió, y de paso cogió otra galleta.
—En cuanto a tu pregunta de antes —comenzó Vincent cuando Oz se hubo acomodado—, la verdad es que no tengo ni idea de lo que ha sucedido, y mucho menos del sitio en el que nos encontramos. Todo esto es muy extraño, y en el tiempo que llevo aquí me he hecho muchas preguntas. Por ejemplo, ¿quién nos ha traído hasta aquí? ¿Cómo lo ha hecho? ¿Con qué intenciones? —hizo una pausa para llevarse una taza de té a los labios. Dio un sorbo y volvió a dejarla sobre el plato—. Es raro que hayamos aterrizado aquí de pronto. Estaba hablando con Lily cuando, sin más, desaparecí. Es una niñita adorable, pero a veces da bastante miedo, ¿sabes?
Aquello devolvió a Oz a la realidad. ¡Vincent era un traidor! ¿Qué hacía hablando con él? ¡Les había vendido a los Baskervilles! ¡Había cooperado con el enemigo de Pandora, a pesar de ser un miembro de la organización! Se levantó de golpe, sobresaltando a Vincent.
— ¡Traicionaste a Pandora! —exclamó, furioso.
Habló demasiado alto. Al otro lado de la habitación, Sharon emitió un sonido tenue, y se incorporó lentamente, mirando a todas partes con sorpresa.
— ¿Dónde estamos? —preguntó en voz baja. Su voz era fina y dulce, la voz propia de una dama Rainsworth.
Vincent suspiró, resignado. Se levantó, cogió su taza de té y fue a sentarse en el banco del piano. Observó cautelosamente la escena con sus ojos desparejados.
— ¡Oz! —Exclamó Sharon—. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estamos?
—Eso me estaba explicando Vincent —respondió el joven Vessalius mientras se levantaba y se acercaba a Sharon.
Le tendió una mano para ayudarla a levantarse, y la dama la aceptó, agradecida. Se sacudió el polvo de su vestido, que siempre estaba impecable, y miró a Vincent con ojos chispeantes de ira.
— ¡Tú! —dijo mientras se acercaba a él, furiosa. Le puso el dedo índice en el pecho y le dio toquecitos con insistencia—. ¿Qué le has hecho a Break?
Vincent cogió la mano de Sharon por la muñeca, pero cuando abrió la boca para responder se oyó un sonido extraño procedente del fondo de la habitación. Todos miraron en la dirección del sonido, y se dieron cuenta de que provenía de la garganta de Break.
Sharon dio un gritito y se apresuró a arrodillarse al lado del sirviente. Le alzó la cabeza con una mano suave y le apartó el pelo de la frente. Había mucha sangre por todas partes. Las heridas que tenía no estaban cerradas aún. Es más, parecían muy recientes. Lo bueno era que no habían tenido tiempo de infectarse aún.
Oz miró a Vincent, que tenía una extraña mirada. Se preguntó si habría sido él quien le causó esas heridas a Break. De haber sido así, aquellos hechos encajarían a la perfección con la pregunta de Sharon. Pero ¿cómo había podido Vincent hacerle eso? Oz sabía que Vincent podía ser algo… inestable a veces, mas nunca le haría nada así a Break, un compañero suyo de Pandora. Aunque, de todos modos, ellos dos no se llevaban bien y había que tener en cuenta que Vincent les había traicionado a todos. Sin embargo, Oz se dijo que no podía pensar en aquello en esos momentos: tenían que ayudar a Break. Luego ya habría tiempo para acusaciones y explicaciones.
— ¡Coged algo con lo que poder tapar las heridas! —ordenó Sharon al tiempo que abría la camisa de Break. El sello del contratista ilegal, cuya aguja había dado ya la vuelta completa, quedó bien visible, y Vincent abrió mucho los ojos al verlo, sorprendido. Oz recordó que el joven Nightray no lo había visto nunca, y que no tenía ni idea de cuál era la historia de Break. El chico pensó que tal vez Vincent haría alguna pregunta al respecto, pero el hombre no dijo nada e hizo lo que Sharon había pedido. Si realmente había sido él quien había herido al débil Break, tal vez debía arrepentirse, porque no sería muy normal que tratara de curar las heridas que él mismo había causado.
Aunque, en fin, tampoco es que Vincent fuera muy normal.
Abrieron un armario que estaba al lado del piano, próximo a una puerta que seguramente estaría cerrada. Dentro del mueble esperaban encontrar lo típico en los armarios: camisas, pantalones, capas, vestidos. Con ellos podrían tapar las heridas, tal y como Sharon les había pedido. Pero no había nada de eso; como si el dueño de la casa supiera lo que necesitaban, lo había llenado con distintos utensilios de botiquín, así que ni Oz ni Vincent perdieron un instante y se llenaron los brazos con todo lo que pudieron coger.
Se lo tendieron a Sharon quien, con manos expertas y sin preguntar cómo habían conseguido todo aquello, comenzó a limpiar las heridas y a vendarlas. Mientras la dama trabajaba, todos permanecieron en silencio.
De pronto, Vincent notó que alguien posaba una mano en su hombro y, al girarse, vio que aquella mano iba unida al cuerpo de su hermano Gilbert. Le sonrió, contento de volver a verle. Pero su hermano, sin duda preocupado por Break, no fue capaz de devolverle la sonrisa. Se adelantó un poco para poder ver bien al hombre. Oz recordó lo que Break les había contado una vez: Gilbert se había convertido en su ojo izquierdo, el ojo que le faltaba, hacía años, cuando el joven aún acababa de convertirse en el contratista legal de Raven.
—Oz, la coneja estúpida también se ha despertado —anunció con tono monocorde, señalando con el pulgar un punto que se encontraba por encima de su hombro derecho. Oz se puso de puntillas para poder ver el lugar que su sirviente le señalaba, y localizó a Alice en el sofá, dando buena cuenta de las galletitas. No pudo evitar que una sonrisa aflorara a su rostro; Alice, siempre pensando en comida, ni siquiera se había preocupado por saber dónde se encontraban ni por lo que le había sucedido a Break.
El joven Vessalius se preguntó cómo podía estar Gilbert tan sereno, teniendo en cuenta que había caído de pronto en un lugar desconocido para todos y se había reencontrado con su hermano pequeño, quien les había traicionado. Pero se dio cuenta de que en aquel momento, cuando todos eran conscientes de que la vida de Break peligraba, no había tiempo para preocuparse de aquello. Ya habría tiempo para hablar del asunto cuando Break se hubiera recuperado.
—Ya está —anunció Sharon mientras se levantaba. Había acabado con todas las vendas que había, pero aún quedaban bastante desinfectante y agua—. Creo que estará bien. Ha perdido mucha sangre, pero después podrá comer y recuperar fuerzas —la dama suspiró al ver a Alice con la cara llena de migas, tumbada en el sofá—. Eso si Alice no se termina la comida primero —masculló para sí, aunque todos pudieron oírla perfectamente.
De pronto, oyeron un respingo. Sin duda, alguien más se despertaba. Todos se giraron para poder ver cómo Liam se incorporaba, desorientado, y se ponía las gafas. Cuando al fin pudo comprender dónde y con quiénes estaba, se levantó de golpe y tuvo que apoyarse en la pared para no perder el equilibrio. Se sujetó la cabeza con la mano libre y miró desconcertado al grupo que había alrededor del cuerpo de Break; sin embargo, no vio a este último.
Vincent estaba detrás de él, y cuando le tocó el hombro con la mano, Liam dio un saltito, asustado. Miró hacia Vincent y frunció el ceño, pero ignoró al joven y se acercó a Sharon.
— ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estamos? —Cuando vio el cuerpo de Break, soltó una exclamación—. ¡Break!
Se arrodilló, y pareció calmarse cuando reparó en las vendas. Sin embargo, el rostro de Break estaba más pálido de lo normal y el flequillo que debería taparle el ojo izquierdo estaba manchado con restos de sangre.
— Se recuperará, ¿verdad? —preguntó Liam, preocupado.
—Sí, pero podría haber muerto sin los cuidados de la señorita Sharon —se oyó desde el otro lado de la habitación. La voz era grave y suave, sin duda la de Rufus Barma.
Había cogido en brazos a Cheryl Rainsworth, la abuela de Sharon, y la posaba con suavidad sobre su silla de ruedas. Cheryl le sonrió débilmente, pero cuando dirigió la mirada hacia su nieta volvió a ponerse seria. En esa ocasión, la mujer que les miraba desde la silla de ruedas no era la divertida anciana Cheryl, sino la duquesa Rainsworth, que debía velar por Pandora y proteger su ducado. A pesar de que había sido golpeada por el duque Barma, que ahora era un traidor y estaba con los Baskervilles, no hizo ademán de decirle nada ni de acusarle.
Con sus delicadas manos hizo girar las ruedas de su silla para poder situarse al lado de Break.
—Me alegro de ver que lo habéis vendado a tiempo —comentó la anciana duquesa.
Oz se sorprendió, ya que no se acordaba de que Cheryl era una de las primeras personas a las que Break había visto cuando regresó del Abismo.
—Fui yo, abuela —dijo Sharon, orgullosa de su trabajo.
Cheryl sonrió, agradecida.
—Bien. Venid, sentaos en los sofás; hablaremos de todo lo que está sucediendo.
Dejaron a Break en el suelo, con la cabeza apoyada en un cojín y con una manta cubriéndole el cuerpo. Oz deseó con todas sus fuerzas que el hombre se recuperara.
Recordó los días en los que Break era el hombre más divertido del mundo, el más extraño y excéntrico, cuando les hacía reír con cada una de sus bromas, cuando desaparecía en las alacenas y se comía veinte pastelitos seguidos. Aquellos días estaban ya muy lejos, cuando apenas sabían algo acerca de la Tragedia de Sabrie y todo lo que creían saber era mentira. Todo había dado un cambio tan radical… De pronto averiguaron cosas que jamás habían sabido: Gilbert iba a ser Glen Baskerville en el pasado; Vincent iba a caer al Abismo al igual que Lacie, al ser un niño del infortunio; Oz era un conejo de peluche que había pertenecido a Alice, hija de Lacie y hermana gemela de la Voluntad del Abismo… Y, lo más importante: Jack Vessalius no era el héroe que todos creían que era, sino que él mismo había provocado la Tragedia de Sabrie al querer llevarle a Lacie el mundo, cortando las cadenas que lo separaban del Abismo con su cadena, B-Rabbit. Pero B-Rabbit no era B-Rabbit, sino que se llamaba Oz y era el anterior cuerpo del chico.
A Oz le daba vueltas la cabeza. Todo era tan intrincado y complicado… Le habría gustado seguir viviendo su vida, celebrar su mayoría de edad con su familia y amigos de la nobleza, casarse con una duquesa, tener un hijo, el futuro heredero del ducado Vessalius, ver a su hermana casarse con otro duque… y jamás saber nada acerca de su pasado o el de Alice. A pesar de todo, sabía que si heredara el ducado Vessalius tarde o temprano debería iniciarse en Pandora, aunque también existía la posibilidad de que Zai impidiera que heredara su título nobiliario, ya que el cuerpo en el que Oz estaba era en realidad un cuerpo prestado y no era hijo del duque Vessalius.
Además, todo ello implicaría también que nunca hubiera conocido a Alice. ¿Realmente deseaba aquello después de todo?
—Oz, ¿no vienes? —llamó Gilbert, que le había dejado un sitio libre a su lado.
— ¡Sí! —exclamó Oz, atravesando la habitación para sentarse en el sofá.
Todos cogieron una taza de té, y en aquel momento Oz comprendió que el simple hecho de que hubiera nueve tazas, para cada uno de ellos, implicaba que alguien había planeado su llegada a aquel lugar, al igual que lo había comprendido cuando encontraron vendas para Break. Todo aquello le daba muy mala espina.
—Ahora que todos estamos cómodos, contadme… ¿Cómo llegasteis cada uno de vosotros a este lugar? —preguntó Cheryl con voz amable.
Oz y Gilbert se miraron, y este último asintió para infundir ánimos al joven Vessalius.
—Bueno, eh… —comenzó Oz, indeciso—. Gilbert, Alice y yo nos encontrábamos en el interior de la Puerta del Querubín. Tío Óscar… —Oz sintió una gran pena al volver a recordar el incidente. La herida que le había causado la pérdida de su tío era muy reciente y aún estaba abierta—. Tío Óscar nos salvó y…
Se interrumpió al notar que la voz se le quebraba. Gilbert terminó por él.
—El señor Óscar ha muerto.
Se hizo un pesado silencio en la sala. Sharon se llevó una mano a los labios, abriendo mucho los ojos. La reacción fue similar en todos, excepto en Rufus Barma.
—Sabía que iba a morir —dijo el duque—. Era un cabo suelto, Zai no podía dejar que existiera. Porque fue su hermano quien le mató, ¿me equivoco?
Gilbert se removió, inquieto.
—Bueno… Lo cierto es que nosotros no contemplamos la escena, pero oímos las palabras de Zai y Óscar, y… el disparo.
Cheryl le dirigió una mirada de compasión mientras abrazaba a su nieta, cuyos ojos estaban anegados en lágrimas.
—Su… su propio hermano… —musitó Vincent. Estaba horrorizado, porque él jamás mataría a su hermano Gilbert. Sentía una profunda adoración por el contratista de Raven, todos lo sabían, y le resultaba inimaginable causarle algún daño.
Además, todos los sacrificios y traiciones que Vincent había hecho a lo largo de su vida habían sido solamente para poder salvar a Gilbert, salvarle de un destino del que Vincent creía ser responsable. Y era capaz de cualquier cosa por salvar a su hermano.
A pesar de que todos sabían que lo más importante en aquel momento era comprender dónde se encontraban, dedicaron un minuto de silencio a Óscar Vessalius, al hombre que había amado tanto a su mujer, a su futuro hijo, a sus sobrinos y a Gilbert. Al hombre que siempre supo lo que hacer y cómo hacerlo, al hombre que se unió a Pandora pero que jamás pudo firmar un contrato con una cadena.
Al hombre querido por todos, al hombre que quiso a todos. Para que nunca fuera olvidado.
De repente, una voz interrumpió el silencio. Fue una sola palabra, y la voz apenas podía escucharse. Pero todos la oyeron perfectamente.
— ¿Sharon?
Era Break. Había despertado.
