Volveré por ti…
¨Lo que hubiera pasado si Rudy hubiera ido a la escuela militar…¨
Idiota en el sentido más real de la palabra.
Y hay estaba en el número 35 de Himmelstrasse, durante la Alemania nazi, un chico de cabello limón (Un limón muy oscurecido) con la oreja pegada a la puerta detrás de la cual se decidía su futuro. Para Rudy Steiner los cinco segundos en los que duro en decidir qué hacer fueron eternos, aunque la decisión en su cabeza fue rápida. Tiro la vela y la caja de cerillas y abrió la puerta con fuerza, azotándola. Los cuatro individuos que se encontraban adentro lo miraron con confusión.
―Iré… ―con tres simples letras el trato había sido sellado.
―Rudy… ―las palabras quedaron ahogadas en la garganta de Bárbara Steiner.
―¡No lo permitiré! ―grito Alex Steiner levantándose del sillón.
―El chico ya ha tomado una decisión, Herr Steiner ―el más alto de los dos se acercó a Rudy y le puso una mano en el hombro apretándolo con fuerza. Rudy no mostro dolor alguno.
―Has hecho bien chaval.
O por supuesto que había hecho bien, es más lo había hecho de maravilla.
―¿Entonces te iras? ―pregunto Liesel.
―No soy un cobarde, Saumensh.
Los dos jóvenes se hallaban en la entrada del número 33 de Himmelstrasse.
―Cierto ―Liesel lo miro a los ojos―. Eres un idiota.
―Me vas a extrañar ―lo dijo más como una afirmación.
―Lo sé.
Liesel nunca creyó volver a ver una estación de tren, y mucho menos para despedir a su mejor amigo. Durante toda la noche paso por su cabeza que tal vez Rudy le estuviera jugando una broma, pero al final el Saukerl había dicho la verdad. Cuanto deseo que fuera una broma. Toda la familia Steiner se despedía de Rudy mientras que las pequeñas niñas lloraban a cántaros en sus hombros. Liesel no había tenido la oportunidad de acercarse. Los Steiner se alejaron del pequeño en el momento en el que oyeron "El todos abordo", y en esos instantes Liesel tuvo la oportunidad de hablarle a su mejor amigo.
―¿Porque tienes esa cara? ―era verdad, Liesel tenía una cara muy poco usual.
―¿Por qué no la tendría? ―Liesel movió su cara de un lado a otro tratando de desvanecer su expresión. No desapareció.
―Ya no habrá quien te ayude con tus robos.
―Y también nadie se comerá todo lo robado ―replico―. ¿Volverás…? ―lo obligó a mirarla.
―Volveré ―tomo a su amiga de los hombros―. Por ti ―Liesel nunca se hubiera esperado que Rudy hiciera lo que hiso, se acercó a ella y la beso en la mejilla, dejándola helada.
―Dejare que tú me beses primero ―el chico se alejó para llegar a la entrada del vagón―. ¡Adiós! ―le grito desde el tren en movimiento.
Y ahí quedo la ladrona de libros, viendo como Rudy se alejaba de Molching, de Himmelstrasse, de su familia y de ella.
Para Liesel el tiempo nunca fue tan lento.
