The Legend of Zelda no me pertenece, es propiedad absoluta de Nintendo. Los OC son de mi completa autoridad.

Rango: K+

Advertencias: Posible OC (Personaje propio), OoC (Fuera de personaje) La historia se narra en los hechos de Ocarina of Time.

Capítulo 1:

Rojo

Ese era el color que siempre había visto, lo recordaba desde que tenía uso de razón, en todo estaba el rojo. ¿La razón de eso? Bueno, pertenezco a una raza llamada Gerudo a la cual le pertenecía todo el desierto; donde yo mismo, hasta donde me habían dicho en aquel entonces, era el Rey y gobernador de las tierras del desierto. Apenas tenía 10 años, no entendía mucho sobre eso, por lo que Dire, una Gerudo de mucha experiencia, era la que llevaba las riendas en el asunto y me enseñaba como debía manejar la política y la economía cuando llegara a ser adulto. Recuerdo que en una de las clases hablamos sobre los alimentos para la pequeña aldea; me dijo que debíamos ir a la ciudadela y comprar grandes cantidades de comida para subastarnos durante dos años seguidos.

Unas semanas después de esa conversación, fui con Dire y una gran escolta a la ciudadela para subastarnos de comida. Me sorprendió ver tantos colores vivos y apagados. Desde el rojo fuerte que siempre había visto hasta un azul apagado; ¡Y muchos más! ¡Parecía un carnaval de colores!

Otra cosa que también llamó mi atención fue la vestimenta de las personas; ¿para qué tantos harapos? Dire me explicó que nuestro territorio era un lugar muy desolado donde casi siempre había calor, por eso nuestras ropas eran más holgadas. El cabello, ¿Por qué tenían tantos colores diferentes? Desde el marrón, a rubio, a verde incluso. Traté de recordar si en Gerudo había alguien que tuviera ese color de cabellos, no, todas llevaban rojo, yo llevaba rojo. Otra cosa muy importante que llamó mi atención fue la excesiva cantidad de hombres que había, no recordaba tampoco haber visto un varón en el desierto; de hecho, creo que yo era el único.

Compramos algunas cosas más, casi toda comida y barriles de agua. Estábamos pasando por la plaza para salir de vuelta a nuestros territorios, aunque había formado mi berrinche, no quería irme, pero entendía que tenía responsabilidades que atender a pesar de ser un niño. Entonces escuché la voz de un hombre:

– ¡Vengan todos! ¡Gran oferta! ¡Gran subasta!–

Vi como todos los habitantes se reunían en un lugar específico, por lo que me causo curiosidad y corrí hacia ahí haciendo que mis escoltas corrieran tras de mí pidiendo que parara. Me colé entre la multitud a empujones para llegar a lo primero para tener una mejor visión. Al llegar tuve que alzar mi mirada hacía la pequeña plataforma de madera que habían puesto para observar aquello que vendían.

Mis ojos se abrieron de par en par al ver que aquello que subastaban era una hylian. Era alta (1.70), podía asegurar que tenía unos 19 años. Su piel era blanca, incluso más blanca que la de los demás hylian. Su cabello era lacio y largo, de un rubio cenizo, tan cenizo que diría que era blanco. Sus ojos eran azules claros, pero noté que no tenían brillo en ellos, era un azul opaco, sin vida. Sus facciones eran finas y delicadas. Detecté por el sencillo vestido marrón maltrecho que llevaba, que no poseía un cuerpo voluptuoso como estaba acostumbrado a ver todos los días, al contrario, era muy sencilla, apenas se le notaba que tenía pecho; cualquiera que pusiera a esa mujer al lado de una de las mías…no había necesidad de comparar nada, las mías eran cien veces mejores. Aun así, a mí me pareció la mujer más bella jamás vista. Era algo nuevo, algo extraño. Sentí mi piel arder y me sentí por primera vez el chiquillo que era: Quería a esa mujer, quería aquello que vendían.

– ¡Vamos, Vamos! ¿Quién da más? El único defecto que tiene es que es ciega–Dijo el subastador–Una hylian traidora y fugitiva encontrada en los bosques de Farone–

¿Ciega? ¿Qué era eso?

– ¡50 rupias!–Gritó alguien del público, cosa que hizo que abriera bien los ojos.

– ¡155 rupias!–Gritó otro.

Así comenzaron a subir los precios, no entendía nada, pero al parecer, el que más pagara era el que se llevaba a la mujer.

– ¡500 rupias!–Gritó otro y todos hicieron exclamaciones de asombro.

– ¡500 rupias! ¿Quién da más de 500 rupias?–Preguntó el subastador–3…2…–

– ¡3000 rupias!–Grité sin pensarlo, aunque la cifra dicha era insignificante para mí.

Todos los habitantes se voltearon a mirarme sorprendidos, pero yo no presté atención, aun miraba a la mujer que mantenía la cabeza gacha. Llegaron mis escoltas al sentir mi voz mirándome también asombradas. Dire se me acercó y me susurró:

– ¿Señor, que hace?–Preguntó–Debemos irnos–

–Quiero eso–Dije como un niño quiere un dulce–Y no me discutas–Dire no dijo nada más y se mantuvo a raya.

–Niño, esto no es un juego–Dijo el subastador–Los niños no tienen lugar aquí, ve a otro lado–

–Dije 3000 rupias–Dije mientras Diera se acercaba con una bolsa con el dinero antes mencionado y lo tiraba la plataforma haciendo que la bolsa se abriera y dejara ver diversas rupias de distintos colores– ¿Ves? Son 3000 rupias–

–Esto…esto–El subastador parecía sorprendido y en su mirada pude ver el desconcierto y la clara pregunta de quién era yo.

–Acaba de entregármela, sabes que nadie aquí podrá superar esa cifra–Dije–Solamente el Rey de Hyrule y desgraciadamente, estoy a su nivel–

–En-enseguida–El subastador bajó a la mujer de la plataforma entregándosela a mis escoltas.

Teniéndola más de cerca noté en su rostro vestigios de lágrimas, estaba herida con lo que pude suponer eran el filoso roce de las cuchillas de las flechas. ¿Qué habría hecho esa mujer?

Comenzamos a caminar hasta dirigirnos a la salida, donde había unos 4 caballos, todos marrones excepto el mío que es negro entero. Subieron la mercancía en los caballos y una vez listos subí en mi caballo y comenzamos a cabalgar.

A cada rato bajaba mi mirada disimuladamente hacia la hylian, la cual caminaba aun con sus muñecas atadas a la soga y acompañada de mis escoltas. Estábamos llegando a los dominios Gerudo cuando sentí que algo se caía al arenoso suelo. Detuve el andar de mi caballo para observar como la mujer se hallaba en el suelo tratando de incorporarse con dificultad por culpa de las ataduras. Temblaba un poco y se notaba agotada, aun así logre apreciar como en su rostro se notaba la confusión al sentir la arena entre sus dedos.

Bajé de mi caballo y buscando algo de agua en contra de mis escoltas le di de beber de ella y algo de comida. Noté que sus muñecas se encontraban rojas por la fuerza de la atadura, así que con una cuchilla arranqué la soga sin mucha dificultad, haciendo que la mujer se frotara las lastimadas muñecas y alzara la mirada opaca que poseía. Se notaba confundida. Sin nada más que decir me levanté y volví a subir en mi caballo para volver a comenzar la caminata.

Llegamos al pueblo al anochecer. Entrando por la fortaleza las encargadas del almacenamiento junto a Dire comenzaron a guardar y a repartir. Yo, dos de mis escoltas y la Hylian nos dirigimos al castillo donde vivía. Volteé mi mirada nuevamente hacia la mujer notándola nuevamente ida en su mundo, seria, cortante, con la mirada gacha al suelo de mármol.

Llegamos a la sala del trono done una vez me senté en el gran trono de oro pedí que sentaran a la mujer. Noté que ella pasó algo de trabajo para sentarse, cosa que me extrañó. Me levanté del trono y me acerque a ella con una daga en la mano y la puse frente a sus rostro aun gacho.

–Levanta la cabeza–Ordené.

Ella obedeció lentamente mirando fijamente el filo de la daga, sin asustarse ni inmutarse, como si frente a ella no hubiera nada.

– ¿Eres ciega?–Pregunté alejando la daga de ella. – ¿Qué es eso?–Susurré la pregunta a una de las escoltas.

–No puede ver, su majestad–

Volví a mirar a la de cabellos cenizos, la cual aún miraba muy fijamente a la nada–A partir de ahora vivirás aquí, estas bajo mis dominios y lo que yo ordene es ley, ¿entendido?–Ella bajó la cabeza y asintió levemente, si no hubiera estado atento a sus movimientos no lo hubiera notado–Arréglenla, denle una habitación, curen sus heridas–Les ordené a las escoltas–Deben de tratarla de la misma manera que me tratan a mí–Me senté nuevamente en el trono apoyando mi cabeza en los nudillos de mi mano derecha

–Su majestad, la última…–Se quejó una de las escoltas.

–No hay peros–Dije decidido–Ella es importante y fin de la historia–

– ¡Si, su majestad!–Dijeron para hacer una reverencia y tomar delicadamente a la mujer de las manos para ayudarla a levantarse y salieron de la sala del trono.

Me recosté al trono y observé el gran techo. No sé cuánto tiempo estuve así, solo sabía que ya debía ser muy tarde, por lo que me levanté y me dirigí hacia mi alcoba, debía descansar a pesar de querer ver a la hylian nuevamente.

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