Hola, si yo de nuevo, ya saben cómo soy. Bueno quería decirles que SI voy a terminar TODAS mis historias. Actualizo una vez por semana, pero si ando de ánimos lo hago más seguido, si no me creen pregúntenle a Astrid Saotome.

Gracias por todo el amor que me han demostrado con solamente aplastar el botón de review y escribirme unas cuantas palabras, eso hace que me sienta muy emocionada.

Las dejo con esta nueva historia.


Solo para que tengan una idea, Edward es el nombre original de Teddy lo puse así porque me sirve para la trama, la apariencia física del niño la dejé como sería la apariencia de los Black es decir que predomina el cabello negro y los ojos marrones, pero no hay que olvidar que Sirius tiene los ojos grises y Narcisa los ojos azules, también recordemos que Teddy puede cambiar el color de sus ojos y todo eso debido a su condición, por eso he decidido dejarlo como lo verán a continuación, esto solo se los dejo para que tengan una idea del porque está hecho de esa manera.


Disclaimer: Nada me pertenece. No lo hago con fines de lucro. Es una adaptación. Personajes: J. K. Rowling. Historia: P. Jordan.


Lección de amor

Argumento:

Al parecer Harry Potter no tenía la menor idea de cómo convivir con su ahijado de seis años, a quien apenas conocía. Hermione quiso ayudarlos, mas su buena voluntad sólo fue apreciada por el pequeño Edward, quien además declaró que quería tenerla siempre a su lado. Hermione estaba dispuesta a soportar muchas cosas por el bien del niño, pero ¿cómo podría lidiar con la creciente atracción que sentía por Harry, un hombre que no deseaba volver a enamorarse?


Primera parte

Hermione se apoyó en el tronco de un árbol y cerró los ojos. Dejó que el suave murmullo del riachuelo la arrullara y acalló sus remordimientos por no hacer lo que debía: pensar en su futuro. Y no sólo en el futuro, sino en la observación que le había hecho el director de que, debido a su falta de objetividad, se dejaba influir emocionalmente por sus alumnos, lo que ponía en peligro su carrera como maestra.

Se olvidó de lo que su mejor amiga le había dicho por la mañana: que el sueño a veces podía ser un remedio para la depresión. Hermione se dijo que su estado anímico se debía a que el período escolar había terminado. Por eso estaba tan tensa y cansada, se sentía incapaz de hacerse cargo de su vida y dirigirla por el camino ambicioso con el que soñaba cuando estudiaba en la universidad.

Entonces todo le parecía tan sencillo… Se dijo que obtendría su título de maestra, que impartiría clases, que progresaría en su carrera y que incluso enseñaría en escuelas privadas antes de pasar el examen para hacerse directora. Y que lo lograría todo antes de tener los treinta años.

Pero a los veintisiete, debía afrontar el hecho de que no había tenido en cuenta un factor vital: que se preocuparía hasta tal punto por sus alumnos, que sus necesidades, sus planes y su propia vida quedarían desplazadas por ayudar a aquellos chicos.

El médico le había diagnosticado agotamiento físico y mental. La tensión de Hermione empezó a ser evidente a mediados del curso. Los superiores de la joven confirmaron el diagnóstico del médico, pero se mostraron menos amables con ella al decirle que ella misma se había buscado sus problemas, que nadie le había pedido que asumiera la responsabilidad de organizar actividades extraescolares para sus alumnos de doce años; que sólo ella era la culpable de tomarse tan a pecho los problemas de los estudiantes y de sufrir con ellos.

La enorme escuela primaria donde Hermione trabajaba tenía una rotación de personal muy activa, pues los maestros se desilusionaban pronto por las dificultades que suponía tener que lidiar con tantos niños. Y los niños provenían muchas veces de entornos conflictivos, lo cual complicaba aún más la situación. Hermione lo reconocía, pero estaba segura de que la abrilría de aquellos niños, con un poco de aliento y comprensión…

Suspiró. «Olvida tu trabajo», le había aconsejado el médico. «Ve a algún sitio relajante, toma el sol, tranquilízate…».

Claro que era imposible. Los maestros no se pasaban todas las vacaciones de verano sin trabajar, como pensaba mucha gente. De pronto, Hermione recibió la noticia de que su futuro como maestra estaba en tela de juicio, si bien no había sido despedida formalmente todavía. Por ello decidió visitar a su mejor amiga y a su esposo, en Ottery St Catchpole. Luna, la mejor amiga, le prometió que allí encontraría toda la paz y sosiego que necesitaba.

Hacía dos años que Ron y Luna estaban casados. Ron trabajaba para una compañía constructora en Devon, y Luna era ilustradora y trabajaba en su casa.

Ambos acogieron a Hermione con mucha calidez, pero como los dos trabajaban, la chica se quedaba mucho tiempo sola durante el día. Era lo que el médico le había dicho que necesitaba. Y era cierto que, desde que llegó a Ottery St Catchpole hacía dos semanas, los problemas y las angustias de sus alumnos la inquietaban menos, aunque ellos no fueran tan afortunados como para poder salir de Londres a descansar en el campo.

Una ola de calor asolaba a Inglaterra y los campos y los arroyos estaban secos.

Un sonido la hizo abrir los ojos. Hermione vio que un pez saltaba para atrapar moscas. Era una trucha de buen tamaño y sonrió al recordar las veces que había ido de pesca con sus padres, aunque el único que pescase fuera su padre.

Sus padres estaban en Australia, conociendo la ciudad y por ello la invitación de Luna fue como una bendición de Hermione.

La joven siempre se había llevado bien con su mejor amiga. Luna era tres años abrilr que ella, pero siempre habían tenido una relación muy estrecha. Hermione había sido la dama de honor en la boda de su mejor amiga con Ron, aunque ya hacía un año que no los veía.

Luna había tratado de disimular su impresión al ver bajar a Hermione del tren. Le dijo que estaba demasiado delgada y que la tensión le había quitado brillo a sus ojos y a su piel. Hermione incluso parecía abrilr que Luna.

Sin embargo, la chica cedió a las exigencias de descanso de su cuerpo y empezó a recobrar parte del peso perdido. Su piel también adquirió un brillo saludable.

Ya tenía las mejillas sonrosadas y Ron le había hecho un comentario galante durante la cena una noche. Y aquella mañana, Luna le había dicho que estaba recuperando la apariencia cautivadora que había generado tanta curiosidad y comentarios en la boda.

Hermione le hizo una mueca a su mejor amiga. Nunca se habría descrito como cautivadora ni atractiva. Trató de no recordar que sus colegas masculinos no la tomaron en serio, cuando empezó a dar clases. Hermione había heredado de su madre el cabello castaño, los ojos marrones e intensos, los pómulos altos y los orgullos barbilla que le daban cierto aire de sensualidad.

En su adolescencia, su aspecto le había causado un sinfín de líos, pues las chicas se mostraban crueles con ella y Hermione tuvo muchas dificultades para hacer amigas. Y los chicos imaginaban que ella no era más que una nerd que no se separaba de los libros ni aunque hubiese un terremoto.

Cuando fue a estudiar en la universidad, Hermione adoptó una actitud sensata y seria que contrastaba mucho con su físico, pero que hacía entender a los demás que estaba dedicada por completo a sus estudios.

Así, para cuando obtuvo su primer empleo, Hermione se peinaba el largo cabello con un moño, se maquillaba muy poco y se compraba ropa holgada y poco femenina.

Luna hizo una mueca de disgusto al verla bajar del tren y de inmediato condenó el vestido de lana color beige, diciendo que era muy anticuado y feo.

Hermione trató de defenderse al señalar que, como maestra, no quería que la consideraran provocativa, pero no dijo más. Y tampoco se resistió cuando Luna la llevó a Devon a renovar todo su vestuario.

Por ello Hermione llevaba una blusa blanca escotada, unos vaqueros ajustados y unas deportivas de colores alegres. Llevaba el cabello recogido en una cola de caballo para que no le diera calor en la nuca.

Aquel clima era tremendo. Incluso pensar suponía un gran esfuerzo. ¿O acaso aquel letargo se debía más bien a que Hermione estaba tan cansada que prefería que los demás gobernaran su vida por ella?

Río arriba, alguien se acercó y los pájaros revolotearon formando un escándalo.

Inmediatamente, Hermione se tensó. Aquel sendero era tan tranquilo que lo consideraba como su escondite personal. Se irguió un poco y deseó que nadie se detuviera a charlar con ella.

Nunca había querido aislarse de los demás. Tal vez fuera el resultado del sermón de los directores de la escuela, quienes le advirtieron que su íntima relación con los alumnos no la ayudaría en su carrera.

Cerró los ojos y trató de no oír las pisadas que se acercaban. Pero tuvo que abrirlos al oír una tímida vocecita que hablaba con nerviosismo:

—Discúlpeme, señorita, ¿por aquí se llega a Devon?

Era un niño que no debía tener más de seis años y que la miraba con intensidad. Era de cabello negro y tenía los ojos azules. Estaba demasiado delgado para su edad. Su nerviosismo fue lo que más impresionó a Hermione.

Aunque intentó decirse que lo único que debía hacer era enviarlo en la dirección correcta, Hermione dejó que su parte más compasiva se preguntara quién era aquel niño, por qué estaba allí y por qué parecía estar tan solo a pesar de su corta edad.

Se sentó y lo observó con detenimiento.

—La verdad es que no lo sé, pero tengo un mapa aquí en el bolso —mintió—. ¿Por qué no te sientas un momento para que lo consultemos?

Reacio, el chico se acercó. Al hacerlo, miró por detrás de ella con una mirada de miedo.

« ¿De quién o de qué estaba huyendo?», se preguntó Hermione mientras, con lentitud deliberada, abría el bolso que tenía al lado. Sacó una lata de refresco y unos bocadillos. El niño era tan pequeño que se había preparado muy mal para su odisea. Su ropa tampoco era práctica: unos vaqueros, una camiseta y botas de cuero. Los vaqueros eran demasiado pesados y gruesos para aquel clima y le estaban muy grandes. Sin embargo, la camiseta y las botas eran de buena calidad… lo que parecía sugerir que no era que le hubieran comprado los pantalones crecederos, sino que la persona que los había comprado no sabía cuál era la talla correcta.

Hermione frunció el ceño mientras sacaba el mapa.

Fingiendo que no se daba cuenta de la tensión del niño ni de que miraba hacia atrás con frecuencia, dio una palmada en el césped a su lado.

—Siéntate un momento. Me temo que no sé consultar muy bien los mapas, así que tardaré bastante en decirte si estás en el camino correcto o no. Verás, estoy de vacaciones aquí. ¿Y tú? ¿Vives por aquí cerca?

—Sí, vivo… —el niño empezó a contestar de manera automática y luego se retractó, triste y obstinado—. Estoy con unas personas, pero no vivo aquí en realidad.

—Ah, entiendo.

Hermione extendió el mapa y, a pesar de que no tenía hambre, cogió un bocadillo. Señaló otro y preguntó:

— ¿No quieres comer un bocadillo?

—Sí, gracias —asintió con voz ronca—. Tengo bastante apetito.

Era un niño muy educado, como si hubiera sido criado entre personas maduras, Hermione lo vio comerse el bocadillo y se quedó pensativa.

No dejaría que el chico se fuera. Decidió que se ganaría su confianza y que lo devolvería a su familia.

Un niño tan pequeño… corría tantos peligros… Su familia debía estar muy angustiada si ya sabía que el niño no estaba en casa.

Hermione sospechó que el chico no debía haber andado mucho y que el cansancio que mostraba se debía más a la tristeza y al miedo que a un esfuerzo físico.

El niño tenía un rasguño en un brazo y llevaba la camiseta manchada de tierra. Cuando terminó de comer miró a los bocadillos con una intensidad que conmovió a Hermione.

— ¿Ya has terminado? ¿Quieres otro?

Cogió uno y lo mordió con entusiasmo.

—Sabes, no sé si vas en la dirección correcta. Según el mapa, parece que… —hizo una pausa y trató de pasar por alto la tensión del niño—. Creo que deberías coger el sendero que está a un kilómetro de aquí.

—Un kilómetro. ¿Está muy lejos?

—Bastante… y hay otro camino después de nueve o diez kilómetros hasta Devon. ¿Vas allí para hacer algo importante?

Cuando lo miró, el pequeño bajó la vista. Era obvio que no quería mentirle, pero tampoco quería contarle la verdad a Hermione.

—No importa… tal vez haya algún atajo —volvió a consultar el mapa—. Qué lástima que no tenga coche, de lo contrario, te llevaría.

Vio que el niño reaccionaba con poco entusiasmo ante la sugerencia y aquello la tranquilizó.

—No puedo subirme al coche de un extraño —comentó el chico.

Hermione contuvo un suspiro. Pobrecito ¿acaso nadie le había dicho que hablar con un extraño podía ser igual de peligroso?

—No, claro que no —asintió, seria. Miró en su bolso y sacó una manzana. El niño seguía de pie y ella golpeó el suelo a su lado de nuevo—. Si te sientas aquí, puedes ver el mapa conmigo. No soy buena para leerlos.

—No, mi mamá tampoco lo es… —se interrumpió y su expresión cambió—. Es decir, tampoco lo era.

El chico había vuelto la cabeza y la voz le tembló al pronunciar aquellas palabras.

¿Acaso había muerto su madre o ya no formaba parte de la vida del niño? Hermione ya no dudaba de que él estaba huyendo de su casa. Sin embargo, el chico se sentó a su lado, aceptando la sugerencia de Hermione.

A pesar de que estaba muy delgado, olía a limpio y a sol y era un niño muy agradable.

—Me llamo Hermione… ¿y tú? —inquirió, moviendo el mapa para que él pudiera verlo también.

—Edward, aunque…

—Edward… vaya es un nombre de adulto —admiró Hermione—. ¿Nadie te llama Eddy?

—Mi… mi… abuela solía llamarme Teddy, pero él dijo que ése era un nombre de bebé. Él me llama Edward —se le llenaron los ojos de lágrimas y Hermione sospechó que con él se refería a su padre, al que parecía odiar.

Hermione no quería intimidarlo, pues aún necesitaba obtener de él información vital para devolverlo a su familia. De modo que no lo presionó.

—Bueno, Edward es un nombre muy serio. Así que me imagino que debes tener… bueno, por lo menos, ocho años.

—Tengo seis años. Casi siete. Bueno, cumpliré siete en abril.

En abril. Era julio, así que el niño tan sólo tenía seis años. Sin embargo, Hermione abrió los ojos con admiración y comentó que creía que era mucho mayor.

—Pero… tu abuela debe extrañarte, ¿no crees, Edward? —sugirió con suavidad—. Estoy segura de que estará preguntándose en dónde estás. ¿Le dejaste una nota?

Al niño se le llenaron los ojos de lágrimas y de nuevo exclamó:

—Mi yaya está muerta. Murió en un accidente de coche con mi mamá y mi padrino… tuve que venir a vivir con… con él. Lo odio. Quiero volver a casa. No quiero quedarme con él. La señorita McGonagall podría cuidarme. Lo hacía cuando mi mamá y mi padrino se iban de viaje o cuando mi yaya estaba enferma. Yo no tengo que quedarme con él. Al oír sus palabras entrecortadas, Hermione tuvo que contenerse para no llorar.

Por lo que el niño decía, Hermione empezó a entender lo que pasaba. Los padres de Edward debían estar divorciados o separados. Era obvio que él había vivido con su madre y tal vez también con su abuela. Al parecer todos habían muerto en un accidente y Edward se había ido a vivir con su padre. Por lo visto su padre nunca lo había querido y quizá no quisiera aceptar la responsabilidad del niño. Pobrecito. Hermione no estaba sorprendida de que se sintiera tan solo, de que estuviera huyendo. Sin embargo, por mucho que comprendiera su situación, tenía que descubrir en dónde vivía y quién era su padre.

—Así que vas a ir a buscar a la señora McGonagall, ¿verdad? —inquirió y lo vio asentir—. ¿En dónde vive ella? ¿Vive lejos?

—En Londres —dijo, dándose aire de importancia.

—En Londres… Eso está muy lejos —comentó Hermione—. Muy, muy lejos. ¿Llevas mucho tiempo andando?

—Me fui después del desayuno —le dijo con candidez. Hermione se sintió culpable por estarlo engañando, pero se dijo que era por su propio bien—. Tuve que esperar a que… mi padrino se fuera a trabajar. La señora Figg salió de compras. Me dijo que no saliera del jardín. Ella no me agrada.

Era su padrino, no era su padre.

La señora Figg. Hermione se mordió el labio y recordó que la señora Weasley le había mencionado alguna vez que la señora Figg era su vecina. A Hermione le dio la impresión en aquel momento de que la señora Weasley sentía un desagrado profundo por aquella mujer y que no eran amigas.

— ¿Le… dejaste a tu padrino una nota? —inquirió Hermione.

Él negó con la cabeza y respondió obstinado:

—No le importará. Estará muy contento de deshacerse de mí. La señora Figg dice que soy una molestia y que le causo muchas difi… dici…

—Dificultades—suspiró Hermione. Contuvo un suspiro cuando él asintió, al parecer muy impresionado por sus facultades para adivinar el pensamiento. Por mucho que el niño le diera lástima, tendría que averiguar su dirección y llevarlo a casa.

Por muy desagradables que parecieran ser su padrino y la señora Figg, Hermione no veía señales de abuso físico o emocional en el chico. Y tenía suficiente experiencia para percibirlos, si hubieran existido. A pesar de su miedo y su aprensión, Edward no tenía el terror y el mutismo que emanaba de los chicos maltratados.

Pero era muy desdichado y Hermione se preguntó quién sería su padrino. Por lo que Edward le contaba, el niño debía de ser una carga, un estorbo para aquel hombre.

— ¿Y para eso ibas a ir a Londres, para ver a la señora McGonagall?

—Prefiero vivir con ella a vivir con mi padrino —entrecerró los ojos cuando repitió—; él no me gusta.

Hermione abrió los brazos por instinto y el niño se refugió en ellos. Su cuerpecito empezó a temblar por los sollozos y ella lo abrazó, consolándolo. Pobrecito. Era un niño muy pequeño a pesar de que él fingiera lo contrario.

Pronto, cuando se calmara, trataría de llevarlo a su casa. Por el momento era más importante ganarse su confianza y no interrogarlo. Así que lo dejó llorar mientras le mecía con cariño y le acariciaba el cabello negro.

Absorta por lo que estaba haciendo, no se dio cuenta de que alguien se acercaba. De pronto apareció un hombre frente a ellos. Hermione alzó la cara y vio a un hombre muy alto y muy enojado que la miraba con rabia.

—Edward.

El hombre habló con voz cortante. Y el niño empezó a temblar contra Hermione y se aferró a ella. Era obvio que se trataba de su padrino.

—Vamos, Teddy, todo está bien —susurró ella, apaciguándolo. Se enojó al ver la falta de tacto del padrino de Edward.

— ¿Podría soltar a mi ahijado por favor?

No era una sugerencia, sino una orden. Y Hermione tuvo una idea aún peor de aquel hombre que afrontaba la situación sin ninguna delicadeza. Al parecer, aquel extraño no se daba cuenta de que su actitud aterraba más a su ahijado.

—Usted debe ser el padrino de Edward —comentó. Trató de contener su rabia e intentó ponerse de pie. No fue fácil, pues Edward se aferraba a ella. Asumió su actitud de maestra de escuela, sin darse cuenta de que no concordaba con su ropa, ni con su peinado, ni con su falta de maquillaje. El hombre observó al principio con enojo y luego, con desdén.

—Así es —declaró—. Y no tengo la menor idea de quién es usted, ni de lo que hace con mi ahijado. Sin embargo, le advierto que la policía castiga severamente las infracciones con menores.

Infracciones… Hermione jadeó, demasiado atónita por lo que aquel hombre sugería, como para poder hablar.

Edward la abrazaba con más fuerza y Hermione no supo quién de los dos temblaba más. Él de miedo, o ella de ira.

Tragó saliva y trató de serenarse para enfrentarse al padrino del niño.

—Sí, y también castiga el maltrato de los padrinos hacia sus ahijados.

— ¿Maltrato?

En aquel momento se dirigía hacia ellos, y se detuvo en seco. A pesar de estar bronceado, se puso pálido. No por sentir vergüenza ni culpa, sino rabia. Hermione vio sus ojos relampaguear… eran de un color verde esmeralda y brillaban con una fuerza inusitada.

Tenía el cabello negro como Edward, que podría hacerse pasar por su padre si no fuera por el color de sus ojos que era totalmente diferente.

El labio inferior de Edward temblaba con la vulnerabilidad de un niño pequeño mientras que la boca de su padrino tenía una sensualidad que dejó impresionada a Hermione y la hizo retroceder. La chica intuyó un peligro que nada tenía que ver con el enojo del padrino de Edward. Pero no se dejó envolver por él. Estaba demasiado preocupada por el niño y por la reacción de miedo que había tenido al ver a su padrino. Hermione no tenía tiempo para reaccionar al atractivo de aquel hombre… de aquel arrogante y sensual…

—Maltrato de los padrinos —repitió, haciéndola recuperar la sangre fría—. ¿Qué demonios trata de decirme con eso? ¿Qué es lo que Edward le ha contado?

Sin acercarse a ella, sin alzar la voz, ni ser agresivo físicamente, intentaba intimidarla. Hermione reaccionó de inmediato y se irguió por completo, alzó la barbilla y lo miró con frialdad a los ojos.

—Teddy no me ha contado nada —no fue del todo sincera—. Estaba demasiado triste para hablar conmigo. Es un niño muy desdichado —señaló con furia—. Se dirigía a Devon… y luego a Londres.

Lo vio ruborizarse y se dio cuenta de que a aquel desconocido no le agradaba ser confrontado con la verdad. En otras circunstancias, tal vez hubiera sentido lástima por él. Iba vestido con un traje de negocios y notó que tenía rasguños en las manos, como si hubiera buscado a Edward por todo el arroyo con desesperación. Pero, ¿qué lo había motivado? ¿El enojo? Hermione se daba cuenta de que estaba muy enojado e impaciente, pero en su rostro no había muestras de amor, ni de remordimiento.

—Ven, Edward —ordenó con sequedad. Frunció el ceño cuando el niño se negó a obedecerlo. Era obvio que el hombre no estaba acostumbrado a lidiar con niños.

—Tal vez si yo fuera con ustedes… —sugirió al sentir que el chiquillo no la soltaba por nada del mundo.

El hombre mostró su rechazo ante la idea. Hermione se dio cuenta de que él se disponía a negarse, cuando Edward gimió con desesperación:

—No volveré. No volveré contigo… te… te odio…

De nuevo se echó a llorar. Hermione se inclinó y lo alzó en brazos, de modo que Edward hundió la cara en su cuello y la abrazó con fuerza mientras ella lo mecía y lo consolaba.

Mientras le susurraba cosas suaves al oído, oyó que el padrino maldecía en voz baja.

Hermione lo vio mirar su reloj y la incipiente simpatía que empezaba a sentir por él desapareció al oírlo comentar:

—Ya basta, Edward. Tengo una reunión dentro de media hora…

El hombre debió notar el desprecio que brilló en los ojos de Hermione, pues dejó de hablar y apretó la boca antes de proseguir con acidez:

—Además de ser padrino, también soy hombre de negocios. Soy responsable de mi ahijado y también de mis empleados. Y ahora estamos negociando un nuevo contrato de trabajo colectivo y la reunión es crucial para todos. De lo contrario, algunos empleados tendrán que renunciar. ¿Por qué demonios ha tenido que elegir este día para portarse así? Te imaginarás que la señora Figg está loca de preocupación por tu culpa, ¿verdad? —inquirió a su ahijado—. Tuvo que llamarme al trabajo para decirme que no te encontraba por ninguna parte y de no ser porque Stan te vio andando hacia el sendero del arroyo… Y en cuanto a usted… —miró a Hermione con enojo y amargura—seguro que se habrá dado cuenta de que un niño de su edad y solo, tenía que haber huido de su casa y que nadie sabría en dónde estaba, ¿no? Y en vez de alentarlo a portarse así, debió tratar de llevarlo a casa.

La acusación hizo que Hermione perdiera el aliento. Sin embargo, antes de que pudiera defenderse, él añadió:

—Nos vamos a casa, Edward.

El chico se negó a soltar a Hermione cuando su padrino trató de cogerlo en brazos.

Hermione sabía que era sólo por necesidad, y nada más, por lo que aquel hombre se había acercado a ella lo suficiente como para abrazarla, al tratar de que Teddy se soltara de su cuello. Hermione percibió su aroma, vio los poros de su rostro, la sombra de su barba. A él le relampaguearon los ojos de impaciencia al darse cuenta de que no podía recuperar a su ahijado. Y los cerró, mostrando unas envidiables pestañas, largas y negras.

Hermione se volvió al darse cuenta de cómo reaccionaba a él; intentó disimular el ligero temblor de la recorrió. La joven trató de retroceder. Quería alejarse de él y ayudar a Teddy. Por ello sugirió:

—Mire, sería mucho más fácil si yo fuera a la casa con ustedes.

Él la miró con desprecio. Estaba todavía demasiado cerca de Hermione y ésta perdió el aliento y se le aceleró el corazón.

—No voy a volver. Quiero vivir con la señora McGonagall —protestó Edward, sin soltarla—. No dejes que me lleve, Hermione. Lo odio.

— ¡Por el amor de Dios! —se exasperó el padrino—. Muy bien, entonces será mejor que usted venga con nosotros. Por aquí.

«Algunas personas no son nada agradecidas», pensó Hermione disgustada. Lo vio alejarse, pero se sorprendió al verlo apartar una rama para que ella pudiera pasar. El hombre cogió el bolso de la chica.

—Vamos, Edward, tienes dos piernas para andar y pesas demasiado para…

—Hermione, Hermione Granger —contestó la chica automáticamente.

—Para que la señorita Granger te lleve en brazos hasta casa.

—No quiero andar —contestó Edward y sacó el labio inferior con obstinación. Hermione tenía el cuello mojado por las lágrimas y estaba muy preocupada por Teddy. Deseaba que el padrino intentara comprender y sintiera compasión por su ahijado.

—Bien, entonces, si no quieres andar yo te llevaré —dijo él.

Edward se alejó de su padrino y la chica se compadeció del niño.

— ¿Por qué no me enseñas el camino, Teddy? —sugirió. Lo bajó al suelo con cuidado, pero interpuso su cuerpo entre el padrino y el ahijado al coger a éste de la mano.

Al volverse, se dio cuenta de que su gesto no le había pasado inadvertido al padrino de Edward, quien hizo una mueca de cinismo.

—Vaya, es usted muy maternal, ¿verdad? —se enojó—. ¿Qué les pasa a las mujeres que no pueden actuar con lógica en lo que a niños se refiere? ¿No se da cuenta de que…?

— ¿De qué, señor…? —intervino Hermione, furiosa, desafiándolo.

Él la miró, frunció el ceño como si lo sorprendiera el ataque de la joven y su deseo de saber su nombre.

—Harry. Harry Potter —se presentó—. Y usted tiene que darse cuenta de que Edward se ha puesto histérico a propósito.

Hermione lo contradijo en voz baja, para que Edward no pudiera oírla:

—No… lo que veo es un niñito que ha perdido a todas las personas que lo quieren… un pequeño que al parecer ha sido dejado bajo el cuidado de una mujer que no lo quiere ni le importa su bienestar… un niño que no puede acudir a nadie más que el ama de llaves de su difunta madre.

Hermione sabía que estaba dramatizando la situación, pero no pudo evitarlo. Aquel hombre impaciente la impulsaba a hacerlo entender el dilema del niño.

—Y también me doy cuenta de que no parece saber gran cosa de niños, señor Potter.

Hermione jadeó al ver que él le miraba su mano derecha desprovista de anillos.

— ¿Y usted, sí? ¿Tiene hijos? —la retó, Hermione se ruborizó, mortificada, y tuvo que confesar que no era el caso—. Entonces le sugiero que espere a tenerlos antes de dar consejos que se saca de la manga —fue cortante.

—Tal vez no tenga hijos —Hermione estaba muy enojada por su actitud y lo corrigió con ímpetu—. Pero, en mi profesión…

— ¿Profesión? —Harry Potter frunció el ceño—. ¿Qué quiere usted decir con eso? ¿Cuál es su profesión?

—Soy maestra —Hermione se preguntó si aún tendría su empleo, pero descartó sus propias dudas al sentir que la manita de Edward temblaba en la suya.

Por mucho que el padrino le desagradara, Hermione se daba cuenta de que su antagonismo no estaba ayudando a Edward.

El pequeño dijo que odiaba a su padrino con la acostumbrada intensidad y exageración infantiles y Hermione se percató de que Harry Potter había expresado dolor al enfrentarse con el rechazo del niño. A pesar de que a Hermione le gustaba Edward, debía reconocer que el padrino tenía todo el derecho de insistir en que su ahijado volviera a casa.

Hermione no podía evitar que sucediera, pero sí tenía la intención de acompañarlos para comprobar que Edward sólo estaba experimentando el dolor y la confusión de perder a sus seres queridos, y no que fuera maltratado en alguna manera por su padrino.

A pesar de que Harry Potter era muy duro con ella, Hermione no creía que tratara mal a su ahijado. Al verlo, sólo había reaccionado con enojo y no con el sentimiento de culpa que hubiera sugerido que sabía por qué Edward huía de casa.


Harry Potter caminaba delante, apartando las zarzas más espinosas que bloqueaban el sendero. Frunció el ceño al ver cómo Edward no se separaba ni un centímetro de Hermione.

Anduvieron durante veinte minutos antes de ver el pueblo a lo lejos. Sin embargo, Harry Potter se dirigió por otro sendero aún más escarpado, que los condujo a una verja de madera empotrada entre altos muros de ladrillo.

Harry la abrió para que Hermione y Edward entraran primero. Lo hizo por cortesía o para asegurarse de… ¿de qué? ¿De qué Hermione no huyera con su ahijado? Vaya, la chica no habría podido huir nunca de un hombre como él.


El jardín de la casa estaba muy descuidado y las zarzas eran aún más tupidas que fuera. Detrás de los arbustos espinosos había un grupo de árboles y varios macizos de flores. Más allá estaba la casa de ladrillo.

Hermione se dio cuenta de que era una casa antigua, de estilo Victoriano, mucho más grande que la granja de su mejor amiga Luna.

Era obvio que el padrino de Edward era un hombre muy rico, pero la riqueza no compra la felicidad. A pesar de que Luna admiraba la casa, no envidiaba a Harry Potter. ¿De qué le servía su dinero si su ahijado le tenía miedo? ¿Acaso ella también debería tener?

Hermione se estremeció al darse cuenta de la dirección que tomaban sus pensamientos. Ella no solía escudriñar en la vida de las personas.

Edward empezó a andar más despacio al atravesar al jardín. Arrastraba los pies y su padrino se detuvo, frunciendo el ceño.

— ¿La señora Figg sigue aquí? —inquirió el niño.

Hermione contuvo el aliento y esperó que Harry Potter fuera comprensivo con su ahijado, que también detectara el miedo que expresaba el chico con sus palabras.

Pero, si lo percibió, no lo demostró.

—No, ya no —como si no pudiera contenerse más, se arrodilló delante del niño y lo cogió por los hombros—. Edward, ¿por qué lo has hecho? ¿Por qué has huido? La señora Figg estaba muerta de preocupación. Ya sabes que no puedes salir de casa… lo sabes.

Edward, sin soltar la mano de Hermione, empezó a temblar y las lágrimas le rodaron por las mejillas.

—No me gusta estar aquí. Quiero ir a casa. Quiero estar con mi yaya, con la señora McGonagall. No me gusta esta casa.

De inmediato, el padrino lo soltó. Se puso sombrío, se volvió un poco. Susurró con brusquedad:

—Edward, tu abuela murió. Ya lo sabes —Harry Potter se interrumpió cuando Hermione suspiró exasperada—. ¿Qué quiere que haga? —la retó—. ¿Qué le mienta? ¿Qué finja que no sucedió nada… que su madre, el padre y la abuela siguen vivos?

—Vamos, Edward, entremos en la casa. Y esta vez, nada de querer huir —susurró Hermione.

Harry Potter se irguió para cogerlo del brazo y hacerse cargo del chiquillo, pero Edward no quería soltar a Hermione y le suplicaba que no lo dejara solo.

Tal vez Potter no lo tratara mal, pero era obvio que no tenía la menor idea de cómo cuidar al niño, pensó Hermione. Trató de tranquilizar a Edward y le acarició el cabello.

—Si te portas bien y te vas con tu padrino ahora, Teddy, vendré mañana a verte, si quieres —prometió la chica.

—Eso no es necesario.

Hermione se enfrentó a Harry Potter con la misma fuerza que él.

—Según usted, no —asintió con frialdad—. Pero Teddy…

—No quiero que me dejes. Quiero que te quedes conmigo —suplicó el niño y se echó a llorar.

Hermione se arrodilló junto a él y trató de consolarlo como pudo.

—No puedo quedarme ahora, Teddy —explicó—. Mi amiga se preocupará, pues no sabe en dónde estoy. Prometo venir a verte mañana.

Miró a Harry Potter desafiante, retándolo a que le prohibiera ver al niño. Y antes de que Harry pudiera decir algo y tratando de no oír las súplicas desesperadas de Edward, Hermione les dio la espalda y salió con rapidez de la casa.


Media hora después, mientras regresaba a la casa de Luna, Hermione seguía temblando de incredulidad y de tristeza. No podía creer que todo aquello hubiera sucedido. Pobrecito niño. Estaba tan triste… y su padrino se mostraba tan distante… tan… tan irritado e impaciente… era obvio que no sabía cómo tratar la tristeza y desesperación de su pequeño.

Luna estaba en el jardín cuando Hermione entró por la verja.

— ¿Estás bien? —inquirió preocupada—. ¿Qué te ha pasado?

Hermione frunció el ceño y relató a su mejor amiga todo lo ocurrido.

—Harry Potter… —murmuró Luna—. Me enteré de que su ahijado vino hace poco a vivir con él. Unos Amigos cercanos de Harry murieron en un accidente de coche. Según la gente del pueblo, eran muy cercanos. Parece que los Lupin eran amigos de toda la vida de los Potter y Harry los conocía de toda su vida.

—Yo no los conocí —prosiguió Luna—. Al parecer se fueron a vivir a Londres justo después que naciera el niño. Creo que Harry sólo lo ha visto el día de su bautizo, no pudo ver a su ahijado, ni tener acceso a él, lo cual podría explicar la antipatía que siente el chiquillo por su padrino. Debió ser algo muy traumático para él.

—Así es —Hermione fue vehemente—. El pobrecito chico estaba desesperado por la angustia.

Luna abrió mucho los ojos.

—No me refería al niño, sino al padrino… a Harry.

Cuando vio que Hermione fruncía el ceño, susurró:

—Piénsalo. Harry nunca ha podido ver a su ahijado, nunca ha tenido nada que ver con él y, de pronto, están viviendo juntos… Tal vez ese niño lo odie… y lo culpe por la muerte de sus padres. Imagínate cómo debió sufrir Harry al enterarse de que su ahijado la única familia que le queda a él también, había huido… solo se tienen a ello. No hay más familia. Harry era hijo único y los padres del niño también. La abuela también murió. No hay tíos, primos, no hay nadie más. Harry tiene a Teddy y viceversa…

Hermione frunció el ceño. Luna la hacía sentirse culpable… como si ella hubiera sido injusta con Harry Potter.

—Así que mañana irás a ver al chiquillo de nuevo —comentó Luna.

—Se lo prometí, a pesar de que a su padrino no parecía gustarle la idea.

—Eres tan comprensiva —meditó Luna—, pero por favor, no te mezcles demasiado con ellos. Dice la gente que Harry Potter es un hombre que no tiene una buena opinión de las mujeres en general.

—Ése es su problema, no el mío —Hermione se mostró firme. Sin embargo, se entristeció al oír las palabras de su mejor amiga, que sólo confirmaban las sospechas que ya tenía.

Pero, ¿por qué la afectaba la noticia? Harry Potter no significaba nada para ella. Él no le había resultado agradable y la forma que tenía de tratar a su ahijado la molestaba mucho.

Aunque ella sí había respondido a él físicamente. Había sido muy, muy consciente de él como hombre; consciente de él de una manera íntima y sexual que era totalmente desacostumbrada en Hermione.

Había tenido un romance breve cuando estudiaba en la universidad, una relación con otro estudiante que duró poco más de seis meses, pero el aspecto sexual de aquella relación nunca le importó tanto como el emocional. Antes de que admitiera que ya no estaba enamorada de Victor, había perdido todo interés sexual por él.

Desde entonces, la chica se mantuvo muy ocupada, llevaba una vida demasiado ajetreada como para poder comprometerse en una relación amorosa. Tenía amigos, aceptaba citas, pero ninguno la había afectado como Harry Potter acababa de hacerlo.

Temblando un poco, reprimió aquel pensamiento, pues no quería analizarlo ni saber qué significaba.

—No sé tú, pero yo me muero de hambre —comentó Luna de pronto—. Entremos a comer algo.

Durante la cena, Luna le contó a Ron el encuentro de Hermione con Edward y su padrino.

—Harry Potter… —Ron alzó las cejas—. Qué interesante. ¿Qué opinas de él, Hermione? El círculo de empresarios de aquí lo estima mucho. Es una especie de héroe local. Él tomó las riendas del negocio familiar, que quedó en mala situación cuando su padre murió. Y ha logrado hacerlo prosperar. Ahora es una constructora en pleno éxito. Lo vi una vez, pero no lo conozco muy bien. Harry es un hombre reservado. No juega al golf… y tampoco es miembro del nuevo centro deportivo que acaba de inaugurarse cerca de Devon, a pesar de que parece estar en excelente condición física.

—Me enteré de que su ahijado estaba viviendo con él —continuó Ron—. Mi jefe lo mencionó el otro día al comentar que Potter le había preguntado que si conocía alguna buena agencia que le proporcionara una niñera que se pudiera hacer cargo del niño. Al parecer, ha tenido problemas en ese sentido. Es un soltero muy rico… —se encogió de hombros—. Parece que quiso contratar a una mujer que no deseaba vivir en una casa donde no hubiese otra mujer. Y las mujeres que quieren el empleo parecen estar más interesadas en cuidarlo a él que a su ahijado. Sin embargo, creo que ahora tiene un ama de llaves.

—Es Arabella Figg —Luna hizo una mueca—. Y ya sabes cómo es. No es la persona idónea para cuidar de un niño pequeño.

—Mmm. Bueno, ¿qué opinas de él, Hermione? Es impresionante, ¿verdad? —insistió Ron.

—Si te refieres a hombres arrogantes, malhumorados e insensibles, sí, supongo que es bastante impresionante —asintió, acida.

A Ron le encantaba bromear con Hermione y solía decirle que ya era hora de que buscara un hombre y se casara, así que Hermione sabía muy bien a dónde quería llegar con aquella pregunta.

—A mí, el que me da lástima es el niño, Ron —comentó Luna—. Según Hermione, está muy triste. Trató de huir hacia Londres para ir a buscar al ama de llaves de su abuela. Debe haber sido terrible para él perder de esa manera a todos sus seres queridos.

Ron la miró, pensativo.

—De todos modos, la gente del pueblo lo aprecia mucho. Harry ha hecho muchas cosas por esa comunidad.

—Qué lástima que no haya hecho algo por su ahijado —Hermione estaba sombría—. Si lo hubieras visto… El niño estaba tan triste… tan desdichado.

— ¿Acaso estás sugiriendo que Potter trata mal a su ahijado? —Ron frunció el ceño.

—No —Hermione negó de inmediato—. Al menos… no de una manera física ni tampoco deliberada. Pero, emocionalmente… Parece que no existe ningún vínculo entre ellos. Sospecho que Harry Potter considera a su ahijado como una responsabilidad más, como una carga que debe afrontar. Parecía estar más preocupado por una reunión que iba a tener que por Teddy… y, claro, para Teddy, su padrino es un extraño. Si dices que no ha habido ningún contacto entre ellos desde que Teddy nació…

—No es una situación fácil para ninguna persona, pero debe ser mucho más difícil para Harry —comentó Ron—. Dicen que una compañía multinacional quiere comprar su constructora. Él es el accionista mayoritario, pero los otros socios al parecer, están de acuerdo con la compra de la constructora, pues así tendrían mucho dinero en efectivo. Por otra parte, Harry quiere conservar la administración del negocio, de modo que las negociaciones están en su punto culminante. Sospecho que Harry tendrá que comprar las acciones de sus familiares para poder conservar el negocio y eso implicará reunir una gran cantidad de dinero. A mí no me gustaría estar en sus zapatos en estos momentos —concluyó Ron.


Aquella noche, ya en la cama, Hermione no pensó en la deprimente reunión que había tenido hacía unas semanas con los directivos de la escuela en donde trabajaba. Mientras trataba de dormir, recordó el encuentro que había tenido con Harry Potter.

Sin hacer el menor esfuerzo, Hermione evocó a Harry Potter con tanto detalle que pudo ver cómo su rostro cambiaba de expresión, oír su fuerte voz masculina, recordar cada gesto, cada movimiento que había hecho, casi como si estuviera a su lado.

Hermione se dio la vuelta y cerró los ojos, tratando de borrar aquella visión. No le importaba lo que había dicho Ron, Hermione estaba segura de que Harry Potter debía hacer más por su ahijado. El pobre niño, que había perdido a todos sus seres queridos… y había salido de un medio conocido para entrar en otro que debía resultarle hostil y agresivo. Teddy estaba obligado a vivir con un padrino que al parecer no lo quería…

«Te odio», le había gritado Teddy a su padrino con toda la vehemencia de un niño asustado. Por un momento, Hermione creyó ver en los ojos del hombre algo de sentimiento. Pero no sabía qué podía ser. Tal vez enojo e impaciencia… aquel hombre no había mostrado otro tipo de emoción, no había mostrado calidez ni cariño.

Tal vez Hermione se equivocara al prometerle a Teddy que iría a visitarlo sin tener la autorización de su padrino… quizá lo hiciera a propósito sabiendo que no hubiera obtenido su permiso, pero… ¿cómo habría podido alejarse y abandonar a aquel chiquillo, encogerse de hombros y decirse que ése no era su problema? No, no podía hacerlo. Era contrario a su carácter. Cansada, por fin consiguió conciliar el sueño.